Hora de Córdoba |
Por Eduardo Ferreyra
Los gobiernos totalitarios, y aquellos que sueñan con llegar a serlo siempre han temido a una población civil con armas. Por población civil se entiende a la mayoría de ciudadanos honrados y obedientes de las leyes, y dispuestos a defender su derecho a la tranquilidad, a la libertad y la vida de los suyos –si fuere necesario, a los balazos.
La propaganda del Programa Nacional de Desarme Voluntario dice: “Si usted tiene un arma en su casa, usted tiene un problema.” En nuestras casas tenemos muchos, demasiados problemas, muchos más de los que necesitamos. Y la mayoría de esos problemas han sido causados por quienes desde el poder nos dicen que debemos desarmarnos y rezar para que nunca nos asalten –porque ellos no han sido capaces de asegurar el orden y la represión del delito.
Pero un arma en la casa es uno de los problemas menos importantes con que tenemos que lidiar todos los días. De hecho, considero que haber tenido durante años, no una sino muchas armas en mi casa, fue una solución que mantuvo alejados a quienes estudian a sus futuras víctimas y saben cuáles son las casas donde no hay armas y los habitantes están incapacitados para defenderse. Las cosas que pasan dentro de una casa, de una manera u otra, siempre terminan siendo del dominio público, ya sea por comentarios de amigos, o de personas del servicio doméstico, proveedores, albañiles u otros operarios que hicieron trabajos en el interior, etc.
En las grandes ciudades, y más aún en el campo, los delincuentes saben quienes están indefensos, y quienes son los que conviene evitar. Hasta tienen un código de marcas pintadas en los frentes de cada casa donde indican el “status” de la vivienda. Y evitan las casas donde se sabe que los dueños están armados, saben usar las armas, y prefieren no arriesgarse a recibir una sorpresa desagradable calibre 38 para arriba. Pero aquí debo recomendar a mis lectores que, si deciden tener un arma como defensa del hogar, elijan una buena escopeta de dos caños del 12 o 16, con munición del 3. El uso de un revólver o una pistola requiere estar muy entrenado para usarlos con efectividad –aunque un par de tiros al aire, si de noche se escuchan ruidos sospechosos, en la mayoría de los casos terminarán con la amenaza y serán como un aviso que serivirá para disuadir futuras incursiones.
Falta de Estudio del ProblemaQuienes han implementado el Programa Nacional de Desarme Voluntario no parecen saber nada sobre armas o de experiencias de otros países sobre experimentos similares que tienden al desarme de la población civil. Creen estos improvisados funcionarios que las armas las carga el diablo y que sacan-do las armas de manos de la gente decente se reducirá el crimen, o la violencia y la inseguridad pública. Se trata de una ilusión que jamás se ha conseguido en ninguna parte del mundo.
© 2003 Juan Ferreyra
¿¿¿Cóoooooo???? ¿Se supone, entonces, que el ostentoso "plan" va dirigido a la gente honrada que tiene armas legales? ¿Se puede inferir, entonces, que el presidente cree que el verdadero problema de seguridad que tenemos es que la gente honesta con armas legales anda a los tiros por la calle, persiguiendo delincuentes por su propia cuenta? ¿Creerá, entonces, el presidente, que los inseguros son los delincuentes y la que los acecha por fuera de la ley es la sociedad?
Las leyes que “penan” los delitos van siendo modificadas paulatinamente, a impulsos de los llamados defensores de los “derechos humanos”, pero después de analizarlas y ver los resultados que producen nos queda la enorme duda sobre ¿Qué entienden estos personajes por “humano” y qué creen que es el “derecho”? Los jueces, que una vez fueron abogados y juegan para la corporación, interpretan las leyes cada vez de manera más arbitraria alejándose cada vez más del "Espíritu de la Ley". No hace una semana todavía, un juez en el Gran Buenos Aires condenó a la Provincia a pagar una indemnización a la familia de un asaltante muerto durante la represión policial del asalto que acababa de cometer a balazo limpio, argumentado que el asaltante era el único sostén de la familia que ahora quedaba desamparada –seguramente era culpa de la policía y de la Provincia que el caballero hubiese elegido el camino del delito como modus vivendi. ¡Cosas veredes Sancho, que non crederes! (*)
La gente está totalmente convencida que las leyes fueron modificadas para proteger a los delincuentes de las represalias y castigos que la sociedad antiguamente les aplicaba como efectiva herramienta de autodefensa. Hoy, la sociedad está cada día más desprotegida gracias a quienes se han erigido en “defensores” de los derechos humanos. Si no lo cree, haga su propio censo y pregúntele desde su vecino, pasando por el verdulero, el farmacéutico, el chofer de ómnibus, el canillita, o al primero que cruce en la calle, “¿Cree usted que las leyes protegen más a los ladrones que a la gente común?” Viendo la canti-dad de gente común que resulta víctima de asaltos, y comparándola con la de políticos y ex (y actuales) funcionarios que andan sueltos, la respuesta es obvia.
