«Todos los riesgos achacados a los transgénicos existen desde que la agricultura es agricultura, hace unos 10.000 años», advierte la científica
Pilar Carbonero es una pionera. Lleva entre plantas transgénicos más de veinte años. Defensora de la manipulación genética para mejorar el rendimiento de los cultivos, reducir sus necesidades de agua, hacerlos más nutritivos y explotar todas las posibilidades de las plantas, esta ingeniera agrónoma y bioquímica ha visitado Bilbao para hablar de 'Genética y agricultura contemporánea', dentro del ciclo Bidebarrrieta Científica.
Llegué a ellas desde la bioquímica y la genética de plantas. Estudié Agronomía por influencia de mis padres, que eran veterinarios, y porque me interesaban más las plantas que los animales. Pensaba que acabaría dirigiendo una finca rústica, pero tuve dos catedráticos -uno de Genética y otro de Microbio-ogía- que me fascinaron y decidí dedicarme a la genética de plantas.
Genética se ha hecho siempre para obtener nuevas variedades de plantas con mejores rendimientos y calidades nutritivas. Al principio, sin conocer las bases de la genética, pero en el siglo XX éstas ya eran la clave de todas las mejoras.
Yo empecé trabajando con el trigo para que fuera más resistente a las enfermedades, al ataque de in-sectos... Lo hacía por cruce y selección, con lo que introducir el gen que queríamos era mucho más lento.
Sí. La revolución llega cuando se sabe que el material genético es el ADN, que hay instrumentos para cortarlo, y que ese ADN puede llevarse a otro sitio. Eso ocurre en los años 70. Entonces, se empieza a hacer ingeniería genética en bacterias y, diez años después, en plantas.
El hambre en el mundo
El trigo es la primera cosecha mundial, seguida muy de cerca del arroz, y el cereal de Europa. Por eso, me interesaba muchísimo. Cualquier cosa que hagas en una cosecha tan importante a escala mundial, puede llevar a que disminuya el hambre en grandes poblaciones que dependen sólo de ese cereal.
Cuando estaba en la Escuela de Ingenieros Agrónomos, Norman Borlaug, a quien después dieron el Nobel de la Paz, hizo algo sensacional por lo que se le considera el artífice de la 'revolución verde'. Se fijó en una variedad enana de trigo de Japón y creyó que sería bueno acortar la talla de los cereales. Para ello, cruzó esa variedad con las normales y consiguió trigo semienano en el que la proporción de espiga respecto al peso total de la planta era menor que en el normal.
Sí. La planta destinaba una mayor proporción de los nutrientes a engordar la semilla porque no tenía que crecer a lo alto. Borlaug triplicó y cuadruplicó los rendimientos del trigo. Gracias a eso y a variantes que no fueran dependientes de la duración del día o de la noche, consiguió que casi las mismas varieda-des de trigo se cultivaran a nivel del mar y a mil metros de altitud, en Asia y en Latinoamérica... Sacó a mucha gente de la pobreza.
En 1960, había en el mundo 3.000 millones de personas y 1.000 millones de hambrientos. Un tercio de la población pasaba hambre, subsistía con menos de un dólar al día. Gracias a los trigos de Norman Borlaug y al traslado de esa idea al arroz y al maíz, se logró que en 2000, con 6.000 millones de perso-nas, el número total de hambrientos fuera de 800 millones. Eso significa que en cuarenta años se pasó de un 33% de gente que pasaba hambre al 13%. Sin embargo, los beneficios de la 'revolución verde' van a ser insuficientes para bajar a la mitad el número de hambrientos cuando seamos 8.000 millones, hacia 2025.
Existen problemas políticos, pero la tecnología tiene mucho que decir. No vamos a solucionar un proble-ma del futuro con tecnologías del pasado. Creer que se puede alimentar a 8.000 millones de personas con agricultura orgánica es una ingenuidad. Hay que usar toda la mejora clásica y la ingeniería genética.
Depende de los genes que introduzcas. La insulina que se inyectan los diabéticos es un producto de la ingeniería genética en bacterias, la misma tecnología de los transgénicos. La vacuna que se pone a los niños a los tres meses contra la hepatitis también está hecha así, como la hormona de crecimiento. Estamos acostumbrados a ver esa tecnología como algo normal en la industria farmacéutica y, de repente, cuando hablamos de plantas transgénicas, en Europa se da una oposición que no existe en otras partes el mundo.
Transgénicos en Europa
El poco maíz transgénico que se produce en España se cultiva entre Cataluña y Aragón, donde esta planta sufre los ataques del taladro, que es muy difícil de erradicar. Allí, los agricultores están encantados con los transgénicos porque es la única vía para que no vayan al paro.
Manifestaciones se pueden organizar fácilmente y por muchas cuestiones. Lo que yo puedo decir es que se han pronunciado a favor de esta tecnología el 90% de los científicos, academias nacionales de ciencias como las de Estados Unidos, Reino Unido e India, entidades como la Organización Europea de Biología Molecular... La situación de aquí me entristece porque Europa tuvo un papel importantísimo en el de-sarrollo de la tecnología de las plantas transgénicas. No sé lo que nos pasa que somos siempre incapaces de explotar nuestros inventos. Ahora mismo, países como India y China están apostando fuertemente por los transgénicos. Si seguimos diciendo 'no', dentro de nada nuestras camisetas estarán hechas con algodón transgénico de otros países.
