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Bosques tropicales:
Mitos y realidades


L.S. Hamilton

Lawrence S. Hamilton es investigador del Instituto del Ambiente y Política del Centro Este-Oeste, Hono-lulú, Hawai. Nota: este artículo es una reseña del documento preparado para la reunión del Grupo de Bosques Tropicales del Consejo de Cooperación Económica del Pacífico celebrada en Kuala Lumpur del 25 al 29 de septiembre de 1990.

Este artículo analiza ocho aspectos del problema forestal que aparecen con frecuencia en la prensa periódica bajo grandes titulares. Varios de ellos reflejan mitos, desconocimiento, malentendidos o inter-pretaciones erróneas. Con todo, hay que discutirlos, no sólo para rebatirlos sino también para aclarar cuál es verdaderamente el problema y decidir cómo superarlo. Este articulo no trata de hallar culpables o definir las responsabilidades del origen de esos mitos; después de todo, muchos de ellos tienen su origen en el propio mundo forestal. La cuestión es que, para adelantar en materia de conservación de los bosques tropicales, es preciso determinar cuáles son los objetivos y los problemas, de modo que los gobiernos, la prensa, los ambientalistas y los profesionales de temas forestales sepan confutar esos eslóganes, esas falsas soluciones y esas pretendidas panaceas.

SE CONFUNDE ENTRE LOS DISTINTOS TIPOS DE BOSQUE TROPICAL

Con frecuencia las estadísticas de la extensión de los bosques tropicales y del ritmo a que se deterioran van seguidas de explicaciones que valen casi exclusivamente para los bosques tropicales húmedos. Esta actitud parece deliberada, ya que las selvas higrofíticas despiertan más emotividad que sus otros parien-tes más prosaicos. Casi nadie puede referirse a ellas con ecuanimidad, absteniéndose de exagerar. Han sido descritas por un lado como selvas peligrosas e impenetrables, pobladas por una vegetación putres-cente y por bestias feroces, pero por otro lado, también como verdes catedrales góticas con árboles debidamente espaciados y que desprenden aroma de invernadero (Colinvaux, 1979).

En realidad, los bosques higrofíticos tropicales almacenan una gran diversidad biológica, presentan el binomio diversidad-escasez que provoca una fácil extinción de especies, tienen suelos muchas voces (pero no siempre) inapropiados para la agricultura permanente una vez hecho el desmonte, hay en ellos una enormidad de especies desconocidas, etc. No obstante, es incorrecto hacer creer a quienes escu-chan o leen a los especialistas que el ritmo a que se pueden desmontar o alterar los bosques tropicales es igualmente aplicable a los bosques higrofíticos, o que todos los bosques tropicales tienen suelos carentes de fertilidad que, al ser desbrozados, se endurecen y convierten (por laterización) en rojizos desiertos. No tiene sentido afirmar que los efectos de la corta de leña son siempre desastrosos para los bosques higrofíticos tropicales, aunque eso sí sea cierto en el caso de los bosques tropicales de secano. Aserciones como «una vez recogida la madera, la tierra queda desprovista de árboles durante decenios enteros, a menos que se recurra a la plantación artificial», no se aplican a los bosques siempreverdes. En la mayor parte de los que el autor ha visitado, apenas termina la explotación, el ambiente se puebla de una vegetación vivaz y vigorosa, excepto en los cargaderos y caminos madereros (véase más adelante en este artículo).

Hay muchas clases de bosque tropical, con sus propios problemas y sus oportunidades. Por ese motivo es indispensable describirlos con precisión

Es indispensable especificar con mayor precisión, indicando que hay muchos tipos de bosque tropical, cada uno con sus propios problemas y oportunidades: manglares, bosques higrofíticos nubosos, tierras arboladas, bosques tropicales de secano, bosques tropicales estacionales, bosques higrofíticos siem-preverdes, etc.

No es cuestión de semántica, ya que para cada problema hay una solución, y los problemas son muy variados.

