Por Paul Driesen
“Lo que usted recibe en su correo,” admitió una vez el presidente de la Sociedad Audubon, “es una interminable catarata de estridente material diseñado para producir emociones, y hace que usted se siente y escriba un cheque.” El director de conservación del Sierra Club, Bruce Hamilton añadió: “Estoy un tanto molesto por eso. Pero funciona. Es lo que construye al Sierra Club.”
Sin ninguna duda. Pero hay otros que pagan un precio muy elevado. Pero el término “estridente” difícil-mente describe las maquinaciones y campañas en contra de las compañías, en especial las industrias extractivas.
Como hacen los países desarrollados que mejoran sus instalaciones e infraestructuras, China y la India están mostrando el camino de la electrificación y la modernización de las naciones más pobres a un ritmo sin precedentes. Con 3 mil millones de personas luchando por sobrevivir con $750 dólares anuales, 2 mil millones sin electricidad o agua corriente o potable, y millones que mueren anualmente de desnutrición y enfermedades raramente vistas en Occidente, los esfuerzos hace mucho tiempo que están retrasados.
Todos requieren materias primas, y las compañías se afanan para desarrollar nueva energía y depósitos de minerales. Mientras que la extracción de recursos es una tares peligrosa, sucia y ecológicamente in-trusiva, la mayoría de las firmas occidentales hacen énfasis sobre tecnología moderna, salud, seguridad y normas ambientales, reclamación de tierras, y cooperación con las poblaciones locales e indígenas. Sus operaciones son por lo general un gran adelanto sobre las que antiguamente conducían millones de pe-queñas minas artesanales, pobremente reguladas y a menudo ilegales, y hasta muchas minas explotadas por los gobiernos, fundiciones e instalaciones productoras de petróleo.
Para los activistas sociales y ecologistas radicalizados, sin embargo, nada de esto tiene importancia; corregir y castigar a las violaciones no es suficiente. Ellos simplemente no quieren a la globalización, inversiones extranjeras, minería o desarrollo de los combustibles fósiles.
Más importante, las compañías extranjeras que operan en minería y energía en los países subdesarro-llados son blancos perfectos de campañas bien organizadas que agitan el odio y el resentimiento por exageradas o imaginarias violaciones a los derechos humanos – de manera que la gente escribirá un cheque o cargará la donación a su tarjeta de crédito, y ayudará a construir la visibilidad y el poder de los activistas. Las compañías y operaciones locales, sin importar lo horrenda que puedan ser sus activida-des, no ofrecen tan buen material y son ignoradas.[1]
Además. Los agitadores tienen el conocimiento político y las relaciones públicas necesarias, habilidad para la Internet y contactos en los medios que simpatizan con ellos, para exagerar hasta el infinito al más inventado de los cargos y convertirlo en oro puro. Algunos ejemplo de la “punta del iceberg”.
En 1995, Greenpeace alarmó al mundo sobre que la Shell Oil planeaba hundir una obsoleta plata-forma petrolera rellena de petróleo. Su blitzgrieg avergonzó a la compañía y le proporcionó al Rainbow Warrior extensa cobertura mediática. Grandes sumas fueron donadas a la organización. Un año más tarde Greenpeace tuvo que admitir que sus reclamos eran fraudulentos: no había petróleo en la plataforma.
Una campaña de 5 años de duración del Rainforest Action-Amazon Watch se centró en afirmacio-nes inventadas de que Occidental Petroleum planeaba perforar un pozo en las tierras de los indios U'wa. El sitio de la perforación no estaba en la selva lluviosa y en realidad pertenecía a paisanos empobrecidos, que veían con gusto la posibilidad de trabajo y las clínicas, escuelas, agua potable y otros beneficios que la Oxy proveería. La verdadera amenaza a los U'wa provenía de los narco-guerrilleros izquierdistas – que jamás fueron mencionados en la propaganda del ataque de los activistas.
Al fin de cuentas, la Oxy perforó un pozo seco – y los radicales se lanzaron a otra parte buscando nuevas campañas.
Las campañas en 2004 de Amnistía Internacional en contra de las operaciones de Oxy en Ecuador mostraban una foto de un foso de petróleo y denunciaban que la compañía estaba “escupiendo contaminación al ambiente.” La misma foto había sido usada previamente por Amazon Watch, para difamar a Texaco. Se descubrió al final que el verdadero operador de la zona era la compañía estatal PetroEcuador.
