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Stephen L. Johnson, nominado por el Presidente Bush como Administrador de la EPA (Agen-cia de Protección del Ambiente) de los EE.UU., es el primer científico de carrera considera-do para ocupar esta posición clave. Todo el mundo está de acuerdo en que a la EPA le vendría bien, por fin!, una buena dosis de ciencia. El historial de los jefes de esta agencia, clave para los intereses de los lobbys ecologistas, nunca contó con un científico como Director Gene-ral, sino que estuvo compuesto por abogados y políticos funcionales a la causa del ecolo-gismo multinacional.
La ciencia siempre estuvo bastante ausente en la EPA la política y la ideología han sido las reinas de la agencia. Recuérdese que fue durante el mandato del primer Administrador de la EPA, William Ruckeslhaus, que se prohibió al DDT, después de 9 meses seguidos de audiencias y testimonios a favor del pesticida por parte de los más notables científicos del mundo, y de todas las organizaciones científicas de las Naciones Unidas, la FAO, la OMS, y de casi todas las Academias de Ciencia y Medicina del planeta.
Sin embargo, el jefe de la EPA, que jamás asistió a ni una sola de las audiencias del juicio, ni tampoco leyó ni una sola de las minutas e informes de sus propios científicos y técnicos, prohibió al DDT con la base científica de la denuncia hecha en el libro Primavera Silenciosa, de Rachel Carson, (ver DDT: Un Mito Criminal Capítulo 6, del libro Ecología: Mitos y Fraudes y la abundante información sobre el tema en la página Pesticidas en este mismo sitio), y los estudios mencionados por ella que más tarde se comprobó que eran defectuosos, de pésima metodología científica, usando estadísticas distorsionadas y manipuladas, o simple-mente inventadas. Como el mismo Ruckelshaus lo dijo al anunciar la prohibición del DDT en abril de 1972, Esta decisión no tiene nada que ver con la ciencia, sino que está basada en consideraciones políticas& A confesión de parte, las pruebas, vienen sobrando.
Pero las pandillas ecologistas han hallado algo para atacar al Sr. Johnson: un programa jamás implementado, propuesto al año pasado, para evaluar la exposición y efectos de los pesticidas comunes en los bebés del área de Jacksonville, Florida. Este análisis, llamado CHEERS (por Children¡s Health Environment Expsoure Research Study) tenía como meta usar ayuda finan-ciera para las familias de bajos recursos (casi 1000 dólares por familia) para permitir que los investigadores monitorizaran la exposición de sus hijos a los pesticidas usados normalmente en sus hogares, en el curso de dos años.
No parece que esto fuese ningún gran problema para quienes estamos preocupados con la acumulación de evidencia científica que beneficie a la sociedad. Pero los grupos activistas del ecologismo multinacional especialmente el EWS (Environmental Workin Group, o Grupo de Trabajo del Ambiente) y el Consejo de Defensa de los Recursos Naturales (NRDC), junto con dos senadores norteamericanos (de la extrema izquierda del espectro político de USA) que acusaron a Johnson de cualquier cosa, desde conspirar con la industria hasta vejación se-xual de los niños para apoyar su neurótica oposición al programa que jamás se inició, y que ahora quedó cancelado. Pero, ¿por qué creía Johnson que sería un programa útil?
Antes de convertirse el Administrador de la EPA en enero de este año, Johnson estaba direc-tamente a cargo de implementar las leyes nacionales sobre pesticidas, sustancias tóxicas, y prevención de polución, en la Oficina de Prevención, Pesticidas y Sustancias Tóxicas. Él sabía, como científico, que sería muy útil tratar de recoger datos de toxicidad de las exposicio-nes humanas, en lugar de hacerlo a través de extrapolaciones, imposibles de verificar, de los experimentos sobre animales, en los cuales la EPA se había basado siempre. Se ha descu-bierto a lo largo de los años que la información obtenida de los experimentos con animales es insuficiente como base para evaluar el riesgo humano a las sustancias tóxicas y/o cance-rígenas.
La parte complicada: ¿Cómo obtener información humana de manera ética? Es decir, sin exponer a sabiendas a los seres humanos a las sustancias tóxicas. La respuesta más lógica es: simplemente observando a la gente y a los niños en su hábitat natural, ya que se sabe que la inmensa mayoría de las familias en el área propuesta para el estudio usan sustan-cias químicas y pesticidas de manera rutinaria. ¿Por qué no observarlos y obtener la informa-ción? ¿No se hacen así los estudios epidemiológicos observando la exposición de la pobla-ción a cualquier agente en el ambiente? ¿Alguien se queja por los estudios epidemiológicos? ¿Son antiéticos?
