Hielo Marino
Temperatura Polo Norte
Cada día es más frecuente que a personas que viajan en avión o usan gasolina en sus autos se les sugiera algún aporte de dinero para -se les dice- “compensar” las emisiones de gases “invernadero” que han provocado. Por ejemplo, numerosas aerolíneas europeas promueven donaciones entre los viajeros; algunas municipalidades lo hacen en el momento de expender el permiso de circulación; según ellas (unas y otras), serán usadas en proyectos que de alguna manera compensarán las emisiones del pasajero o conductor. Es el “Mercado voluntario” de emisiones de Carbono. ¿Patraña o memez?. Antes de abrir alegremente la billetera, convendría reflexionar un momento.
Al Gore hizo el negocio de su vida al apostar por la venta de bonos de carbono hace algunos años (bajo la sugestión de una hábil y multimillonaria campaña global de propaganda). Apoyado en sus libros, pelícu-las y conferencias, era un negociado verde que daba grandes dividendos al explotar una preocupación ciudadana obteniendo retornos.
En diciembre pasado (2010) la mediática Bolsa Climática de Chicago impulsada por Gore, y que utilizaba el modelo de carbón voluntario (VCS) para transar emisiones, debió cerrar y finiquitar el comercio de carbono al desplomarse las ventas. En su momento la plataforma contó con adherentes notables como Barack Obama, e instituciones como Goldman Sachs (también la difunta Lehman Brothers) y la Gestión de Inversiones de Generación (propiedad del mismo Gore).
Ahora, cerrada ella, parece estar indicando el fin del espejismo de dinero fácil en base a los bonos de carbono voluntarios.
Como tantos otros, en lo sucesivo el negociado sólo podrá sobrevivir y prosperar bajo el alero protector de los gobiernos y sus “políticas regulatorias”. Dicho más claro, será el dinero de los contribuyentes, confiscado mediante impuestos, el aire con que se seguirá inflando la próxima burbuja financiera de Occidente. Y como todas las anteriores, esta no tiene más destino que el previsible pinchazo final con las consiguientes secuelas y algún desventurado “inversionista” saltando del décimo piso. La historia es conocida.
"Creo que los mecanismos voluntarios no son una alternativa por muchas razones. Entre éstas, porque las empresas no bajan emisiones de forma voluntaria. La experiencia dice que el negocio no funciona si no es regulado", explica Arturo Brandt, experto en temas medio-ambientales del Grupo Vial Abogados (citado en un artículo en “Revista del Campo”).
Efectivamente, los desencantados de los mecanismos voluntarios para la reducción de emisiones, creen que "la mejor solución para comenzar a operar en una bolsa nacional sería haber apostado por lo que está haciendo la Comunidad Europea que regula los límites máximos autorizados por empresa, fomenta el cap and trade -intercambios donde las empresas venden sus reducciones a otras compañías con excesos- y cobra multas a quienes no cumplen".(id.)
El más intangible de los comoditties (no es broma)
El mercado oficial de los certificados de carbono MDL (los “mecanismos de desarrollo limpio”), sistema generalizado en la Unión Europea bajo los auspicios del Protocolo de Kioto, se basa efectivamente en una imposición gubernamental concertada entre los países miembros, que pretende poner coto a las emisiones industriales de ciertos gases llamados genéricamente “Gases de efecto invernadero” (G.E.I. o G.H.G. en inglés) de los cuales el Bióxido de Carbono CO2 se ha establecido como paradigma y parámetro de equivalencia.
En el fenómeno llamado “efecto invernadero”, intervienen básicamente tres gases: el vapor de agua, con incidencia estimada de hasta un 95 % del efecto total, el bióxido de carbono (CO2), que constituye la fuente original de toda la materia orgánica (es decir, de la Vida), y el Metano (CH4), muchas veces lla-mado también “gas natural”, que es de producción espontánea (y de corta persistencia) en la naturale-za. Lo intrigante del asunto es que Ninguno de estos gases es en realidad “contaminante”; ninguno de los tres tiene efecto nocivo alguno sobre la biota (sino todo lo contrario), y en definitiva cada uno de estos tres gases resulta efectivamente inevitable e imprescindible para el normal desempeño de todos los seres vivos (incluidos los humanos).
