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Alejados por la mañana para montar su campamento en el Edén,
los ecologistas se encontrarán a mediodía en una cárcel
que ellos construyeron con sus propias manos.
Gilles Lapouge
Decir que las consecuencias de la catástrofe de Chernobyl son menos graves de lo que las quieren hacer aparecer suena como una herejía. Esta catástrofe es para mucha gente la más dramática de este siglo. A quienes han osado decir lo contrario se les ha reprochado nadar en contra de la corriente, de no escuchar el aviso unánime de los expertos, de no ser científicos serios, de no leer los diarios, o de no ver la televisión.
Decir que el número de 50 muertos de Chernobyl es de lejos menor que las miles de personas muertas en las minas de carbón o de hulla, a los miles de muertos de nuestras rutas, o a los millones que mueren de tifus, o de malaria –suena como una herejía injuriosa.
Es verdad que la catástrofe de Chernobyl ha sido un drama económico, social y psicológico para más de 100.000 personas desplazadas a la fuerza de Ucrania y Bielorrusia. Asestó una punzante lección de realismo a los que quisieron demostrar de manera perentoria que un accidente nuclear era altamente improbable.
Pero tratemos de limitarnos a los efectos de la lluvia radioactiva de Chernobyl.
Por malicia o por ignorancia, se olvida que la radioactividad forma parte de nuestra vida des-pués de los milenios en este planeta. Algunos hasta pretenden que el hombre es el resultado de mutaciones provocadas por la radioactividad. O más aún, la radioactividad no ha tenido consecuencia alguna detectable para el desarrollo de la especie humana. Si ese fuese el caso, teniendo en cuenta las importantes variaciones de los niveles de radioactividad en las diversas regiones del globo, se debería notar en las regiones más irradiadas el recrudecimiento de ciertos tipos de cánceres.
Las fuentes naturales de radioactividad constituyen el 80% de la dosis anual recibida por el hombre. Ellas so numerosas.
Después que Roentgen descubrió los Rayos X y Becquerel la radioactividad natural de ciertos elementos, hace más de un siglo, el hombre ha usado a este fenómeno con fines medicinales y científicos. Estas fuentes “artificiales” de radioactividad contribuyen hoy con el 15% de la dosis media anual y el Cesio radioactivo liberado de Chernobyl sobre Europa es un 1% suplementa-rio, como máximo, según el “Le Monde,” del 19 de mayo de 2001.
Se trata sobre todo de la exposición proveniente del diagnóstico médico (RX) y de la terapia médica nuclear.
Las otras fuentes contribuyen solamente con un 1% a la dosis anual: detectores de humo, esferas luminosas de relojes pulsera, pantallas de TV, emisiones de las centrales nucleares, “fall out” de las pruebas nucleares… El nivel de radiación alrededor de las centrales nucleares lleva a dosis adicionales del 0,01% anuales, es decir, son el 0,003% de la radiación natural de su vecindario.
No podemos eliminar a esas radiaciones de nuestras vidas, pero podemos tratar de compren-derlas y de reducir sus riesgos.
El efecto de las centrales nucleares sobre la salud ha sido estudiado intensamente en el curso del último decenio. Es necesario, en efecto, esperar muchos años para detectar el efecto de las radiaciones sobre el cáncer.
Un informe del profesor M. Gardner sacudió en 1990 al mundo médico. Había hallado una conexión estadística entre la fábrica de reprocesamiento nuclear Sellafield, en Inglaterra, y la frecuencia anormal de leucemia en el pueblo vecino (1).
El efecto de Gardner fue estimular a otros epidemiólogos y radiólogos a continuar este tipo de investigación. Uno de estos estudios posteriores, financiados en parte por la Unión Europea, no ha podido corroborar los resultados del informe de Gardner.
En el Instituto Gustave Roussy de Villejuif, un estudio se dedicó a los decesos provocados por los diferentes tipos de leucemias y por los cánceres de la tiroides en algunos jóvenes que vivían en los alrededores de una veintena de centrales nucleares francesas. La cantidad de muertes a consecuencia de leucemias constatadas por este estudio era inferior al número comparativo de muertes entre la población que vive lejos de las centrales. No había ninguna correlación entre el aumento de la distancia a partir de los sitios.
