por Carlos Wotzkow
No hace mucho la revista Nature (Editorial Vol. 436/21 Julio 2005) y el website de Pugwash (Meeting N° 259), se hacían eco del “daño que causa a la colaboración científica el embargo de los Estados Unidos de América contra Cuba”. La protesta, hacía mención de un premio de 70.000 dólares otorgado a Cuba por la Fundación Bill & Melinda Gates para programas de investigación inmunológica, pero que no había podido ser entregado porque el Departamento del Tesoro estadounidense amenazaba con sancionar al ilustre fundador de Microsoft. ¡Pobrecito!
Desperdicios mentales aparte, lo que más llamaba la atención a algunos era, por qué ahora a los Gates se le antojaba donar dinero a Castro (ellos dicen que fue el comité de la fundación y del Pugwash los que decidieron premiar al Programa Nacional de Inmuni-zación) sin razones válidas. Y claro, nadie se ponía a pensar que las transacciones comerciales en un país como Cuba, las decide un solo hombre: Fidel Castro. Durante décadas la compañía Microsoft ha estado flirteando con Castro para asegurase un mercado dictatorialmente exclusivo en Cuba, pero en esa época, Castro no tenía con que pagarles.
Ahora, desde que Castro devino gerente plenipotenciario del banco de Venezuela, muy a pesar de los argumentos esgrimidos por Pugwash, la realidad de Cuba y la solvencia de su dictador es otra. Hugo Chávez, caudillo impuesto al pueblo venezolano gracias a la ayuda inestimable de Carter, ha otorgado a Castro todos los poderes para hacer y deshacer con el tesoro nacional de ese país. La pareja Gates, extremadamente sensi-bles a este tipo de traspaso de poderes económicos, no ha querido por tanto, demorar sus halagos al tirano. Se sabe que si Castro quiere modernizar su tecnología electrónica (y luego piratearla y triplicarla con ayuda de Ramiro Valdez) necesita cierta legitimación de compras al productor original.
Es decir, una cifra que, a juzgar por los conocedores del tema y el limitado empleo de esta tecnología en Cuba, rondaría los 500 millones de dólares a favor del gentil dueño de Microsoft. Cuando el amigo lector compara un regalo de 70.000 dólares a la exclu-sividad de ser dueño y señor en un mercado cerrado y sin competidores, las conclusio-nes son elementales. A partir de ahí, sería capaz de imaginarme a Bill Gates creando un fondo de miles de dólares anuales para la recuperación del papagayo cubano. Es decir, regalándole dinero a Castro, a sabiendas de que esa maravillosa ave tropical hace más de un siglo es una criatura extinta.
Entre las maravillas que han convencido a Bill y Melinda está la declaración del MINSAP cubano que dice que “Cuba puede vacunar a toda su población en menos de 24 horas”. Si una bellacada como esta es uno de los elementos de juicio para ganar semejante suma de dinero, ¿qué podemos esperar sobre la rigurosidad cien-tífica de esa comisión encabezada por el Pugwash? Para los que gusten alucinar noten que otro de los fac-tores que han influido en el otorgamiento de este premio incluye la firme creencia de que todos los médicos de familia (uno para cada 600, según Pugwash) pueden contactar a sus pacientes más distantes (incluidas las zonas rurales) en menos de 30 minutos.
Es llamativo que se le otorgue a Cuba el papel protagónico de la vacunación en Haití, cuando todo el mundo sabe que fue Francia la que donó las vacunas y Cuba, apenas unos cuantos médicos y cientos de agentes desestabilizadores (contados como médicos) que llevaron al caos total a ese país meses después. Los cu-banos que sabemos cómo opera aquel sistema, nos preguntamos cómo pueden las agencias internacionales creer en las cifras otorgadas por Cuba sin cuestionarse su credibilidad. O sea, cómo puede funcionar un policlínico para 30‚000 cubanos, si Cuba no cesa de exportar médicos por intereses políticos (Haití, Nicara-gua, Argelia, Angola, Ghana), por intereses propagandísticos (Costa Rica, Sudáfrica, Honduras), y por el dinero y energía (Venezuela, Bolivia) que otros le regalan.
La lista de fracasos inmunológicos en Cuba es tan larga y escandalosa que a mí se me antoja preguntar por los detalles de las pruebas clínicas seguidas en Cuba para la vacuna contra la meningitis B. ¿Cómo fueron informados los pacientes? ¿Qué ha pasado con la supuesta elaboración y puesta en el mercado de esta vacuna (tesoro mimado del Instituto Finlay) en la que participaría la firma Glaxo Simth Kline? ¿Por qué la propaganda liberal amenaza con que la vacuna podría no llegar nunca al público norteamericano por culpa del embargo, si la realidad es que el Departamento del Tesoro jamás puso obstáculos al Reino Unido para co-patentarla en su territorio?
