3.1 Un poco de historia.
Originario de América el tabaco era fumado y usado con fines mágicos y curativos por varias de las culturas prehispánicas; es decir, existentes antes del arribo de Cristóbal Colón al nuevo continente [2]. Fray Bartolomé de las Casas, en su Historia de las Indias, escribió:
"Siempre los hombre con un tizón en las manos, toman sus sahumerios, que son unas hierbas secas metidas en cierta hoja, seca también, a manera de mosquete, y encendido por la una parte del por la otra chupan o sorben o reciben por el resuello para adentro aquel humo; con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mosquetes, o como los nombraremos, l/aman el/os tabaco ".
Después del descubrimiento, procedente de las Colonias de América, el tabaco llegó a España en el siglo XVI. El primer europeo que probó la deliciosa hoja fue Rodrigo de Xerez, quien vio a los indios cubanos fumando hojas de tabaco enrolladas. De vuelta a su tierra natal de Ayamonte fue sorprendido en su casa echando humo por la boca, lo cual compuso una escena singularísima en la España feudal de entonces por la cual acabó siendo confundido con un poseso del demonio. El Tribunal del Santo Oficio lo envió a purgar su "peca-do" en una mazmorra. Liberado algunos años después, Rodrigo vio cómo muchos vecinos de Ayamonte ya fumaban esa "hoja endemoniada".
Inicialmente el tabaco adquirió fama de planta medicinal y su reconocimiento fue amplio y difundido. En el siglo XVII ya se lo conocía en todo el mundo, desde China hasta las costas occidentales de África. En la Europa de los siglos XVIIll y XIX e incluso durante la primera mitad del siglo XX, el fumar fue considerado un signo de distinción social. Importantes personalidades de la vida pública de entonces: hombres de Estado, importantes hombres de negocios, artistas y altos dignatarios eclesiásticos, compartían el hábito de fumar en sus múltiples modalidades. Hasta el Papa San Pío X fumó y otros santos también, o al menos no reprobaron ese gusto por el tabaco. El Beato Papa Juan XXIII en ocasiones hasta fumaba más de un paquete de ciga-rrillos por día.
Sin embargo, y a pesar de su amplia aceptación entre personas destacadas en la sociedad, el tabaco fue cuestionado a lo largo de toda su historia ya desde épocas tempranas y, en ocasiones, se trató a los fumadores con mucha crueldad. La primera acusación de peligroso veneno, salió de Francia en el siglo XVI. Luego, todas las Casas Reales de la época se apresuraron a decretar medidas correctivas rigurosas, llegando a amenazar a los adeptos con los castigos más horribles:
La Reina Elizabeth de Inglaterra mandó confiscar pipas y tabaqueras, las cuales eran en aquel tiempo de un alto valor. Y esto a pesar de que su país era por entonces, a través de sus Colonias, el mayor productor mundial de tabaco.
En Londres se impuso la decapitación al que fumase. En 1604, el rey Jacobo 1 de Inglaterra escribió su Misocapnos (odio al humo) a lo que los Jesuitas -amplios y directos conocedores del tabaco en sus misiones del Nuevo Mundo- publicaron un Anti-Misocapnos, de argumentación mucho más lógica y contundente que la del monarca inglés. El anatema contra el tabaco suscrito por Jacobo 1, destila ese tradicional eurocentrismo para el cual todo lo que procedía de las colonias ultramarinas era despreciable:
"Porque siendo esa planta una yerba común, que, aunque bajo diversos nombres, crece casi dondequiera, fue primeramente descubierta y utilizada por algunos bárbaros indios a guisa de preservativo o antídoto contra las bubas, asquerosa enfermedad a la que esos salvajes están, como todos sabemos. muy expuestos. debido a la sucia y tostada constitución de sus cuerpos y al excesivo calor de su clima; de modo que cuando tales gentes fueron traídas por vez primera a la cristiandad. junto con el/as vino esa en extremo detestable dolencia acompañada del hábito del tabaco, a modo este de pestífero y amargo contraveneno para tan execrable y pútrido mal y de hedionda fumigación. todavía en use por las mismas contra aquel. cual si de ese modo pretendiesen con un tosigo acabar con otro su igual".
En algunos sitios la Inquisición también prohibió el uso del tabaco por motivos eurocentristas; es decir: por considerarlo una práctica bárbara y procedente de una cultura salvaje. En Real Cédula del 16 de septiembre de 1586, Felipe 11 se hizo eco de las supersticiones que recaían sobre la "maldad intrínseca" de la hoja de tabaco e impuso penas de azotamiento y destierro a los cultivadores y expendedores, y ordenó que "fuera públicamente quemada como hierba perjudicial y dañosa".
