Para hacer frente a este dilema, y recobrar el control sobre su misión y llegar de manera más efectiva a la creciente cantidad de grupos de interés, un grupo de compañías multinacionales de 30 países organizaron el World Business Council for Sustainable Development (WBCSD). Entre sus miembros están AT&T, BP, Ford, General Motors, Mitsubishi, Monsanto, Nestlé, Procter and Gamble, Río Tinto, Shell, Sony y Toyota.
Las compañías piensan que haciendo declaraciones de su misión, articulando metas corporativas y asumiendo un compromiso con varios puntos de referencia a la responsabilidad social corporativa, estarían en condiciones de satisfacer expectativas sociales de manera más consistente.
Obviamente la mayoría de las modernas corporaciones aceptan actualmente estos principios, como base de su filosofía corporativa, sean o no miembros del WBCSD. Entienden que en la actualidad todo el mundo espera ser tratado de manera justa y disfrutar de un mundo mejor para sí mismos, sus hijos y sus comunidades. Empleados, ejecutivos, accionistas, clientes y demás partes interesadas, esperan que las empresas respeten sus valores medioambientales y la salud de las personas, que repudien la corrupción, que preserven los recursos energéticos y minerales, que minimicen la contaminación, que provean de puestos de trabajo y que ayuden a los pobres del mundo.
Esperan que las corporaciones hagan todo esto y que además contribuyan al avance científico, al desarrollo de nuevos productos y tecnologías, al tiempo que refuerzan su posición en el mercado y sus márgenes de ganancia, satisfaciendo cada una de las necesidades de los clientes, culturas y comunidades a las que sirven.
Pero pese a todos estos esfuerzos, el dilema corporativo se ha agudizado. Los activistas alegan frecuentemente que muchas compañías firman compromisos de responsabilidad social corporativa para acumular opiniones favorables en la prensa, mejorando así su reputación, desviando las críticas y apaciguando así a los críticos. Otras empresas simplemente esperan retrasar o simulan anticiparse a nuevas iniciativas de reglamentación, reciben el apoyo de grupos de “inversores socialmente responsables”, obteniendo así ventajas sobre sus competidores o generando material para astutas campañas publicitarias. Fingen estar de acuerdo con la responsabilidad social, con el desarrollo sostenible y con el principio preventivo, según dicen los activistas, “pero mas allá de eso, sólo le preocupan los negocios, como de costumbre”.
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Sin embargo, la verdadera raíz del problema es muy diferente de lo que alegan los activistas. La triste realidad es que las doctrinas de la responsabilidad social corporativa (tal como están definidas, interpretadas y aplicadas en la actualidad por los grupos de interés, reguladores, parlamentos, fundaciones y cuerpos internacionales de activistas) crean problemas significativos, no sólo para las corporaciones, sino que golpean fuertemente a familias, comunidades y naciones, especialmente en el Tercer Mundo.
Con mucha frecuencia son los mismos activistas quienes insisten en definir las “expectativas de la sociedad”, el “bienestar de la sociedad” y aquello que debe “devolverse” a la misma. Año tras año las demandas van aumentando, y año tras año, en lugar de desafiar a los activistas y a sus doctrinas, muchas corporaciones tratan de “ponerse al mismo nivel”, asumiendo simplemente que pueden traspasar a los consumidores y a los contribuyentes los costes de humillarse ante los extremistas.
Como publicó The Economist, renuncian a enfrentarse inclusive a los “reclamos sin sentido” que les formulan. Atentan “contra su propia integridad para competir por un Oscar ético”. Caen lentamente en la trampa de aceptar implícitamente la crítica de que “las empresas son inherentemente inmorales a menos que demuestren lo contrario y de hecho, culpables hasta que se demuestre su inocencia”.
En resumidas cuentas, las corporaciones intentan jugar al juego de la responsabilidad social corporativa para apaciguar a sus implacables enemigos, olvidándose de la famosa advertencia de Winston Churchill: “Un apaciguador es el último en alimentar a un cocodrilo, esperando ser el último en ser comido”. Compitiendo por los premios en las listas de honor de la responsabilidad social corporativa, continúa The Economist, “pueden conseguir que los activistas dejen de ser una molestia para la empresa al menos por un tiempo”. “…
Aunque dar gusto a los grupos de presión políticamente correctos puede parecer un precio asumible para mantenerlos tranquilos, en realidad da lugar al refuerzo de la convicción de que las compañías tienen una responsabilidad a la que deben responder, aumentando de este modo las críticas y quizás alimentando un clima en el cual pesadas regulaciones podrían volverse políticamente aceptables”.