No lo sé. Lo cierto es que en Europa el alimento no es una preocupación. Nos sobran calorías a casi todos. Nuestra preocupación es que comemos demasiado y demasiado bien, y estamos un poco dema-siado gordos. Entonces, decimos: « ¿Que no nos toquen el alimento, que yo quiero seguir comiendo la manzana de mi abuela! ».
¡No los necesitamos ahora, ojo, no los necesitamos ahora! Aquí hay también un problema social a medio y largo plazo que no se está abordando con la debida seriedad y del que creo que tienen parte de culpa los políticos: se están abandonando tierras. A lo mejor ya no interesan los cultivos tradicionales, pero hay que buscar alternativas. Las plantas transgénicas pueden utilizarse para obtener productos farma-cológicos, para conseguir plásticos biodegradables, para extraer sustancias tóxicas de los suelos...
¡Eso está ya! El arroz dorado fue un invento de Ingo Potrykus y sus colaboradores, en Suiza. Las primeras semillas enriquecidas en beta caroteno, la sustancia que necesita el cuerpo para producir vitamina A, están ya en Filipinas para que los agricultores del Sudeste asiático incorporen a sus granos ese beta caroteno que puede salvar de la ceguera, e incluso de la muerte, a muchos millones de niños que sólo comen arroz hervido.
Se impidió un par de veces que las semillas salieran de Suiza hacia Filipinas para que allí, por cruce y selección clásicas, sean incorporadas sus características a las variedades del Sudeste asiático. Fue un despropósito. Otra cosa que no tiene sentido es que en Europa pongamos tantas dificultades a los transgénicos cuando, por las leyes de libre comercio, no podemos impedir su comercio e importamos soja transgénica para piensos.
Ya hoy en día, sin necesidad de transgénicos, el mercado de las semillas está en manos de muy pocas grandes empresas.
El hombre ha estado manipulando genes desde que se hizo agricultor. Todos esos riesgos achacados a los transgénicos existen desde que la agricultura es agricultura, hace unos 10.000 años. Cuando rotu-ramos un campo virgen y plantamos maíz, disminuimos la diversidad en esa zona. ¿Que algo de polen de maíz vaya a la parcela de al lado? Pues, es posible que haya cruces si están todos plantados al mismo tiempo, si tienen la floración a la vez... En el caso de los transgénicos, todas esas cuestiones están muy controladas y se ponen barreras. El maíz que cultivamos aquí vino de América. No existía en España antes de Colón. Imagínese los trastornos ecológicos que se produjeron entonces: trigo para allá, tomates y maíz para acá...
Contradicciones y riesgos
Cuando oigo la palabra natural, se me ponen los pelos de punta. Existe una tendencia a sacralizar lo natural, como si todo lo natural fuera buenísimo y lo artificial, malísimo. En la naturaleza existen gran-dísimos venenos y no hay que buscarlos en serpientes. El señor que sale a buscar 'perretxikos' y no los distingue bien puede llevarse a casa unas cuantas setas que le fulminen. Hay que desterrar la idea de natural como sinónimo de inocuo.
Es un capricho de niños ricos. ¿Intente alimentar con agricultura biológica a 6.000 millones de perso-nas! Agricultura biológica es la que practican los pobres en el África subsahariana porque no tienen dinero ni para comprar buenas semillas, ni para fertilizantes, ni para agua... El único insecticida que se permite en la agricultura biológica es el BT, que es una bacteria del suelo que tiene propiedades insec-ticidas.
Cuando la ingeniería genética consigue poner el gen que produce el BT en la planta de maíz para que exprese la proteína insecticida, se considera, sin embargo, demoníaco y perverso. Y eso que permite reducir a veces a la mitad los tratamientos pesticidas, que afectan no sólo a los insectos que se comen las plantas -único blanco del BT de los transgénicos-, sino también a todos los que pasan por ahí. Puede que en un momento determinado el BT no sirva porque los insectos desarrollen resistencias...
Pues habrá que inventar otra nueva planta con otro nuevo gen. No tenemos que olvidar que las plantas han coevolucionado con los insectos durante millones de años y eso ha provocado una serie de mejoras mutuas continuas. Ahora sabemos, por ejemplo, que hay genes en la cebada que impiden la digestión a insectos que atacan esa planta. Si los logramos pasar al trigo con éxito, insectos que hoy atacan el trigo no podrían digerirlo.
El riesgo cero no existe, ni para los transgénicos ni para caminar por la calle. Para hacer transgénicos, hay que saber mucha bioquímica, algo que no saben los agricultores. Ellos hacen los cruces, meten en las plantas el gen que quieren y otros mil más que no les interesan y reducen el rendimiento, así que luego tienen que hacer retrocruces para ir eliminando los genes sobrantes. Es un proceso muy comple-jo, muy largo y muy caro.
Luís Alfonso Gámez
Fuente: El Correo Digital
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