Recibo por correo tres litros de productos que sustituyen a la leche. Una compañía noruega quiere saber si estoy interesado en invertir en la producción de este nuevo tipo de alimen-to, ya que según la opinión del especialista David Rietz, "TODA (las mayúsculas son de él) leche de vaca tiene 59 hormonas activas, mucha grasa, colesterol, dioxinas, bacterias y virus.”
Pienso en el calcio que, desde niño, mi madre me decía que era buena para los huesos, pero el especialista se me adelantó: “¿Calcio? ¿Cómo es que las vacas consiguen adquirir sufi-ciente calcio para su voluminosa estructura ósea? De las plantas!” Claro, el nuevo pro-ducto está hecho en base de plantas, y la leche ha sido condenada en base a un “sinnúmero de estudios hechos en los más diversos institutos de todo el mundo.”
¿Y la proteína? David Rietz es implacable: “Se que llaman a la leche 'carne líquida' (jamás había escuchado esta expresión, pero quizás él sepa sobre lo que está hablando) por causa de la alta dosis de proteína allí contenida. Pero es la proteína que hace que el calcio no pueda ser absorbido por el organismo. Países que tienen una dieta rica en proteínas tam-bién tienen un alto índice de osteoporosis (pérdida de calcio en los huesos)” Esta misma tarde recibo de mi mujer un texto encontrado en la Internet:
“Las personas que hoy tienen entre 40 y 60 años andaban en autos que no tenían cinturones de seguridad, apoyo de cabeza, o airbag. Los niños iban sueltos en el asiento trasero haciendo el mayor barullo y divirtiéndose como locos.”
“Las cunas eran pintadas con pinturas coloridas, 'dudosas', ya que podían conte-ner plomo u otro elemento peligroso.”
Yo, por ejemplo, soy parte de una generación que hacía los famosos autitos de rulemanes (no sé como explicar esto a la generación de hoy — digamos que eran bolillas de acero presas entre dos aros de hierro — y descendíamos por las laderas de Botafogo, usando los zapatos como freno, cayendo, dándonos porrazos, pero orgullosos de la aventura en alta velocidad.
El texto continúa:
“No había celular, nuestros padres no tenían como saber en dónde estábamos: ¿cómo era posible? Los niños jamás tenían razón, vivían en penitencia, y no por ello tenían problemas psicológicos de rechazo o falta de amor. En la escuela exis-tían los alumnos buenos y los malos: los primeros pasaban de grado; los segundos eran reprobados. No se buscaba un psicoterapeuta para estudiar el caso — apenas se exigía que repitiese el año.”
Así y todo sobrevivimos, con algunas rodillas arañadas y pocos traumas. No sólo hemos sobrevivido, sino que nos recordamos con añoranza de los tiempos en que la leche no era veneno, en que los niños precisaban resolver sus problemas sin ayuda, pelear cuando era necesario, y pasar gran parte del día sin juegos electrónicos, inventando travesuras con los amigos.
Pero regresemos al tema inicial de la columna: resolví probar el nuevo y milagroso produc-to que sustituye a la leche asesina.
No conseguí pasar del primer trago.
Le pedí a mi mujer y mi empleada que la probasen, sin explicar lo que era eso, y las dos dijeron que jamás habían probado algo tan asqueroso en toda su vida.
Me quedo preocupado con los niños del mañana, con sus juegos electrónicos, padres con celulares, psicoterapeutas ayudando en cada derrota, y —sobre todo— siendo obligados a beber esta “poción mágica” que los mantendrá sin colesterol, osteoporosis, 59 hormo-nas activas, toxinas, dioxinas.
Vivirán con mucha salud, mucho equilibrio y, cuando crezcan, descubrirán a la leche (a esta altura, posiblemente una bebida fuera de la ley). ¿Quién sabe si un científico del 2050 se encargará de rescatar algo que es consumido desde el inicio de los tiempos?
¿O la leche se conseguirá solamente a través de los traficantes de drogas?
PAULO COELHO
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