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Clima Feroz
Por Eduardo Ferreyra
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CLIMA FEROZ

FAEC ha decidido poner a disposición del público los principales capítulos del libro "Clima Feroz", de Eduardo Ferreyra, publicado en mayo de 2010. Lo irá haciendo de manera regular, porque consideramos que lo que se expone en el libro la realidad lo viene confirmando de manera muy precisa. Hacen ya 19 años que la tempera-tura global (si es que aceptamos esa expresión bastante inexacta considerando que los océanos, con un 75% de la superficie de la Tierra, no tienen termómetros) no varía, notándose apenas pequeñas variaciones en ambos sentidos, pero mostrando una tendencia absolutamente plana a pesar de que los niveles de dióxido de carbono continuaron aumentando de manera sostenida a un ritmo de 2 partes de millón por años. Esta falta de correlación entre ambos factores, que es la única base de la hipótesis catastrófica impulsada por la organiza-ción de las Naciones Unidas, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático, deja en evidencia que la ciencia que la respalda tiene muy serias deficiencias. Es que la realidad tiene esa molesta costumbre de arruinar a las teorías más hermosas.



Prólogo

La palabra Ciencia proviene del Latín Scientia, o 'conocimiento'. Es el arte de observar al mundo que nos rodea y tratar de comprender y explicar a los demás cuáles son los mecanismos que actúan sobre esos fenómenos. Cuando un experto en observaciones –un científico– cree que tiene una explicación para ello, emite una hipótesis. Cuando hay bastantes evidencias que apoyan esa hipótesis se convierte en teoría. Las hipótesis y teorías tienen que ser demostradas mediante el aporte de evidencias contundentes. De nada sirven la opinión de la mayoría de científicos, cuando, como lo expresó claramente Albert Einstein, “Ni cien científicos pueden probar que mi teoría está en lo cierto, cuando basta uno solo que puede demostrar que está equivocada.”

Aunque la mayoría de los científicos creen que la hipótesis de la relatividad de Einstein está acertada, no ha pasado del nivel de teoría porque la teoría de la mecánica cuántica pone muy serios obstáculos para su aceptación definitiva. Por otro lado, la ciencia no es una actividad democrática sino que, por el contrario, es absolutamente tiránica y no admite contradicciones de ninguna naturaleza. Como bien lo expresaba el brillante escritor Michael Chrichton, “Si es ciencia, no hay consenso; si hay consenso, no es ciencia.” El consenso es asunto de políticos y los científicos harían bien de mantenerse alejados de todo tipo de política. Por desgracia, eso no es lo que sucede cada vez más en los campos científicos que tienen aplicación en el diseño de las políticas de grupos de influencia poderosos.

Quizás el primer ejemplo del uso de la ciencia para fines políticos se remonta a las oscuras épocas de la Inquisición, cuando Galileo, Giordano Bruno y varios más sufrieron las consecuencias de ser “negadores” del consenso imperante de que la Tierra era el centro del universo. En tiempos más modernos el más notorio ejemplo fue el del “experto” soviético en agricultura Trofim Lyssenko, considerado por José Stalin como el héroe máximo de la Unión Soviética. El engaño duró varias décadas hasta que la realidad, con esa empeder-nida costumbre de destrozar las teorías más bellas, se encargó de demostrar el fraude y terminó con Trofim Lyssenko caído en desgracia y recluido en un hospicio psiquiátrico.

La Moral Científica

Una de las más profundas obligaciones de los científicos –y también de los periodistas– es proveer informa-ción fáctica sobre los hechos de la ciencia básica, la tecnología, el ambiente y la salud humana y hacerlo de una manera que pueda ser entendida por el público en general y, sobre todo, por aquellos que están encargados de diseñar las políticas que afectarán a los millones de habitantes de cualquier nación.

Sin embargo, hay un numeroso grupo de científicos que han decidido ignorar esta obligación y aceptar, en su lugar, la fama y el fácil reconocimiento que otorga la prensa a los partes de prensa, anuncios y profecías catastróficas. Esta peculiar clase de científicos, en realidad una modesta minoría, ha conseguido sin embargo atraer una desmedida atención sobre insistentes problemas e inminentes catástrofes que supuestamente amenazarían a la humanidad con una inevitable extinción.