Otras corporaciones y muchos países en desarrollo, toman un camino diferente. Tratan de redefinir el término para que se adecue a sus propias circunstancias y promueven elementos de interés público que consideran revisten especial importancia. Mientras que algunos de estos esfuerzos han tenido éxito, muchos otros han fracasado. Los que proponen la responsabilidad social corporativa se enfadan ante tale disidencias y continúan su búsqueda de reglas y estándares, cada vez más complejos e inflexibles.
A veces, algunos directores generales y ejecutivos de corporaciones, se hunden ante la presión personal para protegerse ellos y sus familias de intimidaciones e incluso violencia física. El repertorio de los métodos “persuasivos” incluye bombas incendiarias, palizas y demás muy en la línea de los grupos mafiosos.
Algunas compañías, sin embargo, buscan fines menos saludables, sucumbiendo ante el Lado Oscuro de las fuerzas de la responsabilidad social corporativa. En efecto, las actuaciones de BP podrían estar entre los ejemplos más visibles de una propensión creciente, compartida por corporaciones con y sin fines de lucro:
Para estirar la verdad... reinventar la realidad... sustituir propagandas exageradas, confusas y astutas, por la honestidad... y tomar a la ligera la ética, las leyes y las cifras ¯ para promover productos y programas, atraer inversionistas (o donantes) y convencer a periodistas, políticos, jueces y reguladores para que conviertan a las agendas corporativas y activistas en políticas públicas coercitivas.
Algunos grupos activistas, han sido particularmente creativos a la hora de promover sus agendas, escondiéndolas bajo el manto del “interés público” o de la “responsabilidad social”. Al hacerlo, muchos sacan ventaja del hecho de que no se espera de sus compañías sin fines de lucro el mismo estándar ético, o que estén sujetas a las mismas leyes y reglamentaciones que se aplican a compañías con fines de lucro. Se comportan como si no fueran responsables por sus abusos de confianza o por las consecuencias negativas de sus acciones, porque ellos son “los guardianes del interés público” y son demasiado importantes para su comunidad local (e incluso para el mundo) como para ser “restringidas” por reglas que gobiernan a las organizaciones con fines de lucro.
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Lo que revela todo esto es una profunda y preocupante convergencia de ideología, activismo, mercadeo, política y ganancia financiera, para radicalizar más aún las agendas políticas. De hecho, hoy en día puede afirmarse que ése es el “modus operandi” de los enormes grupos “éticos” multinacionales de inversión y de aquellas fundaciones y ONGs que dominan cada vez más el escenario político global. Muchos de los grupos de presión trabajan mano a mano con las compañías, condenándolas o haciéndolas caer un día, y al día siguiente aceptando secretamente sus contribuciones o concibiendo de manera conjunta estrategias en cuanto a regulaciones y manejo de las relaciones públicas.
Charles Schwab argumenta que la confianza en las empresas se restablecerá en cuanto las compañías comiencen a aceptar tres principios fundamentales: transparencia, comunicación y responsabilidad. No hay razones para que el cumplimiento de estos mismos requisitos no puedan ser exigidos a agentes activistas con poder y sin consenso, tales como The Nature Conservancy, NRDC, Greenpeace, Friends of the Earth, Amnesty International, o los burócratas de Estados Unidos, de la Unión Europea y de las Naciones Unidas, que con los impuestos del contribuyente apoyan a organizaciones de activistas.
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Sin embargo, hoy en día se esta comenzando a entender que la búsqueda de la integridad debe también exigirse a grupos de presión radicales, a firmas de inversores socialmente responsables y demás activistas que intentan utilizar recursos públicos y regulaciones para imponer su visión del mundo. Ellos también deberían ser investigados muy de cerca y obligados a operar siguiendo las mismas reglas que gobiernan a toda la sociedad.
