por Ethan Greenhart
Hoy, nuestro asesor espiritual en ética ecológica aconseja sobre esa fea costumbre de poseer un automóvil y las azarosas consecuencias para el planeta de sucumbir al infantil deseo de usar algo que causará la inevitable muerte del planeta.
Acabo de mudarme a un pequeño pueblo que no está bien servido por el transporte público. Gozo de paz y quietud y del tremendo sentido de comunidad que uno obtiene de la vida en una pueblito. Sin embargo, algunas veces necesito viajar y el servicio de ómnibus es muy malo. ¿Es realmente antiético tener un auto? En realidad no lo usaría mucho.
Malcolm Wark¿Es antiético tener un auto? ¿Es el Papa un bastardo reaccionario que pone el hombre por encima de la naturaleza? Creo que la respuesta es obvia, ¿no lo cree usted?
El automóvil es el Diablo en cuatro ruedas. (Hey, eso casi es un verso. Debo enviarlo a mis amigos del grupo ecologista Cristiano Jesús Contra las Máquinas - JCM!). Los autos son la mayor causa de la polución en el mundo. Sólo piense en la cantidad de CO2 que usted emitirá cada vez que se siente al volante. Por ejmplo, aún si usted comprase un auto relativamente modesto como un Renault Clio, emitiría unos 2 kg de carbono –como dos bolsas de repugnante azúcar negra – en un viaje de 16 kilómetros, elevando la temperatura global cada vez que apriete el acelerador.
A medida de que el Sr. Egoísta conductor de Autos viaja, el mundo se fríe.
(Realmente hoy estoy en forma! Podría trabajar en publicidad si no fuese que encuentro que la prostitución de poseer cosas materiales es una profesión repulsiva).
He discutido antes los peligros relacionados con el petróleo y la guerra (ver ¿Es ético usar grasa de cerdo para combustible de nuestros autos?). El petróleo viene de países extraños hechos peligrosos por hombres codiciosos luchando por el “oro negro”. Usted estaría llenando el tanque de su auto a punta de pistola, un asustado niñito niño árabe o, peor aún, un aterrado cormorán que mira con ojos enormemente abiertos a la bomba de –epa, perdón, a la manguera de la bomba de gasolina. Peor, ese petróleo podría ser la sangre que fluye en las venas de Gaia (es mejor mantener un sentido de misterio y asombro, creo yo). Habiendo abierto su cuerpo para sacar el petróleo, ahora la estamos desangrando y dejándola seca.
Pero, en muchos aspectos, mi desprecio por los autos tiene raíces más prosaicas. Cuando tuvimos nuestro primer hijo, Sheba la Incrédula insistió en tener un auto. Personalmente, debido a mi odio por las máquinas, toda la experiencia era como ser llevado desde A hasta B en un matadero, pero ella pensaba que era 'conveniente'. Nos detuvimos en una estación de servicio y Sheba fue conven-cida por su persistente impaciencia de comprarle al niño caramelos fluorescentes.
No hace falta decirlo, una hora de movimiento constante por caminos sinuosos muy pronto nos llevó al desastre. Hubo en seguida una explosión de estrellitas luminosas cuando la azucarada porquería industrializada fue regurgitada encima nuestro, el asiento trasero, las puertas, las alfombras, por todas partes. Hubo lágrimas sin fin y llanto hasta que Sheba finalmente consiguió limpiarme. Sin embargo, nuestro viaje fue cancelado en desorden, el olor dentro del auto era insoportable mientras volvíamos a casa.
Obviamente, el organismo de cualquier niño es sabio al rechazar esa basura producida en masa –no tanto comida como entretenimiento oral luminoso- pero creo que su reacción nos envió un mensaje. Entramparnos durante horas dentro de una caja metálica que se mueve rápido es antinatural y el vómito es la manera que tiene nuestro cuerpo de recordarnos ese hecho en términos bien concretos. Los niños, los canarios en la mina de la sociedad humana, aún tienen la sensibilidad innata a esas cosas que ha sido perdida en los adultos por la miserable experiencia de “crecer.” No es casualidad que un niño a punto de vomitar se dice que 'se pone verde.'
Si las cosas son malas dentro del vehículo, sólo recuerde lo malo que las cosas se ponen también afuera del vehículo. Junto a todo ese CO2 viene una cantidad de malditas sustancias químicas producidas por la combustión incompleta del combustible: monóxido de carbono, óxidos nitrosos, (abreviados NOx como en nocivo), ozono (bueno allá arriba, pero pésimo para respirar). Luego están los particulados, malignas motitas de polvo minúsculas que se meten en nuestos pulmones. Usted cree que fumar 20 al día es malo –pruebe vivir cerca de la autopista y consumir DIEZ MIL VEHÍCULOS DIARIOS!
Es asombroso que alguien que vive cerca de una ruta concurrida tenga aún pulmones para respirar. Personalmente jamás permito que mi familia se acerque a ninguna ruta sin usar una máscara. Yo no me mudé de la ciudad para seguir chupando el contenido del escape de cada Tom, Dick, y Harry.
Y luego está el ruido de cada auto acelerando, camiones y buses –sí, Malcolm, BUSES – a medida de que se desplazan en nuestras rutas, ahogando los simples sonidos de la naturaleza. El canto de los pajaritos, el zumbido de las abejas, sonido de campanitas elegantemente producidas por un timbre al estilo Africano, pero que no se pueden escuchar por encima del tumulto de la gente moviéndose.
Necesitamos que la gente deje de manejar autos, o por lo menos desalentarla. Por ejemplo, el go-bierno Británico está hablando de cobrarle a la gente por viajar en autos de acuerdo a una variedad de impuestos, según la congestión de tránsito que haya. En un principio estoy de acuerdo con los precios en las rutas, pero todo me parece tan complicado: satélites rastreando por dónde anda la gente, calculando diferentes precios para diferentes rutas, lo que significa mayor infraestructura. ¿Por qué no hacerlo simple?: sólo poner impuestos más altos a la gasolina! Dado que un auto puede viajar 750 kilómetros con un tanque de gasolina, ¿qué tal un impuesto de $500 por tanque? De esa manera, la mayoría de la gente sólo podría afrontar el costo de un tanque de gasolina al año! Brillante!
Por supuesto, yo jamás entendí por qué derogaron la Ley de la Bandera Roja. Estar obligado a via-jar con un hombre agitando una bandera roja al frente del auto tendría beneficios enormes. Sería un desaliento a manejar, porque se podría viajar a la misma velocidad caminando; reduciría los acci-dentes de tránsito a cero dado que todos se darían cuenta del vehículo que se acerca lentamente; y proveería de un ejercicio muy necesario para los millones de desempleados y personas groseramen-te obesa que viven en esos vastas zoológicos urbanos llamados como “conurbanos”.
Dado que usted me haciendo la pregunta, Malcolm, a pesar de toda la polución, ruido y problemas causados por los autos, me pregunto por qué se mudó usted al “campo”. Una alergia a la vida de ciudad es totalmente normal para cualquier ser humano sensible y sofisticado. Quiero decir: toda esa gente, por amor a Gaia! Entones, por qué diablos está usted tan ansioso de volver a ellos? Cultive sus propios alimentos, enséñele a sus hijos acerca de los valores de la naturaleza y no tendrá necesidad de mezclarse con ellos! Olvídese del transporte público –para qué necesita transporte? La sociedad moderna es una enfermedad. Si usted no se mezcla con ella, no se puede contagiar!
Ethan Greenhart responde todas sus preguntas sobre la manera ecológicamente ética de vivir en el Siglo 21.
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