El Papa Urbano VIII dictó en 1624 una Bula donde exponía y sentenciaba lo siguiente:
"No hace mucho que se nos ha informado que la mala costumbre de tomar por la boca y las narices la yerba vulgarmente denominada tabaco, se halla totalmente extendida en muchas diócesis, al extremo que las personas de ambos sexos, y aun hasta los sacerdo-tes, y los clérigos, tanto los seculares como los regulares, olvidándose del decoro propio de su rango, la toman en todas partes y principalmente en los templos de la villa y dióce-sis de Hispale (Sevilla), sin avergonzarse, durante la celebración del muy santo sacrificio de la misa, ensuciándose las vestiduras sagradas con los repugnantes humores que el tabaco provoca, infestando los templos con un olor repelente -con gran escándalo de sus hermanos que perseveran en el bien- y aparentando no temer en nada la irreverencia de las cosas santas.
... por medio de la presente, pongamos en entredicho y prohibamos en consecuencia, a todos en general y a cada uno en particular, a las personas de uno y otro sexo, a los seculares, a los eclesiásticos, a todas las órdenes religiosas y a cuantos fonnen parte de una institución cualquiera de esa naturaleza, el tomar tabaco bajo los pórticos y en el interior de las iglesias, ya sea mascándolo, fumándolo en pipa o aspirándolo en polvo por la nariz; en fin, usarlo en cualesquiera formas que sean. Si alguno contraviniese estas disposiciones será excomulgado inmediatamente, ipso facto, sin más ni menos, de acuerdo con los términos del presente interdicto".
En 1645, el zar ruso Alexis ordenó deportar hacia las frías tierras de Siberia a todo fumador, y después dictó otro decreto imponiendo la tortura y aún la muerte. La tabacofobia de los autócratas rusos terminó cuando Pedro el Grande, aficionado al consumo de la hoja durante su viaje a Inglaterra, legalizó el hábito de fumar y, además, dispuso aprovecharlo en beneficio del tesoro zarista. Desde 1697 la monarquía rusa instauró el mo-nopolio del tabaco en Siberia.
Desde temprano los jerarcas mahometanos no tardaron en advertir la difusión entre los suyos del consumo de productos deleitables de origen occidental y cristiano, y se apuraron entonces a proclamar que tanto el uso del tabaco como del café eran contrarios a su libro sagrado, el Corán, y que a los practicantes de tales delei-tes debía cercenárseles la cabeza.
Amurat IV de Persia ordenó que se cortase la nariz al que absorbiese tabaco. En Japón, como en otros países orientales, también se prohibió el tabaco. En 1607, el shogun de Tokugawa, condenó a los fumadores, entre otras penas, a sufrir la confiscación de sus bienes y cincuenta días de prisión. Asimismo, después de centu-rias de prohibiciones y penurias para los fumadores, ninguna de las decisiones surtió el efecto esperado. Quedó así en claro el nulo rédito que llevan tales determinaciones.
En todo el mundo se siguió fumando y la estima por el tabaco creció mucho más entre las gentes de toda clase y condición. Esto. a pesar de que en distintos países se siguieron sancionando leyes contra el tabaco incluso hasta las primeras décadas del siglo XX. En las décadas posteriores, el uso social dejó de ser cuestio-nado y, en un contexto mundial más democrático, se dejó el asunto al libre albedrío de cada quien.
A pesar de los fuertes debates y cuestionamientos, la industria tabacalera continuó creciendo hasta ser una de las más importantes fuentes de trabajo a nivel mundial y una de las ramas empresariales más fuertes del mundo globalizado.
Pero, sin embargo, desde las últimas décadas del siglo XX el fumar comenzó a ser nuevamente tratado con particular dureza, pues ya no se sancionaban aspectos referidos a su mero uso social, sino que se le dio base científica a las objeciones, calificando médicamente al hábito de fumar como un vicio contraproducente para la salud, practicado por adictos al tabaco. En los años 70 Francia intentó sin éxito controlar el consumo. A partir de los años 80, se avanzó todavía más y se lo consideró como una adicción dañina para la salud de terceros no fumadores.
Lo interesante del caso es que las objeciones tomaron nuevo impulso a partir de este basamento científico (ya no moral, ni religioso, ni etnocentrista), obteniendo amplia recepción en contextos democráticos signados por fuertes debates ecológicos y entre personas con una cierta obsesividad por los temas de salud: belleza, bienestar físico, naturismo, etc.
En un escenario tan global como multifacético y pluricultural, el fumar ya no podía ser juzgado como una costumbre "diabólica", "inmoral" o "bárbara", pero comenzó a ser juzgado como una suerte de atentado a la salud pública, frente al cual el Estado tenía la obligación de intervenir. Los organismos internacionales y regionales abocados a temas de salud reforzaron este discurso, y las entidades crediticias mundiales con-dicionaron algunos de sus préstamos a la existencia de políticas contra el tabaco en los países solicitantes. A menor escala, en el nivel de la vida cotidiana, esta nueva perspectiva de las autoridades se tradujo en que las personas que fuman resultaran socialmente anatematizadas como sujetos "antidemocráticos", que no saben respetarse a sí mismos ni a los demás.