Hay funcionarios que creen que si la población está desarmada la violencia y el crimen disminuirán. Así lo creyeron en Inglaterra, y fracasaron en su intento de reducir el crimen mediante estrictas prohibi-ciones de tenencia de armas. O por lo menos quieren que nosotros creamos que “control de armas es igual a control del crimen”. Nada más estúpido y más alejado de la verdad. Se pretende que de manera voluntaria pongamos la cabeza bajo el hacha del verdugo, o el pecho a las balas de los criminales. Porque sí y porque bueno, y porque se me da la gana.... No hay ni una sola razón ni argumento que pueda sostener semejante tontería. No cuenten conmigo ni con el resto de las personas que todavía tienen un cerebro en correcto funcionamiento.
La gente como nosotros, los libres pensadores, los que desconfiamos de todo lo que los gobernantes nos prometen, deberíamos tratar de vivir en tierras donde viven los hombres realmente libres. Debemos tratar, por todos los medios posibles transformar a nuestra Nación en lo que los fundadores de la Patria querían: una Nación de Hombres Libres, que no se arrodillan por bolsones o prebendas, y todavía creen que se puede vivir siendo honesto y con dignidad. La gente no se ha dado cuenta aún de que la sociedad moderna ha sido paulatinamente “urbanizada” y convertida en una sociedad de ratas apáticas que acepta buscar su comida espiritual en los tachos de basura que destapan cada vez que se enciende un televisor.
Porque, primero, no son las armas las que cometen los crímenes sino los criminales, los delincuentes que jamás, NUNCA! harán entrega voluntaria de sus “herramientas de trabajo”, de la misma manera que un camionero no entregará su camión porque el Presidente se lo pida para reducir los accidentes en las rutas. Porque usted seguramente sabrá que las muertes en rutas sobrepasan por lejos las muertes por armas de fuego. Muy loable es la intención de reducir la violencia y la criminalidad, pero no se con-seguirá por el camino que nos han señalado: el camino al Infierno está pavimentado de Buenas Inten-ciones… y las atrocidades más grandes que se han cometido contra los hombres se han cometido en nombre de la Justicia, la Libertad y la Democracia.
Claro que todavía no se sabe muy bien cuál era la idea que esa gente tenía sobre esos conceptos “comodines” que permiten hacer cualquier cosa y salir como los muchachos buenos de la película.
Otro “poderoso” argumento es que “a las armas las carga el diablo y las disparan los imbéciles.” Para evitar que las armas causen accidentes mortales entre niños y amas de casa, dicen que lo mejor es qui-tarle las armas a la gente. Si no hay armas, no habrá accidentes, no habrá suicidios. Si se quieren evitar los accidentes caseros que involucran a niños traviesos o simplemente tontitos, prohíban entonces, las pavas, ollas y sartenes con aceite hirviendo, los enchufes y artefactos eléctricos, los gatos y los perros, las ceras para pisos, las escaleras y los ascensores, las piscinas, las camas! desde donde se caen tantos niños, los autos que hacen marcha atrás, los botones, alfileres, agujas, tuercas y tornillos, bolitas de vidrio, plastilinas, gomas de borrar, y otras cosas que a los niños les encanta engullir.
Y si la gente no tiene un revólver para suicidarse, buenas son las pastillas de somníferos, los barbitúri-cos, y también hasta las aspirinas, la lejía, el kerosén y la nafta para irse a lo Bonzo, la tinta china, las hojitas de afeitar y su complemento las bañeras con agua caliente, los trenes, camiones y automóviles en marcha, los pisos altos para volar después de oler Fana, los venenos para ratas, las sogas para tender la ropa, y los cables eléctricos, los cuchillos de cocina y de comedor, incluidos los de postre y las cucharitas que se pueden afilar, y miles de otros medios que el ingenio humano siempre termina por descubrir cuando se trata de autodestruirse. Son muchas las cosas que hay que prohibir para impedir que la gente se mate.
Una interesante estadística que vienen del país que más armas per cápita tiene en el mundo nos muestra cosas que nos deberían hacer pensar seriamente sobre la manera de razonar de quienes les encanta prohibir de todo, y ordenar a la gente que vivan como las autoridades dicen que tenemos que vivir, pero no miran al mundo a través de la ventana sino a través de un cristal especial que distorsiona las cosas y les da la forma que se ajusta a su conveniencia:
¿Qué hacemos? Las cifras son claras y contundentes. Siguiendo la lógica de los oligofrénicos funcionales que han ideado al Programa de Desarme Voluntario, ¿Debemos prohibir a los médicos antes de que este peligro se salga de control? ¿Y a los chóferes de ómnibus, taxis, y automóviles? Matan mucha más gente al año que las armas de fuego, incluidas las muertes en asaltos. Y con los terroristas islámicos, de las FARC, ERP y Montoneros, ¿hay que dejarlos hacer, nomás?
Y no he querido exponer las estadísticas sobre la peligrosidad que representan los abogados y los políti-cos para la sociedad porque causaría un pánico irrefrenable que haría necesario requerir atención médica. Y nadie sabe qué podría llegar a pasar!
Pero la ironía y el sarcasmo deben dejar paso a un análisis serio del asunto, y la historia reciente nos ilustra de manera brillante la peligrosidad que implica una civilidad desarmada. Lea la continuación del ensayo porque la cosa es mucho más seria de lo que parece.
Segunda Parte: Genocidios y Políticos en el PoderVea desde donde nos leen
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