Tal vez lo primero que cabría preguntarse es si son incompatibles el sano conservacionis-mo –en este caso urbano, edilicio, arquitectónico, o como quiera llamarse- y las necesarias e inevitables transformaciones que son consecuencias no siempre deseadas pero inevitables, de todo proceso de desarrollo.
Evidentemente el abordaje de este tema puede realizarse desde múltiples ángulos, y con seguridad las conclusiones serán diferentes según el enfoque del sociólogo, del urbanista, del historiador, del ingeniero, del economista; o del ciudadano corriente, el que posible-mente pueda verse llamado a la confusión ante tantas y tan dispares opiniones, como las que pueden recogerse respecto al mismo tema.
Cabe analizar si la postura “de la topadora” (eliminación de la pequeña estación, previa al llenado total de la presa de Yacyretá) resulta no solo la más económica, sino también la más coherente, intentado encontrar valores históricos irreemplazables en una anacrónica y des-gastada infraestructura que tal vez poco pueda tener de original e irremplazable, máxime considerando que el modelo británico que sirvió de patrón común se utilizó en casi todo el país donde hay o hubo servicio ferroviario.
Como contrapartida extrema cabe evaluar la postura “ultra conservacionista”, la cual se aferra con uñas y dientes al viejo edificio y sus adyacencias, aparentemente transformado en un ícono único e irreemplazable; no obstante la simpleza e incluso vulgaridad (como expresión de masividad desprovista de matices únicos e irreemplazables) de la añosa y hoy obsoleta construcción.
Entre ambos extremos, está el enorme arco de alternativas intermedias, siendo una de ellas el desmonte y posterior armado según patrones de extrema fidelidad, de la misma infraestructura, a corta distancia, pero a una cota mayor, a cubierto del nivel definitivo que tendrá el embalse.
Otra alternativa, algo más económica y mucho más simple, es hacer una construcción exactamente igual, salvando de la original solamente algunos elementos de fácil remoción y reinstalación, alternativa que entusiasma a quienes advierten los inconvenientes técnicos del “reensamble” total de la obra previamente desmontada.
El tema de la elección definitiva de la alternativa, deberá contemplar cuidadosamente las diversas variables en juego, dados los disímiles aspectos a ser considerados.
No obstante, conociendo la existencia de sectores apegados a posturas ultraambientalistas, que utilizan todos los elementos a su alcance para dificultar y demorar las terminación de las obras hidroeléctricas en proceso de construcción y para impedir nuevas obras; se deben extremar los cuidados para evitar que este hecho sea utilizado como un pretexto insoluble que dilate “in eternum” la necesaria e impostergable finiquitación de las denominadas “obras complementarias” de Yacyretá, para que la central pueda operar a plena capacidad y de ese modo cubrir parte de los enormes baches de generación que se prevén para el futuro inmediato.
Si se hubiese medido todo con la misma vara, no solo se hubiese intentado salvar las insta-laciones del Puerto de Posadas, elevándolo la decena de metros que serían necesarios (es también una construcción histórica), o en plena costanera se hubiese conservado el galpón que albergó a la vieja y pequeña usina que tuvo Posadas hasta comienzos de la década del '60; o yendo más lejos aún, con un criterio ultra conservacionista, se hubiese impedido la construcción de la hermosa costanera que hoy embellece la ciudad, para preservar las formaciones rocosas y arboladas, que en el mismo lugar poco antes enmarcaban las costas de esta ciudad pero que eran inaccesibles para los comunes mortales desde tierra, excepto para quienes tienen dotes de escaladores o poco menos.
Por otra parte, y es una notable paradoja que muestra cierta preeminencia de lo nostalgio-so y retrospectivo, anulando lo dinámico y con visión de futuro; que visiblemente nadie se estaría preocupando por el aparentemente irreversible hecho que esta ciudad capital pro-vincial se está por quedar sin su estación ferroviaria, y lo que es peor aún, que el viejo pero muy importante ferrocarril que hasta la nefasta época de las privatizaciones a ultranza, unía las capitales de Argentina y Paraguay, pasando por Posadas y el sur de Misiones y todo lo largo de las provincias de Corrientes y Entre Ríos, hoy languidece y no existen se-ñales concretas que muestren la decisión de concretar las importantes pero muy necesarias inversiones para su modernización y puesta a punto, que nos vuelva a hacer disponer de un medio de transporte fiable y económico, tanto para mercaderías como para pasajeros.
Es bueno recordar que el costo por tonelada kilómetro por ferrocarril es mucho más econó-mico –y menos contaminante- que el costo del transporte automotor. Y que los países con visión de grandeza están modernizando sus ferrocarriles e incluso invirtiendo en nuevas líneas de gran modernidad y de primer nivel tecnológico.
Por cierto no es ningún disparate considerar factible que la reconstrucción del ex Ferroca-rril Urquiza permita viajar confortablemente y con seguridad, los 1.000 kilómetros entre Posadas y Buenos Aires, en menos de diez horas, un tiempo impensable y muy riesgoso para hacerlo en otros medios públicos alternativos terrestres. De hecho que si ese nuevo ferrocarril fuese eléctrico, funcionando con la energía a ser producida por las mega presas a terminarse o construirse en el Nordeste Argentino, su nivel de polución sería casi equiva-lente a cero; diametralmente distinto a los elevados índices de polución de los camiones y omnibuses.
¿Por qué será que los enjundiosos ecologistas de corte fundamentalista no se detienen a analizar cosas tan gruesas, demostrables e irrebatibles, como las expuestas en este sencillo artículo? ¿Y por qué la nutrida pléyade de aspirantes a legisladores y otros cargos públicos, no se pronuncian fundamentada y categóricamente acerca de estas elementales y muy importantes cuestiones, en vez de perderse en estériles discusiones de bajo vuelo?
Mientras nos siguen enfrascando en lo anecdótico, Argentina seguirá adoleciendo la falta de un Proyecto de Nación a mediano y largo plazo, que nos saque de la mediocridad y nos impulse al destino de grandeza, dignidad y bienestar que debe ser nuestro objetivo irrenunciable.
C.P.N. Carlos Andrés OrtizVea aquí otras interesantes
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