Estas polémicas también levantaron voces en defensa del tabaco. En tal sentido, algunos autores han puntualizado que la costumbre de fumar no constituye propiamente una adicción. A favor del tabaco se ha dicho también que tiene importantes efectos sobre el sistema nervioso central que incluyen estimulación y sedación, mata el tedio, calma los dolores, inhibe el apetito, aviva en cierto modo la inteligencia, es fuente de vitamina PP (ácido nicotínico) y de ácido glutámico que estimula al sistema límbico, también se ha dicho que favorece el peristalismo intestinal y que aniquila al becilo de Koch (causante de la tuberculosis), entre otras cosas.
La polémica parece no tener fin.3.2 Los componentes perjudiciales del humo del cigarrillo
Como quiera que sea, hoy en día es de todos sabido que el tabaco no es precisamente una fuente de vita-lidad para el organismo, sino que más bien es un producto que puede resultar perjudicial para la salud, como se lee en los mismos paquetes de cigarrillos, donde una leyenda invoca la Ley N' 23344 del año 1986.
Su acción de tóxico no ofrece duda, aunque sus efectos dependen de la dosis; es decir, de cuánto se fuma normalmente, de la actividad del fumador, de su constitución física y de su estado psicológico. Se afirma que fumar es perjudicial para la salud porque, entre las muchas sustancias que componen el humo de los cigarri-llos, predominan tres que merecen especial atención; a saber: la nicotina, el alquitrán y el monóxido de car-bono.
La nicotina es una sustancia orgánica que constituye el principal ingrediente activo de los cigarrillos. Es el alcaloide predominante. No es cancerígena, pero en exceso resulta tóxica, produce mareos, nauseas y palpitaciones entre otras cosas. Es una sustancia psicoactiva que permite mantenerse despierto, en alerta, calmo y relajado.
En la inhalación del humo del cigarrillo la nicotina es vehiculizada en pequeñas partículas de alquitrán y resul-ta rápidamente absorbida por el organismo, predominantemente en el pulmón.
La nicotina se elimina del cuerpo en unas dos horas y por ello los fumadores mantienen su nivel suministrando varias dosis a su cuerpo en lapsos reducidos. Si el aporte de nicotina al organismo se realiza varias veces en lapsos inferiores a dos horas, el cuerpo necesitará entonces varios días para eliminarla. La nicotina se elimina fundamentalmente a través de la orina y de la saliva.
Es mortal en dosis de 1 mg. por cada kilo de peso, lo cual significa que una dosis letal para el hombre debería consistir en unos 40 o 60 mg. de nicotina o más, pero los cigarrillos comunes no suelen sobrepasar la canti-dad de 1 o 1.4 mg. de nicotina. A esas pequeñas cantidades el organismo puede descomponerlas y eliminarlas rápidamente. Por otra parte, se ha de señalar que un cigarrillo se fuma quemando tabaco y la combustión destruye la mayoría de la nicotina.
El alquitrán es una sustancia irritante con propiedades obstructivas. Disminuye la capacidad olfativa y se queda pegado en los pulmones formando una capa que disminuye la capacidad de absorción del oxígeno, a la vez que provoca tos y una mucosidad excesiva caracterizada por un notable aumento de su viscosidad.
El alquitrán está presente en el humo del cigarrillo en virtud del papel con el que se fabrica el cilindro que contiene al tabaco. El papel de cigarrillos es de unos 16 cm2 y está fabricado con fibra vegetal. Concreta-mente, suele ser fibra de lino. Pero el alquitrán aparece a consecuencia de la especial preparación y acabado que ese papel necesita, pues en su proceso de composición intervienen distintas sustancias químicas. Con-ciente de este fenómeno, la industria tabacalera intenta diversas soluciones: por un lado la fabricación de filtros con mayor capacidad de absorción del alquitrán y, por otro lado, se ensaya la utilización de materiales que reemplacen al papel. En Europa, por ejemplo, se está comenzando a fabricar papel de fumar de puro cáñamo y goma natural, sin aditivos químicos.
Más de 20 mg. es un nivel alto de alquitrán por cigarrillo. Un nivel medio de alquitrán supone entre 15 y 20 mg. por cigarrillo. Un nivel bajo de alquitrán es uno de menos de 15 mg. por cigarrillo. Las marcas de ciga-rrillos que tienen un contenido aproximado de 1 a 6 mg. de alquitrán, según pruebas mecánicas hechas por la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos (Federal Trade Commission), reciben generalmente el nom-bre de ultra-light (ultra ligeros). A los cigarrillos con un contenido aproximado de 6 a 15 mg. de alquitrán se les llama Light (ligeros) y las marcas que tienen contenidos de alquitrán superiores a los 15 mg. se les conoce como regular (normal) o full flavor (sabor pleno).
El contenido máximo de alquitrán por cigarrillo permitido por la Unión Europea en el año 1992 era de 15 mg., en 1997 se redujo a 12 mg. y en el 2004 descendió a 10 mg.
Un cigarrillo aporta un promedio de aproximadamente entre 7 y 15 mg. de alquitrán al organismo, dependiendo del tipo de procesado que tenga, pues hay cigarrillos con valores inferiores a 7 mg. y otros superiores a 15 mg. Sin embargo, en las zonas céntricas de las grandes ciudades las personas inhalan dosis superiores de al-quitrán, el cual se halla presente en el medio ambiente procediendo fundamentalmente de los caños de esca-pe de los vehículos automotores.