Hace mucho que se les ha agotado el tiempo a las ONGs, grupos de interés y burócratas gubernamentales para empezar a cumplir con todo aquello que exigen a las empresas, Wall Street, empresas y asociaciones profesionales y demás corporaciones con fines de lucro: adopción de estándares éticos, penalizaciones internas y respeto de las leyes y regulaciones. En pocas palabras, los grupos activistas necesitan aplicar lo que el WBCSD sugirió que hicieran todas las corporaciones: demostrar que pueden “comportarse de forma ética y responsable, en compensación a todas las libertades y oportunidades que la sociedad les otorga”.
Capitulo 2: Las Raíces del Eco-Imperialismo
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En el fondo está el hecho de que la doctrina de la responsabilidad social corporativa (participación de grupos de interés, desarrollo sostenible, principio preventivo y una visión particularmente sombría del mundo) refleja principalmente las preocupaciones, preferencias y visión pesimista que tiene del mundo un reducido grupo de políticos, burócratas, académicos, ONGs multinacionales y fundaciones ricas de acaudalados países desarrollados. Estos, autodenominados guardianes del bien público, no comprenden bien (y a veces les tienen una profunda aversión) a los negocios, al capitalismo, a las economías de mercado, a la tecnología, al comercio global y al papel vital que tienen las ganancias en la generación de innovaciones y progreso.
Sin embargo, son ellos quienes proclaman e implementan los criterios por los cuales las empresas deben ser juzgadas, decidiendo qué metas de la sociedad son importantes, determinan si estas se están alcanzando o no, e insisten en que se relegue a un status inferior a todas aquellas necesidades, puntos de vista y preocupaciones que los contradigan. Al hacer esto buscan imponer su visión del mundo y cambiar a la sociedad a su manera, cosa que no han podido lograr a través del voto popular o por medio de decisiones legislativas o judiciales.
Implícitas en estas doctrinas hay varias premisas falsas y pesimistas que constituyen la esencia del ecologismo ideológico. Los eco-activistas creen equivocadamente, por ejemplo, que los recursos energéticos y minerales existen en cantidades finitas y que se están agotando rápidamente; que las actividades que llevan a cabo las corporaciones, especialmente las grandes compañías multinacionales, contribuyen inevitablemente al agotamiento de recursos, a la degradación del medioambiente, y al deterioro de la salud humana y de toda la sociedad , al daño social y a un inminente desastre para el planeta; que lo que dirige la toma de decisión de las corporaciones son las ganancias y no las necesidades y deseos de la sociedad y que bajo ningún concepto tienen asumido el deseo de servir a la humanidad.
En suma, las doctrinas de la responsabilidad social corporativa se basan demasiado en la animosidad hacia las compañías y sus beneficios, demasiado en conjeturas e hipotéticas necesidades de las generaciones futuras y muy poco en las necesidades reales, inmediatas, de vida o muerte, de las generaciones presentes, especialmente de los billones de habitantes de zonas rurales pobres en países en desarrollo. Estas doctrinas mutantes otorgan a los activistas una fuerza sin precedente para imponer los estándares más elevados del mundo desarrollado a compañías, comunidades y naciones, mientras ignoran las necesidades, prioridades y aspiraciones de quienes luchan a diario simplemente por sobrevivir.
Podríamos decir entonces que la versión ideológica de la responsabilidad social corporativa está en franca oposición con los sistemas que han generado mayor riqueza, oportunidades, desarrollo tecnológico y mejoras en cuanto a salud y medio ambiente en toda la historia de la humanidad. El verdadero efecto es entonces la cesión de la toma de decisiones a unos pocos; la reducción de la competencia, la innovación, el comercio, las inversiones y la vitalidad económica, perjudicando de esta manera, todas aquellas posibles mejoras futuras de la sociedad, la salud y el medioambiente.
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En suma, la responsabilidad social corporativa, tal como se define y aplica hoy en día, ignora las legítimas aspiraciones y necesidades de la gente de bajos o medianos ingresos del mundo desarrollado. No debería sorprendernos que la gente pobre de los países en desarrollo, consideren a la responsabilidad social corporativa como una forma virulenta de neocolonialismo, lo que muchos llaman eco-imperialismo y no como un mecanismo para mejorar sus vidas.
