Cada año 3 millones de Africanos mueren a causa de la malaria. Pero el 17 de mayo de 2004 se firmó la Convención de Estocolmo relativa a los productos químicos persistentes, que al lado de múltiple prohibiciones permiten sin embargo el uso del DDT en el interior de las casas en las regiones en donde se lucha contra la malaria. 50 países han ratificado este tratado (1)
El DDT fue descubierto a fines de los años 30 y su inventor, el Dr. Paul Müller, de Geigy, recibió el premio Nóbel en 1948 (a).
Durante la última guerra mundial permitió luchar contra las epidemias de tifus transmiti-das por los piojos. En Europa, el DDT permitió hacerle frente a la invasión de la plaga de doryphores que atacaba los campos de patatas, invasión que arriesgaba la llegada de una hambruna. En Italia y Grecia permitió en los años 50 erradicar definidamente a la malaria que aún era entonces endémica.
El entusiasmo comprensible de los agricultores ante el éxito registrado durante el uso de los insecticidas a base de cloro, y sobre todo del DDT, condujo al principio a usos inmodera-dos y a despreciar la importancia de los efectos secundarios generados por estos productos. Los estudios (2) científicos demostraron sin embargo que los excedentes de pesticidas no tenían sino un pequeño efecto sobre la vida microbiana, o sobre larvas, gusanos y lombrices de la tierra (3), ni sobre los granjeros sicilianos que los usaron de manera masiva en la lucha contra la malaria después de la guerra. Las enfermedades cardiovasculares mismas disminuyeron entre este grupo de 1043 personas. (4)
De un estudio realizado en Vietnam, el DDT no condujo a un aumento del cáncer de mama (5). Los residuos que no desaparecían por biodegradación, se unían de manera irreversible a la materia húmeda (6) del suelo y no resultan biodisponibles. De hecho, se descubrió DDT en muestras de suelos (7) de principios del Siglo 20, antes de que el hombre le hubiese in-ventado, y sin duda es porque las plantas lo produjeron ellas mismas como insecticida. La transferencia del suelo hacia las plantas en todo caso es insignificante para el DDT y sus productos de degradación (8). Por cierto que mucho menos que el aseniuro de plomo que se usaba como insecticida antes del descubrimiento del DDT.
A comienzos de los años 70, el libro Primavera Silenciosa de Rachel Carson atemorizó a todo el mundo con que los pájaros desaparecerían de nuestros cielos. Rachel Carson había asimismo predicho una epidemia de cáncer que alcanzaría al 100% de la población. En el día de hoy se sabe que esas dos profecías no se materializaron. 40 especies de aves han sido quitadas de la lista de especies en peligro. 19 de ellas tienen una población estable desde 1966; para 14 especies el número ha aumentado, y para 7 ha disminuido (9). El número de águilas registrado por la Sociedad Audubon era de 197 en 1940, y de 891 en 1960.
También se puede poner en duda el efecto del DDT sobre el espesor de las cáscaras de huevos de ciertas especies. De hecho, una relectura de los conteos de aves realizados entre 1940 y 1960 por Sociedad Sudubon de Estados Unidos muestra que durante este período de fuerte expansión del DDT la población de 28 especies aumentaron en un factor de 4.
Asimismo se pudo comprobar un aumento del espesor de las cáscaras en las regiones con un aumento elevado del DDT, y las experiencias de laboratorio confirmaron este efecto positivo. La disminución del espesor de las cáscaras que se había constatado pueden, del mismo modo, ser debidas a las lluvias ácidas, a la falta de fosfatos, a una disminución de material calcáreo en el suelo. (10) El mismo libro de Rachel Carson pretendía que el DDT se acumulaba de manera continua en la naturaleza y en los tejidos vivos. Algunos, tal como Paul Ehrlich, había previsto la muerte de toda la vida marina para 1979.
Pero los movimientos de opinión se manifestaron durante los años 60 y llevaron a los res-ponsables políticos a prohibir al DDT. Esta prohibición condujo a un genocidio. En Sri Lanka, en menos de 20 años, la utilización del DD permitió reducir el número de casos de malaria de 2.800.000 a 17. Cuando Sri Lanka fue forzado a prohibir al DDT, la cantidad de casos de malaria volvió a subir como un cohete. ¿Fue esta una buena elección? Se estima que durante los años 50 el uso del DDT en los países tropicales salvaron la vida de 500 millones de seres humanos (11) y que actualmente millones de personas mueren nueva-mente todos los años a causa de la malaria, o sea una persona cada 10 segundos.
Ciertos países tropicales se rebelaron, de todos modos, a la prohibición del DDT en su agricultura. Los estudios hechos en la Universidad de Ibadan (12) en Nigeria mostraron que la transferencia de DDT a los cereales es insignificante. Esta prohibición, sin embargo, podría hacer morir de hambre a millones de nigerianos. La agricultura exclusivamente biológica que preconiza M. Huss en el diario le jeudi del 16 de agosto 2002 es un lujo que sólo pueden pagarlo los países ricos.
El DDT fue prohibido porque se acumula en la cadena alimentaria y en los tejidos adiposos. Pero no se conoce de ningún caso de muertes humanas (13) relacionadas directamente al DDT. Antes del desembarco en Normandía, los uniformes de los soldados americanos fue-ron impregnados de DDT, por lo cual no sucumbieron a los piojos y pulgas de Francia. La combatividad del GI no se vio afectada. Los voluntarios americanos ingirieron durante una años 35 miligramos de DDT todos los días (14) (era 1000 más que la dosis normal de la población). No se observó ninguna toxicidad, como tampoco ninguna enfermedad crónica como resultado, como tampoco se observó entre los obreros que fabricaban el DDT. Se le añadió a la comida de monos (15) de experimentación una dosis diaria 33.000 veces más alta que absorbida normalmente por los humanos sin observarse efecto alguno. Los candi-datos al suicidio que quisieron usar al DDT como veneno mortal no pudieron conseguir sus fines.