DEFORESTACION, PALABRA DE SIGNIFICADO AMBIGUO

Por muchas razones convendría eliminar la palabra «deforestación» del vocabulario: no tiene definición universalmente aceptada. Ha sido usada para indicar las consecuencias de una multitud de actividades: corta de leña; extracción de madera; agricultura nómada; desbroce para dedicar la tierra a la agricultu-ra, a pastos, a árboles frutales, a plantaciones forestales; establecimiento de pastizales o quemas en el bosque existente; inundación para embalses; recogida de productos no madereros; caza (Bowonder, 1982). Todas esas actividades tienen repercusiones biofísicas y socioeconómicas diferentes, y todas ellas comienzan bajo el impulso de fuerzas socioeconómicas muy distintas, no obstante lo cual todas son calificadas de «deforestación» y se busca en vano una panacea que resuelva todos los problemas (Ha-milton, 1988a). Se dice que la «deforestación» acelera la erosión, es causa de catastróficas inundacio-nes, da lugar a que se sequen manantiales, pozos y arroyos, a que disminuya la precipitación pluvial, a que se azolven los embalses, a que los bosques queden convertidos en sabanas o desiertos, a corrimien-tos de tierra que no ocurrían en el bosque antes de alterarlo, a la pérdida de diversidad de especies, a que aumente la emisión de bióxido de carbono y de metano, acelerando así el recalentamiento del globo, etc. Además, se suele decir que sus efectos son siempre indeseables y dañinos, a pesar de que, por ejemplo, los arrozales en terrazas del sudeste de Asia - muy productivos de manera sostenida, e hidro-lógicamente apropiados - siguen, sin lugar a dudas, a una «deforestación».

No basta una sola equívoca palabra para describir actividades tan dispares como desmontar con maqui-naria posada y plantar anualmente un monocultivo, y cortar y cosechar retén o incluso madera (cuando subsiste gran parte de la vegetación del bosque original). Más bien hay que describir exactamente la naturaleza de la actividad o actividades causantes de algún cambio deseable o indeseable - de las condiciones del bosque.

La mayor parte de las actividades madereras comerciales en los bosques tropicales húmedos no se llevan a cabo como convendría al medio ambiente, pero no por eso puede decirse que sean la causa principal de la deforestación

LA EXTRACCION DE MADERA ES CAUSA IMPORTANTE DE
DESTRUCCION DE BOSQUES TROPICALES HIGROFITICOS

A pesar de que con frecuencia se culpa a la explotación maderera de la desaparición de bosques tropica-les higrofíticos, no es cierto que siempre sea así; lo que es peor, esa afirmación desvía la atención de las verdaderas causas y, por consiguiente, de las soluciones. Se ha afirmado por ejemplo, que la disminución de la superficie cubierta de bosque en Tailandia - del 70 por ciento en 1950 al 18 por ciento en 1989 - es atribuible a la corta para madera (The Economist, 1989). Eso es absurdo; fue causada por una com-binación de cortas planificadas y de desbroces espontáneos para producir arroz y yuca.

En los bosques tropicales de secano, en los que la reproducción es muy lenta, bastan unos cortes inade-cuados para que se pierda el arbolado, mientras que en los bosques higrofíticos tropicales, si hay des-trucción es, con absoluta seguridad, debida a la quema y al pastoreo o a la agricultura, tanto si previa-mente se ha extraído la madera, como si se deja en pie el arbolado.

Cierto que la extracción comercial de madera, tal como se practica con frecuencia, no es en modo algu-no conveniente; puede eliminar el hábitat natural de muchas especies del bosque primario; puede dar lugar a corrimientos de tierra, a mayor erosión a lo largo de los caminos forestales y en los cargaderos, a más abundante arrastre de materia sedimentaria, y puede afectar adversamente a los medios de vida de los moradores del bosque. Los caminos abiertos en el bosque para extraer la madera facilitan el acceso de campesinos sin tierra y de especuladores, que ocupan parcelas y más adelante las desmontan. Hay que abordar la solución de los problemas de la falta de tierras y de la especulación, en vez de descono-cerlos y culpar sólo a los madereros. Hay que concentrar la atención en esas causas fundamentales de destrucción de bosques.