Capítulo 3: Boñiga de Vaca para Siempre
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Los pobres del tercer mundo desearían poder cambiar sus chozas por viviendas modernas y disfrutar de agua corriente, refrigeración, luz eléctrica y otras necesidades básicas que los occidentales y sus elites intelectuales y gubernamentales dan por sentado en sus países. Los pobres del tercer mundo quisieran ver que sus hijos superen los cinco años de edad y esperan un futuro aun mejor para sus nietos. Son concientes de que la electricidad y la energía les procurarían poder económico y político para:
• determinar sus propios destinos.
• construir escuelas e industrias modernas, fomentando así oportunidades educativas y de trabajo.
• disponer de alimentos suficientes para que la desnutrición y el hambre sean un lejano recuerdo.
• mejorar la calidad de su salud y la del medio ambiente, construyendo hospitales modernos, plantas de purificación y tratamiento de aguas, industrias y demás facilidades, cosas normales en el mundo desarrollado.
Se resisten a que sus elecciones sean dictaminadas por activistas ambientales del Primer Mundo, con el pretexto del desarrollo sostenible, del principio preventivo y de la responsabilidad social corporativa. Como dijo una mujer Gujarati de la India a un equipo de noticias de televisión: “No queremos estar encerrados como en un museo”, con estilos de vida primitivos a los que Hollywood y los extremistas verdes han sabido dotar de gran romanticismo y al mismo tiempo continuar rodeados de pobreza, enfermedad, desnutrición y muerte prematura”.
Se escandalizan ante comentarios como los que hizo Brent Blackwelder, presidente de Friends of the Earth, en un documental televisivo: “No es posible que toda la población tenga el estilo de vida material del ciudadano americano medio. Ese no es necesariamente un modelo sano al cual aspirar. Podríamos enumerar la infinidad de maneras que hacen a los americanos muy infelices, porque no pueden disponer de tiempo suficiente para estar con sus familias o amigos y no poseen un sentido de comunidad ¿Quién podría querer exportar tal concepto al resto del mundo?”.
El hecho de que Blackwelder y otros ideólogos ambientalistas sugieran que un “ritmo agitado” o una supuesta “pérdida de comunidad” es comparable a los estragos que sufre la gente empobrecida de la India o África parece increíble. James Shikwati de Kenya, describe de manera concisa este fenómeno preguntándose: “¿Quién les ha dado el derecho a las naciones desarrolladas a tomar decisiones por los pobres?”.
Refiriéndose al principio preventivo y al concepto de desarrollo sostenible, los medioambientalistas se preocupan por la contaminación del aire, por la “insostenible” quema de combustibles fósiles y por los “riesgos hipotéticos y de largo plazo de un cambio en las condiciones climáticas”, apunta Barun Mitra. Pero “ignoran abiertamente los verdaderos riesgos a que se enfrentan los pobres en la actualidad”, tales como la contaminación dentro de las viviendas por la combustión de “combustible de biomasa renovable” (boñiga, o estiércol de vacuno…)
La Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que cerca de 1.000 millones de habitantes, principalmente mujeres y niños, se exponen anualmente a una grave contaminación del aire. La OMS afirma que la contaminación del aire bajo techo mata unas 4 millones de personas en el mundo cada año, incluyendo a niños e infantes, principalmente a causa de enfermedades respiratorias tales como la neumonía. Los combustibles de biomasa también contribuyen a un asma rampante entre las mujeres o cáncer de pulmón en aquéllas mujeres que han tenido la “suerte” de sobrevivir lo suficiente como para tener la posibilidad de contraerlo.
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“La tala no sostenible de leña en zonas marginales también conduce a la erosión y degradación medioambiental”, apunta Mitra. “Una menor productividad económica, un mayor sufrimiento humano, la pérdida de vidas e impactos negativos al medioambiente, son claras consecuencias de la dependencia actual de la energía “renovable”. Y sin embargo, “Los gobiernos europeos, los burócratas del tercer mundo, empresas como The Body Shop (El negocio del cuerpo), la European Wind Energy Association (Asociación Europea de Energía Eólica) y ONG's tales como Greenpeace, han decidido que la “energía renovable” y el “desarrollo limpio” son el futuro para los países del tercer mundo”.
