Junto con la energía solar y el hidrógeno, la eólica es una de las más promocionadas “nue-vas fuentes” de energía, promoción a nivel de exaltación casi religiosa realizada por las transnacionales de la ecología, como Greenpeace y World Wild Life; y por carácter tran-sitivo, por las numerosas ONGs ecologistas que existen en Argentina y otros países sud-americanos.
Y en el paroxismo de la exaltación ultraecologista, los fundamentalistas de la ecología pre-sentan a la generación eólica como “la gran solución” y la promocionan como “una alterna-tiva totalmente limpia, libre de contaminación”. Ambas afirmaciones son falsas, tal como se explica seguidamente. Sin embargo, desmentir categóricamente esas verdadera “batería de sandeces” entronizada como dogmas sacrosantos por los nada inocentes “profesionales de la ecología”, no significa desconocer las limitadas pero reales potencialidades de la generación eólica, la cual puede llegar a ser una parte marginal de la solución a los enormes requerimientos energéticos que Argentina tiene; y que se incrementarán en forma exponen-cial en las próximas décadas.
De hecho, de las denominadas “nuevas fuentes de energía”, la generación eólica es una de las que logró mayores avances técnicos, y –siempre dentro de las “nuevas fuentes de ener-gía” – la de mayor penetración porcentual en las matrices de generación de algunos países. Pero tiene serias y – a la fecha – insalvables limitaciones.
En primer lugar cabe aclarar que la propia denominación de “nuevas fuentes” es un verda-dero aporte a la confusión general, pues no es totalmente correcta ni acertada, dado que de un modo u otro, desde tiempos inmemoriales la humanidad utiliza las energías solar y sobre todo la eólica, para distintos usos; tal como también acontece con la energía hidráulica, cuyo uso estuvo bastante difundido ya varios siglos atrás, para molienda y otras tareas menores.
En segundo lugar, sus limitaciones técnicas las tornan una fuente de generación eléctrica carente de confiabilidad para operar como base en un sistema integrado de transmisión. Dicho más sencillamente, al estar integradas a una red de distribución eléctrica, la poca previsibilidad de la generación eólica (condicionada por las constantes variaciones de los vientos), impide la operación constante o al menos con aceptable grado de certeza; motivo por el cual siempre están condicionadas a la existencia de otras usinas convencionales (termoeléctricas, hidroeléctricas, nucleares), que estén en condiciones de suplir los “baches” y “picos” instantáneos de potencia firme y de generación que constantemente producen las eólicas.
En tercer lugar, su ecuación ambiental dista mucho de la “absoluta limpieza” o “nivel de polución cero” que con tanta liviandad técnica –y en muchos casos con patente hipocresía – pregonan a los cuatro vientos las transnacionales de la ecología; y que con inocente o cipaya actitud repiten como “credo de fe ambiental” nuestros vernáculos fundamentalistas de la ecología.
En cuarto lugar, las propias limitaciones técnicas, los altos costos de fabricación, instala-ción y – al término de su vida útil – del desmontaje de los molinos e instalaciones comple-mentarias, las hacen una alternativa de generación eléctrica no competitiva, frente a las tecnologías convencionales (térmica convencional – en base a hidrocarburos – hidráulica y atómica).
Sintetizando en la necesariamente breve extensión de un artículo periodístico se resume.
Limitaciones técnicas.
Precisan vientos constantes, lo cual es una característica que no existe en muchos lugares de La Tierra –y de Argentina.
Aún en las zonas de alta ventosidad – como nuestra Patagonia, nuestras costas atlán-ticas y determinados puntos de la Cordillera y Precordillera de Los Andes – la variabi-lidad de las corrientes de aire crea inconvenientes técnicos muy serios, pues las fluc-tuaciones de potencia firme operable y de generación horaria, diaria y mensual, no han podido solucionarse adecuadamente. Al operar interconectadamente, siempre precisan el respaldo de otras usinas de mayor confiabilidad. Por otra parte, los moli-nos eólicos sólo son operables con vientos en el rango de aproximadamente entre 15 a 90 kilómetros por hora, por lo que es frecuente que las usinas eólicas salgan de servicio del sistema desconectándose automáticamente.
Las granjas eólicas, que en rigor son conjuntos de varios molinos que conforman un sistema de generación, requieren la utilización de grandes superficies de tierra, a la que de uno u otro modo afectan tanto funcional como visualmente, por lo que están lejos del promocionado “nivel de impacto cero”.