Además de los mencionados, toda traza de otros gases en la atmósfera que presenten molécula poliató-mica (de tres átomos o más), contribuirá al llamado “efecto Invernadero”, en proporción inmensamente superior a los mencionados (en cierta relación con el “tamaño” molecular), pero con incidencia final despreciable, dadas sus cantidades. Entre estos otros gases, algunos de ellos efectivamente dañinos y otros no tanto, los que se mencionan más frecuentemente son el Ozono (O3), en realidad una molécula inestable; los Cloro-Fluoro-Carbonos (CFCs), una gama de gases sintéticos e inertes de uso industrial (a los que se atribuye un “efecto de invernadero” equivalente a 20.000 veces el del CO2); el muy dañino óxido Nitroso, (NO2) que se origina de la combustión del diesel al reaccionar el N y el O del aire; el dióxido de azufre (SO2), al que paradójicamente también se atribuye capacidad de “enfriamiento” de la atmósfera por su cualidad de reflejar la luz solar; los refrigerantes (también sintéticos) utilizados para sustituir a los CFCs, después del ”Protocolo de Montreal”, etc.
Sin embargo, los tres gases naturales mencionados inicialmente, son los gestores principales, y explican siempre más del 99% del llamado “efecto invernadero”.
El modelo impuesto por Kioto contempla la asignación de cuotas fijas de derechos de emisión para cada país, y dentro de estos, para cada industria o unidad productiva, iguales a lo que se emitía en el momen-to de entrar en vigencia el Protocolo. Desde entonces en adelante, cada empresa que logre rebajar sus emisiones dispondrá del saldo para transarlo en el mercado, y la que por el contrario las aumente, deberá compensar el exceso comprando derechos de emisión o pagar onerosas multas o enfrentarse a la clausu-ra.
Se contempla la posibilidad de que las empresas compensen sus emisiones en otro país (lo que llama “carbon offset”), aún cuando los subdesarrollados no están obligados –aún- a poner límite a sus emi-siones.
El sistema había sido probado con éxito en USA donde se aplicó puntualmente a la generación termoeléc-trica para el efecto de controlar las emisiones de dióxido de azufre (SO2).
La Ley del Aire Limpio de 1990 introdujo un sistema de tope y trueque por el que las centra-les eléctricas podían comprar y vender el derecho a emitir dióxido de azufre, y dejaba en manos de las empresas individuales la gestión de su actividad dentro de los nuevos límites. (Paul Krugman: “Cómo construir una economía Verde” en el New York Times,).
Sin embargo el buen éxito obtenido por la “Ley de Aire Limpio” en Estados Unidos no se replicó para el Protocolo de Kioto. Este entró en operaciones en 2005, cuando fue ratificado por Rusia, pero de sus objetivos originales (reducción conjunta de las emisiones de al menos un 5% respecto del total de 1990), no hay ni la menor esperanza de que se cumplan, faltando menos de un año para el término de su “primera fase”.
En realidad, las debilidades del “Protocolo” son patentes desde sus mismos supuestos fundacionales; a saber:
Que el mundo esté amenazado por un “holocausto” de calentamiento climático, es más que dudoso, la Tierra ha sido más cálida que ahora tanto en tiempos históricos como prehistóricos.
Que la temperatura global media de la Tierra pueda ser “planificada”, es simplemente un absurdo, un desafío al sentido común;
O que esto pudiere hacerse gestionando algunos gases que se hallan en trazas infinitesimales en la atmósfera, desentendiéndose de que el vapor de agua es el principalísimo regulador térmico de aquella.
Antes bien, siendo débiles las suposiciones de partida, y haciéndose ya evidente la rebelión masiva de los miles de científicos discordantes, sumado lo anterior al creciente descrédito en que va cayendo el I.P.C.C., junto con el C.R.U., Al Gore, y otros líderes (que han degradado el tema restándole seriedad), se hace cada vez más difícil que el Protocolo de Kioto sobreviva al 2012, y si lo hace será exclusivamen-te por los enormes recursos financieros comprometidos que ya constituyen una burbuja insostenible que sería mejor desinflar gradualmente.
