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¿Quo Vadis, Oikoslogía?
Por Enrique C. Lerena de la Serna (*)

(Publicado originalmente en Punto Crítico, el 8 de abril de 1994)

¿Dónde vas, Ecología? fue la pregunta que, hace veintidós años, hizo el autor de este artículo desde la revista científica Nature. No era moda entonces, así que ni siquiera sabían de qué hablaba. Repitió la pregunta en 1981, desde el diario La Capital (de Rosario). Y tampoco respondieron. Ahora abre su archivo y la realidad le contesta.
En 1977, el gobierno de Nairobi prohibió la caza de elefantes. Como observarán después, dicho decreto convertía a la joven República de Kenia, ubicado al oriente de África, en territorio integrante de este moderno imperio sinárquico que, llámese Internacional Verde o Ecología, nos excluye del orden de la naturaleza y considera a los hombres sólo un factor de desequilibrio.

Por razones obvias, los ecólogos creen pertenecer a un género especial, bastante divino, y al figurarse la excepción,
confundir su propio discurso con la realidad del plane-ta (Konrad Lorenz). Ya he presentado a los protagonistas teatrales, pasemos a la obra.
La escena se desarrolla en la Tierra, con animales verdaderos y moradores del lugar. El medio ambiente tampoco es imaginario: se trata del distrito Samburu, norte de Kenia, por aquel tiempo la mayor reser-va de elefantes africanos. Al levantarse el telón, dos guardaparques juegan a las cartas; más allá, los camarógrafos de la WQED, que han venido a filmar una película por encargo de la National Geographic Society, bostezan como hipopótamos ante las telenovelas del doctor Romero.

El cuadro bucólico o, si prefieren, la tranquila mañana del 21 de abril de 1978, predispone a los especta-dores a favor del idílico mundo fabulado por los ecologistas.

De pronto, los paquidermos entran en escena, pisando fuerte, para demostrar que están enterados a su ascenso a Vaca Sagrada de la India. Con barrites vienen diciendo (traduzco):
¡Mucho ojo, señores!, ¡cuidado, eh!, ¡ni se les ocurra herir a un proboscídeo, animal en extinción y mimado de los naturalistas de ciudad!, etcétera.

Guardaparques y camarógrafos huyen aprovechando el hueco del apuntador, los rasgones de la barata escenografía y, merced a la
confusión ecológica, por el irrealismo argumental.

Fin del primer acto. Toses en la sala.
***

Agarrate, Catalina

La manada, compuesta por unos 300 ejemplares retozones y dicharacheros, enfiló hacia el sur con el telón de bandera. Deseaban agradecer a los humanos reblandecidos tanta ley proteccionista, las prohibiciones de comerciar marfil y los aborígenes manduques de trompa al asador.

Dos horas más tarde, por los mismos motivos,
per codere puesto que en el Parque Nacional de Samburu no faltaba espacio ni comida otros 200 colosos se sumaron a la distensión elefantera. Cada uno, muy orondo y aplastante, con sus seis toneladas de peso, casi tres metros de altura y colmillos de un metro de largo. Los 500 eleantitos, ¡pavadita de procesión!

. . . E inapetentes, cual pálidas doncellas de tez oscura (es decir, grises) y reclamando sus 500 kilos de vegetales diarios, sin contar los postres (es decir, multiplicando por el número de paquidermos en marcha, 250 toneladas cada 24 horas y sus
econsecuencias). Fuera del paréntesis es mucho decir, ¿no es cierto? ¡Y lo dicen las noticias que archivo de puro ethólogo y maniático, nomás!

Pero la obra continuaba: no bien arribaron los elefantitos a la región de Abendares, famosa por las colinas, simpáticos y juguetones& a la voz de
¡aura! destruyeron los sembradíos de once haciendas, mataron a pisotones dos centenares de aves de corral, pusieron en fuga al ganado (de ganado pasó a perdido), cortaron las alambradas, hundieron un puente, voltearon nueve galpones y veintidós viviendas.

En el pueblo, donde natural y ecológicamente no había maíz ni nada apetecible a los herbívoros, pulverizaron la escuela, asesinaron a trompis al maestro e hirieron de gravedad a dos colegiales (de los negritos, por suerte). Media hora después, pese a que los muertos ya eran cinco, la policía recibió órdenes de no disparar contra los elefantes.

Mientras tanto, el gobierno convocaba a la Junta Ecológica, asesora con rango ministerial, para encontrar una solución sin derramar sangre& elefantilla. Las autoridades tenían presente lo sucedido en la República de Ruanda en 1975, cuando el ejército de la hermana nación, a fin de librarse del ataque inmotivado de 140 paquidermos, cometió el error de eliminar a 106.
Fue un escándalo: llovieron las protestas del mundo entero (del orbe ya ecologizado, del culto) y hasta hubo sanciones económicas y, en consecuencia, ancianos y niños muertos de hambruna.

Fin del segundo acto. Baja un telón verde y el público ni respira, para no agrandar el agujero de ozono de las posaderas.

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Dado que los elefantes incursotes continuaban provocando todo tipo de problemas obstrucción de rutas, destrozos de casa, roturas mil el 2 de mayo se autorizó el envío de un helicóptero particular (matrícula 5Y-AYV), dotado son sirenas y otras señales acústicas que asustaron a los trompeadores, y de ese modo, quizá, obligarlos a retirarse campo afuera.

Y sin escatimar costos, contrataron al experto Roneth Eliot, conocido como el
padre de los elefantes, a fin de dirigir las operaciones.

No los voy a fastidiar con los guarismos de personas fallecidas e internadas. Suena poco ecologizable, así que abreviaremos: el 28 de julio se inauguró un nuevo colegio a 10 kilómetros de allí, y hoy, en Aberda-res, funciona la mayor reserva de elefantes africanos& Philip Sneider, el jefe de los guardaparques, juega aburrido a las cartas con Charles Harris y John Michel, ex granjeros que como todos los blancos cobraron el seguro; en las proximidades, los camarógrafos de la CNN bostezan y se interrogan en qué momento repondrán la pieza, si tendrá dos finales, en suma,
hiperrealismo y ecología, subdesarrollo y Hollywood.

Reflexiones de un crítico

Curioso argumento, escrito para un extraño planeta, la Tierra, regida por las paradojas. El 2 de diciem-bre de 1976, un comando terrorista ecológico (sic) amenazó con detonar dos bombas nucleares en Melbourne y Sydney, las dos principales ciudades de Australia, si el primer ministro Malcolm Fraser no accedía a sus demandas en pos de ¡agua potable sin flúor! (textualmente, aunque usted no lo crea).

Y en ese mismo mundo, yo, un Lerena, familia que dio a la Argentina cinco generaciones de veterinarios caso único que vivo y moriré rodeado de animales,
considero a la Ecología mi oponente por naturaleza y devenir ontológico.

Ocurre que, entre las ballenas y los balleneros
, ¡el hombre, claro!

Como dijo Cesare Pavese:
"Me voy. Me gusta el teatro, pero no me agrada la obra que han puesto en cartel.


(*) Enrique César Lerena de la Serna, ethólogo, Dr. Honoris Causa del Instituto Max Planck, miembro de la Fundación Argentina de Ecología Científica, ha publicado más de 2500 ensayos y artículos en casi un centenar de diarios, revistas y editoriales argentinas y del extranjero. Citado por Konrad Lorenz y por Félix Rodríguez de la Fuente, continúa siendo, empero, unos de los ilustres desconocidos de la ciencia y la literatura nacional.


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