Las fuentes de energía eólica y solar ciertamente jugarán un papel, especialmente para pueblos aislados. Sin embargo, a menos que las centrales de combustibles fósiles e hidroeléctricas consigan mayor prominencia y se tornen mas asequibles y eficientes, la energía renovable, el crecimiento económico, una mejor calidad de vida y del medio ambiente, “seguirán siendo un sueño y no una realidad” para todos los habitantes del Tercer Mundo, enfatiza Mitra.
En la forma en que lo ven Mitra y Shikwati, lo que realmente necesita el mundo en desarrollo no es desarrollo sostenible sino un “desarrollo sostenido” y la puesta de un punto final a la “pobreza sostenible” que invade a estas naciones desde hace siglos. Sin embargo los talibanes ambientalistas ven las cosas de una manera muy distinta.
Capítulo 4: Jugando con Gente Hambrienta
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Casi 2,5 millones de personas estuvieron al borde de la inanición solamente en Zambia, donde el presidente Levy Mwanawasa se doblegó ante la presión de las ONG's y las políticas de la Unión Europea, rechazando aceptar la ayuda alimenticia de los Estados Unidos.
Estados Unidos embarcó 26.000 toneladas de maíz a Zambia, donde muchas personas sobrevivían con menos de una comida al día, sólo para ver que los granos se quedaron almacenados. Repitiendo continuamente los tópicos publicados en la Unión Europea y de Greenpeace, Mwanawasa decretó que dicho alimento no era seguro para el consumo, ya que parte del maíz había sido modificado genéticamente para hacerlo resistente a insectos dañinos, disminuir su necesidad de pesticidas y aumentar el rendimiento de los cultivos sin tener que cultivar más tierras.
“Preferimos morir de hambre antes que aceptar algo tóxico”, remarcó arrogantemente Mwanawasa. Funcionarios anónimos de la comisión europea llegaron a acusar a los Estados Unidos de utilizar a los africanos como conejillos de India para demostrar que el consumo de los alimentos obtenidos por biotecnología es totalmente inofensivo. Entre los lugareños circularon rumores de que las mujeres se volverían estériles y que la gente contraería SIDA si consumían dicho trigo.
Eso sí el Presidente Mwanawasa y sus élites del gobierno no pasarán hambre. Ni el Sr. Mugabe ni sus compinches, que consumen alimentos y bienes lujosos importados de Europa. Ellos, sin embargo, se beneficiarán mucho del comercio agrícola y de todo tipo con los países de la Unión Europea que amenazan con sancionar a sus países si los africanos se atrevieran a importar, exportar o cultivar alimentos modificados genéticamente. El miedo real de las elites, en otras palabras, no son los alimentos “infectados”, sino la preocupación de que los fanáticos de los alimentos europeos decreten que los cultivos africanos han sido contaminados con productos de los Estados Unidos. Sin embargo, las masas desesperadas de africanos continúan sufriendo hambre.
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Los expertos en biotecnología Gregory Conko y el doctor Henry _erat_, denuncian directamente los actos de la Unión Europea, de las Naciones Unidas y de los extremistas verdes. Este “compromiso de autoservicio es una exagerada y poco científica regulación de la biotecnología”, argumentan “y logrará retrasar la investigación y el desarrollo agrícola, promoverá el daño al medio ambiente, y traerá hambre a millones de personas en los países en desarrollo”. El “protocolo de bioseguridad” patrocinado por las Naciones Unidas, que regula el intercambio internacional de organismos cuyos genes han sido modificados, se basa en un “falso principio preventivo”, por el que asume erróneamente que existen alternativas libres de riesgo y por tanto imponen a las innovaciones un estándar del tipo: culpable hasta que se demuestre su inocencia.
Es así como hoy en día los reguladores ya no deben demostrar que es posible que una nueva metodología sea dañina. Por el contrario, el innovador debe demostrar que la tecnología no causa ningún daño. Peor aún, “los entes reguladores tienen la libertad de solicitar de manera arbitraria cualquier cantidad y tipo de pruebas que quieran.... El protocolo de bioseguridad establece un proceso de regulación muy mal definido que permite que reguladores excesivamente renuentes al riesgo, incompetentes y corruptos apliquen el principio preventivo para lograr el aplazo de aprobaciones”, tales como el caso de la moratoria por largos años de permisos de la Unión Europea aplicados a las plantas manipuladas genéticamente.
