Por Steven Milloy
Jueves, 11 de octubre, 2007
Desde el momento en que en 2006 la Organización Mundial de la Salud revirtió la prohibición del DDT impuesta por los ecologistas, los eco-activistas se lanzaron a diseñar nuevas formas de demonizar al insecticida salvador de vidas en un intento de salvar su decaída reputación
Su último esfuerzo involucra alabar un nuevo estudio que supuestamente relaciona la exposición al DDT de jóvenes adolescentes con futuros cánceres de mama en la madurez. El estudio fue realizado por investigadores en la Escuela de Medicina del Hospital Mount Sinai de Nueva York –una institución de oscura fama por su alarmista investigación sobre el amianto y los trabajadores de rescate en las Torres Gemelas el 11 de Septiembre 2001.
El estudio fue llevado a mi atención gracias a una carta de John Peterson Myers publicada en el Wall Street Journal el 25 de agosto pasado, titulada “Basta de Empujar al DDT.” Los aficionados a los miedos en la salud pública recordarán que Myers fue el co-autor dellibro de 1996, “Nuestro futuro robado,” que fomentó los miedos acerca de las sustancias químicas en el ambiente que causarían todas las enfermedades desde cáncer hasta déficit en la atención.
Un editorial pro-DDT en el Wall Street Journal (WSJ) de agosto 16, destacó una nueva investigación que desmentía la afirmación de los ecologistas que el DDT es inefectivo porque los mosquitos pueden desarrollar resistencia a las propiedades tóxicas del producto.
Retando al apoyo del DDT que hacía el WSJ para combatir la malaria –una enfermedad que afecta a 500 millones por año y mata a dos millones de los afectados– Myers citó al estudio del Monte Sinai y su afirmación de que “las mujeres más expuestas al DDT antes de la pubertad tenían cinco veces más probabilidades de desarrollar un cáncer de mama que aquellas con exposición menor.” Myers destacaba que los autores concluían en que “la importancia en la salud pública de la exposición al DDT es potencialmente grande.”
Yo le respondía Myers con una carta publicada en el WST el 31 de agosto, declarando que el estudio sufría de malas prácticas estadísticas. El estudio era pequeño (incluía nada más que a 133 mujeres con cáncer de mama), omitía totalmente la información acerca de factores claves en el riesgo de cáncer (como la genética y los estudios familiares) y sólo consideraba de manera parcial otros riesgos de salud potenciales (como el embarazo y un historial de dar de mamar). Todos esos factores explican las con-tradicciones internas del estudio y la debilidad estadística.
La inmensa mayoría de las correlaciones estadísticas informadas en el estudio fueron ya sea cero o negativas –significando una ausencia de correlación entre el DDT y el cáncer de mama. Aceptando las correlaciones negativas a su valor de cara, como Myers hizo con las positivas, apoyarían la igualmente improbable implicancia de que el DDT bien podría prevenir el cáncer de mama. Además, las correla-ciones positivas son altamente sospechosas.
La correlación citada por Myers –el aumento de cinco veces en el riesgo de cáncer de mama– muestra un amplio margen de error, cuatro veces el tamaño de la correlación reclamada.
Los investigadores del Monte Sinaí respondieron con su propia carta al WSJ el 22 de septiembre. Reconociedo que su estudio era pequeño, su principal línea de defensa era que había sido publicado en una reputada revista y tenía revisión de los pares por expertos en área del tema, difícilmente una defensa del mérito del estudio, especialmente visto la particular revista en cuestión.
Mientras que reconocían su fallo de considerar los riesgos genéticos y la historia de familia del cáncer de mama en su estudio, trataron de excusar este lapsus desechando de manera infantil a los dos riesgos de cáncer universalmente reconocidos como siendo “muy improbable que cambien el resul-tado.”
La carta final en esta serie (de Randall Dodd de Mill Creek, Was., el 29 de septiembre) observó que el estudio más grande jamás realizado sobre este tema ni había hallado ninguna correlación entre el DDT y el cáncer de mama, y que el escepticismo debería ponerse en “alerta roja” cuando un pequeño estu-dio contradice toda la ciencia hecha previamente.
El estudio del Monte Sinaí alzó nuevamente su fea cabeza esta semana en un artículo del 9 de septiem-bre por Rick Weiss en la primera página de la sección de salud del Washington Post.
“Un nuevo estudio encontró una significativa relación entre la exposición de las mujeres al DDT cuando adolescentes y el desarrollo de cáncer de mama en la adultez,” comienza diciendo Weiss. A partir de allí, regurgita gran cantidad de los resultados y opiniones de los investigadores en una mane-ra acrítica, incluyendo la denigración de los numerosos estudios publicados anteriormente que no hallaron relación entre el DDT y el cáncer de mama.
Aunque Weiss me reconoció a mí que él había visto el intercambio de cartas en el Wall Street Journal, de manera inexplicable eligió no informar que los resultados del estudio habían sido tan criticados.
Weis cierra su artículo con comentarios de Suzanne Snedeker de la Universidad de Cornell, una nutricionista que decía que ella tenía serias reservas acerca del regreso del DDT en los países en desarrollo y le gustaría en vez de ello más financiamiento para otros enfrentamientos para combatir a la malaria.
Aceptando, puramente en aras del argumento, de que el DDT realmente aumenta el riesgo del cáncer de mama, tiene algún sentido la preocupación de Snedeker?
Por ejemplo, Zimbabwe tiene unos 2000 casos de cáncer de mama al año, afectando al 0,0016% de la población. Por el otro lado, 1 millón y medio de casos de malaria ocurren anualmente, afectando a más del 12 por ciento de la población.
Evitar el uso del DDT para controlar la malaria en Zimbabwe y otros países afectados de manera similar por la preocupación sobre el cáncer de mama es claramente absurdo –siendo más absurdo aún dada la falsedad de la afirmación que el DDT aumenta el riesgo de cáncer de mama.
Termina Randall Dodd su carta al Wall Street Journal diciendo, “…en el contexto de millones de perso-nas, principalmente niños, que mueren por malaria todos los años, aún si se suspende el descrei-miento y se le acuerda a los investigadores del Monte Sinaí sus afirmaciones, el elevado potencial de riesgo de enfermedades que ellos mencionan es sobrepasado exponencialmente por la certeza de millones de muertes, la mayoría de ellas evitables, causadas por la malaria.”
El argumento de Dodd es tan obvio y verdadero que debería hacer surgir preguntas acerca de los motivos ulteriores de quienes se oponen al DDT.
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