por Eliette Wolff
Nota de FAEC: La vida de la gente se desarrolla en algún tipo ambiente –perdón por la perogrullada. Pero este artículo escrito por una profesora de musicoterapia de Luxemburgo, que da cursos en la Palestina ocupada, nos debería obligar a hacer un alto en nuestras ta-reas diarias y pensar en los numerosos y diferentes “ambientes” donde millones de personas están obligados a vivir, la gran mayoría sin posibilidades de emigrar a alguna otra parte más benévola.
Por ello, no es hoy nuestra intención hacer ningún tipo de apología por alguna manera de sobrevivir en condiciones adversas, ni críticas por alguna manera de conducir políticas de Estado que muchos creen acertadas y muchos otros creen equivocadas. Sobre todo porque el problema entre israelíes y palestinos, judíos y árabes, lleva ya tantos siglos sin muestras que poder resolverse, que nuestra opinión no añadiría ni quitaría nada al proble-ma, ni ayudaría para nada a resolverlo. El artículo nos fue enviado por el miembro de FAEC en Luxemburgo, el Dr. Pierre Lugen, quien es asesor de diversas organizaciones humanita-rias que trabajan en Palestina, y la Sra. Eliette Wolff participó de su reciente gira por la región.
Sin embargo, publicamos el artículo porque nuestra visión es humanista, consideramos que el hombre es intrínsecamente bueno, por más que haya terribles ejemplos en la historia que hablan de una desagradable faceta en la idiosincrasia humana. Creemos, además, que el hombre es perfectible, y que la humanidad ha hecho enormes avances en el respeto por la vida humana y en el aseguramiento de los derechos de todos los habitantes del mundo a una vida digna, que puede mejorarse todos los días. Insistimos, el hombre, la humanidad, sus culturas, todo lo que hace es perfectible. Somos optimistas. Sólo tenemos que esforzarnos todos los días en llegar un poquito más lejos que ayer.
Creemos, también, que lo escrito por la profesora de Luxemburgo en su primera visita y es-tadía en la Palestina ocupada revela una frescura que es valiosa. Nos revela aspectos poco conocidos por quienes estamos alejados de tan problemática región, y sólo nos enteramos de lo sucedido por las noticias que los medios nos muestran. Sin embargo, comprobando todos los días la manera en que los medios de prensa distorsionan la verdad científica en el campo de la ecología; la manera en que lo hacen también en el campo de la política local, nos preguntamos si nos están mostrando realmente todo lo que pasa en el campo de las noticias internacionales.
Creemos que algo que se parezca a una verdad no demasiado subjetiva de los hechos tiene que estar en algún lado, y un buen lugar para buscarla sigue siendo –por ahora- la maravi-llosa Internet –la World Wide Web; la www y su punto com. Nuestro pequeño aporte a una información diferente es hoy el siguiente artículo.
Experiencias de una terapeuta luxemburguesa
por Eliette Wolff
No sabía lo que representa vivir en un país ocupado militarmente. Nací en un país libre y rico. Mis padres me hablaban a veces de los años 1940-45 cuando Luxemburgo había sido ocupado por los Nazis que querían anexarnos al Grossdeutschland, como lo habían hecho con Viena, Estrasburgo y Danzig; me hablaban de los maltratos y de la resistencia, pero eso se perdía en las nieblas del pasado.
Vivir en un país ocupado militarmente no significa sólo carecer de libertad; significa también sufrir diariamente de humillaciones, de perder sus derechos humanos. La vida es una cadena de angustias y de frustraciones. Eso deja huellas en los ocupados… y en los ocupantes. Los soldados israelíes son tan jóvenes!
Los soldados ya no ven a los ocupados como seres humanos, sino como enemigos. Obedecen a las leyes del poder y de la ignorancia.
Iyham, es un ingeniero en agronomía. Quería ir al pueblo vecino. En su camino a este pueblo hay un puesto de control que esta cerrado de las 19.00 a las 7.00 horas. Había previsto perder como siempre varias horas en esperar el pasaje. Pero en ese día, como siempre, estaba en la fila. Los soldados habían dejado pasar a muy pocas personas ese día. Quería regresar a su casa y hacer otro intento en el día siguiente. Pero los soldados lo obligaron a quedarse de pie. Le dijeron que le iban a matar si se sentaba. Es una de las múltiples historias como ocurren cada día en los puestos de control. Iyham me dijo que se sentía como un perro, y aún más, porque a los perros les permiten beber.
Samira es decana en la Universidad de Jenin. Había llegado a un “Flying checkpoint” (control móvil) con sus dos hijas autistas y espásticas. Centenares de esos puntos de control son establecidos por los milita-res en lugares que cambian todos los días. Un Jeep bloquea el camino y dos o tres soldados dan, después de varias horas de espera, a unos los Palestinos la autorización de pasar o de no pasar. Los alimentos en las volquetas se deterioran, las ambulancias con enfermos tienen que esperar y niños nacen en la carre-tera. A Samira le ordenaron salir del coche, la niña autista se ponía a gritar en el coche, a los niños los encerraron y a la madre le ordenaron alejarse a 100 metros del coche. Después de una hora de espera angustiosa les informaron que hoy no podían pasar.
Hanna, una anciana de 91 años vive en los altos del campo de refugiados de Jenin. En la noche ve a 20 kilómetros las luces de su pueblo Nazarea, de donde se fue antes del avance de las tropas sionistas. Nunca ha podido volver a visitar a los parientes que han quedado allá.
Aún en el estado de Israel, donde 20% de los ciudadanos son árabes, el racismo anti-árabe es muy pronunciado. Los árabes sólo tienen acceso al 7 % del territorio para habitaciones y agricultura. Según el diario Haaretz, 66% de los judíos no quieren habitar en el mismo edificio con árabes, el 41% quieren que haya segregación en los lugares de descanso y las playas, 34% opinan que la cultura árabe es inferior.
Hay compañías aéreas en Israel que no aceptan a pasajeros árabes. Hay carreteras separadas para judíos y árabes. Es un sistema de apartheid muy cruel, como dice Uri Davis, escritor israelí. Palestinos que tienen la desdicha de vivir a los dos lados del muro (Israel y territorios ocupados) ya no pueden casarse, y si están casados no pueden visitar al esposo o a los niños. La discriminación aun toca a las vacas. Muchos productos del campo no pueden venderse en los almacenes porque no son Kosher.
En Anata el muro de separación que los unos llaman de protección y los otros de apartheid, atraviesa el patio de la escuela. La familia Abu Dis que visité, puede ver su casa que le robaron y ahora es del otro lado del muro, ocupada por judíos norteamericanos, con la bandera israelí en el techo.
A pesar de todo eso, la vida de los Palestinos continúa. Los estudiantes que vienen a mis clases en la Universidad de Jenin, están en último año de su formación de fisioterapeutas. Su nivel de conocimientos es muy bueno. En Palestina hay media docena de buenas universidades y el número de académicos que salen de ellas es proporcionalmente más alto que en mi país rico de Luxemburgo. En Jenin los estudian-tes están encantados que les puedo enseñar la musicoterapia. Esa técnica es muy útil en las tareas socia-les que practican gratuitamente en los campos de refugiados, con niños desorientados por la crueldad de la vida. Que profunda alegría, en las visitas que hice con ellos, de ver en los ojos de estos niños un rayo de felicidad y de esperanza.
Eliette Wolff,Vea aquí otras interesantes
estadísticas de la página
¿Desde qué países nos visitan?
¿Quiénes son los visitantes?
No se enoje! Sólo díganos su opinión!