El cuerpo elimina el alquitrán gracias a la acción de limpieza realizada por unas células del sistema inmunitario llamadas macrófagos. Esas células tienen la propiedad de aislar, destruir e ingerir sustancias ajenas al orga-nismo. En el caso del alquitrán, el organismo finalmente lo elimina mediante la orina y en la expiración de aire durante la actividad física. En niveles elevados de alquitrán su excreción se completa desde unas 24 a 48 horas.
El monóxido de carbono es un gas tóxico que se forma naturalmente en cuaquier proceso de combus-tión de materiales que contienen carbono. Constituye del 1 al 5% del humo del tabaco.
Habitualmente al respirar inhalamos diversos gases (nitrógeno, oxígeno y vapor de agua), entre los cuales también se cuentan porcentajes reducidos de gases contaminantes como el monóxido de carbono. Al fumar un cigarrillo la persona inhala aproximadamente el doble del monóxido de carbono presente en el aire no con-taminado y libre de smog. Pero el aire que habitualmente se respira en las ciudades y en los hogares no es incontaminado, sino que suele tener niveles altos de monóxido de carbono, incluso en mucho superiores al humo del cigarrillo. La emisión total de monóxido de carbono en las grandes ciudades supera a la de otros contaminantes gaseosos juntos y su tiempo de permanencia en la atmósfera se estima entre 2 y 4 meses.
La exposición a concentraciones de entre 50 y 250 mg/m3 de monóxido de carbono durante más de 2 a 4 horas afecta la capacidad de raciocinio de una persona y causa incremento del pulso. Podría decirse que en las calles angostas entre edificios altos y durante las horas con mayor tránsito en un centro urbano, los transeúntes pueden sufrir jaquecas, fatiga y también pueden llegar a presentar náuseas y cambios bruscos de carácter.
El cuerpo de un fumador necesita casi unas 8 horas para bajar el nivel de monóxido de carbono en sangre a niveles normales. Este gas produce en ei organismo un desplazamiento del oxígeno de los glóbulos rojos (car-boxihemoglobina), lo cual reduce la cantidad de hemoglobina disponible para transportar oxígeno al resto del organismo. El resultado es el espesamiento de la sangre, obligando al corazón a bombear con mayor fuerza para proveer al organismo de oxígeno suficiente. Además, el monóxido de carbono eleva el colesterol, favo-reciendo la aparición de placas de grasa en las arterias. Sin embargo, se ha de señalar que el colesterol es un actor secundario del proceso, pues los verdaderos y principales protagonistas del deterioro de las arterias son los radicales libres. Estos minúsculos enemigos se liberan en el cuerpo, por ejemplo, al descomponerse productos petroquímicos presentes en medicinas, colorantes alimentarios artificiales, conservantes de carnes procesadas, grasas no saturadas, alcohol, agua clorada, el humo de los caños de escape de los vehículos automotores y de las chimeneas hogareñas y fabriles, y el humo del cigarrillo. También producen radicales libres el estrés, la falta de ejercicio físico, las bebidas con cafeína, los azúcares refinados y los dulces con-centrados.
3.3 Recomendaciones para fumadores
A) Ante este escenario, y sabiendo que el hábito de fumar conlleva algunos riesgos para la salud, una per-sona responsable que no desee privarse del gusto de fumar, pero que quiera hacerlo de modo sensato y prudente, debería cuidar cuanto menos algunas de las siguientes recomendaciones prácticas, entre las muchas que se podrían dar:
Si no se consiguen cigarrillos cuyo filtro venga diseñado con «chimeneas», conviene hacer entonces un pequeño orificio al cilindro de papel del cigarrillo inmediatamente antes del filtro. De este modo se ven-tila mejor el cilindro y se permite que el aire diluya una gran parte del humo, disminuyendo así el conte-nido de nicotina y alquitrán.
Fumar pausadamente, dejando descansar el cigarrillo en el cenicero, pues si se apuran las inhalaciones se intensifica la quema elevando así los niveles de concentración de las sustancias componentes del humo.
No fumar el cigarrillo hasta el filtro, pues en ese último tramo se aumenta la concentración de las sus-tancias componentes del humo. Precisamente, para evitar la inhalación de sustancias concentradas, hemos de señalar que tampoco se debe sostener el cigarrillo con los labios durante tiempos prolonga-dos, sino que se lo ha de tener en la mano o dejarlo descansar en un cenicero.
Enriquecer el organismo con dosis importantes de antioxidantes (vitaminas E y D, ácido fólico, etc.), pues combaten a los radicales libres, diluyen los elementos que obstruyen las arterias y evitan la generación de células anormales o cancerígenas.
Beber mucha agua y completar la alimentación ingiriendo mayor cantidad de lácteos y de vegetales, particularmente frutas.