Erosión en varios tipos de bosque higrofítico
y de cultivo de árboles (t/ha/año)



Concepto

Mínima

Media

Máxima

Arboledas de varios pisos (4 lugares, 4 observaciones)

0,01

0,06

0,14

Cultivo migratorio, periodo de barbecho) (6 lugares, 14 observaciones)

0,05

0,15

7,40

Bosques naturales (18 lugares, 27 observaciones)

0,03

0,30

6,16

Plantación forestal no alterada (14 lugares, 20 observaciones)

0,02

0,58

6,20

Cosecha de árboles con cobertera viva o muerta (9 lugares, 17 observaciones)

0,10

0,75

5,60

Cultivo migratorio, durante la recolección (7 lugares, 22 observaciones)

0,40

2,78

70,05

Cultivos tipo taungya (2 lugares, 6 observaciones)

0,63

5,23

17,37

Cosecha de árboles, desyerbada (10 lugares, 17 observaciones)

1,20

47,60

192,90

Plantaciones forestales, con quemas y eliminación de desperdicios (7 lugares, 7 observaciones)

5,92

53,40

104,80

Fuente: Wiersum, 1984.



LA EXPLOTACION DE LOS BOSQUES
OCASIONA CATASTROFICAS INUNDACIONES

Muchos artículos publicados por la prensa (e incluso por publicaciones científicas) han culpado de catas-tróficas inundaciones a la extracción de madera o leña en la cabecera de las cuencas (p. ej. Openshaw, 1974; Corvera, 1981). Típico es el artículo publicado en Asia 2000 (Sharp y Sharp, 1982) según el cual «se ha reconocido oficialmente que la extracción abusiva de madera fue la causa del desastroso desbor-damiento del Yangtze en julio de 1981». Al dar cuenta de las inundaciones que en agosto de 1988 oca-sionaron en Bangladesh la muerte de 1 600 personas, dejando sin techo a 30 millones, un artículo de la agencia noticiosa Knight-Ridder (Kaufman, 1988) titulado «La deforestación, causa de las inundaciones de Bangladesh» afirma que «por casi todos los conceptos el principal problema ambiental es la extensa y creciente deforestación que tiene lugar más al norte, en las montañas de la India y de Nepal.»

En ambos casos las inundaciones se debieron a lluvias inusitadamente abundantes y prolongadas que sobrepasaron la capacidad de los suelos para almacenar agua y de los ríos para darles salida sin desbor-darse. Fueron grandes lluvias monzónicas, ciclones o inusitados temporales a cuyo respecto la realiza-ción o no de actividades madereras - o en general relativas a los árboles hubiera afectado de manera insignificante el nivel de las aguas de un gran río (Hamilton, 1987, 1988b). No obstante, si se afirma una y otra vez que la extracción de madera y la «deforestación» originan inundaciones, se acabará por con-siderar que es cierto, y esa convicción afectará a la política oficial. Un ejemplo es la prohibición de la corta para madera en Tailandia, decretada después de los aluviones que devastaron la parte sur del país en noviembre de 1988 (Nation, 1989). En realidad, como hizo notar Rao (1988), casi todos los corrimien-tos de tierra no ocurrieron en zonas madereras, sino en pendientes desmontadas y plantadas de cauche-ras todavía jóvenes, cuando se registraron precipitaciones de 450 y hasta de 1 000 mm en dos días. Una misión enviada después por la Comisión Económica y Social para Asia y el Pacífico confirmó el dictamen de Rao (CESPAP, 1988).

De todas maneras, prohibir temporalmente la explotación maderera puede ser conveniente; en efecto, se ha extraído tanta madera en tan poco tiempo y el problema de la corta ilegal se ha agudizado al punto de que una tregua permitirá formular mejores normas en materia de parques y reservas forestales y reglamentar las concesiones madereras. Sin embargo, cuando se vedó la corta en Tailandia, aumentó la presión sobre los bosques de países vecinos (p. ej. Myanmar), ano más incapaces de impedir métodos indebidos y cortas ilegales. Hubiera sido preferible prohibir el desmonte sólo donde la pendiente fuera excesiva.