El principio impone las ideologías y fobias infundadas de los opulentos activistas del Primer Mundo para justificar restricciones severas al uso de sustancias químicas, pesticidas, combustibles fósiles y biotecnología a la gente del tercer mundo, es decir a aquellos que cuentan con menos recursos para poder pagarlas. La oposición a la biotecnología es “un lujo que pueden darse en el norte”, dice la Dra. Florence Wambugu, agrónoma de Kenya y agrega: “Aprecio las preocupaciones éticas, pero todo aquello que no ayude a alimentar a nuestros hijos no puede ser considerado ético”.
El Dr. Patrick Moore, ecologista y cofundador de Greenpeace esta de acuerdo con la Dra. Wambugu cuando nos confiesa haberse convertido en un fuerte crítico del grupo que una vez lideró y subraya los “enormes beneficios potenciales” que los cultivos genéticamente modificados podrían tener “para el medio ambiente, la salud humana y la nutrición” asegurándonos además que la guerra contra la biotecnología y los organismos modificados genéticamente (OMG) es “quizás el caso más claro de ambientalismo equivocado” de la historia.
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“Si las naciones ricas de hoy decidieran detener o retrasar el reloj, seguirían siendo ricas”, apunta Robert Paarlberg, investigador político de Wellesley _erat_e. “Pero si detenemos el reloj para los países en desarrollo, sus habitantes continuarán estando pobres y hambrientos” y miles, quizás millones, de sus hijos morirían.
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África desperdició la primera “Revolución Verde”. Esta revolución, promovida por el Dr. Norman Borlaug, granjero e investigador agrícola de Iowa, llevó nuevas variedades de maíz a México, nuevas cepas de trigo a la India y un tipo nuevo de arroz a China, salvando de este modo la vida de aproximadamente mil millones de personas. Los africanos no pueden permitirse el lujo de desperdiciar la revolución verde de la biotecnología.
Según explica el Dr. Borlaug: “Hoy hay 6.600 millones de personas en el planeta. Con el cultivo orgánico podríamos alimentar solamente a 4.000 millones de dichas personas. Las otras 2.000 millones, ¿se ofrecerán como voluntarias para morir?” ¿Quienes serán los 2.000 millones de voluntarios que ofrecerán Greenpeace, el World Wildlife Fund y el Serat Liberation Front para morir?
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El economista Indur Goklany ha calculado que si el mundo tratara de alimentar a sus 6.000 millones de habitantes utilizando principalmente tecnologías orgánicas y rendimientos que datan de 1961 (tecnología anterior a la Revolución Verde), tendría que cultivar el 82 % de su suelo, en lugar del 38 por ciento que ocupa en la actualidad. Eso implicaría arar los bosques húmedos de la cuenca del Amazonas, irrigar el desierto del Sahara y drenar la cuenca del río Okavango en Angola. El único logro de los cultivos orgánicos, dice C. S. Prakash, profesor de genética vegetal de la Universidad de Tuskegee y presidente de la Fundación AgBioWorld, son “la pobreza y la desnutrición”.
Ninguno de estos argumentos intenta insinuar que la biotecnología constituye la bola mágica que transformará la agricultura del Tercer Mundo. Sin embargo, es un arma vital en la guerra contra la desnutrición, el hambre y las enfermedades. En cambio sí podemos afirmar que modernas tecnologías, fertilizantes y pesticidas, mejores infraestructuras de transporte, programas integrales de protección de cultivos, mejor entrenamiento en el manejo de sustancias químicas, la conducción de granjas y haciendas en forma empresarial y la creación de organizaciones más fuertes que le otorguen a los agricultores mayor participación en la toma de decisiones, la biotecnología y los cultivos genéticamente modificados podrían jugar un rol crucial en los países en desarrollo.