Estos consejos no pretenden constituir algo así como un recetario para una forma «segura» de fumar, pero señalan opciones válidas para que quienes no quieran dejar de fumar puedan hacerlo con mayor templanza y evitando el enviciamiento. Por otra parte, estas recomendaciones dependerán también de la constitución concreta de cada organismo y de los peculiares gustos de la persona.
B) ¿Cuándo una persona debería dejar de fumar, para siempre o por un tiempo?Cuando su salud está realmente afectada, sea por el tabaco mismo o por cualquier otra cosa a la que el humo del tabaco agravaría.
Cuando la persona se da cuenta de su incapacidad para moderar razonablemente su afición al consumo de cigarrillos. Si fuma compulsivamente eso es signo claro de enviciamiento o adicción.
Cuando existan motivaciones interiores (religiosas, ascéticas o de cualquier otra índole) que le hagan preferible abstenerse de fumar.
Pues cuando lo desee. Sólo que debería hacerlo cuando ya sea mayor de edad, pues necesita tener la suficiente madurez como para poder moderarse convenientemente y mantener su conducta dentro de los límites de la honestidad y de la higiene. La persona que fuma debe ser lo suficientemente madura y respon-sable como para que pueda ser ella quien maneje al tabaco y no al revés. Los jóvenes, de suyo, están más inclinados a dejarse llevar por la sensualidad.
En tal sentido, más que restringir la libertad de los adultos en nombre de la salud pública, el Estado debería preocuparse por actuar de modo preventivo con el objeto de retrasar la edad de inicio en el consumo de tabaco. Al respecto, suele decirse que la política de aumento del precio del tabaco apunta precisamente a que los menores no puedan comprar cigarrillos, pues se supone que dispondrán para ello de menos dinero que los adultos. Pero esta es una medida ingenua. A lo sumo sólo consigue que los menores fumen tabaco de inferior calidad y, a su vez, perjudica injustamente a los adultos. Más bien debería controlarse más severa-mente la prohibición de expendio de tabaco a los menores de edad y debería enseñársele a los menores la no conveniencia de su ingreso prematuro al mundo del tabaco.
Para ello se necesita formación en virtudes humanas, antes y más que la imposición impersonal de soluciones de orden técnico-económico. Debería reforzarse la formación del actuar responsable y temperado, pero no parece ser ese el mensaje que los Medios de Comunicación Social destinan a los menores, sino más bien lo contrario. Basta observar algunos pocos programas televisivos destinados a los jóvenes para apreciar la pre-sencia de: exaltación del desenfreno, cauce libre a la sensualidad, desafío a las normas establecidas, minus-valoración de los vínculos y compromisos familiares, comportamiento espontáneo e irreflexivo, etc. ¿Acaso alguien puede creer que un aumento de precios logrará hacer efectivamente algo frente a todo esto? Los problemas humanos no se resuelven con técnicas de restricción de la libertad, sino formando a la persona para obrar libremente y con responsabilidad.
3.4 Las discusiones en torno a los fumadores pasivos.
En el año 1981, el investigador japonés Takeshi Hirayama publicó un estudio sobre el cáncer de pulmón reali-zado entre algo más de unas cuarenta esposas no-fumadoras de maridos fumadores, en Japón. Los resulta-dos de ese estudio marcaron el inicio de un amplio debate crítico sobre el supuesto riesgo que el humo de los cigarrillos representa para la salud de los así denominados fumadores pasivos [3].
El estudio de Hirayama fue muy comentado tanto en los medios de comunicación de todo el mundo como en las discusiones sobre evaluación de riesgos y procedimientos de regulación, incluso a nivel gubernamental. Posteriormente, el humo del cigarrillo quedó incuestionadamente catalogado como un factor de riesgo capaz de afectar negativamente a la salud de una amplia masa de la población, generosa y difusamente definida como «fumadores pasivos». En tal sentido, se extendió la idea según la cual las personas que fuman pueden ser las culpables de hacer padecer a quienes no fuman: cáncer de pulmón y enfermedades coronarias, entre otras tantas afecciones como ciertos tipos de neumonías, asma y bronquitis.
Sin embargo, más de 20 años después, en el año 2003, una reconocida y prestigiosa publicación médica británica -el afamado «British Medical Joumal»pulicó un estudio realizado por un grupo de científicos norteamericanos de Nueva York y California. Las investigaciones estuvieron dirigidas por el Dr. James Enstrom, investigador de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de California en los Ángeles, y por el Dr. Geoffrey Kabat, profesor de Medicina Preventiva en la Facultad de Medicina de New Rochelle en Nueva York.
Los resultados del estudio indicaron que los tan mentados efectos del tabaco en los denominados fumadores pasivos, podrían estar algo exagerados... James Enstrom, autor principal del estudio, aseguró:
«La asociación entre la exposición al humo del tabaco y las enfermedades cardiovasculares y el cáncer de pulmón podrían ser considerablemente más débiles de lo que se creía».
