ELOGIO DE LA LOCURA
Cada vez que oigo decir que un disidente cubano ha sido propuesto para el Premio Nobel de la Paz me tengo que reír. ¿Para qué pierden el tiempo? El Premio Nobel (sobre todo ese de “la Paz”, con mayúscula) es un chiste a estas alturas.
Desde que los famosos galardones fueron instituidos en 1901, nadie parece ponerse de acuerdo en el fin preciso que persiguen, ni qué ideología altruista los anima. Lo mismo recompensan a un nazi convencido como Knut Hamsun que a un estalinista redomado como Mijail Sholojov, y eso por hablar solamente de los literatos. ¿Qué me dicen de Rigoberta Menchú, esa reconocida farsante que inventó casi todos los agravios de su biografía y aun así ganó una de estas loterías anuales?
El hecho de que el Comité del Nobel haya otorgado también distinciones a figuras como Martin Luther King y Alexander Sholzhenitsyn no justifica el récord abismal que la famosa institución tiene. Premiar a racistas, mentirosos y héroes cívicos por igual no es una señal de imparcialidad, sino de contradicción, superficialidad y oportunismo.
Alfredo Nobel no fue, por cierto, un recto modelo de propósitos. Fue el inventor de la dinamita y otros explosivos letales, pero terminó su vida lamentándose del “mal uso” que la humanidad dio a esos lindos frutos de su ciencia. ¿Y qué esperaba que hicieran con la dinamita, me pregunto yo? Habría que ser muy ingenuo para pensar que tendría un fin noble y constructivo.
El disidente cubano Oswaldo Payá no ganaría un Premio Nobel de la Paz ni aunque descubriera la penicilina o resolviera de golpe y porrazo el diferendo palestino-israelí... y eso ya es mucho decir. Si hubiera dedicado su vida a combatir las dictaduras de derechas y a cantar alabanzas a los sátrapas marxistas otro gallo cantaría. Sería un “consagrado” como Adolfo Pérez Esquivel.
Pero el único premio que puede esperar alguien que se enfrenta pacíficamente a un régimen como el de Fidel Castro es la cárcel o el exilio, o algún que otro reconocimiento de las fuerzas que en el mundo luchan en estos tiempos por la libertad y la democracia. Las víctimas del comunismo son invitadas incómodas al festín global de la ética. Desentonan. Traen malas noticias del frente de las ilusiones y las utopías. ¿Qué se va a hacer? No son políticamente correctas.
Clara muestra de los azares del Nobel es el último premio de la Paz, concedido a la activista ecológica kenyana Wangari Maathai. ¿Y qué ha hecho esta buena señora para merecer esto? Bueno, para empezar es veterinaria. También ha animado una organización que supuestamente ha sembrado diez millones de árboles en Kenya. ¿Quién los contó? No sé. Según ella, ese país africano no tiene suficiente vegetación.
Por lo visto, es una de esas a quienes por aquí algunos comentaristas llamarían “tree huggers”. Gente que se trepa a una mata y la defiende hasta con las uñas, no sea que la construcción de un hotel o una fábrica vaya a dañar el medio ambiente o crear demasiados empleos. Estoy seguro también de que su campaña de bosques y arboledas ha sido de un enorme valor para preservar la paz mundial.
Ha de ser así, porque no bien le anunciaron el premio, Maathai la emprendió contra la guerra de Irak, y de paso, contra quienes ella asegura crearon los agentes biológicos que provocan el sida. “Invadimos Irak”, sentenció doctamente, “porque creíamos que Saddam Hussein había creado, o estaba creando, agentes para una guerra biológica. De hecho, el VIH fue creado por un científico para la guerra biológica”.
¿Estaría delirando? La teoría de que el virus del sida es el fruto de siniestros experimentos fue desacreditada hace muchos años, pero una ganadora del Premio Nobel la resucita ahora sin asomo de pudor, como si todos fuéramos analfabetos o viviéramos en Nairobi.
