por Eduardo Ferreyra
El hermoso Carnaval de Gualeguaychú no tuvo este año ni el esplendor ni la cobertura mediática de años anteriores. Para los medios, el corso de las papeleras diseñado por Greenpeace, Busti y sus amigos en Buenos Aires, era mucho más redituable.
El 25 de abril se reunió una murga, con batucada y todo, frente a la Embajada de Finlandia en Buenos Aires, batiendo parches y bombos, exigiendo que las autoridades de ese país obligara a una empresa privada a hacer lo que los ecologistas de Gualeguaychú quieren.
Los carteles que portaban los miembros de la manifestación y las declaraciones de sus dirigentes, demuestran una vez más que la gente de Gualeguaychú no ha comprendido nada del problema. Lo único que sigue impulsando a esta pobre gente es el terror. Hay que aclarar, sin embargo, que quienes están impulsados por el terror no son los dirigentes de la “Asamblea ciudadana”, ni los dirigentes de Greenpeace, ni los funcionarios de la Cancillería ni de la presidencia de la República, quienes tienen muy claro que el asunto no pasa por los "riesgos ambientales" sino por "ries-gos comerciales." Los aterrorizados son las personas que carecen de los conocimientos técnicos y científicos necesarios para comprender que han sido engañados como a niños, y que están siendo usados por grupos cuyos intereses no consideran en absoluto, ni la conveniencia económica ni la salud de la pobre gente de Entre Ríos o del resto de la Argentina o del Uruguay. Entre los terribles y reales riesgos para la salud están las neurosis y psicosos casi irreversibles que causan alarmas irresponsables como las que estamos viendo
La parte técnica y científica de las consecuencias de la instalación de las plantas de Fray Bentos ha sido discutida hasta el hartazgo, desde hace años, y ya se había llegado al famoso acuerdo entre gobiernos de abril de 2004. Pero los acuerdos entre gobiernos no es lo que organizaciones como Greenpeace, o grupos económicos ligados al turismo entrerriano, como algunos amigos del gober-nador Busti tienen en mente. En la mente tienen el color verde, sí, pero ya sabemos donde abun-da ese color que permite alejar angustias existenciales y acceder a playas del Caribe, por ejemplo.
Uno se pregunta ¿cómo es que esta situación ha llegado al punto actual? Una respuesta es que el accionar de Greenpeace y sus mercenarios acróbatas, y la inacción de las autoridades de Entre Ríos ante los primeros cortes de ruta no podría haber ido muy lejos en el tiempo si las autoridades nacionales hubiesen tomado las medidas que la Ley Madre –la constitución Nacional- le obliga a tomar, algo que el ejército de elefantes sueltos en el bazar continúa sin querer hacer.
El Chapulín Colorado no era tan torpe
Recordamos aún la palabra que el actor que daba vida a Don Ramón decía cuando el Chapulín metía la pata hasta las orejas: “Torpe!” Sin embargo, el Chapulín Colorado resulta estar a la altura del Canciller Bismark cuando se lo compara con la manera en que el presidente argentino y sus asesores han venido manejando el asunto. ¿Quién tiene la culpa aquí: los asesores o el asesorado? – En última instancia, la culpa es una cosa y la RESPONSABILIDAD es otra muy diferente. Quien nombra asesores ineptos es responsable por las torpezas que pueda cometer inducido por el inepto asesoramiento.
Una pregunta me preocupa: ¿Quién aconsejó al presidente para que acusara al gobierno de Finlandia de no estar colaborando en este diferendo artificialmente construido? Y otra pre-gunta anda rondando por ahí: ¿No conoce el Presidente Kirchner los límites naturales que tienen (o deberían tener) los gobiernos en relación a las empresas que realizan actividades lícitas en esos países? Sabemos, porque la historia nos lo ha mostrado, que los gobiernos se inmiscuyen sin pudor alguno en lo que hacen sus ciudadanos en países como la Alemania Nazi, la Rusia Soviética, la China de Mao, y ahora en Cuba, Venezuela, Zimbabwe, Sudán, Nigeria, Corea del Norte, Irán, Somalía, Libia, etc, etc, es decir, países en donde el comportamiento lógico y la democracia hace mucho tiempo que han sido desterrados por inútiles.