Cierto que con ocasión de grandes chaparrones, podrá aumentar el caudal de las corrientes de agua procedentes de zonas taladas, dando lugar a inundaciones que afecten localmente a la población y a la infraestructura, sobre todo si no se han hecho las obras necesarias para proteger vías, caminos y pistas de aterrizaje. Pero donde las tormentas son más intensas y prolongadas, así como río abajo, donde ocurren aguas de cuencas cada vez más extensas, el aporte adicional de una explotación maderera es insignificante para el caudal que afluye cuando se trata de tempestades desacostumbradas y de grandes sistemas fluviales (Hamilton, en colaboración con King, 1983).

LA EROSION AUMENTA SI SE ELIMINAN
LAS COPAS DE ALTO VUELO


Gran parte de lo que se escribe acerca de los bosques tropicales en publicaciones populares, e incluso semitécnicas, insiste en la importancia que tiene la copa de los árboles altos como protección contra la erosión, ya que, se dice, amortigua el impacto de la lluvia sobre el suelo (p. ej. MacKenzie, 1983). En teoría eso es cierto, puesto que las copas interponen una barrera que reduce la energía cinética de las gotas, que llegan al suelo con menor ímpetu para desprender y desplazar partículas. La erosión de esas salpicaduras puede iniciar la erosión laminar, la aparición de surcos y más tarde de zanjas, con conside-rable movimiento de tierra cuesta abajo.

El problema es que la copa de los árboles de alto vuelo no absorbe bien la energía de las gotas de lluvia. Con que la copa esté a una altura de diez metros, después de interceptadas, las gotas prosiguen su caída a velocidad acelerada, con la agravante de que al resbalar sobre el follaje se agrupan formando gotas de mayor tamaño, de efectos aún más devastadores. Por ejemplo, la lluvia que cae a través de Albizia falcataria (ahora llamada Peraserianthes falcataria), con vuelo de más de 20 metros, llega al suelo con energía equivalente al 102 por ciento de la que lleva la lluvia al descubierto; las gotas que atravie-san una copa de Anthocephalus chinensis, cuyas hojas son muy grandes, adquieren una energía del 147 por ciento en sólo diez metros (Lembaga Ekologi, 1980). Por su parte Mosley (19823 había determinado en un bosque higrofítico de Nueva Zelandia que la energía cinética por unidad de superficie al llegar al suelo era del 147 por ciento de la registrada en campo abierto.

Aunque la tala pueda dar lugar localmente a algunas avenidas, el efecto de la extracción de madera sobre las grandes inundaciones causadas por temporales particularmente violentos, es insignificante

Se ha determinado experimentalmente que toda la protección se debe a la cubierta muerta, a los hori-zontes húmicos y al sotobosque (p. ej. Wiersum, 1985). A falta de éstos, no basta el arbolado para evi-tar la erosión superficial en las pendientes. Por ejemplo, los montañeses de la India, Nepal y Bangladesh acostumbran recoger hojarasca seca como cama para el ganado y como combustible. Con eso se acelera la erosión superficial, y para contenerla se iniciaron actividades de reforestación. También con ese obje-to el proyecto Nepal-Australia de Silvicultura Comunitaria ha recomendado que, en lugar de recoger la hojarasca para leña, se poden con frecuencia los árboles. Wiersum (1984) ha sintetizado gran parte de lo publicado sobre erosión bajo distintos sistemas de arbolado y ha reunido los promedios en un cuadro. Resalta el hecho de que enseguida de retirada la cubierta muerta aumenta sustancialmente la erosión.

Por consiguiente, es importante concentrar el interés en el suelo o en sus proximidades, más bien que en las copas. Por ejemplo, si la erosión y el arrastre preocupan, se los debe atribuir no a la tala, sino a lo que sucede en el suelo cuando se extraen los productos del árbol. También en este aspecto es fácil equivocarse al determinar la causa del mal, y proponer un remedio inadecuado.