Enstrom explicó que se analizaron datos de un estudio de prevención del cáncer entre 118.094 adultos cali-fornianos, realizado entre los años 1959 y 1988. Se centraron en más de 35.500 personas que nunca habían fumado, pero que sí lo habían hecho otros miembros de su entorno familiar. Los científicos encontraron que la exposición al humo del tabaco no estaba asociada con las muertes por cáncer o problemas cardiovasculares.
La investigación puso en evidencia que la presunta afectación del humo ambiental en el organismo de los no fumadores ha sido mera especulación a partir de conclusiones apresuradas obtenidas de casos aislados, y no procedentes de estudios científicos basados en seguimientos estadísticos de largo plazo en muestras real-mente significativas.
La investigación de Enstrom no tardó en encender la polémica. Inmediatamente los detractores de la inves-tigación publicada por un medio tan prestigioso como el «British Medical Journal», hicieron notar que algunas empresas tabacaleras habían colaborado en la financiación de la investigación, y que ello reducía la credibi-lidad de los estudios realizados.
Ante esta acusación que pretendía poner en duda la honorabilidad y profesionalidad de los científicos involu-crados, el equipo aclaró que la subvención de la industria tabacalera era totalmente honesta y legítima, y que sólo fue aportada al final de la investigación.
En una entrevista periodística y cansado de tantos cuestionamientos, Enstrom señaló:
«Tal vez los sentimientos acerca de este tema son tan intensos que a nadie realmente le importa lo que muestran las evidencias».
El punto es que más allá de las especulaciones y deseos, hasta el momento no es tan sólida la evidencia sobre los efectos deletéreos del humo del cigarrillo en las personas no fumadoras. Uno de los marcadores biológicos más claros sobre la exposición al humo del cigarrillo es la constatación de metabolitos de la nico-tina en sangre, orina, saliva y otras secreciones. Pues bien, las conclusiones del Departamento de Epidemio-logía de la University of North Carolina, Chapell Hill, de 1992, y del American Public Health Association, a tra-vés del American Journal of Public Health, de 1990, permiten afirmar que la no comprobación de metabolitos tóxicos en concentraciones suficientes hace difícil establecer relaciones causales entre el tabaco y las enfermedades de los así denominados fumadores pasivos. Incluso la oficina de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Lyon, Francia, debilita la relación entre humo de cigarrillo y cáncer pulmonar.
Claramente lo explica en el reporte «Passive smoking does not cause cancer - official», Health Corres-pondent, 1998; International Agency for Research on Cancer in Lyon.
El profesor George Dawey Smith, de la Universidad de Bristol, en el Reino Unido, asegura que es muy dificil medir el real impacto del humo del tabaco en el medio ambiente. Por lo tanto, agrega, "hay un gran riesgo de errores en las investigaciones que se hacen al respecto y en las conclusiones que se sacan sobre los su-puestos riesgos a la salud de los denominados fumadores pasivos." En tal sentido, este tema seguirá siendo por mucho tiempo un asunto en disputa y controversia.
En Noviembre del año 2000, el Canadian Center for Occupational Health and Safety, declaró que todos los efectos negativos postulados hasta el momento como resultado de la exposición pasiva al humo del tabaco, no supera un riesgo relativo mayor a un índice de 1,4. El riesgo relativo muestra la mayor probabilidad que existe de contraer una enfermedad frente a un probable factor causal que la de no contraerla. Pero es con-veniente señalar que se considera que hay riesgo significativo recién cuando ese índice es superior a 3. Y se considera que el riesgo es neutro cuando el índice es de l. Cuando se dice que el riesgo es «neutro», eso significa que la probabilidad de enfermarse o no, es la misma. Luego, un índice apenas superior a 1 es, hasta el momento, un valor epidemiológicamente poco significativo.
3.5 Interacciones cotidianas entre fumadores y no-fumadores.
Más allá de las discusiones científicas en este campo, es también interesante observar lo que sucede al nivel de la vida cotidiana en las relaciones entre las personas que fuman y las que no fuman.
En términos generales y por razones que sería demasiado largo exponer aquí pues excederían las pretensiones de este escrito, podemos señalar que es posible observar en las personas cierta propensión a un trato inme-diatista. Con esto queremos decir que las personas no se reconocen mutuamente como sujetos de mayor plenitud simbólica. Ese tipo de trato reductivo se manifiesta en una cierta puja cotidiana que puede obser-varse desde el llano en las interacciones compulsivas entre las personas, particularmente en la vida urbana. Por momentos el trato es tan tenso que se producen lamentables conductas de compensación (para tratar de completar lo que falta en el vacío interior de la vida posmoderna) y de catarsis (para exteriorizar y des-cargar la presión interior) signadas por diversas formas de agresividad. Esas formas a veces suelen degenerar en expresiones violentas.
Algunos ámbitos de constatación de esas conductas defensivas frente a los fumadores pueden ser, entre los más habituales: la agresividad de distinto tipo e intensidad en los lugares de trabajo (a veces expresada me-diante chistes, murmuraciones y gestos), la intolerancia en la calle o en los espacios públicos (donde puede observarse la falta de las más elementales normas de cortesía para quienes desean fumar), el apasionamiento irracional y autoritario en las conversaciones ocasionales sobre el tabaco, etc.
