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LA CRUZ DE HIERRO

Por Mario R.Féliz
[email protected]

La ciudad, en 1871, era en realidad una ciudad medieval de calles de tierra arcillosa, muchas de ellas rellenas con los residuos domiciliarios y fácilmente convertibles en pantanos cuando las lluvias abundaban. El agua para consumo de la población se obtenía de aljibes, en las pocas casas que los poseían, que coleccionaban la de lluvia. Pero la mayoría la recibía de los aguateros que la recogían del río en condiciones carentes de higiene. Ésta se almacenaba en tinajas o barriles donde decantaba hasta que, libre de turbidez, pudiera beberse 1.

Por otro lado, miles de pozos negros recogían las aguas servidas de los hogares porteños, aunque muchas veces estas eran vertidas directamente a nauseabundos zanjones.

Aquel verano se presentaba como el más caluroso y seco de los últimos años y el inusual calor del sol fa-vorecía la fermentación de los desechos apelmazados en las calles o apretados debajo de desprolijos empe-drados 2. Para diciembre el Riachuelo olía terrible, nauseabundo, y sus aguas enrojecían con la sangre de los animales sacrificados en los saladeros aledaños. Cuando el viento soplaba del sur el hedor invadía la gran aldea.

Desde su fundación la ciudad de los Buenos Aires había sufrido diversas plagas y en los últimas dos décadas la viruela, la peste bubónica, el cólera y la fiebre tifoidea la habían visitado periódicamente.

Dos años antes, fines de 1868, Sarmiento asumía la presidencia en medio del cólera y esa circunstancia fue, quizás, la causa de que meses después se creara el Consejo de Higiene y se iniciara el suministro de agua corriente, durante algunas horas al día, a través de un pequeño número de surtidores callejeros. Sin embargo, el gobierno se encontraría con la guerra del Paraguay, debería enfrentar la rebelión entrerriana de López Jordán, el asesinato de Urquiza y la antipatía de buena parte de los porteños entre ellos el gobernador autonomista.

En la ciudad coincidían la autoridad municipal, la provincial y la nacional, ésta con escaso poder sobre los asuntos locales. Bajo tales circunstancias, a fines de enero del 71, aparecen los primeros casos de fiebre amarilla. Al principio no se le da importancia y la comisión municipal continúa con los preparativos para el carnaval 3. Sin embargo, la epidemia se extiende con rapidez desde San Telmo hacia el resto de la ciudad impregnándola del perfume lúgubre de la muerte.

La enfermedad era conocida por sus síntomas. Un brote había afectado a la ciudad y a la vecina Montevideo el año anterior, ade-más era endémica en Brasil.

Por otra parte, la plaga que al final de la guerra se había desatado sobre Asunción, a fines de 1870, se abate sobre la ciudad de Corientes donde la epidemia toma la vida del 20% de su población. Resultaba inevitable que la fiebre asediara a Buenos Aires quien, a pesar de los antecedentes, no estaba preparada para enfrentarla.

La enfermedad producía miedo. Los médicos desconocían la causa del fenómeno y alguno de ellos reconocía que siempre había tenido un temor indefinido a la enfermedad por carecer de idea alguna sobre su causa 4 , de cómo se transmitía, de cómo curarla.

El virus de la fiebre amarilla fue aislado por primera vez en 1927 en África occidental. Y se presupone, generalmente, que desde allí llegó a América5. Sin embargo, el libro sagrado de los mayas quichés, el Popol-Vuh, relata la epidemia de xekik (vómito de sangre) ocurrida entre los años de 1480 y 1485 y comenta que la enfermedad se debería a la convivencia con los monos. La mención del xekik se repite en otros textos sagrados como el Chilam Balam6.

Fue tan sólo diez años después, 1937, que un médico cubano de origen irlandés7 expone públicamente su teo-ría de que la fiebre amarilla era transmitida por un mosquito, el Aedes aegypti. Hoy sabemos que en las selvas americanas la transmisión entre monos o entre estos y los hombres está a cargo de diferentes mosquitos, diversas especies del género Haemagogus.