Este enfrentamiento infantil con Finlandia nos hace pensar que el presiente Kirchner está desa-rrollando una curiosa y poco conveniente costumbre de enviar mensajes a través de apresuradas e improvisadas intervenciones en tribunas populistas, olvidando, en el calor del entusiasmo momentáneo que, “Somos dueños de nuestros silencios y prisioneros de nuestras palabras.”
También nos demuestra la historia que los grandes estadistas siempre escuchaban más de lo que hablaban.Lo grave es que el presidente de una nación no puede expresar sus opiniones personales, sino que debe hacerlo –hasta el fin de su mandato- como representante de su pueblo, y no como representante de un grupo de ecologistas entrerrianos en estado de sedición permanente, o de una reconocida organización eco-terrorista multinacional. Y sus asesores políticos no debieran decirle lo que al presidente “le gusta escuchar”, sino lo que el sentido común y la ciencia indican que “debería escuchar”. Se corre el riesgo de que algún día, un niño inocente grite, “El emperador va desnudo!”
Por eso, una advertencia de don Ramón, se aplicaría en este caso: “Torpes! La salida al pan-tano no queda para ese lado!” Pero parece que los elefantes se hallan muy a gusto dentro del bazar, haciendo añicos una gran cantidad de cosas que costó muchos años ir construyendo con enorme trabajo. De un foro de discusión sobre este asunto, he sacado esta opinión que me parece de un enorme sentido común, en relación al resultado –hasta ahora- del manejo argentino del tema papeleras:
Sí, por favor, ¿qué más nos tiene el gobierno preparado para el futuro? ¿Cuánto nos costará (en términos de divisas perdidas para pagar demandas judiciales); o en términos de inversiones que volarán a otra parte por miedo a un gobierno que “entra a saco” en las activi-dades privadas productivas; puestos de trabajo perdidos; esperanzas de desarrollo y progreso que se esfuman, etc?
No se trata, por supuesto, de que los gobiernos y sus instituciones hagan la vista gorda a cualquier actividad productiva, sino que debe estudiarse con todo cuidado y por medio de la aplicación de todo el conocimiento científico adquirido, las normas, leyes y regulaciones que cuidarán que la salud de la población sean asegurada. Hay muchos ejemplos de países con leyes ambientales fundadas en sólidas bases científicas –como el caso de Finlandia y muchos países europeos (de los serios) de donde se puede sacar la información necesaria para adaptarla a nuestras necesidades.
Así como es conveniente aprovechar la experiencia positiva de los demás países, también es con-veniente aprovechar la experiencia negativa de aquellos que han llevado el control y la severidad de leyes ambientales a extremos ridículos –como los Estados Unidos y su nefasta EPA- donde el costo impuesto a su economía por leyes ambientales absurda (porque no contribuyen a asegurar la salud del ambiente y de la población) es absolutamente descomunal, falto de toda razonabilidad y lógica elemental. Claro que en última instancias esos costos los terminamos pagando todos los países atrasados.
También resulta llamativo (e inaceptable) que haya actitudes de este y anteriores gobiernos que hicieron (y hacen) la vista gorda –sospechosamente- a actividades de organizaciones que conspi-ran contra el desarrollo nacional, el mejoramiento del nivel de vida de la población y con ello impiden el aumento de la efectividad en los sistemas de salud del país.
Desgraciadamente para los argentinos, cuando la política –o mejor, la geopolítica- entra a tallar en cualquier tema relacionado con el ambiente, todo el asunto se transforma en una puja de intereses creados que lleva a frenar el desarrollo y quedar en la ancestral condición de país dependiente, inserto en el esquema neocolonial imperante. Y no saldremos adelante con torpezas como enfren-tar gratuitamente a los países serios. Sólo aprendamos de los que funcionan bien y tratemos de no hacer lo que hacen los que andan a los tumbos.
Eduardo Ferreyra
FAEC
Fundación Argentina de Ecología Científica
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