Hielo Marino
Temperatura Polo Norte
Aunque la instalación de una cámara de TV de circuito cerrado y monitor de TV en cada dormitorio para controlar la actividad de cada ciudadano no parece, por ahora, algo inminente, el control sobre los ciudadanos de una nación se realiza de manera bastante eficiente por medio de un mecanismo muy efectivo: la creación del miedo en la sociedad. Una sociedad con miedo recurrirá siempre a sus “autoridades” en busca de protección, sin caer en cuenta de que ha puesto al zorro al cuidado del gallinero.
Michael Crichton escribió una exitosa novela de ficción sobre el calentamiento global y el cambio climático que merece ser leído por quienes no tienen el asunto del cambio climático muy claro. La novela se llama “Estado de Miedo” y trata sobre las aventuras de un grupo de personas que descubren un extraño complot de eco-terroristas para causar catástrofes ambientales y demostrar así que los peligros del cambio climático son reales, y que hay que hacer algo urgente al respecto, como firmar el Tratado de Kioto, dictar las leyes e impuestos necesarios para disminuir la emisión de dióxido de carbono, etc, etc, es decir, la Letanía enunciada por Bjorn Lomborg –y donar, por supuesto, mucho dinero a las ONGs salvadoras del planeta, que son varias decenas de miles.
La novela es atrayente, entretenida; un argumento tipo espionaje y servicios secretos, y las 685 páginas se leen casi de una sentada. Los personajes hablan y discuten con miembros de equipos de abogados que preparan una monumental demanda judicial contra la EPA (Agencia de Protección del Ambiente) y los EEEUU por su responsabilidad en el calentamiento global, representando a los pobladores de la Isla de Vanuatu, en el Pacífico, que según ellos será cubierta por el mar en poco tiempo más. Las discusiones están acompañas de excelentes explicaciones científicas (bien fáciles de comprender), gráficos ilustrativos de temperaturas y tendencias, y referencias a estudios científicos publicados para sostener sus afirma-ciones. Una rara mezcla de “ciencia-ficción” en el argumento pero “ciencia-realidad” en sus explicaciones.
El Miedo como herramienta
Pero quizás una de las partes más interesantes del libro está en una conversación entre uno de los personajes y un profesor universitario, un genio excéntrico que parece tener las cosas muy en claro, no sólo con respecto a las verdaderas consecuencias que tendría un calentamiento futuro del planeta de unos 2,5º C –si es que se llega a ese nivel- sino a las causas de la enorme propaganda que ha venido impulsan-do al que parece que será el más grande de todos los fraudes científicos perpetrados en la historia. El profesor Hoffman lo achaca al control de la sociedad a través del miedo, algo que hemos venido alertando en este sitio web desde hace varios años, bastante antes de que Crichton lo pusiera de manera muy elocuente y lo demostrara tan brillantemente. En realidad, es el resultado de una recopilación de miles de trabajos realizados desde hace décadas en el mundo, en relación al manejo de la sociedad y la necesidad de mantenerla bajo un control estricto.
Agregaría yo que la necesidad de los gobiernos de mantener ese estricto control sobre sus ciudadanos es porque son los ciudadanos quienes tienen un dinero que se les puede sacar con mucha facilidad, y han descubierto que el miedo es la mejor y más eficiente de las herramientas para lograr que los ciudadanos, de manera voluntaria, y hasta con entusiasmo, se desprendan de fuertes cantidades de dinero para entregarlas a un gobierno que las usará sin rendir cuentas claras. La pobre gente cree que el gobierno les salvará de todos los peligros -que los mismos gobiernos se habían encargado de imaginar para llegar a esa situación.
En la conversación que un tal Profesor Hoffman tiene con Peter Evans, uno de los principales personajes de la historia, Crichton nos expone su idea del asunto. Se citan textualmente las partes más significativas de la conversación (el texto en negritas es mi responsabilidad).
El “Estado de Miedo”
- “Quiero ir a parar a la idea del control social, Peter, a la necesidad de todo Estado soberano de ejercer control sobre el comportamiento de sus ciudadanos, de mantenerlos dentro de un orden y fomentar en ellos una actitud razonablemente sumisa: de obligarlos a conducir por el lado derecho de la carretera, o por el izquierdo, según sea el caso; de exigirles el pago de impuestos. Y naturalmente sabemos que el control social se administra mejor mediante el miedo.”
-“El miedo”- repitió Evans.