Si algo importante puede decirse que ocurrió en la última cumbre “climática” de Cancún, esto fue el anuncio del Japón de retirarse del Protocolo, lo que puede considerarse un epitafio anticipado.
En tales circunstancias, el mercado de carbono “voluntario” se queda sin usuarios porque no tiene lógica ni futuro. Se puede asemejar a la donación dominical que un buen parroquiano hace en su iglesia, espe-rando en su fuero íntimo que su generosidad sirva para algo. El pobre hombre se siente culpable de las emisiones de CO2 que genera su dispendioso estilo de vida, y espera que con su dinero donado, alguien en algún lugar retire ese CO2 o su equivalente de la atmósfera.
Vana ilusión que termina en que el dinero va a parar a cualquier parte, y seguramente financiando nego-cios millonarios en China, India o Rusia, además de la cadena de intermediarios y especuladores. Nada de lo cual tendrá –huelga decirlo- ni el menor efecto sobre el clima, ni ahora, ni mañana ni después.
Con algunas anécdotas puede ilustrarse mejor la cuestión.
Un “esfuerzo” muy gratificante
Como ya se dijo, el Protocolo de Kioto asignó, en su origen, sendas “cuotas” de carbono a los paises y empresas, en equivalencia a lo que en ese momento emitían. Fácil será imaginarse todo el tiempo y el dinero que se habrá empeñado en las negociaciones previas; en términos de burocracia internacional (la más cara e inútil), viajes, viáticos, hoteles, consultas, etc., etc., para al fin llegar al Texto: Todo ese dinero tiene que haber salido de alguna parte, salvo que la O.N.U. se autofinancie, y sabemos que no. Lo insólito es que dentro de los mismos actores del “Protocolo”, existe el consenso de que el efecto sobre el clima sería insignificante, aún si se cumpliera cabalmente, lo que a estas alturas se sabe que no es posible.
Una lluvia “verde” (de dólares)
Luego, con la asignación de “cuotas”, obligatorias, fijas y transables se tiene que a las empresas invo-lucradas les cayó del cielo un activo que no tenían (en realidad es un “activo” imaginario, pero eso sólo queda en evidencia cuando se pincha la burbuja), o sea, una riqueza suplementaria recibida a título gracioso; pero además, una virtual clausura de los mercados, con lo cual los empresarios actualmente vigentes quedan protegidos de que les entre nueva competencia a su feudo, salvo que les compren a ellos, -que son los actuales titulares- el correspondiente “cupo” de cuotas de carbono, que a no dudarlo sabrán vender a muy buen precio. Se entiende entonces por qué el “Protocolo” ha tenido tanto éxito y tanta aceptación entre los megamillonarios del mundo, así como entre los más conspicuos especuladores financieros.
Acero “sustentable”; en el mejor mundo posible
Un caso digno de mencionarse lo ha suscitado la ArcelorMittal, la mayor transnacional siderúrgica del mundo, que produce el 10 % de todo el acero mundial. En la fabricación del acero entran mineral de Hierro (óxidos de Fe) y coque (carbón especial (C)), que se deben mezclar en los altos hornos para extraer el oxígeno, además del carbón térmico usado para la generación del calor de fundición (1.200-1.700 °C). Es inevitable entonces que se emita a la atmósfera a razón aproximada de dos toneladas de CO2 por cada una de acero fabricado. Como es lógico, todo carbón tiene su costo.
Sucede que ArcelorMittal optimizó sus procedimientos con lo que se ahorró una enormidad de carbón durante el año pasado (2010), por lo que pudo vender, además, la no despreciable suma de 140 millones de dólares en cuotas de carbono. ¿Acaso no es un lindísimo negocio, hecho al amparo del “Protocolo de Kioto”? Adicionalmente ArcelorMittal entró este año en el índice Dow Jones de grandes empresas reco-nocidas por su sostenibilidad.