Aunque, en las selvas africanas son otros los mosquitos transmisores. Sin embargo, en ambos continentes el Aedes aegypti es el vector en las regiones urbanas. Resulta obvio que quien acompañó a colonizadores y comerciantes en sus viajes e hiciera que las epidemias azotaran las ciudades del Nuevo Mundo fue el mosquito oriundo del norte de África. Aquel, el Aedes aegypti, 8 se cría en pequeños depósitos de agua fresca, produce huevos resistentes a la disecación y tiene preferencia por alimentarse de los humanos con quienes vive en cercana asociación. 9

A principios de marzo los muertos comenzaban a contarse por decenas, cada día. Las autoridades estaban desconcertadas y en desbandada. La población aterrada abandonaba la ciudad y muchos inmigrantes colma-ban los barcos para regresar a su tierra 10.

Varios destacados vecinos deciden, a mediados de marzo, con-vocar una asamblea popular. La convocatoria es hecha por los directores de La Nación (B. Mitre y Vedia), El Nacional (Aristó-bulo del Valle), La República (Manuel Bilbao), La Tribuna (Héc-tor Varela), La Prensa (José C. Paz) y Freie Presse (Adolfo Korn -padre de Alejandro). Miles de porteños se reúnen en la Plaza de la Victoria y allí nace la Comisión Popular de Socorro, presidi-da por Roque Pérez, Maestre de la Gran Logia Argentina de Li-bres y Aceptados Masones. La inmensa mayoría de los miem-bros de la comisión eran masones11, sin embargo entre ellos figuraban un par de curas, el presbítero Domingo César y el sacerdote irlandés Patricio J. Dillon. Junto con la Comisión de Higiene y algunas autoridades enfrentaron la crisis. Varios de ellos fueron víctimas fatales de la fiebre amarilla.

Con los idus 12 de marzo el presidente Sarmiento y su vice Alsina dejan la ciudad. Su camarada Roque Pérez les habría recomendado hacerlo 13. Para entonces la mayoría de los habitantes de la ciudad la habían abando-nado. La Comisión recomienda hacerlo y dispone medidas para llevar hacia las afueras a los habitantes que no tenían recursos. Se ha dicho, con intencionada superficialidad, que los ricos huyeron hacia el norte olvidando decir que el resto huyó en todas direcciones. Las dos terceras partes de una población de casi 190.000 deja-ron sus hogares, lujosos o miserables.

“Incluso los changadores, quienes acostumbraban a juntarse en las esquinas, se fueron; mucha gente de las clases bajas se acumulaba a lo largo de los principales caminos hacia el norte que iban a Belgra-no o hacia el oeste en dirección a Flores y formaban verdaderos campamentos gitanos en cualquier lugar donde se encontraba un grupo de árboles o casas en ruinas que podían proveerles de te-cho”.14

De aquella población la mitad eran extranjeros y de estos un cincuen-ta por ciento italianos. Efectivamente cuarenta mil tanos, genoveses y napolitanos, se atiborraban en los conventillos de la ciudad, principal-mente ubicados en La Boca, San Telmo y Monserrat. Allí comenzó la peste y allí cobró el mayor número de víctimas. Oficialmente los muertos fueron alrededor de 14.000, no obstante algunos testigos afirman que fueron más de veinte mil 15. Apenas la cuarta parte de los muertos eran nativos de Argentina. 16

En el recuento no fueron discriminados por raza por lo cual no es posible saber cuántos negros murieron en esa ocasión. Estos representaban para la época de las invasiones inglesas alrededor del 30% de la población, sin embargo, “el número ha ido disminuyendo gradualmente, y (hoy) los negros son relativamente escasos.”17 El candombe ha dejado su testimonio:

Ya no hay negro botellero,
ni tampoco changador,
ni negro que vende fruta,
mucho menos pescador;
porque esos napolitanos
hasta pasteleros son
y ya nos quieren quitar
el oficio de blanqueador.
Ya no hay sirviente de mi color,
Porque bachichas toditos son;
Dentro de poco ¡Jesús, por Dios!
Bailarán zamba con el tambor.