- “Exactamente. Durante cincuenta años las naciones occidentales mantuvieron a sus ciudadanos en un estado de miedo perpetuo. Miedo al otro bando. Miedo a la guerra nuclear. La amenaza comunista. El telón de acero. El imperio del mal. Y en el ámbito de los países comunistas, lo mismo pero a la inversa: miedo a nosotros. Y de pronto, en otoño de 1989, todo eso se acabó. Desapareció, se esfumó. Fin. La caída del Muro de Berlín creó un vacío de miedo. La naturaleza detesta el vacío. Algo tenía que llenarlo.”
Evans frunció el entrecejo.
- ¿”Está diciendo que las crisis ecológicas sustituyeron a la guerra fría?”
- “Eso demuestran los datos. Es cierto, desde luego, que ahora tenemos el fundamentalismo radical y el terro-rismo posterior al 11-S para asustamos, y esas son sin duda razones muy reales para el miedo, pero no va por ahí mi argumentación. Mi idea es que hay siempre una causa para el miedo. La causa puede cambiar a lo largo del tiempo, pero el miedo siempre nos acompaña. Antes de temer al terrorismo, temíamos el medio ambiente tóxico. Antes estaba la amenaza comunista. La cuestión es que, si bien la causa concreta de nuestro miedo puede variar, nunca vivimos sin miedo. El miedo impregna la sociedad en todos sus aspectos. Permanente-mente.
Cambió de posición en el banco de cemento, apartando la mirada de la muchedumbre.
- “¿Se ha parado alguna vez a pensar en lo asombrosa que es la cultura de la sociedad occidental? Las nacio-nes industrializadas proporcionan a sus ciudadanos una seguridad, una salud y un bienestar sin precedentes. La esperanza de vida ha aumentado en un cincuenta por ciento en el último siglo. Sin embargo la gente vive hoy día inmersa en un miedo cerval.”
“Les asustan los extranjeros, la enfermedad, la delincuencia, el medio ambiente. Les asustan las casas donde viven, los alimentos que ingieren, la tecnología que los rodea. Especial pánico les producen cosas que ni siquiera pueden ver: los gérmenes, las sustancias químicas, los adictivos, los contaminantes.”
“Son tímidos, nerviosos, asustadizos y depresivos. Y lo que es aún más asombroso, viven convencidos de que se está destruyendo el medio ambiente de todo el planeta. ¡Increíble! Eso es, al igual que la fe en la brujería, una falsa ilusión extraordinaria, una fantasía global digna de la Edad Media. Todo se va al infierno y debemos vivir con miedo. Asombroso.”
“¿Cómo se ha inculcado en todos nosotros esta visión del mundo? Porque si bien imaginamos que vivimos en naciones distintas... Francia, Alemania, Japón, Estados Unidos... de hecho, habitamos en el mismo estado, el Estado de miedo. ¿Cómo se ha llegado a este punto?”
Evans no dijo nada. Sabía que no era necesario.
-“Pues se lo diré. Antiguamente, antes de que usted naciera, los ciudadanos de Occidente creían que sus naciones-estado se hallaban dominadas por algo que se dio en llamar «complejo industrial-militar». Eisen-hower previno a los norteamericanos contra él en la década de los sesenta, y después de dos guerras mundia-les los europeos sabían muy bien qué significaba eso en sus propios países. Pero el complejo industrial-militar no es ya el principal impulsor de la sociedad. En realidad, durante los últimos quince años nos hallamos bajo el control de un complejo totalmente nuevo, mucho más poderoso y omnipresente. Yo lo llamo «complejo político-jurídico-mediático», PJM. Y está destinado a fomentar el miedo en la población, aunque en apariencia se plantee como fomento de la seguridad.”
-“La seguridad es importante.”
-“Por favor. Las naciones occidentales son de una seguridad fabulosa. Sin embargo la gente no tiene esa sensación debido al PJM y el PJM es poderoso y estable precisamente porque aúna diversas instituciones de la sociedad. Los políticos necesitan los temores para controlar a la población. Los abogados necesitan los peligros para litigar y ganar dinero. Los medios necesitan historias de miedo para capturar al público. Juntos, estos tres estados son tan persuasivos que pueden desarrollar su labor incluso si el miedo es totalmente infundado, si no tiene la menor base real. Por ejemplo, pensemos en los implantes mamarios de silicona.”
Moviendo la cabeza, Evans dejó escapar un suspiro.
-¿”Los implantes mamarios?