El dueño, Presidente y Director Ejecutivo, Mr. Lakshmi Narayan Mittal, (indio), es hoy el hombre más rico de Europa, y posee la quinta fortuna mundial. Recientemente se gastó unos sesenta millones de dólares en el matrimonio de su hija. Se dice (según Wikipedia) que ha sido la boda más costosa en la Historia del mundo.
¿Era necesario regalarle los 140 millones de dólares a Mr. Lakshmi Narayan Mittal?, o acaso el buen burgués, temeroso de su “huella de carbono”, que se gasta 20 mil dólares adiciona-les a su permiso de circulación creyendo que con eso ayuda a “salvar” el clima está cons-ciente de que su dinero termina financiando la modernización de una industria en China, en Rusia o en la India? Sin duda una situación ilógica.
Adicionalmente, se tiene que China, y la India, segunda y quinta economías del mundo actualmente, son países “en desarrollo”, por lo cual no están obligados a limitar sus emisiones pese a ser adherentes al “Protocolo de Kioto”, de tal manera que para ellos el juego se limita a certificar reducción de emisiones y recibir la plata regalada; ¡y …de qué manera!.
El abnegado esfuerzo Chino
China recurre al “Mecanismo de Desarrollo Limpio” (modalidad Offset) para eliminar su gigantesca produc-ción de HFC-23 (tri-Fluoro-Metano, CHF3), un gas sintético que tiene un “potencial de invernadero” equivalente a 11.700 veces el del CO2.
Esto significa que con eliminar UNA tonelada de HFC-23 los chinos generan “bonos” por 11.700 toneladas equivalentes de CO2 que luego salen a vender al “mercado” de Kioto. Si se considera que el valor por tonelada de CO2 está por los 12 dólares, se podrá imaginar la cuantía del negocio. El HFC-23 se elimina quemándolo, y por este concepto los chinos se embolsan cientos de millones de dólares.
Lo absurdo es que el HFC-23 en sí no vale para nada pues tan sólo es un producto residual de la fabrica-ción de un gas refrigerante el HCFC-22 (di-Fluoro-Cloro-Metano, CHClF2). Este refrigerante surgió con fuerza gracias al Protocolo de Montreal que prohibió los CFCs (Cloro-Fluoro-Carbonos) y en gran parte los hizo sustituir por HCFCs, (presuntamente menos "dañinos" para el ozono, se dice).
Esta descarada especulación China llega a ser grotesca si se piensa que ese refrigerante se podría sus-tituir por otros, que los hay, y que los chinos ganan un montón de plata exportando sus refrigeradores, hechos con la mano de obra más eficiente, dócil y barata del mundo, y no contentos con eso, se embolsan aún más gracias al Mecanismo de Desarrollo Limpio, por la quema del gas residual, el HFC-23 (con el gentil auspicio de los gobiernos de Europa y su “Protocolo de Kioto”).
China, “la última esperanza” en la lucha contra el cambio climático
Actualmente, China es uno de los tres mayores productores de carbón del mundo, y el primer consumidor con un 50 % del total mundial (inauguran una central térmica por semana); más del 60% de la energía primaria del país se origina del carbón con lo cual la mitad del carbón que se quema en el mundo se está quemando en China; unas 4 mil millones de toneladas/año (dato del Der Spiegel, no necesariamente exacto), y con tecnología sucia.
Si debieran los chinos entrar en el “Anexo 1” (o sea, la lista de los ricos) del “Protocolo de Kioto”, y aceptar por consiguiente la acotación de sus emisiones de “gases de invernadero”, entonces su “tope” sería el correspondiente, es decir, el total de emisiones que tengan al momento, tal como lo hicieron los demás países.
En ese caso ¿tendrán los chinos, de todos modos, un margen colosal de posibles “reducciones de gases de invernadero” que podrán cobrar a cuenta de los estultos gobiernos europeos? Un escenario incon-cebible, pero sería estupendo negocio al fin, y los chinos ya tienen en construcción 24 nuevas centrales eléctricas termonucleares. En su momento, podrían ir cerrando gradualmente sus anticuadas termoeléc-tricas a carbón, y cobrando un chorrón de dinero por eso.