De los 38 millones de infectados con el VIH en el mundo, 25 millones viven en África, según las cifras de Naciones Unidas. No cabe duda de que se trata de una epidemia grave, pero sus orígenes nunca han sido trazados a un laboratorio occidental, ni a ningún organismo secreto empeñado en borrar a la raza negra del Planeta. Sus causas virales son bastante conocidas y los vehículos de contagio han sido definidos ya claramente: la promiscuidad sexual, la ignorancia y la falta de salubridad.
Todos estos abundan en África y cualquier teoría conspirativa no hace sino agravar el mal que amenaza a tantos infelices en ese continente. Si de algo son responsables los laboratorios del mundo civilizado es de proveer y difundir los medicamentos necesarios para prevenir, aliviar e incluso curar el sida. Con portavoces como Maathai, África se hace un flaco servicio y corre el riesgo de sucumbir a esta mortal plaga.
Dicho esto (y sin dármelas de académico), me atrevería a sugerirle al Comité del Nobel una nueva categoría de reconocimiento: la locura. Gente como Wangari Maathai la merece de sobra.
Puede leer estas columnas semanales también en: http://members.aol.com/elincorrecto/index.htm
COMENTARIO DE FAEC: Hemos publicado este comentario de Manuel Ballagas (amigo y compañero de exilio de nuestro encargado de la sección "La Ecología en Cuba", el ornitólogo cubano Carlos Wotzkow, residente forzado en Suiza), porque compartimos sus puntos de vista sobre este tema tan específico de los Premios Nobel y los ecologistas (aunque no estemos al tanto de los intríngulis de las internas entre disidientes y refugiados Cubanos, que por otra parte no nos atañen). Es más, compartimos las opiniones que Ballagas publica semanalmente en su página web, porque su visión de las cosas está teñida de sensatez, esa joya de la personalidad que se extingue más velozmente que pandas, elefantes y batracios del mundo.
Se le olvidó a Ballagas comentar que la condición básica impuesta por el mismo Alfred Nobel para otorgar sus premios fue: "Por sobresalientes logros en las ciencias, que lleven al progreso de la industria y al beneficio de la humanidad".
Esta condición dejó de cumplirse, por supuesto, cuando la Fundación Nobel cambió de manos y comenzó a ser controlada por la nobleza Sueca. Es bueno recordar que Nobel sentía por la nobleza de su país un desprecio que seguramente estaría fundado en razones puramente personales. La opinión de Don Alfredo, expresada en numerosas oportunidades, era que la nobleza Sueca "eran requechos emblemáticos de un asilo de débiles mentales."
Pero la nobleza se tomó desquite y subvirtió la idea de Nobel y es ahora una herramienta ideológica al servicio de la geopolítica y a las filosofías del socialismo sui generis practicado en Suecia, que parte de una contradicción básica: ¿Monarquía Socialista, o Socialismo Monárquico? Elija usted.
Todavía se recuerda el estupor que causó entre la comunidad internacional de químicos el insólito Premio Nobel concedido a los promotores del fraude científico de la capa de ozono, F. Sherwood Rowland, Mario Molina, y Paul Crutzen, no por el mérito científico de su trabajo, o su utilidad a la industria y a la humanidad, sino "por haber salvado a la humanidad de una catástrofe ambiental sin precedentes". Menudo logro! Sólo que Nobel debe estar todavía revolviéndose en su tumba.
Otra de las condiciones de Nobel era que el premio se debía entregar por trabajos o actividades llevados a cabo durante el año anterior al otorgamiento. Hoy se premian a trabajos científicos que se han estado desarrollando durante décadas, y hay personas y personajes que son (o fueron) candidatos perennes pero jamás se les concedió - como el reconocido caso del escritor Jorge Luis Borges. El motivo: no son lo bastante políticamente correctos o lo suficientemente izquierdistas.
No nos extrañe que próximamente se le conceda el Premio Nobel al Subcomandante Marcos, o de manera póstuma al Ché Guevara. Pero si las condiciones políticas así lo exigen, no dude usted que la Academia Sueca lo hará con toda la pompa (no muy socialista) a la que nos tiene acostumbrados. Me pregunto si Marcos vestirá frac y pasamontañas de seda negra.
¡Qué triste se está poniendo este mundo!
Eduardo Ferreyra
FAEC
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