Es necesario puntualizar que al cortar árboles se puede provocar otro tipo de erosión o deslizamientos de la capa superior de tierra. En efecto, si la especie cortada no conserva vivas las raíces y rebrota, dismi-nuye la resistencia al deslizamiento de los suelos propensos al desprendimiento. O'Loughlin (1974) y O'Loughlin y Ziemer (1982) han encontrado más corrimientos superficiales de tierra en las partes taladas de un bosque, que en las intactas. Afortunadamente hay manera de predecir qué pendientes y qué suelos son propensos al desprendimiento, y en ellos no conviene hacer alteraciones.

LA AGROSILVICULTURA USA LAS TIERRAS DE MANERA PRODUCTIVA Y RESUELVE PROBLEMAS DE EROSION Y APROVECHAMIENTO DEL AGUA

La agrosilvicultura puede ser muy beneficiosa. Permite, en particular, limitar la expoliación de los monta-ñeses, a la vez que les proporciona productos esenciales, algún dinero en efectivo y mejores cosechas. Debidamente instituida contribuye a estabilizar los cultivos migratorios y significa una protección para el bosque natural.

Se ha pretendido que, sin más que agregar árboles al sistema agrícola, se contiene automáticamente la erosión, se evitan las avenidas y se aumenta el caudal de los riachuelos en la temporada seca. Esto no es así. En cambio, es cierto que los árboles poco corpulentos que se usan en agrosilvicultura amortiguan el impacto de las gotas de lluvia y la erosión por salpicadura bajo su copa, sobre todo si son de hoja pequeña. También proporcionan hojarasca que protege la superficie, siempre que no sea retirada por exigirlo lo que allí se cultive. Será esto, y los métodos usados para hacerlos crecer, lo que reduzca la erosión, y no los árboles en sí mismos.

En las cuencas cuyos suelos estén muy apisonados por el ganado o muy denudados, la implantación de sistemas agrosilvícolas en su parte baja contribuye a limitar las corrientes superficiales de agua, pero sólo si se aplican a los demás elementos del sistema las medidas de conservación adecuadas para au-mentar la capacidad del suelo para retener el agua infiltrada. Están contraindicados los árboles de raíces profundas, ya que absorben agua en la temporada seca y no la dejan llegar a los riachuelos. Con gran sorpresa de muchas personas, al plantar árboles en tierras de cultivo o de pastos baja el nivel de la capa freática. Gracias a esa propiedad se adopta la agrosilvicultura para zonas en que después de talados los árboles sube demasiado el nivel de aguas freáticas salinas, porque se invierte la tendencia (p. ej. en la zona triguera de Australia occidental).

BOICOTEANDO LOS PRODUCTOS DE MADERA
TROPICAL SE ACABARA LA DEFORESTACION

En un principio, los gobiernos de países exportadores de madera, y el mundo forestal en general, no hicieron mucho caso - por considerarla aberrante - de la propuesta de los ambientalistas de un boicot de los productos de madera tropical. Ahora ya la toman en serio. Goodland (1990) compiló una lista de iniciativas de este tipo, a la cual el autor ha agregado casos más recientes (véase el recuadro).

En realidad, los proponentes del boicot tendrían toda la razón salvo por el hecho de que así no se combate el problema en su raíz; en muchos casos, el boicot sería causa de mayor - y no menor - destrucción de bosques. El objetivo es poner coto a la destrucción y no a la corta. En vez de boicotear la madera, es preciso imponer una ordenación apropiada, de la que muchas veces formará parte integrante una explotación maderera apropiada, y procurar que fuera del sector forestal se adopten medidas como reformar las disposiciones que regulan la tenencia, incrementar la productividad de las tierras ya cultivadas, crear puestos de trabajo, etc. (Rambo y Hamilton, en prensa; Westoby, 1989). Cerrar los mercados de la madera tropical sería, muchas veces, causa de que perdieran valor los bosques y fueran, por tanto, peor protegidos por los propietarios o dedicados a la producción de productos de rendimiento más inmediato, pero menos sostenible.