Efectivamente, “se culpó de la epidemia a los inmigrantes italianos. Se los expulsó de sus empleos. Recorrían las calles sin trabajo, ni hogar, algunos incluso murieron en el pavimento, donde sus cadáveres quedaban con frecuencia sin recoger durante horas. Había un gran pedido de pasajes para Europa. La compañía Genovesa vendió 5200 pasajes en quince días…18.

Ciertamente, los tanos no fueron culpables de la plaga pero si sus princi-pales víctimas. La mayoría de los muertos fueron genoveses y napolita-nos cuyo sueño de hacer la América terminó en las fosas comunes de los cementerios porteños.

A mediados de mayo el número de muertos se había reducido a un centenar por día, no obstante la ciudad aparecía desierta pudiendo recorrerse varias cuadras sin ver persona alguna. Para junio la gente ya retornaba masivamente y el miedo a un nuevo brote se percibía en todas partes. No obstante, la fiebre no regresó.

El 21 de junio se realiza un reconocimiento a los abnegados y valientes miembros de la Comisión Popular. Una comisión de homenaje, con el auspicio del gobierno, crea para la ocasión la Orden de los Mártires, cuya máxi-ma condecoración sería la Cruz de Hierro en el grado de Caballero. Se entregaron 48 cruces de acero bruñido, siete de ellas fueron póstumas para quienes habían muerto durante la epidemia.

En ocasiones se aprende de las crisis. La plaga del 71 dejó enseñanzas que en pocos años transformaron la ciudad de Buenos Aires. Clemenceau, quién visitara Argentina para el Centenario, da crédito de la meta-morfosis: “La inspección de los hospitales es eminentemente favorable. El nuevo hospital de contagiosos, situado a varios kilómetros del centro de la capital, comprende una serie de pabellones modelos, estric-tamente aislados, de los que cada uno está asignado al tratamiento de una afección especial. El Hospital Rivadavia, reservado para mujeres, los servicios Cobo (tuberculosos pulmonares y operaciones quirúrgi-cas) causan sobre todo la admiración del visitante.”19

Mario R.Féliz


Referencias
  1. Wilde J.A, Buenos Aires desde 70 años atrás. Eudeba.
  2. Buenos Aires Standard, articulo publicado el 30 de abril de 1871.
  3. El presidente de la Comisión Municipal, Narciso Martinez de Hoz, ignoró la epidemia hasta principio de marzo. Murió de fiebre amarilla.
  4. Harispuru, A. Bs.As, 1871. Crónica de una epidemia. Conexión pediátrica, Vol1 (2008).
  5. Barret A.D.T and Higgs S. Yellow Fever: A Disease that Has Yet to be Conquered. Annu. Rev. Entomol. 2007, 52, pag. 209-229.
  6. Gongora-Bianchi R.A. Revista Biomédica 15(2004)pag. 251-258.
  7. Findlay, Carlos. Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, 14 de agosto de 1881.
  8. Traduciría Aedes aegypti como templos egipcias.
  9. Ver ref.17
  10. Mardoqueo Navarro, diario personal. Testigo de la peste.
  11. Miembros de la Comisión: Manuel Argerich, Guillermo y Pedro Gowland, Carlos Guido Spano, Francisco Uzal, Evaristo Carriego(padre del poeta), Matías Behety, J.Viñas, Florencio Ballesteros, Francisco Javier Muñiz, Armstrong, A. Larroque, José María Cantilo, Fernando Dupont, Pascual Barbaty, Juan y Manuel Argenti, Juan Carlos Gómez, Eduardo Wilde, José Penna, Leopoldo Montes de Oca y Guillermo Rawson, entre otros.
  12. A mediados de marzo.
  13. Quiroga, Maria C. atribuye a Roque Perez tal consejo en su Crónicas de La Peste. Ed.Kier.
  14. Mulhall, Marion G., Plague at Buenos Aires. Irish Migration Studies in Latin America.
  15. Ver ref.17
  16. En ese momento la Argentina no existía.
  17. Wilde, José A., Buenos Aires desde 70 años atrás.
  18. Bunkley, Alison William, historiador norteamericano.
  19. Clemenceau, Georges. La Argentina del Centenario. UNQUI.



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