El Bundesanstalt für Strahlenschutz llega igualmente a la conclusión que la cantidad de leucemias en el vecindario no es más elevado que en otras regiones (y así mismo es inferior).
En estudio publicado recientemente en Inglaterra (2) muestra que para 23.000 hombres que trabajan en la industria nuclear no se pudo determinar alguna evidencia de una tasa más elevada de malformaciones en sus descendientes.
De hecho, las dosis recibidas por los trabajadores de las centrales nucleares son de lejos inferiores a las de los mineros, y hasta algo de 500 veces menos que aquellos que trabajan en las minas de sal o carbón. Ciertos carbones contienen fuertes concentraciones de uranio y torio. Se calcula que las cantidades de uranio emitidas al aire por las centrales térmicas de carbón en Estados Unidos son de 801 toneladas de uranio mientras que las centrales nucleares del país no consumen más que 501 toneladas anuales de uranio y no emiten sino cantidades inmedibles de radioactividad. Para aquellos que tienen miedo de las partículas radioactivas, es mucho más peligroso vivir cerca de una central térmica de carbón que de una central atómica.
El aumento de las leucemia en algunas regiones, y más precisamente en Rusia, se deba probablemente al empleo abusivo de ciertos insecticidas. El aumento fue anterior a la catástrofe de Chernobyl (3).
Un estudio realizado en 1992 por el Institut für Medizinische Statistik und Dokumentation de la Universidad de Mainz, Alemania, sobre los riesgos de cáncer entre los jóvenes concluyó de la siguiente manera: (4)
Una buena cantidad de mujeres de las zonas evacuadas no recurrieron al aborto y dieron a luz niños normales. Por el contrario, en Europa Occidental, hubo un importante aumento de las interrupciones voluntarias de embarazos en los meses siguientes al accidente de Chernobyl (del orden de los 100.000), totalmente injustificados. Esta hecatombe inútil, debida al pánico generado por los medios fue infinitamente más desastrosa que todas las otras fatalidades acumuladas del accidente de Chernobyl. Sin embargo, se supo que de los 72.216 niños nacidos nueve meses después de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y que sobrevivieron médicamente, no se halló una tasa anormal de malformaciones congénitas, de mutaciones cromosómicas o de cánceres.
En general, las conclusiones de este informe de 1991 son idénticas a las de los informes soviéticos sobre el mismo asunto. Han sido confirmadas por los informes más recientes, de manera notable por los de la Conferencia Internacional organizada por la comisión federal Suiza en la ETH de Zurích, y los de la conferencia organizada en 1997 en Viena por la Agencia Internacional de la Energía Atómica y, más recientemente, en septiembre 2000 las conclusio-nes de la comisión científica de las Naciones Unidas, el UNSCEAR (Comité Científico para el Estudio de Efectos de las Radiaciones Atómicas).
Esos informes arriban igualmente a la conclusión que no hubo impactos de larga duración sobre los ecosistemas. En las inmediaciones de la central los árboles del bosque fueron “quemados” por las radiaciones, pero un regreso a la normalidad se ha iniciado en los bosques de Chernobyl. Algunas malformaciones congénitas se observaron entre probablemente los animales más irradiados en las proximidades de la zona de mayor irradiación, muy próxima de la central (500 metros) Pero actualmente las comparaciones entre las zonas particularmente contaminadas y de las regiones sin contaminar no permiten observar diferencias significativas. Esto es particularmente cierto para el buey Uran y las tres vacas, Alfa, Beta, y Gama que fueron olvidados dentro de la zona. Entre los rumiantes no se observó ningún aumento en la cantidad de nacimientos deformes. Por cierto que los metales radioactivos quedan en el suelo, pero ellos tienen la tendencia a ser transferidos a las raíces y a los tallos, y muy poco a los granos o las frutas (16).
Después que los hombres la abandonaron, la zona de exclusión se transformó en una reserva de vida silvestre. Ciertas poblaciones de animales son diez veces más numerosas que antes de 1986. Pero el reportaje de un diario de Londres de 1994 decía que “en los bosques alrede-dor de Chernobyl no canta ningún pájaro, y que loa animales nacían con horribles mutilacio-nes.” Otra de las tantas fantasías.