Cuando reina la ignorancia, el asunto puede ser fácilmente convertido en miedo, a veces en pánico, y se transforma en situaciones que son hábilmente aprovechadas por una legión de extremistas ecológicos, periodistas sensacionalistas, científicos ávidos de "prensa y cámara" que les asegurarán fondos para seguir investigando presuntos riesgos; políticos "visionarios", burócratas hambrientos de poder; empresarios corruptos; y rapaces abogados. ¿Quiénes pierden? Todos perdemos.

Perdemos cuando los científicos no buscan más a la verdad sino que procuran la fácil celebridad de los medios de prensa y con ella el dinero que los gobiernos invierten en investigación haciendo afirmaciones que no han sido, o no pueden ser verificadas a corto plazo. Todos perdemos, la sociedad entera pierde, cuando los perio-distas dejan de informar la verdad para contar solamente "mentiras nobles".

Pero muy especialmente perdemos todos cuando permitimos que la gente que vive y trabaja la tierra, la gente que en verdad nos provee los alimentos que nos permiten sobrevivir, los obreros, técnicos y profesio-nales de la industria y del comercio comprueben cómo sus costos se van elevando cada vez más a causa del aumento de las regulaciones impulsadas por los ecologistas, los políticos y la gente que lucra y gana cada día más poder por medio de inicuos litigios y regulaciones prohibitivas.

Perdemos todos y seguiremos perdiendo mientras sigamos permitiendo que la verdad científica sea reempla-zada por el más puro charlatanismo –cuando no lo es por el fraude científico más escandaloso, como se ha podido comprobar con el reciente ClimateGate de la Universidad East Anglia y su centro de investigaciones del clima, conocido por sus siglas CRU. Por ello es que este libro presenta la información científica básica que le permitirá a cualquier persona formarse una opinión bastante acertada sobre una cantidad de temas rela-cionados con el clima y la manera en creemos que funciona, y tomar decisiones basadas en hechos científicos concretos y comprobables. Las reglas de oro de cualquier ciudadano responsable deben ser:

  1. Buscar evidencias concretas y no argumentos emocionales;
  2. Descartar todas las afirmaciones que carecen de base científica, aunque provengan de eminentes autoridades.
  3. Formarse una opinión basada en los hechos científicos comprobados que se hayan podido reunir y en su propio sentido común.

Porque en el fondo de la cuestión climática yace una pregunta que aún se encuentra sin respuesta: ¿Qué pasó con el sentido común?

Existe la opinión generalizada que, si a todas las ideas se les permite ser libremente expresadas e impulsadas, las mejores o las más válidas terminarán por prevalecer. Quizás esto sea cierto pero no hemos llegado nunca al estado en el cual todas las ideas son libremente expresadas e impulsadas. Los medios de prensa, incluyen-do diarios, televisión y hasta los editores de revistas científicas parecen ya haber tomado partido por uno de los bandos: el bando catastrofista, negando u obstaculizando el acceso a las opiniones contradictorias de quienes no comulgan con la ortodoxia del establishment científico. ¿Por qué? Simplemente porque el escán-dalo, las catástrofes y las malas noticias venden diarios o elevan los ratings de los noticiosos de TV. La verdad y las buenas noticias no se cotizan en el mercado de los medios de difusión. Carecen de valor.

De tal forma, intentar aclarar las cosas, publicar desmentidas, demostrar las falsedades de todo el catastrofis-mo ambientalista es una tarea que tiene muy pocas posibilidades de éxito. Los científicos que osan hablar diciendo la verdad terminan como verdaderos parias de la comunidad científica. Son catalogados de “herejes”, o “negacionistas”, agrupándolos junto a quienes niegan el horrible Holocausto de los campos de concentración nazis.

Sin embargo, a pesar de tener esto muy bien asumido, las personas honestas ya sean científicos, periodistas, escritores o simples ciudadanos lo intentarán de todas formas.

Después de largos años de estudio e investigación en el tema ecología y accionar político de las organizaciones ecologistas, he llegado a una conclusión que suena a Perogrullada: la solución a nuestros problemas futuros se reducen al atinado uso de la ciencia y a la correcta aplicación del concepto de JUSTICIA.

Como en cualquier tribunal, se deben analizar las evidencias reales y comprobadas y confrontarlas con la acusación. El jurado, una vez escuchados los alegatos de las partes, y examinadas las pruebas presentadas, por chocantes, escandalosas o repugnantes que pudiesen resultar, emiten su veredicto para que los Jueces hagan Justicia.