En resumen, si el peor de los escenarios que difunden los activistas anti biotecnología (o antipesticidas) fuera realista y si se quisiera evitar que estas tecnologías fueran implementadas en Estados Unidos o Europa, a los países en desarrollo se les debería permitir utilizarlas. De hecho, debería dárseles incentivos para su realización. Las condiciones de vida actuales de sus poblaciones lo justifican.
10. El Fraude del Inversionista
¿Es cierto que algunas consultoras de inversiones utilizan tácticas engañosas y fraudulentas para denigrar a ciertas compañías y atraer a los inversores a determinadas compañías privilegiadas por ellos?, ¿Sus promesas y proyecciones sobre futuras ganancias reflejan reclamos ambiguos sobre energía y medioambiente? ¿Contribuyen con esta estrategia a fomentar las relaciones entre fundaciones, corporaciones, activistas, grupos de inversión socialmente responsables y ciertos analistas de la bolsa de valores?.
Lamentablemente, la respuesta perturbadora parece ser que sí. Los inversores perdieron miles de millones en el 2002, cuando las prácticas deshonestas de
Enron, Global Crossing, WorldCom, Tyco y Arthur Andersen entre otras se hicieron públicas y su castillo de cristal financiero se colapsó. Fortune, Business Week, el Washington Post y el New York Times, activistas, ciudadanos y políticos pidieron a gritos juicios, nuevas regulaciones y castigos más severos. Según lo que dijeron, estas medidas son muy necesarias para detener la adulteración de libros contables, mentiras y afirmaciones engañosas y demás distorsiones de los hechos y fiscalizar el abuso de confianza, los abusos de poder, el enriquecimiento desmedido y el fraudulento.
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Quizás ahora sea el momento de garantizar que nuestros viejos principios y normas, nuevos y redescubiertos, sean puestos sobre la mesa para gobernar no sólo a las compañías sino también a los activistas de ONGs, analistas, consultores y fundaciones que se involucran en prácticas mentirosas al estilo Enron para profundizar sus objetivos políticos, ideológicos y financieros.
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En esta era crítica en que las corporaciones con y sin fines de lucro, los grupos de activistas, las consultoras de inversión, los fondos de inversión institucional y las grandes fundaciones, ejercen una enorme influencia sobre nuestra economía, política pública y sobre el desempeño de compañías individuales, nuestro actual sistema permite que estos grupos selectos se desenvuelvan bajo reglas muy distintas.
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La Campaña contra
Exxon Mobil fue concebida para obligar a Exxon Mobil a asumir una
“postura responsable en cuanto al calentamiento global” y destinar
“inversiones importantes para encontrar soluciones”. Sus tácticas incluyen: teatro callejero, campañas de cartas, resoluciones de accionistas, juicios escandalosos para
“sentenciar” a la compañía por violaciones a los derechos humanos
“y un poder corporativo ilimitado”; además de amenazas hábilmente disimuladas de pleitos judiciales y de
“acción directa”. Pero aquí hay más de lo que puede verse y más de lo que la Campaña Exxon Mobil quiere que la gente vea.
Bajo cualquier definición e interpretación razonable de la ley (particularmente tras la ley de reforma corporativa de Enron, WorldCom, Global Crossing y Sarbanes-Oxley) este análisis e intento de derrocamiento
es falaz y poco ético. Ésta y otras tácticas similares deben ser investigadas por el Congreso de la nación, la Comisión Federal de Comercio y la Comisión de Seguridad e Intercambio.
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La Campaña Exxon Mobil es en realidad un grupo para la
Fundación de Texas para la Educación de Energía y Medio Ambiente (FTEEM). FTEEM, a cambio, recibe su dinero de
Energy Foundation, un conglomerado de
siete fundaciones gigantescas de izquierda: la fundación
Rockefeller, Pew Charitable Trusts, la fundación
John D. y Catherine T. MacArthur, la
Fundación Packard, la
Fundación Hewlett, la
Fundación McKnight y la
Fundación Joyce Mertz-Gilmore. Estos gigantes totalizan activos por 21 mil millones de dólares, obtenidos en su mayor parte de multinacionales.
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Otro jugador importante en los esfuerzos contra Exxon Mobil es CorpWatch, que se esconde bajo el paraguas protector de Tides Center, un discreto
“fondo aconsejado por donantes” que obtiene grandes sumas de dinero de corporaciones y fundaciones poderosas.