-“Sí. Recordará que durante un tiempo se dijo que los implantes mamarios provocan cáncer y enfermedades autoinmunes. Pese a que los datos estadísticos lo desmentían, vimos sonados reportajes, sonadas demandas, sonadas sesiones parlamentarias. El fabricante, Dow Corning, se vio obligado a abandonar el negocio después de desembolsar tres mil doscientos millones de dólares, y los jurados concedieron cuantiosos pagos a los demandantes y a sus aboga-dos.”
“Cuatro años después, unos estudios epidemiológicos concluyentes demostraron más allá de toda duda que los implantes mamarios no causaban ninguna enfermedad. Pero para entonces la crisis ya había cumplido su objetivo, y el PJM había seguido su curso, una voraz maquinaria en busca de nuevos miedos, nuevos terrores. Se lo aseguro, así funciona la sociedad moderna, mediante la creación continua de miedo. Y no existe ninguna fuerza compensatoria. No existe ningún mecanismo de control y equilibrio de poderes, ninguna limitación al fomento perpetuo de un miedo tras otro...”
-“Porque tenemos libertad de expresión, libertad de prensa.”
-“Esa es la respuesta clásica del PJM. Así es como siguen en activo -repuso Hoffman-.Pero piénselo. Si no es correcto gritar falsamente «¡Fuego!» en un teatro abarrotado, ¿por qué habría de ser correcto gritar "¡Cáncer!" en las páginas del New Yorker cuando no es verdad? Hemos gastado más de veinticinco mil millones de dólares en esclarecer la falaz afirmación de que los cables de alto voltaje producían cáncer.(1) «¿Y qué?», me dirá. Se lo veo en la cara. Está pensando: «Somos ricos, nos lo podemos permitir. Son sólo veinti-cinco mil millones de dólares». Pero el hecho es que veinticinco mil millones de dólares son más del total del PBI de las cincuenta naciones más pobres del mundo juntas.”
“La mitad de la población mundial vive con dos dólares al día. Así que veinticinco mil millones de dólares basta-rían para mantener a treinta y cuatro millones de personas durante un año. O podríamos haber ayudado a toda la gente que ha muerto de sida en África. En lugar de eso, lo derrochamos en una fantasía publicada en una revista cuyos lectores se la toman muy en serio. Créame, es un tremendo despilfarro de dinero.”
“En otro mundo, sería un despilfarro criminal. Uno podría imaginar fácilmente otro juicio de Nuremberg, esta vez por la implacable dilapidación de riqueza occidental en trivialidades, junto con imágenes de bebés muertos en África y Asia como resultado de eso.
Se interrumpió apenas para tomar aire:
– “Como mínimo, estamos hablando de una atrocidad moral. Así, cabría esperar que nuestros líderes religiosos y nuestras grandes figuras humanitarias clamasen contra este derroche y las innecesarias muertes resultantes en todo el mundo. Pero ¿lo denuncia algún líder religioso? No. Muy al contrario, se suman al coro. Promueven lemas como «¿Qué coche conduciría Jesús?». Como si olvidasen que el cometido de Jesús sería expulsar del templo a los falsos profetas y a quienes infunden temor.”
- Se acaloraba cada vez más
“Estamos hablando de una situación que es profundamente inmoral. A decir verdad, es repugnante. El PJM pasa por alto sin la menor contemplación la penosa situación de los seres humanos más pobres y desesperados de nuestro planeta a fin de mantener a políticos gordos en el cargo, a presentadores de televisión ricos en el aire y a abogados maquinadores en Mercedes Benz descapotables. Ah, y a profesores universitarios en Volvo. No nos olvidemos de ellos.
-“¿Y eso?” -preguntó Evans-. “¿Qué tienen que ver con esto los profesores universitarios?”
- “Bueno, eso sería tema de otra conversación.”
- “¿No existe una versión abreviada?”- preguntó Evans.
- “La verdad es que no. Por eso, Peter, los titulares no son la noticia. Pero intentaré resumirlo”, respondió Hoffman, “He aquí la cuestión: el mundo ha cambiado en los últimos cincuenta años. Ahora vivimos en la sociedad del conocimiento, la sociedad de la información, o como quieras llamarlo. Y tiene un gran impacto en nuestras universidades.”
”Hace cincuenta años, quienes querían llevarlo que entonces se conocía como "la vida del espíritu", es decir, ser intelectuales, vivir de la inteligencia, debían trabajar en una universi-dad. La sociedad en general no tenía cabida para ellos. Podía considerarse que unos cuantos periodistas vivían de su inteligencia, pero ahí se acababa. Las universidades atraían a aquellos que voluntariamente renunciaban a los bienes mundanos para llevar una vida intelectual enclaustrada, enseñar los valores eternos a las generaciones más jóvenes. La labor intelectual se desarrollaba exclusivamente en la universidad.”