Se han cuidado muy bien los medios de decir que el DDT fue retirado en los Estados Unidos de la lista de sustancias cancerígenas por el National Cancer Institute, y de los experimen-tos realizados sobre animales se demostró un efecto retardador sobre el crecimiento de ciertos cánceres. (16) En la literatura científica no se puede encontrar ningún estudio, e insisto sobre NINGUNO, que demuestre cualquier efecto nefasto del DDT sobre la salud humana, y desafío a cualquiera que quiera descubrir a ese estudio. La organización Mundial de la Salud lo confirma.
La revista científica inglesa The Lancet, en su edición del 29 de julio 2000 se convierte en un apasionado abogado del uso del DDT en la lucha contra la malaria porque es incompara-blemente menos tóxico que los demás insecticidas. Los expertos de la Agencia de Protec-ción del Ambiente de EEUU (US-EPA) habían llegado ya a la misma conclusión en 1972, y el informe de la ATSDR (Agencia de Registro de Sustancias Tóxicas y Enfermedades) reconoció que no se conoce de ningún caso de cáncer causado por el DDT. En noviembre de 2000, Greenpeace reconoció que, de hecho, el DDT es el insecticida menos peligroso en la lucha contra la malaria. Recientemente yo pude comprobar los efectos positivos. El DDT estimula la producción de enzimas inhibidoras del cáncer (17). No pueden ya seguir jugando la carta del cáncer, ciertas asociaciones verdes que pretenden que el DDT afecta al creci-miento de los adolescentes (18), o disminuye la cantidad de esperma (19) entre los hombres. Estas dos afirmaciones no han podido ser corroboradas por los estudios epidemiológicos.
Pero los productos químicos causan temor de manera irracional, por más que hayan con-tribuido al aumento de 30 años en la esperanza de vida de nuestros países. Los enemigos de estos productos sacaron de un cajón el Principio de Precaución que permite prohibir a cualquier producto porque no existe ningún producto en el mundo que no presente riesgos, hasta la misma agua destilada, la sal de mesa o la aspirina. La aplicación de este principio se hace criminal porque se ha probado que el evitar los riesgos eventuales causan definitiva-mente la muerte de miles de personas. 400 científicos, entre ellos numerosos Premios Nóbel, acaban de firmar un llamado para se pueda seguir usando al DDT en la lucha contra la malaria. Se han puesto de acuerdo en que el uso del DDT en la agricultura tiene que ser controlado, porque con las cantidades que se pulverizaban antes sobre una hectárea de algodón se pueden rociar todas las casas de Guyana. El DDT actúa asimismo como repe-lente (20) para los mosquitos que no vuelven a entrar a las habitaciones. La toxicidad no sobrepasa el 10%.
Pero sin embargo, el WWF y Greenpeace continuaron en la conferencia de Johannesburgo cargando al DDT con todas las enfermedades del futuro. La intención inconfesada es la eliminación del DDT. Ellos hicieron todo lo posible para forzar el cierre de la fábrica en la India (21) que aún produce DDT. Algunos hablan de eco-colonialismo o de un genocidio tecnológico deseado por la americanos para protegerse de la explosión demográfica del sur. El Wall Street Journal habla de un deliberado asesinato de bebés, jóvenes, marrones y negros. El Dr. Chaerles Wurster, responsable científico del Environmental Defense Fund, afirma sin sonrojarse que de todas maneras este excedente de población en los países pobres tiene que desaparecer. El Dr. Van den Bosch de la Universidad de California se maravilla del interés que despiertan todos esos niños de color en los países pobres (22). Al Gore escribe en su libro Ecología y Espíritu Humano, sin mostrar ver-güenza alguna, que La prohibición del DDT a podido salvar la vida de centenares de americanos.
La prohibición del DDT por parte de los fundamentalistas verdes es tan absurda y criminal como otras prohibiciones religiosas: como las dictadas por los fariseos que prohíben acudir a apagar un incendio, o de reparar la fractura de un hueso durante el día del Sabbat; o la de la Iglesia Católica de salvar prioritariamente a los bebés en caso de un parto complicado, o la de los Testigos de Jehová de rehusar las transfusiones de sangre.
Pero en la prohibición del DDT hay también enormes intereses económicos en juego para las empresas químicas. Los piretroides que lo reemplazan son mucho menos eficaces, cuestan 4 veces más y los mosquitos se habitúan a ellos con mayor rapidez. Los europeos y americanos los pueden pagar, pero los africanos se mueren de malaria porque son demasia-do caros para ellos. El Worldwatch Institute reconoce en su edición de mayo de 2002 de su periódico que anualmente se infectan en el mundo unas 300 millones de personas de las cuales mueren unas 3 millones, y que los medios de lucha, fuera del DDT están fuertemen-te limitados. Pero el mismo periódico ecologista no tiene el valor de decir que es necesario anular la prohibición que pesa sobre este insecticida.
Nosotros acusamos a Milosevic y Sharon por las miles de muertes de las que son responsa-bles, pero ¿quién toma la responsabilidad por los 3 millones de adultos y niños que mueren anualmente porque el DDT está prohibido? ¿Los eco-locos inconscientes del WWF y Greenpeace; las empresas químicas que prefieren vender productos más caros; los medios golosos de historias sobre sustancias químicas que causan miedo? ¿O todos nosotros que nos dejamos manipular como durante la Edad Media?
Pierre Lutgen,
Doctor en Ciencias.
Luxemburgo
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