Tratar de entender como trabajan estos grupos, sus interconexiones y la forma en que lavan dinero, tomaría muchas horas de ardua investigación ya que esta información no está disponible para el inversor común o el ciudadano interesado.
De hecho, después del caso Enron, casi todas las relaciones imaginables de comprador-vendedor, consumidor-mercader, relación
pública-corporativa están siendo examinadas mucho más en detalle que en el pasado. Pero las relaciones de largo alcance que aquí se detallan siguen sin ser revisadas y continúan libres de las acciones legislativas, reguladoras y judiciales. Nadie está sugiriendo que las organizaciones de activistas medioambientales no deberían tener el derecho a organizarse, de hablar acerca de su causa y de promoverla. Sin embargo, deberían hacerlo respetando las leyes, las normas y las guías éticas que gobiernan a las empresas y asociaciones comerciales con fines de lucro.
La capacidad de este cartel de organizaciones de para manipular mercados y precios, presionar a compañías y consumidores, engañar a los inversionistas y violar numerosos códigos de ética es enorme. Sus conflicto de intereses es claro y evidente y su integridad esta en la misma situación.
Ha llegado la hora de que Robert Monks, Claros Consulting, Exxon Mobil Campaign y todo su grupo de aliados se limpien de pecado. Que hagan todo lo que le obligan a hacer a las corporaciones lucrativas. Que abran sus libros y proporcionen una revelación completa de sus reuniones, contactos y relaciones monetarias y otras, directas o indirectas. Que actúen de acuerdo a las leyes de falsa publicidad y acaten las normas aceptadas de honestidad, integridad y responsabilidad.
Capítulo 7: El Espejismo de la Energía Renovable
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La noción de que se nos están agotando los recursos energéticos y metalúrgicos
refleja una pésima comprensión de los principios básicos de la economía minera. Las
“reservas comprobadas” no constituyen un número estático. Reflejan lo que podemos esperar extraer de depósitos cuya existencia conocemos, a un precio en particular, con la tecnología disponible. A medida que se descubren nuevos depósitos, los precios aumentan, nuevas tecnologías son desarrolladas, el tamaño de las reservas comprobadas también aumenta y por lo general, lo hacen de manera significativa.
En mayo del 2003, para citar solo un ejemplo, Canadá aumentó sus cifras respecto de las cantidades comprobadas de petróleo en su poder,
de 4 billones a 180 billones de barriles. Literalmente, de la noche a la mañana, se convirtió en
un depósito global de petróleo, ubicándose inmediatamente luego de Arabia Saudita e Irak en la lista de quienes poseen mayores reservas en el mundo. Canadá pudo hacer esto simplemente por reconocer que
a sólo $15 el barril, sus vastas reservas de arena alquitranada eran explotables tecnológicamente.
Es importante recordar que las necesidades societarias y los avances científicos modifican constantemente los tipos y cantidades de energía y recursos metálicos y no metálicos que necesitamos. Gracias a los avances en cuanto a tecnologías de extrusión, las latas de aluminio son hoy en día
un 30% más livianas que las producidas en la década del sesenta, reduciendo significativamente la cantidad de metal necesaria para producir un billón de latas.
Adelantos en los diseños arquitectónicos, contribuyen a que los edificios elevados requieran en la actualidad
un 35% menos de acero de lo que requerían hace veinte años. Hoy, un sólo cable de fibra óptica, fabricado con
60 libras de arena de sílice (el elemento más abundante del planeta) transporta cientos de veces más información que un cable antiguo
confeccionado con 2.000 libras de cobre.
Tercero y quizás lo más importante, el hecho de que las ONGs y quienes deciden las políticas en el hemisferio Norte les digan a las naciones del Tercer Mundo
que deben basar sus políticas energéticas en la energía eólica y en la solar, dejando de lado proyectos hidroeléctricos o de combustibles fósiles,
es privar a las personas más pobres del mundo de energía fiable y asequible. Es condenar a b
illones de personas a una pobreza y miseria permanentes. Y no se hace por
ninguna razón convincente sino para tan sólo para promover las ideas de
activistas indiferentes ante tanta pobreza, lo que pone en duda su ética y credibilidad.