Con frecuencia este tema suele plantearse en los términos de un reñido debate que acaba colocando a fuma-dores y no-fumadores en un plano de víctimas y victimarios respectivamente.
Por otra parte, el debate se aviva al calor de una verdadera proliferación de campañas publicitarias y de ac-ciones gubernamentales que se realizan bajo la consigna de defender al «fumador pasivo». Esto significa que tales acciones no se realizan para prevenir sobre los posibles riesgos del hábito de fumar, sino directamente para coaccionar a los mismos fumadores.
Se aumentan los impuestos al tabaco para dificultar su compra, se prohíbe fumar en casi todas partes (inclu-so violando el derecho de propiedad) y todo con la excusa de protegemos de riesgos remotos a la salud, supuestamente causados por el humo de terceros. Amparado en el dictamen médico, el Estado restringe el margen de libertad de las personas que fuman casi como si enfrentase una situación de epidemia. Luego, en la convivencia urbana y en nombre de la salud, se observan a diario verdaderas situaciones en las que los no-fumadores se sienten con derecho a agredir y maltratar a las personas que fuman, pues en su imaginación las registran como a agentes contaminantes. Sucede entonces que las personas que no fuman sienten que quienes fuman las agreden con su conducta y, en consecuencia, se colocan a la defensiva.
Por otra parte, cuando invocando el nombre de la ciencia se afirma unívocamente que quien fuma es un adic-to, queda en entredicho su libertad personal. Luego, en nombre de la misma libertad se lo compele a que deje de fumar [4].
Todo parece entonces justificado, porque se dice que estadísticamente se ha medido que el tabaco es la principal causa del cáncer de pulmón, y luego la consecuencia es tan simple como clara: el tabaco mata.
s extraño, pero otra vez como antaño el tabaco vuelve a ser «demonizado» y los fumadores vuelven a ser tratados como «bárbaros». Llama la atención que un mundo supuestamente tan evolucionado y tan amplio de criterio en tantos temas complejos y controvertidos, haya involucionado hacia una especie de neoinquisición médica. Y también llama la atención que en un mundo tan estadísticamente mensurado se trate a los fuma-dores con tanta desmesura. Si de lo que se trata es de prestar atención a las estadísticas, deberían enton-ces montarse campañas publicitarias con carteles que dijeran algo así como: en las playas, tomar sol mata; en las autopistas, conducir coches o motos mata; en las estaciones de servicio, el monóxido de carbono mata; en los bares, beber alcohol mata; en los supermercados, los colorantes y los conservantes matan; en los fast food, la comida chatarra mata; en los restaurantes, la obesidad mata; en las empresas telefónicas, el celular mata y sus antenas también...
Todavía mejor, para ser completamente consecuentes, habría que prohibir todas esas insanas costumbres. Finalmente, puestos a hacer campañas publicitarias contra todo lo que atenta remotamente a la salud de la población, sería de esperar que se haga también campaña contra algunos programas de televisión que aten-tan gravemente contra la salud intelectual. ¿Acaso no es mucho peor contaminarse la cabeza que los pulmo-nes? No se tome tan a la ligera esto que decimos. Con estas ironías no pretendemos banalizar las cosas, sino tan sólo señalar incoherencias y prevenir. Nótese que ya han comenzado a transitar por los Tribunales las demandas contra las hamburguesas y las papas fritas.
La forma en la que están diseñados los enunciados que el discurso oficial utiliza para atender al fenómeno del tabaquismo, y las normas que al respecto sanciona, alientan en la vida cotidiana un tipo de trato desdeñoso hacia las personas que gustan fumar. En los no fumadores ese trato hacia quienes fuman suele acusar un marcado rasgo de intolerancia muy poco democrático, por cierto.
No puede dejar de observarse en la conducta de muchas personas no fumadoras una notoria ausencia de la virtud de la templanza:
a) Por defecto: intemperancia. Cuando desbordan los límites de la razón y su oposición al tabaco es más emocional que sensata, a la vez que no advierten el inmoderado apego que tienen a su pretendido bienestar físico y a la estética corporal.
b) Por exceso: rigorismo. Cuando, sobrevaluando el bienestar físico, se someten a duras disciplinas corporales y se oponen rígidamente incluso al uso moderado del tabaco o de otras sustancias no nar-cóticas que se consumen por mero gusto.
Al parecer, el mero cuidado remoto de la salud se constituye en razón suficiente para excusarse de guardar la debida cortesía en la proximidad del trato cotidiano con las personas fumadoras.
Es verdad que las personas a quienes les incomoda el olor a tabaco o que padecen alguna enfermedad sen-sible al humo del tabaco, tienen derecho a solicitar que no se fume en su presencia, y todo fumador debe saber respetar eso. Esto no es nuevo.
Un viejo libro de Urbanidades publicado en el siglo XIX señalaba que los fumadores deben tener la elegancia de abstenerse de fumar en lugares cerrados o sin ventilación, cuando estén en esos recintos con personas que no fuman y a quienes les incomoda el olor a tabaco. Y también señala el texto que no se debe encender tabaco negro sin pedir permiso a los demás.