¿Y qué es la JUSTICIA? La Justicia es apenas la aplicación correcta e imparcial de una Ley sabia, pareja para todos los habitantes de una Sociedad. La LEY, por su parte, no es otra cosa que el trémulo e imperfecto intento de la sociedad para codificar a la DECENCIA, y que todos nos guiemos por esos códigos, más tácitos que escritos para poder ser personas DECENTES.

Decencia, decencia... ¿se acuerdan? Decencia era aquello que nos enseñaron nuestros abuelos cuando éramos niños, y ellos ya gozaban en pleno de la Sabiduría, cosa que se logra aunando conocimientos, experiencia y mucho, mucho sentido común. Decentes son todos aquellos que intentan que la verdad sea conocida, aunque sepan de antemano que es una causa perdida.

Es importante conocer la opinión vertida por el periodista francés Luc Ferry en la revista L'Express, a mediados del año 1993, en un artículo titulado De Rojos a Verdes. Como es imposible transcribirlo todo, sólo citaré algunos párrafos muy interesantes:

"Ecologistas al Rescate: ¿Cómo sustraerse al temor, cómo no apelar una vez más y siempre a los ecólogos para que vengan a salvarnos? La cuestión es que todo este asunto probablemente no es más que un gigantesco dislate."

"Tal es la tesis que sostiene Yves Lenoir, con mucha convicción y con talento. ¿Otro enemigo de los ecologistas, uno de esos enajenados que tratan de hacer surfing sobre la ola verde? De ninguna manera. Ingeniero, militante de la Asociación Ecologista Bulle Bleue, miembro de la Agrupación de Científicos para la Información sobre Energía Nuclear, coautor, juntamente con Brice Lalonde del «Informe Poincaré», Lenoir es todo un defensor de la ecología, lo que no le impide, virtud muy rara en nuestros días, esforzarse por reivindicar a la verdad. Todos los que se interesan honradamente por las cuestiones del medio ambiente no deberían expresarse sobre el tema del efecto invernadero sin tener en cuenta sus argumentos"

Más adelante sigue diciendo Luc Ferry:

"¿Por qué, entonces, esa manipulación? ¿Quiénes son los responsables y cómo han podido instaurarse en la opinión pública y aún en la mente de muchos científicos? Para entenderlo, y tal es el segundo eje de la obra, hay que recordar que, con la llegada de Gorbachov al poder, las condiciones de la expan-sión del sector nuclear militar desaparecen."

"La ciencia aplicada, que consume miles de millones de dólares al año, se ve privada del formidable programa de la «guerra de las galaxias». Lo que el gran público (¡es decir, nosotros!) ignora es que los lobbies de la ciencia aplicada se van a ver literalmente obligados a lucubrar otros programas, so pena de quedar sin trabajo." ... "El cambio de capítulo beneficiará a grandes multinacionales (por ejemplo, a las que van a descubrir los productos que reemplazarán a los CFC, utilizados en los aero-soles, refrigerantes, etc.), al sector de las economías de energías, a los movimientos políticos verdes en pleno auge, apoyándose todos ellos en la pasión más común en cada uno de nosotros y con la que se puede contar siempre: el miedo al cataclismo planetario y al instinto de conservación."

"El problema, desgraciadamente, es que muchos de estos ecologistas están en otra cosa, especial-mente en denunciar a los cuatro vientos «la ilógica de la civilización occidental». Es el objetivo de la gigantesca «desconstrucción» del humanismo moderno a la que se entrega sin cautela el biólogo inglés Rupert Sheldrake en «Alma de la Naturaleza». Para él, se trata simplemente de revalorizar al «animismo de la Edad Media y de reconciliarse con la idea de que la Tierra es un enorme ser vivo."

Y termina diciendo:

"Que el cuidado del medio ambiente sea una necesidad nadie lo pone en duda. Pero decretar que prevalezca sobre la verdad es un error que los ecologistas serán los primeros en lamentar".

Este libro trata precisamente sobre eso: de cómo y por qué los intereses económicos y corporativos, por un lado, y las razones geopolíticas tendientes a mantener el status neocolonial de las naciones subdesarrolladas, están usando al tema de la ecología y el ambiente para lograr sus fines. Trata sobre cómo la Ciencia (con mayúscula) ha sido ignorada y dejada de lado en la argumentación ecologista actual.

¿Recuerdan cómo los ecologistas, con la activa cooperación de los medios de prensa, consiguieron que los intereses comerciales e industriales fueran excluidos de las discusiones sobre política ambiental? Se le recor-daba al público de manera constante que cualquier persona que tuviese conexiones con el comercio o la industria no podía ser confiable porque estaba detrás de egoístas intereses personales.

