Por Daniel Mediavilla -PERÚ-*.- Presidente de PeruBiotec trabajó en el primer centro de supercompu-tación de Perú, en la Junta de Control de Energía Atómica o en grandes corporaciones de semillas como Northrup, King & Co. Ha impulsado proyectos para mantener la diversidad genética de cultivos como el maíz y es defensor de los transgénicos para mejorar la agricultura.
Alexander Grobman nació en 1927 en Lipcani, un pueblo que ahora se encuentra en Moldavia, y solo tres años después emigró junto con sus padres a Perú. Tiene 86 años, pero su edad se olvida cuando se le escucha hablar sobre nuevos proyectos como si fuese un joven emprendedor por debajo de los 30. La última aventura del presidente de PeruBiotech consiste en sacar combustible del sorgo dulce, una planta que, gracias a la manipulación genética, puede crecer en zonas desérticas, regada mediante goteo y sin necesidad de un suelo rico en nutrientes.
Cuando se detiene para charlar con Materia, en Bogotá, durante la celebración de Biolatam, acaba de tener una reunión con la empresa española de renovables Abengoa con el objetivo de buscar modos de cooperación para hacer realidad su idea. En este encuentro de empresas tecnológicas organizado por la Asociación Española de Bioempresas (Asebio) que ha reunido a emprendedores e inversores de la bio-tecnología de 30 países, Grobman parece uno más de los jóvenes apasionados por desarrollar proyectos que a veces parecen inverosímiles.
Sin embargo, se puede decir que ya lo ha hecho todo. Ha realizado investigaciones arqueológicas que muestran que el gusano de la mazorca, una plaga que afecta a los agricultores del maíz de toda Latino-américa, ya estaba presente en los cultivos hace más de 5.000 años, y ha colaborado en proyectos para acabar con esa peste “sin tener que esperara a que la evolución haga su trabajo y cree maíz resistente dentro de otros 5.000 años”. Puso en marcha un proyecto para recoger toda la diversidad del maíz de los países andinos y ha colaborado en proyectos para aplicar esa riqueza genética a las variedades que hoy se cultivan para mejorar las cosechas.
Pero los intereses del científico peruano no se circunscriben a la mejo-ra genómica de la agricultura. A finales de los sesenta, formó parte del equipo que planeó el primer centro de supercomputación de Perú con un ordenador 1620 de IBM en la Universidad Nacional Agraria. También ha trabajado con el Banco Mundial para tratar de organizar el sistema agrario de muchos países del mundo, entre ellos la Rusia de los años posteriores a la caída del comunismo. De esa época recuerda una ofi-cina presidida por un cuadro de Lenin que aún no había sido purgado. Años antes, cuando la Unión Soviética aún se encontraba en pié, había viajado al país para mostrarles las posibilidades de la energía nuclear aplicada a la agricultura. “He sido miembro del plan nacional de la energía nuclear, porque en Perú somos un pequeño Irán”, bromea. “Hemos aplicado a la agricultura esta energía, por ejemplo, con mar-cadores radiactivos para trazar la absorción de fertilizantes”, explica.
En otra muestra de la amplitud de los intereses de Grobman, en los años 50 trabajó para la empresa Maltería Lima S.A. y modeló la base genética de las cervezas que se toman hoy en Perú y en muchos países de Latinoamérica, logrando productos que tuviesen un tono “claro como las cervezas de EEUU y con el cuerpo de algunas euro-peas”.
Para completar su aportación al terreno de las “malas costumbres”, fue gerente de la Asociación Taba-calera de Investigación Científica y Tecnológica. Durante muchos años ha trabajado para Northrup, King & Co, la mayor multinacional de las semillas en su tiempo y defiende el uso de los transgénicos y a las empresas que los comercializan sin ningún tipo de complejo.
Usted opina que hay movimientos que están poniendo trabas al progreso de la biotecnología y que eso tendrá consecuencias muy negativas, en particular para países como los latinoameri-canos. ¿Cree que estos movimientos tendrán éxito en la ralentización del trabajo científico y tecnológico aplicado a la agricultura?
Hay gente que todavía piensa que la biotecnología moderna es agresiva y va a hacerle daño a la gente y que no ha sido bien analizada en cuanto a sus consecuencias futuras. Las regulaciones son necesa-rias, y soy muy consciente de este tema porque también he trabajado en ese ámbito, y hay que anali-zar los datos de seguridad y ver que son fiables. Pero también tenemos que tomar decisiones para resolver urgencias de cada país y estas nuevas tecnologías tienen posibilidades muy importantes. Hay un margen de riesgo que tenemos que asumir con cada tecnología que utilizamos. Si nos subimos a un avión o utilizamos electricidad, asumimos riesgos. La sociedad tiene que aceptar un nivel de riesgo de-terminado de acuerdo a un beneficio. Ninguna tecnología tiene riesgo cero. Y tampoco podemos espe-rar a ver cuál es el posible riesgo a 100 años, porque en ese caso, todas las tecnologías se pueden considerar arriesgadas. Nadie sabe qué va a pasar de aquí a un siglo con la telefonía inalámbrica, pero sí sabemos cuáles son los beneficios.
Perú tiene una moratoria de diez años que impide plantar transgénicos. ¿Cuáles son los beneficios que no está obteniendo el país como consecuencia de esa norma?
Tenemos una población que crece y esperamos que ese crecimiento llegue al 45% en 2050. Pero al mismo tiempo, hay una reducción muy acelerada de la pobreza, que ha bajado un 35% desde hace 15 años. Eso ha inducido un mayor consumo, en particular de alimentos proteicos, que en este caso son mayoritariamente huevos y pollo. El consumo de estos dos alimentos ha crecido un 11% anual aproxi-madamente, y la población crece hasta el 2% anual. Para alimentar a los pollos necesitas maíz. Nues-tro costo de importación por el déficit que tenemos de maíz y la dependencia estratégica está aumen-tando.