Una posibilidad digna de ser tomada en cuenta sería convencer a los consumidores de que, en vez de renunciar a esas maravillosas maderas, paguen mejor las procedentes de lugares en que la ordenación sea satisfactoria y la extracción de la madera hecha de modo que no perjudique a los suelos, y donde se vigilen las zonas taladas en las que nacerá la próxima generación de árboles. Pocos bosques cumplirían estas condiciones; tal vez sólo una octava parte del uno por ciento de todos los bosques tropicales (Poore, 1988). Podría empezarse por algunos lugares como los que son objeto de un proyecto piloto de la OIMT en Malasia (Anónimo, 1990a) en Lesong, Sungai, Chrul y Kledang. Los consumidores deberían estar dispuestos a pagar el costo adicional de una silvicultura sostenida.

Otra solución parcial sería fomentar la extracción de productos no madereros, ayudando a comerciali-zarlos. Además de ser un aporte más a la economía del país, los campesinos, en vez de ser desalojados, quedarían incorporados al desarrollo junto con sus productos forestales tradicionales.

No obstante, conviene que quienes proponen prohibir las actividades madereras, permitiendo en cambio la extracción de productos no madereros, tengan en cuenta que a falta de tabús, contratos sociales o medidas ecológicas correctas, es fácil sobrepasar los límites impuestos a la extracción de productos como el retén, las orquídeas, etc. Weinstock (1983) y Siebert (1989) comunican cómo en Indonesia la extracción de cantidades excesivas de productos no madereros pone en peligro la posibilidad de sostener la producción.


Ejemplos de llamamiento al boicot de la madera tropical



1987. Reino Unido. Los Amigos de la Tierra incitan al boicot de la madera tropical.

1988. Rep. Fed. de Alemania. 200 municipios renuncian a usar madera tropical.

1988 (julio). El Parlamento Europeo anuncia que todos los países miembros prohibirán la importación de madera de Sarawak (más tarde rechazado de ley por la Comisión Europea).

1989 (enero). Rep. Fed. de Alemania. El Ministerio de la Construcción anuncia que el Gobierno ha dejado de usar madera tropical.

1989. Rep. Fed. de Alemania. La Federación de Importadores de Madera adopta un código de conducta para los importadores de madera.

1989 (febrero). La Federación Europea de Asociaciones de Importadores de Madera propo-ne gravar la importación de madera tropical a la Comunidad Europea.

1989 (abril). Australia. El Gobierno Federal piensa prohibir la importación de madera tropical (aún no se ha resuelto).

1989 (febrero). Países Bajos. Casi la mitad de los municipios deja de usar madera tropical.

1989 (octubre). Japón. En un discurso pronunciado en el Osaka Royal Hotel el expresidente de los EE.UU. Ronald Reagan menciona la posibilidad de boicotear productos Japoneses, entre ellos la madera tropical.

1989 (noviembre). Malasia pone el veto a una propuesta de la OIMT de que todas las trozas tropicales sean marcadas atestiguando la «sostenibilidad» de su origen.

1990 (febrero). Reino Unido. El príncipe Carlos incita a boicotear las maderas duras tropi-cales de origen no «sostenido».

1990 (marzo). Estados Unidos. Presentado al Congreso de Massachusetts un proyecto de ley que prohibiría en ese Estado la compra de madera tropical.

1990 (abril). Estados Unidos. La Rainforest Action Network pide que se prohíba la importa-ción y el uso de madera tropical.

1990 (julio). Estados Unidos. El Sierra Club se prepara a formular normas para un boicot de la madera tropical procedente de ciertos países.

1990 (septiembre). Estados Unidos. La Rainforest Alliance publica una guía para orientación de los consumidores de madera tropical, insistiendo en que se use sólo la madera producida en plantaciones.