Todo fumador bien nacido es lo suficientemente educado y sensato como para no fumar en esas circunstan-cias. Bastaría la cortesía para evitar problemas en relación al tabaco, sin necesidad de coaccionar y entorpe-cer sistemáticamente y en todas partes a las personas que gustan fumar.
Lo que sucede es que el discurso oficial dice simplemente que el tabaco mata. Entonces, quien enciende un cigarrillo es casi un suicida y los que están cerca de él se estarían encontrando expuestos a riesgos de afec-ción a la salud tan terribles como las emanaciones de radiación en Chemobil. Es notorio el nivel de suscepti-bilidad de algunas personas en este punto.
Si el tabaco matara así como algunos imaginan, entonces el fumar y el vender tabaco serían un delito. Pero en realidad el humo de los cigarrillos es un factor de riesgo remoto para la salud.Ahora bien, desde un punto de vista moral, debemos evitar la proximidad de los causales de un daño cierto, pero no estamos moralmente obligados a evitar riesgos remotos. De ser así, en las condiciones actuales de nuestras ciudades no se podría ni salir a la calle sin casco y barbijo.
Sin embargo, se dirá tal vez que, aunque remoto en el tiempo, hay certeza actual del daño futuro que causa-rá al organismo el humo del tabaco. Se dirá también que esa certeza la hay ya en un nivel tal que bien puede equipararse a una proximidad. Pues bien:
a) A pesar del grado de certeza actual que se tenga, el carácter remoto del daño persiste. En efecto, el daño no se sigue inmediatamente del acto mismo de fumar, sino más bien como consecuencia de una sumatoria de conductas del fumador. En tal sentido, el fumar es un factor de riesgo altamente contri-buyente mas no directamente causal. En consecuencia: fumar no es un acto inmoral si se lo hace con prudencia y templanza.
b) La misma ciencia que nos advierte del riesgo para la salud que el fumar representa, nos informa también de los medios existentes para aminorar o evitar los principales riesgos de ese hábito.
c) La tecnología va desarrollando dispositivos y sustancias que sirven para reducir los riesgos propios del consumo de tabaco. A medida que los avances tecnológicos se aproximan, los riesgos se alejan...
d) Comparativamente con otros factores de riesgo presentes en el entramado de la vida contemporá-nea, el consumo de tabaco resulta mucho menos significativo para la salud de la población. Otros son, entonces, los factores de riesgo más próximos que afectan considerablemente a la salud de fumadores y no-fumadores. Por ejemplo: frecuentemente se habla de las decenas de miles de muertes anuales por afecciones respiratorias supuestamente producidas de modo directo por el humo del tabaco; sin embar-go, no se dice que en realidad sucede que los fumadores suelen ser más afectados por la polución at-mosférica, pues son menos capaces de soportar los efecto dañinos de los factores ambientales, espe-cialmente en las concentraciones urbanas. El aire de las ciudades, entonces, es más peligroso que el humo del cigarrillo.
Además, habría que poner las cosas en su punto, pues la persona que fuma consume un producto legal, que compra legítimamente en establecimientos legales. El gobierno autoriza la producción, elaboración, distribu-ción y venta legal de tabaco en su territorio. Además, el gobierno obtiene ingresos genuinos a sus arcas públicas provenientes de los impuestos al tabaco. Ahora bien, si el gobierno no prohíbe de plano el consumo tabaco, pero a su vez asegura que el tabaco mata a la gente; pues entonces, en estricta lógica, habría que deducir que es cuanto menos cómplice de las muertes que dice que el tabaco produce.
Los gobiernos a lo más se dedican a subir el precio del tabaco, pensando que así lograrán desalentar el hábito de fumar. Pero lo que en realidad ocurre es que de este modo sólo los ricos podrán fumar tabacos decentes, conduciendo a los fumadores pobres hacia el mercado negro del tabaco de contrabando y de baja calidad. ¿No debería el Estado ocuparse en velar por la calidad de todos los productos que la población con-sume legalmente? ¿No debería garantizar el Estado que todos los ciudadanos puedan consumir productos de calidad? ¿No es eso lo que hace con las bebidas, las carnes y otros alimentos, aun cuando los científicos también dicen que muchos de esos productos pueden conllevar riesgos para la salud? Cuanto menos las Aso-ciaciones de consumidores deberían denunciar los injustificados aumentos de precio del tabaco.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría decir que comer y beber es perjudicial para la salud, sino que hay que comer y beber con moderación. Entonces: ¿no será mejor hacer campañas publicitarias pidiendo modera-ción a los fumadores en lugar de prohibírselos?
Es claro que se trata de ir progresivamente dando cada vez una vuelta más a la tuerca de la política destina-da a erradicar por la fuerza el consumo de tabaco. El fenómeno del tabaquismo, con su pulseada entre fuma-dores y fumadores pasivos, muestra la emergencia de un nuevo rostro de! Estado: el Estado Terapéutico.
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