Algunos de los médicos que recetan homeopatía creen realmente en ella, como también los hay que creen en la eficacia de los viajes a Lourdes o los lacitos rojos para evitar el mal de ojo. Pero muchos, quizá la mayoría de ellos, lo hacen por un motivo más práctico: saben que su paciente no tiene nada, que no le deben recetar nada, pero que tampoco se va a ir tranquilo si no le recetan nada. Así que hacen exactamente eso: le recetan nada, que puede adquirir en la farmacia a un nada módico pre-cio y que, aunque no le va a hacer ningún efecto positivo, tampoco (piensan) les hará nada malo. En lo cual se equi-vocan: aunque el paciente no acabe siendo una de las víctimas de los tratamientos ilusorios, las falsas creen-cias no dejan de tener un lado oscuro, y en cualquier caso recetar un placebo a sabiendas no deja de ser engañar al paciente.
Mucho mejor sería que recetasen la lectura de un libro. Medicina sin engaños, de JM Mulet. A sus pacientes, a ellos mismos y a los farmacéuticos.
Aunque reconozco que, cuando terminé de leer el libro, lo primero que se me vino a la cabeza no fue que me había gustado (mucho) o que me había parecido corto (tam-bién). No, lo primero que pensé es “¿y ahora qué hago yo?“.
Tras una introducción autobiográfica, Mulet explica qué es la medicina, cómo progresa y cuáles son los mecanismos que día a día van consiguiendo que contemos con trata-mientos médicos más eficaces y seguros. Unos mecanis-mos que son imperfectos y que aún están expuestos a que los laboratorios farmacéuticos intenten burlarlos, que aparezcan efectos adversos imprevistos o que se abando-ne la investigación sobre tratamientos para enfermedades raras y, por eso mismo, poco rentables. Pero que han tenido un éxito indudable: vivimos mucho más y mucho mejor que nuestros antepasados.
Algo que, paradójicamente, contribuye al éxito de la pseudomedicina, a la que Mulet dedica la segunda parte del libro. Como dice el autor, nosotros pertenecemos a una generación en la que la mortalidad infantil o la debida a enferme-dades infeccionas o intoxicaciones alimentarias está bajo mínimos (…). El hecho de que asumamos como normales fenómenos muy recientes como que la gente se muera de vieja, que las mujeres no fallezcan al dar a luz o que casi todos los bebés sobrevivan, hace que le restemos importancia a adelantos como las vacunas, los antibióticos, la clo-ración de aguas o los conservantes alimentarios.
Por supuesto, este no es el único factor que explica que, aun estando rodeados de pruebas del bienestar que nos ha proporcionado la ciencia, muchas personas sigan aferradas a creencias mágicas. En los capítulos de esta sección Mulet va desentrañando muchos de ellos, algunos tan paradójicos como el rechazo a los negocios de las multinacio-nales farmacéuticas, cuya consecuencia suele ser ponerse en manos de otros negocios, desde el modesto del “natu-rópata” de la esquina hasta los de las grandes multinacionales homeopáticas. O la melancolía hacia un estilo de vida “natural” propio de un escenario de opereta. O, en fin, algo tan tonto como la moda de cada momento o el ejemplo de la tontería en la que ha picado el famoso de turno.
Pero lo que casi me llevó a la desesperación fue la tercera parte, un variado catálogo depseudomedicinas y engaños varios. Desde la autoayuda hasta los movimientos antivacunas, desde las medicinas orientales y otros cuentos chinos a la homeopatía (y otros cuentos occidentales), Mulet se dedica, con toda precisión y contundencia, a desmontar los timos pseudoterapéuticos más de moda.
En definitiva, Medicina sin engaños es un libro tan completo que, como decía, resulta perfecto para sacar a esos médicos de su error, espabilar a sus pacientes y remover un poco la conciencia de los farmacéuticos reconvertidos en mercaderes de placebos. Pero que a los demás nos deja con ese “¿y ahora qué hago yo?“: la sensación de que Mulet no ha dejado nada para los demás.
O quizá sí. Es cierto que el libro desmonta muchas de estas patrañas, y encima concluye con un utilísimo decálogo para detectar y evitar las pseudomedicinas. Pero, bueno, la imaginación apenas tiene límites, y en el mercado hay cientos y cientos de bobadas con supuesta finalidad terapéutica, así que tenemos garantizada la sorpresa, el asombro y la indignación. Y si aun así queremos más, siempre podemos inventarlas, que seguro que cuelan. Mucho me temo que Mulet y los demás críticos con el pensamiento pseudocientífico vamos a seguir teniendo trabajo para rato…
Pero en mi caso hay algo más. Una de las ventajas de ser amigo de un escritor y haber tenido el privilegio de echar un vistazo a alguno de los capítulos de su obra antes de su publicación es que te permite conocer qué contenidos se quedaron fuera de la edición final por falta de espacio. En el caso de Medicina sin engaños, al final no apareció una pequeña historia a la que le tengo especial cariño. Yo jugué un modesto papel en ella, pero los protagonistas princi-pales fueron dos, que ya han pasado por aquí. Uno de ellos para bien: Jesús Fernández, el farmacéutico que plantó cara a la venta de homeopatía, quien por cierto acaba de ser galardonado con el premio Mario Bohoslavsky que otor-ga ARP-SAPC. Y el otro… bueno, el otro ha pasado por aquí más bien por todo lo contrario: se trata nada menos que del Colegio de Farmacéuticos de Madrid. Mañana se la cuento; entre tanto lean Medicina sin engaños, que merece mucho la pena.
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