Los efectos del “fallout” de Chernobyl fueron estudiados, no sólo alrededor de la central, sino también en numerosos países de Europa. De tal modo los Suizos hicieron un estudio detallado de la concentración de sustancias radioactivas en los alimentos de su país después del acci-dente (17). En Hesse analizaron las concentraciones de cesio en los músculos de los animales (18). En Irlanda han seguido la concentración del mismo radionúclido en las aves migratorias que venían al país desde Ucrania (19).
Las conclusiones de todos esos estudios son las mismas: las concentraciones de sustancias radioactivas en los alimentos a causa del fallout de Chernobyl son insignificantes comparadas con la radiactividad natural. En ningún caso ellas justifican las medidas precipitadas tomadas, como las del Ministerio del Ambiente en el estado de Hesse que prohibió en 1986 el consumo de leche que emitiese más de 20 Becquereles (un nivel que es menos que el nivel natural de radioactividad presente en la leche a causa del potasio). Se podrían prohibir los vuelos en avión a causa de los rayos cósmicos.
Los efectos del fallout de Chernobyl sobre la salud humna han sido estudiados por el 'Bundes-amt für Strahlenschutz' (20). Compararon la tasa de leucemias entre los jóvenes menores de 15 años en Alemania del Norte y Alemania del Sur con los datos existentes para los años anteriores a la catástrofe de Chernobyl. Es necesario saber que el “fallout” radioactivo fue más elevado en el sur que en el norte del país, en donde se recibía una dosis anual adicional de 0,07 mSV anual. Y sin embargo, las tasas de leucemias en el sur se revelaron menores que las del norte, y también a las anteriores al accidente de 1986. Si hubo un efecto de las radiaciones sobre el número de casos de leucemia se debería de haber detectado por lo menos entre los niños nacidos al momento de la catástrofe, cuando gran cantidad de radioelementos de vida corta cayeron sobre el sur de Alemania.
Si no se detectó un aumento del número de leucemias en la región de Chernobyl (En la región de Gomal, 150 km al norte, es inferior al que existía antes del accidente), se ha notado, sin embargo, que desde 1990 un aumento de casos de cáncer de la tiroides en los niños, pero casi únicamente en Bielorrusia. El yodo radioactivo se acumula en la glándula tiroides, sobre todo por la absorción de la leche. Desde este punto de vista, los niños de corta edad son un blanco privilegiado. Se atribuyen a estos cánceres una decena de defunciones. Los investi-gadores japoneses e ingleses cuestionan, sin embargo, una ligazón entre este aumento de cánceres de la tiroides y el “fallout” de la central (21), sino que los relacionan con otros conta-minantes. No habían visto este efecto en Hiroshima, sin duda porque las bombas atómicas emiten poco yodo radioactivo. Podría ser igualmente plausible que el aumento de los casos de cáncer sean el resultado de una revisación médica más estrecha de la población.
Los medios terapéuticos actuales permiten curar la mayor parte de los cánceres de la tiroides. Los niños de la región de Chernobyl eran deficientes en yodo y después de la explosión el yodo radioactivo se acumuló en la glándula tiroides de esos niños. Es sabido que una ingestión rápida, después de una exposición a la radioactividad, de comprimidos de yodo estable no radioactivo (con el fin de saturar a la glándula tiroides e impedir la fijación del yodo radiactivo allí) había sido muy eficaz. No se la aplicó, o se hizo muy tarde, en numerosas regiones conta-minadas en Ucrania y Bielorrusia.
El estado general de salud de las personas desplazadas a la fuerza después de la catástrofe no es de los mejores. La ansiedad, el estrés, las señales de depresión con un aumento de los suicidios se ven en primer plano. Esta alteración de la salud entre las personas “desplazadas” se observa sobre todo después de las grandes catástrofes naturales o las guerras. Ello se agravó en Chernobyl por la inquietud generada por los riesgos incurridos. El sistema de com-pensación para los reubicados agravó igualmente la situación. Porque contribuyó a enfermar-los en "status pasivo", pero a veces interesante, de “víctimas de Chernobyl”. Por lo tanto, las autoridades no se opusieron al retorno de las personas ancianas a la zona prohibida porque su estado de salud mejoraba cuando regresaban a sus hogares.
