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¿Y... qué hizo usted en el Día de la Tierra? ¿Se salpicó encima aceite de pachulí, se envolvió en tules hindúes y bailó descalzo en el parque? ¿Quizás la opción PJ O'Rourke? Servirse una medida de G&T y recostrarse en el sofá para ver a Flipper? Yo me decidí a tratar de hacer un verdadero cambio, real-mente reciclar alguna cosa en el nombre de Madre Naturale-za. Por desgracia, lo que traté de reciclar fueron algunas viejas ideas en un libro de segunda mano, el "Proyecto para la Su-pervivencia," de la revista The Ecologist. Este es uno de los documentos fundacionales del movimiento ecologista y se puede hallar en la web en aquí.
¿Por qué "desgraciadamente"? De seguro, escrutando en los oscuros rincones de la teoría eco-lógica hallaría algunas oportunidades para reírme y mofarme? ¿Seguramente habrá alguna oportunidad para que pueda señalar algunos absurdos y así rechazar todas sus argumentacio-nes? Bueno, sí; hay por cierto muchas de esas oportunidades, pero lo que lo convierte en una desgraciada experiencia es que estoy de acuerdo con ellas en dos maneras. La primera es la muy obvia, que no existe nadie que realmente quiera que el mundo colapse, que nuestros nietos queden hirviendo-ahogándose-muriendo de hambre-boqueando en busca de aire puro (elija su catástrofe) si eso es realmente lo que sucederá. Los argumentos son si, (y si lo son) qué haremos acerca de ello. Quiero decir, vamos, han imaginado ustedes alguna vez a una reunión de negocios donde alguien dice, "Y entonces, dentro de 100 años, todo el mundo se muere y es entonces cuando realmente ganaremos un montón de dinero."
Sé que estoy mirando hacia atrás, que la retrospectiva es 20/20, pero no puedo ver cómo es que este nivel de análisis pudo alguna vez convencer a nadie. Por ejemplo, tome esta frase:
Esto simplemente está equivocado (y una errada cita de Kenneth Boulding, para empezar), cuando se habla acerca de crecimiento económico y del valor agregado del PBI añadido a una economía. Aún si se tuviese una economóa cerrada, sin nuevas enajenaciones de recursos, esperaríamos ver crecimiento a medida de que nuevas y más eficientes tecnologías fuesen intrioducidas, liberando a nuestros limitados recursos para hacer otras cosas, es decir, usar los mismos recursos para crear más valores. También hay una pedazo de tontería económica aquí:
¿Cómo?!! ¿Qué clase de tontería esa esa? Seguro, más capital por trabajador hace a ese traba-jo más productivo, pero ellos lo han entendido al revés. El hecho es que tenemos grandes can-tidades de capital (es decir, los ahorros de su trabajo que nuestros abuelos nos legaron) signifi-ca que cada unidad de trabajo se ha tornando más valiosa.
Son análisis como estos que les llevan a la conclusión de que el mundo tiene que cambiar, y es aquí donde realmente hacen brillar su salsa a través de sus escritos. Ellos tienen la visión de peqeñas comunidades, cada una auto-contenida en su mayor parte, reciclando comida para abonar las plantas, trabajando como artesanos, felices en un mundo estático, sin cambios. Esta clase de pensamiento tiene una larga historia en Inglaterra, por lo menos se remonta hasta William Morris y el movimiento de Artes y Oficios. De hecho, parece haber aparecido una ge-neración después que la generación de los padres de quienes la proponían habían huído de lo que Marx llamaba la "idiotez de la vida rural".
No tengo problemas con la gente que quiere vivir de este modo, hey, soy una clase de tipo al estilo "laissez faire", usted sabe, cualquier cosa que haga balancear su bote. Sin embargo, resulta difícil leer ese panfleto del The Ecologist sin pensar que los autores propondrían la imposición de su filosofía sobre todos los demás, un deseo de forzar al resto del mundo a vivir de acuerdo a su plan y sus reglas, sin consideración ninguna por los deseos expresados por los individuos que sufrirán esa imposición. Hay una especie de feo fascismo en ello...
Estaba por rendirme entonces, cuando llegué a la parte de sus estimaciones sobre cuánto durarían algunos metales antes de agotarse. Aparentemente nos hemos quedado sin oro y sin plata desde mediados de los años 80, sin plomo ni zinc desde las mismas fechas (quizás alguien debería avisarle al London Metals Exchange de esta situación. El mes pasado ellos hicieron transacciones a futuro por unos 1.3 millones de dólares. ¿No es ilegal la transacción de produc-tos que no existen? Ahora me doy cuenta, esto sucedía en la época del famoso informe del Club de Roma sobre el acabóse que se nos venía encima, pero realmente, predecir que el mundo se quedaría sin oro apenas 15 años después del informe se ve hoy como algo bastante estúpido.
