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La naturaleza de Nature

por Carlos Wotzkow

No puede ser de otra manera. Es política de la política liberal norteamericana el celebrar las gracias al dictador cubano. Ahora es la revista Nature (Vol. 436/ 21 July 2005), la que se une al tren de los propagandistas ingenuos de la dictadura cubana. Pero lo hace, y tengo obligatoriamente que señalarlo, con un editorial en el que deja clara su posición:

“Nature se ha opuesto de manera consistente a los embargos científicos, y cree fuertemente en la colaboración en la investigación como un modo de construir puentes entre las naciones que carecen de las relaciones diplomáticas normales”.

En un artículo intitulado “¿Vive la revolución?” (no sé si ese “vive” es errata, pero da igual), la cobardía política de Nature salta a primera vista. Mientras no se atreven a inti-tular el texto con claros signos de exclamación, el panfleto a favor de la revolución cubana se encarga de asegurarnos de que no se trata de una pregunta, sino de una rotunda afir-mación. “Cuba ha devenido un ejemplo para los países pobres” Y está claro que el autor habla de referente científico, pero el mensaje subliminal de Nature es otro. Sobre-todo, en el momento político que se vive y gracias a su ideológico “editorial”.

No voy a extenderme mucho hablando de los personajes a los que Nature (vía Jim Giles) da la palabra. Del Sr. David Guggenheim ya he hablado cuando respondí a una serie de tres artículos que hace un año publicó un periodista tonto allá por Naples (1). Baste que diga que los amigos que lo conocen dicen que es cúmbila de Guillermo García Montero, ex direc-tor del instituto de Oceanología y antiguo capataz nuclear de Fidelito. De Halla Thorstein-dóttir me ocuparé luego (más, más tarde), pues esta canadiense vinculada a la industria comercial de productos biomédicos cubanos da ella sola para un artículo completo.

Aquí, voy sólo a preguntar a Nature cómo es que, comprometidos con la libertad científica para el régimen de Cuba, resulten tan apáticos a la libertad de los científicos cubanos. ¿Cómo es posible que no muestren ni pizca de interés en las condiciones laborales de los investigadores atrapados por aquel régimen despótico? ¿Cómo es que pueden hablar de sistema corporativo de investigación y no pueden discernir sobre sus obscuros objetivos, o las injustas prácticas salariales y sindicales de esa supuesta corporación?

¿Cómo puede Nature entrevistar a una persona tan repulsiva como la Sra. Thorsteindóttir, que es a todas luces una oportunista que no se interesa por los derechos de los miles y mi-les de enfermos cubanos sometidos a ensayos médicos sin su previo consentimiento? Una mentirosa, valga que lo aclare, que ha llegado a asegurar que los científicos cubanos ganan cientos de dólares al mes. ¡Sinvergüenza! Miembro ella de un supuesto comité de ética en su país de adopción, mientras en el nuestro se pasa por sus santísimos espárragos los dere-chos, la salud, la seguridad, el bienestar y la dignidad de todos los cubanos.

¡Cuánto nos gustaría que Nature, antes de publicar una bazofia semejante, consultara con los científicos exiliados los detalles de esa maquiavélica corporación industrial que crece como un tumor maligno al oeste de La Habana! En realidad, creo que Nature haría mucho más en presionar por robustecer el embargo que en tratar de eliminarlo. De esta manera al menos, ninguna institución norteamericana tendría que asumir su responsabilidad por ayu-dar a desarrollar en Cuba un sector sobre el cual hay tantas dudas en cuanto a su capacidad para la guerra biológica.

El mayor daño que los científicos norteamericanos infligen a su propio país emana precisa-mente de su fervor anti-creacionista. Como que la ciencia debe ocuparse de los hechos y no de las suposiciones, muchos también creen firmemente que la ciencia debe imponerse, o incluso liberarse de los valores morales. Tan materialistas los ha dejado Harvard, que no son capaces de reconocer el valor de la religión de cara a las necesidades espirituales de la sociedad. Por ende, se preocupan más por el número de hallazgos biomédicos efectuados en La Habana, que por la dignidad violada de esos científicos esclavizados.

No hace falta preguntarse cuántos científicos no han podido regresar a su país después de haber optado por continuar su formación en el exterior. Hace falta en cambio, preguntar cuántos se han visto separados de sus familias por largos años; cuántos humillados para lograr una reunificación; cuántos despojados de todos sus derechos de autor, cuántos a los que han destruido sus récords académicos; cuántos a los que les ha robado su propiedad intelectual. Yo mismo, uno de ellos (pero no el único) y para colmo, despojado de mis datos científicos con la ayuda de supuestos colaboradores científicos norteamericanos.

Y hay más, al menos, un poco más, ya que no son capaces de comprender lo que es sobre-vivir en el comunismo, o llegar a viejos en un estado totalitario como el de Cuba. Yo les preguntaría ¿cuántos son los que han querido salir de Cuba y no han podido hacerlo? ¿Qué me respondería David, el flamante oceanógrafo con pasaporte norteamericano?, ¿qué diría Halla, esa desfachatada castrista con pasaporte canadiense?

Carlos Wotzkow
Bienne, Septiembre 19, 2005

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