Se dice que los «liquidadores» (así llamados por los rusos) del sitio de Chernobyl desapare-cieron en las regiones de origen sin que se les pueda encontrar para hacer un seguimiento médico. Se trata de unas 600.000 a 800.000 personas, a menudo jóvenes, esencialmente hombres del contingente que trabajaron en el sitio en los días y meses que siguieron al accidente.
Mientras tanto, las ventajas sociales y económicas que beneficiaron a las víctimas de Chernobyl les motivaron para darse a conocer por las autoridades, lo que ha permitido recuperarlas.
Por consiguiente, muchos investigadores se interesaron por las consecuencias de Chernobyl e investigan activamente a las personas que fueron expuestas a las radiaciones que siguieron al accidente. De tal manera, en el equipo del CRHER (International Consortium for Research on the Health Effects of Radiation), los investigadores americanos y rusos colabora en este res-pecto y han elegido a una cohorte de 750 liquidadores de la región de Oblast para hacerles un seguimiento médico detallado a lo largo de los años (22).
Los inmigrantes rusos provenientes de la región de Chernobyl o los que trabajaron sobre el sitio son igualmente invitados a mostrarse a las autoridades americanas para poder participar de un programa de seguimiento médico y de investigación. De tal modo, 500.000 judíos sovié-ticos emigraron a Israel desde 1986. Más de la mitad provenían de Bielorrusia y de Ucrania. Se les propuso también participar de los programas de investigación sobre las consecuencias de las radiaciones (23).
Resulta asombroso por otra parte, que no se hayan estudiado las consecuencias sobre la salud humana del complejo nuclear de Osjorsk, al sur de los Urales. Durante años este lugar ha pro-ducido plutonio para el arsenal ruso de bombas atómicas. Los alrededores han sido contami-nados por el “fallout” radioactivo y en 1957 por una gigantesca explosión, mucho más impor-tante que la de Chernobyl, en donde 1000 personas murieron y se evacuaron a poblaciones enteras. Esto sería a consecuencia, sobre todo, de las aguas de superficie que estuvieron contaminadas por el estroncio radioactivo (24).
El accidente de Chernobyl es atribuido a la negligencia de los rusos. Es difícil que no se hable del accidente de Three Mile Island de 1979 donde el núcleo de un reactor americano se fundió, emitiendo millones de curies de radioactividad. Pero, sin embargo, 20 años más tarde, no se ha podido encontrar un números de casos de cáncer superior a la normal. (25)
Una de las consecuencias positivas de la catástrofe de Chernobyl es que en muchos países las centrales nucleares fueron forzadas a ser más transparentes. Así, por ejemplo, en Francia el EDF y la COGEMA desde diciembre 1986 informaron al público de los incidentes y de los desperfectos. Otra consecuencia es que se aumentó la seguridad de las centrales existentes. Chernobyl nos enseñó una lección muy ruda sobre los peligros de diseño y fabricación barata, de organizaciones zaparrastrosas y de revisaciones permisivas.
Más precisamente, a continuación de las acusaciones de Greenpeace de que las centrales nucleares podrían ser el próximo blanco de los terroristas, los vecinos de las centrales han sido nuevamente presas del miedo. Pero el cálculo de los ingenieros de la Vereinigung Deutsches Ingenieure (VDI) demostraron que ni una avión de caza, ni un Jumbo jet civil pueden perforar la carcaza de concreto y acero de una central nuclear moderna.
No nos podemos permitir un segundo Chernobyl. Los daños psicológicos, sociales y económicos son gigantescos para la población afectada.
Pierre Lutgen
Doctor en Ciencias
Luxemburgo
Notas
(a) Un estudio Noruego reciente muestra que entre 3.701 pilotos la tasa de cáncer no es más elevada que la media. Scan. J. Work. Envir. Health 26, 106, 2000.Referencias
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