1990. Reino Unido. La Ecological Trading Company trata de lograr la identificación y certifi-cación de las maderas tropicales producidas sostenidamente.

1990. Estados Unidos. El estado de Arizona prohíbe usar maderas tropicales en las obras públicas. Varias ciudades, entre ellas Bellingham, San Francisco y Baltimore proyectan prohibiciones análogas.

1990 (octubre). El Parlamento Europeo aprueba una resolución que prohibe los productos de bosques tropicales. Los ministros de Economía de la ASEAN anuncian que se opodrán resueltamente.

Fuente: Goodland, 1990 con adiciones del autor.

LOS PASTIZALES TROPICALES NO SON SINO
ERIALES QUE CONVIENE POBLAR DE ARBOLES

Un paisaje sin árboles tiene algo de odioso para mucha gente, incluidos casi todos los miembros de la profesión forestal. El resultado es que muchas zonas, que por su clima y por sus suelos son pastizales naturales, han sido objeto de variadas tentativas de forestación. Por desgracia pocas han tenido éxito. Un ejemplo clásico es lo que sucedió en los Estados Unidos, al amparo de la Timber Culture Act de 1873, «de estimular la siembra de árboles en las praderas del oeste» (Hibbard, 1924). De acuerdo con esta ley, todo el que poblara de árboles 16 hectáreas de pradera y las mantuviera durante diez anos en buen estado de crecimiento, se haría acreedor gratuitamente al título de propiedad de 64 ha (incluidas las 16 ya plantadas). Fue un clamoroso fracaso, por causa del clima, del fuego, de las plagas y de los fraudes. La ley fue revocada en 1891. Entre las causas del fiasco se cuenta la posibilidad de que los colonos, no deseando en el fondo los árboles, aun sin llegar a quemarlos deliberadamente, no hicieran mucho por evitar su pérdida.

Esta descripción se parece inquietantemente a la de recientes tentativas de reforestación de pastizales tropicales cubiertos de Imperata, Themada o Saccharam. El fuego hizo fracasar todos los esfuerzos, y se sabe que por lo menos algunos de los incendios fueron intencionales, prendidos por los campesinos. ¿No sería porque, para ellos, esas zonas no eran eriales improductivos?

En su análisis de la ecología de la agricultura de Batak (Sumatra), bajo el título «¿Cuál desierto verde?», Sherman (1980) explica que después de recolectado el arroz y otras cosechas, se deja que la tierra vuelva a poblarse de Imperala para el ganado, y se provocan quemas intencionales para que la tierra continúe produciendo sólo pasto. Después de este descanso, durante el cual no ha dejado de producir forraje, y recuperada la fertilidad, esa tierra se presta mejor al cultivo que si como barbecho se hubiera dejado crecer el bosque secundario. Dove (1984) refiere que los sumbawa, mahometanos del este de Indonesia, aprecian mucho la carne de ganado silvestre, de carabao y de los ciervos que habitan los pastizales. Efectivamente, su religión les permite comer esa carne, pero les prohíbe la de los cerdos salvajes, que son la caza mayor de los bosques. Esos grupos de población mantienen deliberadamente la tierra bajo pasto, a pesar de que en los medios oficiales se considera, como en todo el sudeste de Asia, que Imperata es una mala hierba (Dove, 1986). Siempre se opondrán a toda tentativa de reforestación (muchas voces los árboles quedan de propiedad fiscal) sobre todo si, en la práctica, esos pastizales son un bien comunitario.

El boicot de las maderas tropicales podría causar una mayor, y no una menor, destrucción de bosques tropicales

Los gobiernos y los ambientalistas han condenado también Imperata, Themada y Saccharum como cubierta vegetal de las cuencas hidrográficas bien ordenadas. Se afirma que las laderas cubiertas de Imperata son causa de inundaciones, de que disminuya el caudal de los ríos en la temporada seca, de que baje el nivel de los pozos, así como de erosión y arrastre de tierra, y que sería preferible poblar de árboles esas pendientes. Conviene examinar más detenidamente esta afirmación.