Lo que hace a este error imperdonable a mis ojos, es que ellos habían recogido la idea de moda en ese tiempo, la de moverse de una "economía de flujo" a una "economía de stock". En vez de medir, estando obsesionados por la cantidad de materia que extraemos, deberíamos mirar a lo que ya tenemos encima del suelo y tratar de sacarle el mejor provecho posible. Como idea, no es tan mala, por cierto que tendríamos que ser tan eficientes como fuese posible con lo que ya tenemos. Si luego miramos a la industria de los metales y no notamos que ya está haciendo esto desde añares, seríamos unos babosos incompetentes. Quizás hay escuchado usted que to-do el oro que fue extraído de la tierra está todavía en circulación encima de la tierra (mientras que aceptemos que las bóvedas de los bancos están por encima del suelo), pero esa es la ma-nera en que toda la industria metalúrgica trabaja. Recicla chatarra que tiene almacenada y que está reponiendo de manera constante. Es una industria de stocks.
Si usted estuviese buscando (como lo estoy hacendo yo) una pequeña planta para extraer renio, se daría cuenta de que la vasta mayoría de las ventas de renio provienen de chatarra reciclada. A 1.400 dólares el kilo, yo también hice. Si fuese a ingresar al mercado del galio sin haber notado antes que el 75% de las ventas anuales vienen del material reciclado, usted sería un tonto. Podríamos hasta señalar (en retrospectiva, para ser justos) a los problemas de la insutria norteamericana del acero en las pasadas décadas. la mayor parte de los cuales son causados por el hecho que se ha estado moviendo desde una industria de fñujo a una de stock.
Simplemente, no necesitamos esos gigantescos hornos altos, que transforman mineral de hie-rro en acero. Necesitamos pequños hornos capaces de tomar la chatarra de acero y reciclarla a nuevo. No tengo problemas con la gente ajena a la industria que no conoce estas cosas, pero pretender ser un experto, para abogar por la "economía de stock" y no ver que ya existe des-de hace añares es, bueno, ya lo dije antes, ser unos "babosos incompetentes."
Permítaseme ser justo con ellos, sin embargo, ellos demuestran preocupación por las concen-traciones de CO2 en la atmósfera y el potencial para elevar la temperatura. Esta referencia de 1972 es la primera que he visto (Por favor, tome nota que yo sigo la línea de Lomborg en este tema. Lo que hacemos es la cuestión que importa. Kioto no es la respuesta. Ellos abogan por un precio económico, por lo tanto racional, del agua, les gustaría internalizar los costos de consecuencias externas y el costo de las acciones (como ellos lo ponen, hacer que el valor acep-tado sea igual al valor real). También para ser justos con ellos, dicen que no es la disponiblidad de anticonceptivos lo que reduce el tamaño de las familias, sino el deseo de tener una familia pequeña. También han notado ellos que la riqueza ayuda a crear este deseo, pero insisten en que no puede suceder globalmente, dado que no hay suficientes recursos para que todos se vuelvan lo bastante ricos. A mí me gusta bastante el hecho que el IPCC tome sus preocupacio-nes sobre el CO2 seriamente, y que en algunos de sus escenarios tiene al mundo entero vi-viendo en los actuales niveles de riqueza de los Estados Unidos (es decir, el doble del que ha-bía en tiempos del Informe Para la Supervivencia) sin que se note ninguna falta de recursos, aparte del tan mentado CO2 del que todos estamos hablando sin cesar.
Al final me deprimí inmensamente por este informe, a causa de la segunda cosa que ellos dicen, algo con lo que estoy totalmente de acuerdo, algo con lo que, si yo tuviese la habilidad y el talento, me gustaría contribuir.
¡Sí! ¡Completamente! El ecologista nota los problemas, nota las interacciones en el ambiente; el economista aconseja como cambiar el comportamiento de manera de mitigar o eliminar las acciones que causan el problema. ¡Qué idea, qué gran manera de organizar al mundo!
Luego piso el suelo y regreso a la realidad del presente, 33 años después de que esta noble meta fue anunciada. El movimiento ecologista señala al colapso de las pesquerías, y el econo-mista dice, "Oh, esa es una Tragedia de la Gente, nosotros sabemos cómo resolver esos pro-blemas, propiedad, derechos de propiedad,..." y los ecologistas huyen aullando que la ganancia no se puede permitir. Las selvas tropicales están siendo destruidas y el economista dice: "¡Oh, esa es una Tragedia de la Gente...", el ecologista no le escucha; los acuiferos están siendo sobre explotados y el "¡Oh, nosotros sabemos cómo..." no puede salir de los labios del economista antes de se encuentre solo en la habitación. De modo que el proceso sigue adelante, aquellos que quieren unir a las dos disciplinas se rehúsan a comprender lo que se les dice acerca de lo que ya conocen, rehusando escuchar a la ciencia que podría entrar en conflicto con sus prejui-cios más idolatrados.
Ahora, eso sí que es una tragedia.
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