Los avances tecnológicos de la biotecnología cubana serán algún día bien conocidos por su rampante false-dad. Cuba es el país que más miente en materia de éxito biomédico. Su propaganda se nutre de esas menti-ras desde hace más de 4 décadas. Si en el mundo entero los presupuestos de investigación están sujetos a los resultados y, por desgracia, esto favorece la publicación de resultados falsos (recordemos al surcoreano Hwang y el bombo y platillo que le otorgó la revista Science, otra fiel admiradora de las ciencias cubanas), ¿qué no harán los pobres investigadores cubanos para ganarse la libertad a la más mínima oportunidad de recibir permiso para un viaje?
¿Qué significa que los investigadores cubanos han logrado progresos significativos en la diseminación de vacunas contra el SIDA, el Cólera y otras enfermedades? Si lo que quieren decir es que Cuba es hábil a la hora de vender todo tipo de vacunas inservibles a varios países (Brasil el ejemplo más sonado), estoy de acuerdo. Pero si lo que quieren hacernos creer es que esas vacunas cumplen su objetivo, o que han pasado el mínimo de controles necesarios antes de efectuar su venta, están mintiendo. Cuba engaña a los cubanos sobre los que se prueban esas vacunas y después, engaña a los países del tercer mundo a los que se las vende.
El Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología es el más conocido del grupo de 38 instalaciones biotecno-lógicas priorizadas por Castro para la guerra biológica que Cuba lleva años preparando (y aparentemente ensayando) contra los Estados Unidos. El Grupo de Trabajo Pugwash efectuó en Febrero del 2001, en La Habana, un meeting denominado “Reforzando la Cooperación Internacional”, un tipo de conferencias e “intercambio científicos” que el gobierno de Cuba aprovecha siempre para amplificar su propaganda, infiltrar agentes en los Estados Unidos, y apropiarse gratuitamente de la tecnología de punta.
“Cooperación”, ahora lo entiendo, significa “tirar la toalla”, “encubrir”, “hacer el tonto” y divulgar al exterior como si fuera cierto, todo lo que al régimen se le ocurre es positivo para su imagen. Entre las excelentes medidas tomadas por Cuba para cumplir con el visto bueno internacional está, según Pugwash, la erradi-cación del uso del DDT en 1968. O sea, cuatro años antes que los Estados Unidos. “Cooperación”, además, significa para el Pugwash afirmar que Cuba no posee antibióticos suficientes por culpa del maldito embargo norteamericano. ¡Acabáramos!
Decir que Cuba dejó de utilizar el DDT a finales de la década del 60, es reírse de las familias cubanas que perdieron seres queridos por culpa de terribles ataques de asma durante las fumigaciones a grado técnico (de DDT y otros pesticidas) efectuadas por el MINSAP en 1980. Todavía recuerdo en mis años de estudian-te de medicina veterinaria, la cantidad de antibióticos que nos llegaban de los países del CAME para todo tipo de tratamientos infecciosos. Era la época en la que Castro aseguraba que las vacas cubanas produci-rían más leche que las de Holanda. Pero entonces, ¿cómo Cuba puede producir tan sofisticadas vacunas (a las que atribuyen reconocimiento mundial) y no es capaz de producir antibióticos?
“Cooperación” significa decirle al mundo que en Cuba apenas hay 3200 enfermos del SIDA a los que se les ofrece internarse en sanatorios en los que conservarán su salario. Bueno, ¿pero es que estos liberales se han vuelto locos? ¿Cuba, el mayor prostíbulo del Caribe, casi un país libre de SIDA gracias a la buena edu-cación de su población? “Cooperación”, significa decir que el embargo norteamericano incluye explícitamente a los alimentos y las medicinas como productos vetados a Cuba. ¿No será Castro quien viola del artículo 4 de la Convención de Ginebra, o el 12 de la carta de los derechos humanos de Naciones Unidas? Lo pregunto porque fue él quien rechazó la ayuda médica y alimentaria que le ofrecía EEUU al paso de los últimos hura-canes.
Como corolario una sospecha. ¿Por qué Cuba, con un nivel biotecnológico impecable y alabado por casi todo el mundo (e incluso premiado por la Fundación Bill & Melinda Gates), no es capaz de contar con un sistema de producción de medicamentos que satisfagan las necesidades vitales y esenciales de su población? En otras palabras, ¿cómo es posible que se premie a Cuba por producir vacunas que nadie más puede descubrir y que ese mismo país no sea capaz de abastecer de aspirinas (por ejemplo) a su depauperada red de far-macias nacionales? ¿Es la meningitis B la enfermedad más común del país, o serán los dólares de las trans-nacionales la verdadera causa de semejante apatía farmacéutica?
Para terminar, sugeriría a Bill y a Melinda Gates que a partir de ahora tratasen sus dolencias en los hospita-les cubanos. Pero no en centros como el CIMEC, o en la Clínica Cira Frías (abastecidos ambos por el robo de medicinas que el gobierno efectúa en las oficinas de correos de los envíos provenientes de familiares radica-dos en los Estados Unidos), sino en hospitales como el Nacional, el Clínico Quirúrgico, la Quinta Covadonga, o el Militar de Marinao. Le aseguro a los del Pugwash que si los Gates deciden curarse en cualquiera de esas ruinas (otrora hospitales de primera categoría) destinadas al cubano de a pie, pronto dejarán de contar con sus donativos.
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