La investigación casi siempre ha demostrado que comparando el pastizal con el bosque, en aquél las plantas consumen menos agua, la capa freática llega a mayor altura, es más abundante el escurrimiento superficial de agua, y que rinde más agua y es mayor el caudal que corre anualmente por los ríos; éstos son más caudalosos durante las lluvias y también en la temporada seca (Hamilton, en colaboración con King, 1983). Por consiguiente, Imperata y otras hierbas rústicas que nunca suelen apurar, por poco apetitosas, algunos tipos de ganado, pueden ser muy satisfactorias desde el punto de vista hidrológico. En efecto, rinden más agua que un bosque y protegen contra la erosión. Al igual que con la agrosilvicul-tura, la ordenación es la clave para evitar efectos adversos. En vista de que no aumenta la erosión, si se apacienta ganado sólo en la medida que tolere el pasto, es probable que la mayoría de los pastizales tropicales estén manteniendo un número excesivo de animales y por eso haya en ellos erosión. Cierto es, sin embargo, que los deslizamientos de tierra son más probables en los pastizales que en los bosques. Eso explica por qué puede aumentar el arrastre de materia sedimentaria de los ríos, sobre todo si las riberas están dedicadas a pastos.

Tal vez los programas de extensión debieran contener algunos elementos de política agraria que estimu-len una mejor gestión de los pastizales, en vez de recomendar automáticamente la reforestación. En algunos casos los campesinos están dispuestos a admitir la reforestación - e incluso a contribuir a ella si se les consulta en las primeras fases del proceso de planeamiento y se convencen de que los árboles pueden reportar más beneficios que Imperata o Themada. En los casos en que la comunidad prefiera conservar los pastos, será difícil o imposible reforestar. Incluso en estos casos es mejor saberlo de antemano, antes de incurrir en costosas tentativas de plantación.

CONCLUSION

Este artículo no pretende haber agotado el tema. Siempre habrá más mitos, malentendidos, malas interpretaciones y mala información. Por cierto que hay uno que persiste a pesar de algunos exce-lentes análisis del problema (Davidson, 1985; Poore y Fríes, 1985; FAO, 1988): que los eucaliptos son perjudiciales porque roban al campesino agua, tierra y fauna silvestre (Loman, 1990). Otro, el tan repetido de que la agricultura migratoria es siempre dañina y que es la causa principal de destrucción de bosques tropicales. La preocupación por esos problemas - como por los ocho tra-tados más arriba - distrae la atención de los que son verdaderamente prioritarios en cuanto a investi-gación, ordenamiento y política.

Entre los temas que en realidad merecen atención y recursos se cuentan el cambio de los sistemas de propiedad y control de los bosques naturales, en particular de los tropicales; el ordenamiento y aprove-chamiento de los bosques de segundo crecimiento; las normas y documentación que demuestren que la explotación sostenida es compatible con la conservación; la promoción de instituciones y disposiciones institucionales; la contribución económica de las zonas forestales protegidas, de los parques y de las reservas; el mayor beneficio para la población local de la madera y de los productos madereros; el acor-tamiento de la diferencia entre el valor de la madera tropical en el bosque y el que alcanza el producto acabado en el mundo industrializado; la devolución al bosque de una mayor proporción de las utilidades que se recaban de la madera; las maneras de resolver conflictos y de habilitar a los antiguos pobladores del bosque; la intensificación de la investigación sobre manglares; la restauración de los ecosistemas naturales en los bosques degradados; las nuevas soluciones para los problemas de tenencia, dentro y fuera del bosque; el idear y aplicar métodos que permitan la extracción sostenida de madera y la elimi-nación de la explotación ilegal; y, estrechamente ligada a la anterior, la institución de un cuerpo de oficiales forestales bien pagados, motivados, instruidos e intachables. Para que los bosques tropicales contribuyan a obtener un desarrollo sostenido y continúen existiendo como conservadores de diversidad biológica, es indispensable incrementar radicalmente las actividades en todos esos aspectos.

Bibliografía

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