El corrupto gobierno ecuatoriano expulsó más tarde a la Oxy bajo otros cargos, que la compañías insiste que también eran falsos. La partida de la Occidental significó la pérdida de millones de dólares en impuestos de la corporación, dice el Financial Times, y los funcionarios de PetroEcuador (ahora a cargo de la operación) será muy difícil que compensen esa pérdida. “Ellos dañan al am-biente y no ayudan a las comunidades locales,” se quejó uno de los líderes comunales. “Oxy nos ayudó durante 20 años,” dijo otro – con caminos, becas de estudio, instalaciones deportivas, vehículos, y agua y sistemas de cloacas – y ahora la ayuda se fue.
Una antigua fundición operada por el estado convirtió a la comunidad Andina de La Oroya, Perú, en los un artículo de Newsweek de 1994 describió como “una visión del infierno.” En 1997, una compañía norteamericana compró el complejo, comenzó a instalar modernos sistemas de control de la contaminación, y lanzó numerosos proyectos cívicos. Varios años más tarde, Oxfam y Chris-tian Aid arribaron a la escena para condenar a Doe Run Perú por “envenenar” el aire y el agua. El alcalde y la gente local llamaron a los activistas “mentirosos” y realizaron una demos-tración contra ellos.
En Indonesia, afirmaciones infundadas de Amigos de la Tierra Indonesia, el New york times y aliados pusieron en la cárcel a un ejecutivo de Newmont Mining. Está acusado de envenear la Bahía Buyat y matar a una joven niña. Sin embargo, los estudios de la Organización Mundial de la Salud y otros renombrados analistas apuntan a una causa más posible de la muerte: agua contaminada por materia fecal de humanos y animales. Mientras tanto, la inversión minera en el país se ha desplomado un 93% en apenas unos pocos años, amenazando más aún las fuentes de trabajo y el nivel de vida de la población.
Después de varios años de atacar a la compañía forestal Newman Lumber Company por talar “ilegalemente” árboles en los bosques Peruanos, el NRDC, nacional Resources Defense Council finalmente retiró sus acusaciones falsas. Ni una sola vez durante ese tiempo mencionó que los verdaderos culpables eran los “señores de la droga,” que estaban arrasando y contaminado miles de hectáreas anualmente para cultivar coca y procesar cocaína. Meterse con ellos podía resultar peligroso.
Los pobres del mundo son apenas poco más que peones involuntarios – y daños colaterales – en la par-tida de ajedrez y guerra de los eco-imperialistas contra las corporaciones, desarrollo de los recursos y modernización. Millones de dólares invertidos en ataques y propaganda - ni un céntimo en ayuda, pare-ce ser el lema de los ecologistas.
Están forzando a los pobres aldeanos a seguir viviendo en chozas de barro y adobe, quemando guano, transportando y bebiendo agua contaminada, y luchando contra los mosquitos que portan la malaria. Pero los activistas no viven de esa manera, o limitan su propio acceso a las tecnologías que usan para apoyar a sus campañas anti-corporaciones. Y una vez que han cerrado una operación, simplemente regresan a sus confortables hogares en los estados Unidos o la Gran Bretaña, o encuentran a otro blanco corporativo, dejando que los empobrecidos pobladores locales recojan los pedazos de su destrucción.
Dicen los ecologistas que los pueblos indígenas quieren vivir a la manera de sus antepasados. Algunos lo quieren. Pero muchos desean adoptar las habilidades técnicas modernas y las tecnologías para mejorar y realzar sus vidas.
“Vivir como nuestros antepasados es una fórmula para la extinción,” observó César Sera-sera, líder de la Confederación Nacional de Nativos del Amazonas Peruano. “Para sobrevivir, los indí-genas necesitan de trabajos, cuidados médicos, ecuación, mejor nutrición y agua potable segura,” dijo. “mientras mantienen importantes elementos de su cultura.” Más aún, la mayor parte de las gente impactada por las batallas anti-corporaciones son pobres, pero no aborígenes.
Los grupos de presión y quienes los apoyan, creen tener derecho a impulsar sus agendas ideológicas. Pero no están autorizados a inventar “hechos”, o perseguir sus egoístas intereses a expensa de los pobres y los imposibilitados.