“Pero hoy día amplios sectores de la sociedad se dedican a la vida del espíritu. Toda nuestra economía se basa en el trabajo intelectual. El treinta y seis por ciento de los trabajadores dependen de sus conocimientos, muchos más de los que encuentran empleo en el sector manufacturero. Y cuando los profesores decidieron que ya no enseñarían a los jóvenes, sino que dejarían la tarea a sus alumnos de posgrado, que sabían mucho menos que ellos y hablaban mal el inglés, cuando eso ocurrió, las universidades entraron en crisis.¿De qué servían ya? Habían perdido su control exclusivo de la vida del espíritu. Ya no enseñaban a los jóvenes. En un año solo podía publicarse determinado número de textos teóricos sobre la semiótica de Foucault. ¿En qué se convertirían nuestras universidades? ¿Qué función cumplirían en la era moderna?”
Se puso en pie como si la pregunta lo hubiese vigorizado y de pronto volvió a sentarse.
- “Lo que ocurrió” -prosiguió- “es que en la década de los ochenta las universidades se transformaron. Antes bastiones de libertad intelectual en un mundo mercantilista, antes lugar de experimentación y libertad sexual, se convirtieron en los entornos más restrictivos de la sociedad moderna. Porque tenían que desempe-ñar un nuevo papel. Se convirtieron en las creadoras de nuevos miedos al servicio del PJM. Hoy día las universidades son fábricas de miedo. Inventan los nuevos terrores y las nuevas angustias sociales. Los códigos restrictivos nuevos. Palabras que no pueden pronunciarse. Ideas que no pueden concebirse. Produ-cen una corriente continua de nuevas ansiedades, peligros y terrores sociales para uso de los políticos, los abogados y los periodistas.”
“Alimentos nocivos para el organismo. Comportamientos inadmisibles. No se puede fumar, no se puede decir malas palabras, no se puede fornicar, no se puede pensar. Estas instituciones han cambiado por completo en una generación. Es verdaderamente extraordinario.”
“El Estado de miedo moderno no podría existir si las universidades no lo alimentasen. Para sostener todo esto, ha surgido una peculiar línea de pensamiento neoestalinista, y sólo puede prosperar en un marco restricti-vo, a puerta cerrada, sin el debido proceso. En nuestra sociedad sólo las universidades han creado eso hasta el momento. La idea de que estas instituciones son progresistas es una broma cruel. Son fascistas hasta la médula, se lo aseguro.
- “No hemos hablado de la involución.” -dijo.
- “Profesor…”
- “Es el paso siguiente en el desarrollo de las naciones-estado. De hecho, ya se ha iniciado. Fíjese en la ironía. Al fin y al cabo, veinticinco mil millones de dólares y diez años después, los mismos elitistas ricos que estaban aterrorizados por el cáncer provocado por las líneas de alto voltaje compran ahora imanes para sujetárselos a los tobillos o colocarlos sobre sus colchones ... los imanes japoneses de importación son los mejores, los más caros... a fin de disfrutar de los efectos beneficiosos para la salud de los campos magnéticos. Los mismos campos magnéticos... sólo que ahora, por lo visto, nunca se cansan de ellos.”
-“Profesor” -dijo Evans- “tengo que irme.”
- “¿Por qué esa gente no se recuesta contra la pantalla del televisor sin más? ¿Se arrima a un electrodomésti-co de cocina? ¿A cualquiera de esos objetos que antes los aterrorizaban?”
- “Luego hablaremos” -dijo Evans, y retiró el brazo.
Conclusión
Si tiene esos $49 que le sobran (quizás por haber dejado de fumar, o ahorrado de una donación que se arrepintió de hacerle a Greenpeace), no lo dude un momento. Consiga el libro Estado de Miedo de Michael Crichton, siéntese en el lugar más cómodo de su casa y comience a darse el enorme placer de leer una muy entretenida novela, llena de acción y dramatismo -y repleta de información que le será de enorme utilidad. Después me agradecerá el consejo.
Sobre todo, cuando llegue al final, podrá leer el Apéndice 1: Por qué es peligroso la politización de la ciencia. Si tiene paciencia, como decían las radionovelas, en este mismo punto de dial, la próxima semana lo podrá leer completo. No tiene desperdicio.
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