Los vientos de mejor calidad energética (mayor potencia y menor variación) están por regla general alejados de la superficie, lo cual obliga a desarrollar torres de gran altura con palas de grandes diámetros, lo cual conlleva no sólo a mayores costos de instala-ción, sino a adoptar soluciones técnicas de mayores complejidades.
Sus procesos de construcción e instalación, así como los de desguace al término de su vida útil, son de altos consumos energéticos, lo cual significa importantes índices de polución encubierta pero absolutamente real.
Al tener partes mecánicas, precisan lubricación y mantenimiento. Todo ello produce desechos oleosos, fluidos y gaseosos contaminantes, de muy difícil o imposible control o mitigación.
De optarse por no desmontar los molinos al término de su vida útil, la consecuente degradación por oxidación de sus componentes metálicos producirá contaminación, la cual incluirá componentes tóxicos de algunas aleaciones especiales que conforman esas enormes instalaciones.
Las enormes superficies a ser utilizadas no resultan ser un dato menor. Como comparación, para una potencia instalada similar a la que tendrá Corpus Christi, es necesario afectar una superficie mínima del orden de 50 metros de ancho por 150 kilómetros de largo, partiendo de la base de instalar una mega granja eólica compuesta por 3.000 (tres mil) molinos de entre 0,8 a 1,2 MW cada uno; cuya producción real (en KWh) –en zonas eólicamente aptas- será menor y muy posiblemente mucho más fluctuante y complejo que el de una gran usina hidroeléctrica.
Son totalmente dependientes del respaldo de usinas convencionales para cubrir las abruptas variaciones de potencia que son consecuencia en los cambios de ventosi-dad. Eso obliga a tener “reservas en caliente”, lo cual significa tener “operando en vacío” (quemando combustible o eventualmente desperdiciando caudal de agua) a las centrales convencionales, las que se integran a la red de transmisión al producirse los frecuentes altibajos de las eólicas.
Las limitaciones técnicas descriptas, al reducir la previsibilidad y confiabilidad técnica de la operación de las centrales eólicas, obligan a adoptar mecanismos electrónicos que minimicen las variaciones de potencia, así como respaldos externos (otras usinas de diferentes tecnologías) todo lo cual encarece el costo real por KWh.
Por regla general, las zonas de buena ventosidad están muy alejadas de los centros de consumo; y en muchos casos se ubican en zonas de difícil acceso. Piénsese en los molinos ubicados en pleno Mar Del Norte o Mar Báltico, en zonas montañosas o simi-lares, o inclusive en valles alejados de las redes eléctricas de interconexión Eso enca-rece tanto la construcción, como la operación, el mantenimiento y posterior desguace.
Lo precedente no implica desmerecer que la generación eólica puede ser una adecuada solución para pequeños centros de consumo aislados, o una contribución marginal para cubrir las necesidades en áreas interconectadas. Por ejemplo, en EEUU se considera absolutamente inviable técnicamente que las usinas eólicas lleguen a abastecer más del 15 % del consumo total, mientras que previsiones más conservadoras se ubican en un modesto 5 %; salvo – claro está – que se apele a muy fuertes subsidios, como el caso de Dinamarca.
Tal como ocurren con la energía solar y el hidrógeno, también en el desarrollo tecnológico argentino de la generación eólica resultan sumamente importantes los trabajos que están siendo desarrollados en la Comisión Nacional de Energía Atómica, que ha pasado por peso y merecimientos propios a ser uno de los grandes – sino el principal – centro de desarrollo de alta tecnología de nuestro país y posiblemente de América Latina.
Pero en este tema, como sucede en otros que han generado mucha polémica y desinforma-ción intencionalmente producida por las transnacionales de la ecología, es importante cono-cer que la perversa ideología dogmatizada del “crecimiento cero”, ha sido impulsada por el Club de Roma desde 1968, y es una de las más eficaces herramientas para perpetuarnos en la miseria, el subdesarrollo y la dependencia político económica, a los países subdesa-rrollados; hoy amenazados por el neoliberalismo salvaje y la globalización a ultranza.
Vaya mi humilde y sincero reconocimiento a los amigos profesionales especializados que constantemente me brindan sus valiosos respaldos técnicos. Incluyo también a los que me hacen llegar sus voces de aliento y certeras opiniones; incluyendo dentro de ese extenso listado al Dr. Ing. Giovanni Lombardi, a los Ings. Nicolás Petroni, M. Vassallo, varios del Sector Nuclear Argentino, del Comité Argentino de Presas, la Fundación Bariloche, de la FAEC, y un largo listado de espontáneos e idealistas colaboradores.
C.P.N. Carlos Andrés Ortiz
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