Con todo, China se ha convertido en el primer fabricante mundial de generadores eólicos y también de paneles solares. Claro que prácticamente toda la producción la exportan, y así la “salvación del clima” es también un estupendo negocio para ellos.
Quizá por eso sea que James Hansen, el fanático climatólogo de la NASA, apóstol del “calentamiento global”, y con seguridad uno de los tres o cuatro científicos vivos menos inteligentes del planeta, considera que “China es la última esperanza” (en la supuesta “lucha” contra el “cambio climático”).
El Negocio de Putin
Rusia fue el último país en adherir al “protocolo” en 2005 con lo cual este entró en vigencia. Acababa de sufrir uno de los inviernos más crudos de su historia (lo que en Rusia es mucho decir, como lo comproba--ran en su momento, Napoleón y Hitler). Sin embargo, el país tiene una industria pesada basada en carbón sucio que se caía de vieja y las reservas de gas natural más cuantiosas del mundo, además de tecnología nuclear.
Con Europa empeñada en reducir su emisión de CO2, y dispuesta a pagar por “bonos” de carbono, Putin conseguía un mercado gigante ávido de gas natural (metano, al fin y al cabo, pero mucho más eficiente que el carbón porque produce el mismo calor con la mitad de la emisión), con la posibilidad de cerrar la llave cuando lo considerase necesario, un “cap” (tope) de emisiones extremadamente alto y, en virtud de los MDL, una fabulosa oportunidad de modernizar su vetusta industria pesada con dinero regalado, también gracias al gentil auspicio de los gobiernos de Europa y su “Protocolo de Kioto”.
Adicionalmente, la cantidad de “bonos” que quedó en manos de Rusia fue tal que bien podrían saturar el “mercado” y hacer desplomar el precio, con lo que además la imaginaria “lucha” contra el “cambio climá-tico” quedó (por el momento al menos), bajo el arbitrio del Zar de Rusia Sr. Vladimir Stalinovich Putin. Así las cosas, parece que este Zar salió más aventajado que los anteriores.
Epílogo
Los supuestos fundacionales del “Protocolo de Kioto” carecen de base científica sólida, especialmente en lo referido al bióxido de Carbono CO2. Este es efectivamente un “gas de invernadero” pero de incidencia marginal en la temperatura de la atmósfera, ya que lo verdaderamente relevante es la presencia en ella del vapor de agua.
Adicionalmente no puede tenerse por “contaminantes” a gases inocuos, que siempre han estado en la naturaleza y que son esenciales para la Vida. El Vapor de agua tiene su ciclo, sobradamente conocido, mientras el CO2 y el metano (CH4 ) son estadios transitorios en el ciclo del Carbono (que es el ciclo de la Vida).
Por otra parte, las industrias que más CO2 emiten son justamente las más determinantes para el desa-rrollo económico de los países; estamos hablando de siderurgia (acero), cemento (concreto), generación eléctrica, transporte y agricultura.
Limitar entonces, por algún arbitrio, la emisión de CO2, y olvidarse de los verdaderos contaminantes, es poner trabas inútiles al progreso de la humanidad.
Es por esto fútil y contraproducente perseverar en este empeño, lo que garantiza a corto o mediano plazo el fracaso del absurdo “Protocolo de Kioto”, del cual ya se anunció el retiro de Japón, y donde nunca estuvo U.S.A. ni China ni la India, sino salvo para aprovecharse de él, estas dos últimas potencias.
Sin embargo, igual se ha convertido en un negociado fabuloso y un campo fértil para la especulación financiera, la corrupción y la proliferación de burocracias parásitas, al amparo de la O.N.U. y sus orga-nismos, especialmente el desprestigiado I.P.C.C.
Con todo lo anterior se puede concluir que un presunto “mercado voluntario” de bonos de carbono (las donaciones que se le piden a la gente común, en abuso flagrante de su buena fe), no es más que fraude y manipulación.
José Manuel Henriquez P.
Ingeniero Forestal
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