Sin embargo, la inmensa mayoría del público ignora que todas las promociones de causas ecologistas están impulsadas más por un claro interés personal y no por el interés en preservar al ambiente. ¿Por qué? Porque si los ecologistas alguna vez resolvieran un problema ecológico quedarían fuera del negocio. Habrían matado a la gallina de los huevos de oro.

Los líderes de las principales organizaciones ecologistas por lo general no tienen intenciones de resolver los problemas ambientales: sólo los explotan en su propio beneficio o en el de su organización. Ya sea que se trate de un científico en busca de un contrato o un subsidio para investigación; un dirigente ecologista tratando de estimular el reclutamiento de nuevos miembros y de mayores contribuciones; un periodista que sueña con jugosas historias de terror ecológico para estremecer a sus lectores y mantener el tiraje; un abogado que intenta hacer promulgar regulaciones que le permitirán ganar futuros juicios; o un líder mundial que quiere pasar a la Historia como el fundador de la Agencia Global Para el Control del Clima, o la Agencia Mundial de Protección al Ambiente, o la instauración de un Gobierno Único Global, un Nuevo Orden Mundial, o cual-quier otro intento de ganar más y más poder, el factor motivador es siempre el interés personal. Por ello es que el movimiento ecologista ha tenido un crecimiento tan espectacular: en este campo hay algo para todos excepto para nosotros los consumidores, la gente común que terminamos agobiados con todas las facturas a pagar.

Es importante que se sepa que no es necesaria una conspiración mundial. Simplemente existe una asocia-ción natural, un elemental “acuerdo entre caballeros”.

El notable periodista norteamericano de la década de 1920, Henry L. Mencken, nos ha dejado una gran cantidad de pensamientos y frases que se aplican hoy con tanta precisión como se aplicarían en el Imperio Romano. Entre mis favoritas están aquellas frases sueltas que se encadenan para formar la idea básica del contenido de este libro y mi intención de publicarlo:

Mientras más pueda asustarse al público para que otorgue mayores poderes al gobierno para que les proteja de los nuevos e imaginarios peligros apocalípticos, mayor será la recompensa para los miembros del gobierno, los medios de prensa y, por encima de todos, los promotores de las teorías terroríficas. La mayoría ni siquiera está pensando en términos de un gobierno central más fuerte, que realmente gobierne, sino en su interés personal más inmediato, el aumento del presupuesto que está bajo su control. Como esta gente sufre del síndrome de los «dedos pegajosos», siempre algo se les queda pegado.

¿Hay alguna defensa posible contra esto? Sólo el informarse en todas las fuentes posibles. Hoy esto es posible gracias a la Internet, donde la censura es inexistente e imposible. Por ello, el hombre más peligroso para cualquier gobierno es aquel que es capaz de razonar… sin consideración a las supersticiones que prevalecen ni a los tabús sociales o políticos. Casi inevitablemente llega a la conclusión de que el gobierno bajo el cual debe vivir es deshonesto, insano, intolerable…

Por ello Mencken nos advertía:

Por ello, en el campo de las políticas ecologistas, ni siquiera son necesarias las mentiras, falsedades, exagera-ciones o las deformaciones de la verdad: por el simple método de seleccionar los aspectos inconvenientes de algún problema, e ignorando los aspectos beneficiosos, es suficiente para convertir cualquier tema, incluida la aspirina, la penicilina, vacunas antipolio, o la cloración del agua en un espantoso peligro contra el cual la gente pedirá desesperadamente protección al gobierno.

A través del creciente reconocimiento que esta es la escalera más corta para progresar en cualquier carrera, más y más grupos y personas están abordando el tren del ecologismo. Para todos aquellos que están (aún) en la industria o el comercio, les aconsejo que no solamente unan fuerzas sino que convenzan a aquellos amigos que están tratando de hacerse simpáticos a las organizaciones ecologistas, contribuyendo financieramente a sus campañas de alerta ecológico, que están simplemente haciendo cierta la profecía de Lenín: "Los capita-listas se tropezarán unos con otros en su intento de proveer la cuerda con la que serán colgados".

Repito por última vez: en el fondo de la cuestión ecológica yace una pregunta que todavía se encuentra sin respuesta:

¿Qué demonios pasó con el sentido común?

Eduardo Ferreyra
Mayo de 20120


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