Por eso, hay una asociación de agricultores que pide enérgicamente que les dejen utilizar maíz trans-génico, porque les va a bajar el costo de producción porque ya no necesitarán aplicar insecticidas. Creo que es necesario, pero se ha aprobado una moratoria porque el presidente de la República lo anunció en su campaña presidencial sin saber lo que estaba diciendo, y ha tenido que cumplirlo, pero por lo menos han aceptado que sigamos con la investigación.
Pero también hay gente que dice que la implantación de los transgénicos solo beneficia a las grandes empresas que los producen, y no a lo agricultores o a los ciudadanos.
Eduardo Trigo ha escrito sobre los beneficios que trajo la soja en Argentina desde 1996. Hay un agre-gado de 20.000 de dólares de valor adicional, de los cuales unos 15.000 millones fueron a los agricul-tores y unos 1.800 a Monsanto, que era quien tenía la tecnología en ese momento. Lo que sacó el generador de la tecnología es una fracción pequeña, y también se lo merece. Yo no entiendo la demo-nización de Monsanto. Ellos tienen muchos accionistas que tienen derecho a un ingreso, como lo tienen otras compañías.
La mejora genética de los cultivos también ha hecho pierdan diversidad. ¿Qué riesgos puede tener?
En todos los países, mediante un sistema de genética convencional, se han ido cambiando las varieda-des. En Europa ya no encuentras nada de los trigos antiguos del siglo XIX, todo son variedades mejo-radas. Se ha perdido la diversidad, pero se ha beneficiado la gente con un mayor rendimiento.
Cuando empecé a trabajar en el mejoramiento de maíz, sabíamos que esos primeros híbridos iban a desplazar a su llegada a las variedades tradicionales. Para no con-servar la diversidad, antes de que lanzáramos los híbri-dos al mercado hicimos una recolecta de todas las va-riedades de maíz de Perú. Formamos un banco de ger-moplasma, guardamos las semillas y las evaluamos, y ahí tenemos 3.500 colecciones que se han ido reno-vando para mantener su utilidad. También, en 2001, se firmó un tratado de recursos fitogenéticos, que yo ayudé a impulsar, para mantener la diversidad genética de los cultivos con interés para el uso humano y poner-la al servicio de científicos y agricultores, y ya lo han suscrito más de 40 países.
Y yo también propuse a la FAO (organización de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura) la creación de un centro andino de recursos fitogenéticos, en el que el Gobierno peruano aportará una inversión para ponerlo en marcha y el resto de países de la zona aportarán sus semillas. Este banco de genes no solo va a servir para estar ahí guardado. Vamos a estudiarlos para utilizar lo que aprendamos para mejorar las especies útiles para la agricultura.
¿Cree que los países europeos, con sus políticas antitransgénicos, están perjudicando el desarrollo en países donde por aspectos como el incremento de la población necesitan más las mejoras de producción que puede proporcionar esa tecnología?
Los agricultores europeos se han visto privados de esta tecnología por cuestión de política, por la fuer-za de los partidos verdes en muchos países. En Europa, los agricultores son más ineficientes y la UE equilibra estas ineficiencias con los subsidios, que equivalen al 50% de su presupuesto total. Si en Europa permitieran que entren los transgénicos, podrían bajar bastante esos subsidios, pero también afectaría al consumo de pesticidas, que bajaría, y hay gente de la industria química que tiene intereses. Es complejo.
Muchas ONG, y en algunos casos ciertos Gobiernos de Europa, tratan de llevar la batalla al otro lado del charco, para que también haya un bloqueo a los transgénicos y eso les dé a ellos un estímulo moral. Y en parte lo están consiguiendo. Se está moviendo mucho dinero. En Perú tenemos una plataforma de no a los transgénicos de quince ONG, que tienen gente pagada a tiempo completo: Greenpeace, Third World Network, Oxfam…
Pero es que además hay ciertos grupos empresariales que patrocinan los cultivos orgánicos. En Europa algunos grandes productores, como Carrefour, alientan el consumo orgánico y están fomentando el consumo de unos alimentos que al final van más dirigidos a las clases adineradas. Yo no tengo ningún conflicto con eso. Si quieres comprar un orgánico y pagar dos o tres veces más, ese es tu problema, pero mi problema está en que me hagan una campaña contra nosotros, diciendo que somos malos.
El problema es que muchas de estas organizaciones que son fuertes y no solo en Europa sino en EEUU, ya no representan a los pequeños agricultores sino a comerciantes, importadores… Mira por ejemplo el negocio del café. En Perú, un tercio del café que estamos exportando, de alta calidad, es orgánico. Yo tengo una preocupación, porque si alentamos el café orgánico, el productor, que no puede fertilizar ni utilizar insecticidas ni fungicidas para combatir las plagas, tiene rendimientos bajos, casi cuatro veces menos que los que hacen uso de la tecnología.
El problema es que si les pagaran ese diferencial en proporción al agricultor por el precio que se paga al final, estaría bien. Pero eso no se lo lleva el agricultor, sino el comerciante o el exportador. Ese dinero al final se queda en Europa y se crea un colonialismo nuevo. Este año, la roya del café [un hongo] ha afectado a 138.000 hectáreas en Perú, que se podría haber evitado si se hubiesen utilizado protectores químicos. Esa gente se va a quedar sin ingresos por haber producido café orgánico.
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