Los ecologistas tienen que comenzar a comportarse como todas las demás corporaciones multinaciona-les; de manera honesta, ética, responsable, con preocupación tanto por el ambiente como por la gente. Y los potenciales donantes deben exigir tal comportamiento, antes de escribir otro cheque.
[1] Comentario de FAEC: Esto es notorio en la actual situación de las campañas ecologistas en Argentina. La minería extractiva está siendo atacada de manera feroz, sin otra intención de que las actividades sean suspendidas para toda la eternidad, sin considerar siquiera que un control estricto de las técnicas de supresión de efluentes es la solución definitiva. Eso es responsabilidad de las autoridades tanto locales, provinciales como nacionales –pero hemos visto que esas autoridades están siempre ausentes a la hora de controlar. Y muchas veces hasta son socias (fuertes retornos) de las compañías contaminantes.
No quieren los activistas las actividades productivas y de desarrollo de las naciones pobres. Se niegan a la inversión en ampliación de la base de producción de energía mediante los medios comprobadamente capaces de abastecer las necesidades del mercado –hidroelectricidad, centrales térmicas, y nucleares- proponiendo las “energías alternativas” –como la solar, la eólica o los biocombustibles- que bien saben los ecologistas que no son capaces de abastecer las demandas de ningún país en desarrollo, y desvían fondos valiosos a proyec-tos que sólo sirven para enriquecer a sus proponentes mediante los subsidios a la generación eléctrica o de biocombustibles.
La irracional prohibición a la instalación de industrias que traerán un adelanto notorio a las regiones aledañas, se hace patente en la oposición verdaderamente sin bases científicas contra las plantas de celulosa que se instalan en Uruguay. No basta la experiencia demostrada por las cientos de plantas de similar tamaño y pro-ducción que funcionan en casi todas partes del mundo. Las tecnologías BAT a usarse son insuficientes para los ecologistas de Greenpeace y Gualeguaychú. No quieren ni siquiera tecnologías BAT, no quieren la radica-ción de las plantas. No quieren saber nada con la industria, ni con el desarrollo ni con el progreso.
Pero, como muy bien lo muestra Driesen más arriba, las industrias locales no proveen del material utilizable para recibir apoyo “nacional” y recaudar donaciones para “salvar al ambiente”. El nacionalismo, la xenofobia, la ignorancia sobre los temas científicos –pero sobre todo la propaganda mentirosa de corruptas organizacio-nes y funcionarios son el fondo de todo el asunto. Las industrias papeleras de la Argentina no sirven para que Greenpeace recaude más dinero, para que el gobernador Busti y socios no vean amenazadas sus inversiones inmobiliarias en balnearios y “health spas,” o nuevos “countries” que están apareciendo en la región de Gua-leguaychú –a dos horas de la capital Federal, como reza la publicidad de un nuevo emprendimiento inmobilia-rio de la zona. Poderoso caballero, Don Dinero.
Es complicado cuando la gente adopta posiciones dogmáticas y fanáticas. Cuando la razón desaparece, no queda más que el desastre. Nietzche decía: “Nada peor que la ignorancia en acción,” y Winston Churchill sabía de que hablaba cuando dijo “Un fanático es aquel que no cambia de parecer, y tampoco cambia el tema.” No sorprende que tanta gente simple elija permanecer en segundo plano, bajar la cabeza y gozar tranquilamente de su vida familiar y los amigos.
Pero aquí es cuando debemos recordar la frase de Edmund Burke, “Lo único necesario para que triunfe el mal es que la gente buena no haga nada.” Por pequeño que sea el esfuerzo que hagamos para impedir que el ecologismo siga manteniendo a las naciones pobres en la pobreza, tenemos que hacerlo porque un granito hoy otro mañana, y habremos creado una playa de arena. Si las decisiones que afectan a las inversiones productivas se basarán en denuncias ambientales como las que impulsa Greenpeace y la actual Secretaria del Medio Ambiente de Argentina, con inexistentes bases científicas, será difícil que Argentina ni siquiera comien-ce a limpiar y a cuidar su ambiente. Y mucho menos desarrollarse y progresar para convertirse en competido de los países industrializados. Europa agradecida.
Eduardo FerreyraVea desde donde nos leen
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