¿Dónde están los circenses activistas de Greenpeace que no los veo colgados de sus cuerdas y sus absurdos carteles en todos los puentes del río Songhua? Les juro que fue allá, en China, y no aquí en la apacible Suiza, donde ha ocurrido una verdadera catástrofe ecológica. Sin embargo, los ecologistas y los verdes (su rama más politizada) no han parado de “trabajar” y se han metido varios meses recolectando dinero en todas las estaciones de trenes helvéticas, a fin de poder llevar a cabo su campaña anti-transgénica. Y no es alarde, a los de Greenpeace, me los topé mendigando en la estación de Bienne unas cinco veces en lo que va de año.
Allí estaban, melenuditos, un tanto cochinotes ellos, estilo hippies, con un botecito de goma (hecha con subproductos del petróleo, claro) y pinta de náufragos, como si estu-vieran haciendo campaña a favor de los balseros cubanos. Pero no, estaban abogando por más dinero para combatir la globalización a golpes de datos manipulados. Eran, que dudas cabe, los salvadores de un ser humano al que el industrialismo capitalista y salvaje quiere engullir. Me acerqué a una chica con volantes en las manos y le pregunté: "¿Para que haces campaña?" Su respuesta fue clara: “Estamos aquí para contrarrestar a Bush y su política antiecologista en Irak.” Sonreí y seguí mí camino.
¿Dónde están los moderados ecologistas del WWF que no los veo defendiendo a la sedienta población humana allá en el país del osito Panda? Por mí madre que fue allá y no aquí, en esta hermosa Suiza, donde cientos de miles de litros de benceno han sido verti-dos en un río del cual dependen millones de personas. Pero qué me planteo, al fin y al cabo no son las personas lo que preocupa a estos seguidores del virulento Príncipe de Edimburgo. ¿O estoy equivocado? El vertido chino ocurrió apenas el 13 de Noviembre. Hace dos semanas. Si hubiera ocurrido en los Estados Unidos nos hubiéramos enterado un mes antes del desastre.
Volví a la carga. En la plazoleta al frente de la estación estaban los del World Wildlife Fraud. Estos, un poquito más limpios, habían instalado sus stand de mentiras al aire libre y se dedicaban a repartir amenazas extincionistas repletas de papagayos y bellas criaturas en papel cromado (no muy ecológico que digamos). El sermón era algo así como: si no nos das dinero, mañana puede que ni puedas respirar. Me acerqué a una rubia espeluznante por bella y que repartía de esas tontas amenazas y le pregunté: ¿Cuál es la especie más amenazada en el Amazonas hoy día? Me respondió: “Ah, eso yo no lo sé, pero si no detenemos a Bush y a la globalización todas desaparecerán.” ¡Convencido, no todas las rubias son inteligentes!
¿Dónde están todas esas ONG (organizaciones no gubernamentales) que se la pasan mendigando dinero para acabar luego hasta con la esperanza de sus propios benefactores? ¿Dónde están que no atacan al mamarracho de Hugo Chávez Frías y a su decreto para desclasificar de la categoría de área protegida 3.500 hectáreas en la ladera Norte (ladera donde ocurrieron los deslaves de Diciembre de 1999) del Parque Nacional del Ávila (pulmón vegetal de Caracas) y con el único objetivo de construir viviendas para sus seguidores? ¿Qué valor tiene la vida humana de todos aquellos que pudieran morir en esa planificada urbanización bolivariana si en el futuro se repiten los deslizamientos de tierra en esas laderas?
Las leyes de la naturaleza son implacables. El ser humano no busca la muerte, pero ciertamente es el que más maneras de propiciarla inventa. De nuestra especie, los marxistas ayer, y los ecologistas hoy, se llevan el palmarés. Rachel Carson y su “Primavera Silenciosa” acabó con la vida de 20 millones de seres humanos exterminados por la malaria en África. No hay nada como la desinformación para matar personas y los verdes, en eso son los primeros. Para ellos, un estómago hambriento cuenta más que uno satisfecho con granos transgénicos. ¡Viva el hambre! Aunque hasta la fecha nadie pueda probar que un grano de maíz genéticamente modificado es dañino para la salud.
Ayer se reunían en Canadá todos los países firmantes del inservible protocolo de Kyoto. Me recordaban a ese tipo de fumadores que siempre están deseando dejar de echar humo y el estrés los hace fumar cada día más. ¿Cómo dejar el vicio colega? Debe haber sido la pregunta de Zapatero a Chirac. Y este último, apesadumbrado como ya es costumbre, debe haberle respondido: “Y para colmo ahora, estos pichones de Osama Bin Laden incendiando todos nuestros Renaults. París está en llamas mi Zapa, y al humo de mí industria que compite con la de Pekín, se nos suma ahora el humo de estos islámicos. Malagradecidos coño, con la cantidad de mezquitas que les habíamos construido para que se dedicaran a rezar.”