Por supuesto que no, pero para estar totalmente seguro, Johnson requirió la opinión al respec-to de la Academia Nacional de Ciencias sobre la ética de recolectar información humana en tales circunstancias. Las conclusiones del Comité Científico de la Academia fueron de una obviedad y sentido común apabullante: que era aceptable reunir datos y utilizar dicha informa-ción en beneficio de la sociedad, siempre y cuando se cumpliesen las salvaguardas y normas al respecto. Parecía ser una luz verde para el estudio CHEERS.
Pero Johnson cometió dos gruesos errores: ofreció compensar a las familias que tomaran parte del estudio, e hizo los arreglos para que los fondos los proveyese el American Chemistry Council (Consejo Americano de Química).
Los ecologistas se volvieron locos un poco más que de costumbre. El EWG aseguró que un estudio realizado sobre humanos, en donde la gente no derivase ningún beneficio para la salud estaba ipso facto en la categoría Tabú. Peor todavía, ¿en sociedad con un grupo químico? ¿En un estudio sobre niños? ¿Está usted loco? ¡No durante mi tiempo de vida! Toda esta opo-sición ecologista olvida que la EPA trabaja rutinariamente en colaboración con las industrias reguladas para evaluar los riesgos ambientales, a menudo con fondos provenientes de esas mismas industrias cosa que las ONGs ecologistas no habían objetado jamás. ¿Por qué hacerlo? La EPA era de ellos y usaría el dinero de la industria para prohibirles sus propios productos. Justicia Divina&
La verdadera razón de los ecologistas para oponerse al estudio y al nombramiento de Johnson como el jefe de la EPA, es muy poco probable que salga a la luz en los medios de comunica-ción, siempre complacientes (cómplices?) del ecologismo de denuncia. Estos grupos han luchado con uñas y dientes en contra del uso de información sobre toxicidad en los humanos porque saben perfectamente bien que dicha información científica mostrará que no hay evi-dencia ninguna de riesgo para los humanos impuesto por las toxinas halladas en el am-biente. Una cosa es la ingestión masiva accidental de una toxina, o la exposición ocupacional durante muchos años, y otra muy diferente es la concentración de esas mismas toxinas en el ambiente de todos los días y la insignificante exposición de la población en general.
Su dependencia del Principio Precautorio, es insano. Que la ausencia de información y evidencias obliguen a restricciones a ciegas de alguna sustancia o tecnología, es verdade-ramente insano. No es otra cosa que el viejo chiste anarquista de: No sé de que se trata, pero me opongo. Aplicando el Principio, bastaría que yo acuse al dulce de leche de causar cáncer de mama si se usa en conjunción con los langostinos y mariscos. No hay evidencia científica de que esa imbecilidad pueda ser cierta, pero el Principio Precautorio ordena que ante la duda, tenga que prohibirse el uso conjunto del dulce de leche y los frutos de mar. Por supuesto, para ser aceptada, la denuncia irracional e imbécil no puede provenir de cualquier imbécil. Tiene que provenir de las organizaciones con patente de corso para denunciar imbecilidades. El Principio Precautorio no es nada más que la institucionalización de las agendas políticas del ecologismo anti-crecimiento, anti-población antihumanas.
Con la nominación de Stephen Johnson como Administrador de la EPA, es probable que los vientos de ciencia hagan ingresar brisas de aire fresco en la Catedral de Ecologismo Prohibicionista. Y eso es una muy mala noticia para el ecologismo, porque pierden así al mejor y más poderoso de los medios de impulsar sus prohibiciones y sus regulaciones neuróticas y anticientíficas.
¿Sería demasiado esperar que, una vez que la ciencia se haga finalmente cargo de la EPA, se comience un proceso de revisión de sustancias prohibidas en el pasado sin bases cien-tíficas? ¿Será posible que podamos volver a tener al DDT entre las sustancias más útiles que haya conocido la humanidad y usarlo para combatir las enfermedades transmitidas por insec-tos, como la malaria, el Chagas, el dengue, y varias decenas más? Pero el asunto no será tan fácil. Habrá que hacerlo como decía Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador. A Dios rogando& y con el mazo dando.
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