No puedo menos que felicitar al Senado de los Estados Unidos por su rotunda negativa (95 votos contra 0) a estampar su firma en el protocolo de Kyoto. La cámara alta incluso dinamitó la farsa de la cláusula relativa a las emisiones de dióxido de carbono (60 votos contra 38) y lo hizo por coherencia y pura honestidad. Canadá, para poner un solo ejemplo, es el país del hemisferio occidental que más ha incumplido con el susodicho protocolo y España, ¡ah, la España de trasvases y panderetas!, pese a transmitir horas y horas de ecologismo greenpeaceano vía su televisión estatal, ha duplicado su incumplimiento. Así mismito, como lo oyen, España está a la cabeza de los incumplimientos del Protocolo de Kyoto.
“Kyoto es inalcanzable; y si usted mira a los números, es imposible” Ha dicho, mucho más cuerdo que cualquier ecologista, Pete Domenici, miembro del Comité para la Energía y los Recursos Naturales de los EEUU. Luego ha agregado “la razón por la cual esta medida no podía pasar, es que no puede ser implementada; nadie sabe como hacerlo…, y nadie que haya visto esa propuesta ha logrado decir cómo poder cumplirla.” Nadie, excepto los gobiernos de Europa. Regímenes de una hipocresía sin igual que, aunque saben que incumplirán con Kyoto, han preferido jugar a ser ecologistas optando por el engaño. Políticamente correcto, claro está.
Ser ecologista hoy día se ha convertido en una moda de alto vuelo. La mayoría de los que así se declaran no saben ni papa de lo que apoyan con su dinero. Pero, si Greenpeace lo dice, eso suena a rebelión y, si se es rebelde, tal vez mañana nadie les tilde de ser manipulables. Es decir, la ciencia del ecologista es sólo comparable al credo de la Gaia. La tierra progresista prometida. Por eso hay que apoyar ideas como las de Bush en el sentido de incrementar al máximo la energía nuclear, en el de mejorar sus regulaciones, y en el de independizarse energéticamente de todas esas civilizaciones medievales del mundo árabe, o de aquellas en vías de serlo, como esa Venezuela de Hugo Chávez.
Es llamativo que todas esas asociaciones, organizaciones y hasta sindicatos proecologistas hayan logrado éxito en la moratoria que impedirá durante los próximos 5 años que los suizos investiguen en OGM (organismos genéticamente modificados). Y si digo “llamativo”, lo hago pensando en que apenas han logrado excluir del escenario científico a una de las naciones más desarrolladas, y a una comunidad científica cuyos niveles de ética son difícilmente alcanzables por otras naciones, empresas, y/o laboratorios a nivel mundial. Si se fijan, el beneficio y la victoria son netamente pírricos. China y Corea seguirán investigando y Greenpeace, y la contaminación del río Songhua, aparentemente no tienen nada que ver.
Pero al grano (no transgénico), eso es lo que los ecologistas quieren. Quieren que no haya granos y que la población africana merme sin la ayuda de las “crueles guerras petroleras” que el Sr. Bush organiza contra el deseo de los ecologistas de Kyoto: Chirac y Zapatero. Ellos sí que son humanos y no se meten con los chinos, pues ello afectaría el mercado de las municiones que sus paredones facturan a las familias de sus víctimas. China piensa construir en los próximos 20 años unas 40 centrales nucleares. Eso no alarma a nadie. La energía nuclear que desarrollen los regímenes totalitarios – según ha sugerido un alto funcionario de Greenpeace* – no es peligrosa: “ellos cuentan con los especialistas más calificados”.
Hay científicos que se oponen a la educación religiosa en las escuelas públicas. De acuerdo, pero entonces ¿por qué no se oponen al ecologismo mediático y constante, que es más creacionista y fantasioso que la más primitiva de las religiones existentes en este planeta? Al menos la educación católica sólo le teme al infierno, pero también se ocupa de valores morales y éticos que el marxismo, el ecologismo, y muchos científicos se pasan por sus rascados mamoncillos. Es cierto que el ser humano es una especie que poluciona, pero me pregunto si no debiéramos incluir entre nuestros desechos criminales ese de la polución científica con la que nos estafan estos creacionistas de la ecología.
Carlos WotzkowVea aquí otras interesantes
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