Desde las Indulgencias Papales al Mercado de Bonos de Carbono
Por Alexander Cockburn
(Traducido de Counterpunch.com)
En un par de siglos más, los historiadores estarán comparando la histeria sobre nuestra supuesta contribución humana al calentamiento global con los tumultos a fines del siglo X cuando el Milenio Cristiano se acercaba. Entones, como ahora, los agoreros identificaban la pecaminosidad humana como el factor impulsor en la rápida caída del planeta.
Entonces, como ahora, un floreciente mercado se basaba en el miedo. La Iglesia Católica Romana era un banco cuyo capital estaba asegurado por la infinita misericordia de Cristo, María y los Santos, y así el Papa podía vender Indulgencias Plenarias como si fuesen bonos. Los pecadores establecie-ron una línea de crédito contra el mal comportamiento y podían seguir pecando. Hoy, un mercado mundial de “créditos de carbono” está en formación. Aquellos cuya “huella de carbono” es pequeña pueden vender su sobrante a otros menos “carbónicamente” virtuosos que ellos.
El comercio moderno es tan fantástico como el medieval. Todavía existe evidencia empírica CERO de que la producción antropogénica de CO2 esté haciendo ninguna contribución mensurable. Des-provisto de toda base científica, el tráfico de carbono está impulsado por la culpa, la credulidad, el cinismo y la codicia, lo mismo que las viejas indulgencias, sólo que al menos estas últimas produjeron hermosos monumentos. Ya en el Siglo XVI, bastante después de que la Tierra hubo salido de las aguas tormentosas del fin del milenio, El Papa León X financió la reconstrucción de la Basílica de San Pedro ofreciendo en venta “Indulgencias plenarias”, con garantía de librar almas del purgatorio.
Imagine ahora dos líneas trazadas sobre una hoja de papel milimetrado. La primera crece hasta un pico y luego desciende rápidamente, se estabiliza luego y otra vez comienza a crecer un vez más. La ora línea no tiene ondulaciones. Crece en un suave arco de lento ascenso. La primera línea ondulante es el tonelaje anual de CO2 emitido por los humanos al quemar carbón, petróleo y gas natural. En este gráfico comienza en 1928, con 1,1 gigatoneladas. Llega al pico en 1929 con 1,7 gigatoneladas. El mundo, entonces, liderados por su mayor potencia, los Estados Unidos, se zambulle en la Gran Depresión de los 30, y para 1932 la producción humana de CO2 había caído a las 0,88 gigatoneladas anuales, una caída del 30%. Los tiempos duros consiguieron mucho más que todos los consejos, advertencias y amenazas de Al Gore y su cofradía de agoreros en el IPCC. Luego, en 1933, la emi-sión de CO2 comenzó a elevarse lentamente hasta las 0,9 gigatons.
¿Y la otra línea, la que asciende tan sostenidamente? Esa es la concentración de CO2 en la atmós-fera, partes por millón (ppm) en volumen, moviéndose en 1928 desde apenas por debajo de las 306 ppm, alcanzando las 306 en 1929, 307 en 1932 y así por delante. Prosperidad y depresión, la línea permanece inmutable su ascenso. En estos días está en el nivel de las 379 ppm. Hay, con toda seguridad, variaciones estacionales en las mediciones del CO2 medidas desde 1958 por los instru-mentos de Mauna Loa, Hawai. (Las mediciones pre-1958 eran de las burbujas de aire atrapadas en hielo glacial). El verano e invierno varían sostenidamente en 5 ppm, reflejando los ciclos de fotosín-tesis. Las dos líneas en ese gráfico proclaman que una fuerte caída del 30% en las emisiones del CO2 a la atmósfera no causó la reducción de siquiera 1 ppm en su contenido. Por lo tanto, es imposible afirmar que el aumento del nivel del CO2 en la atmósfera se debe a la quema de combustibles fósiles por la humanidad.
Yo conocí al Dr. Martin Hertzberg, el hombre que dibujó ese gráfico y llegó a esas conclusiones, en un crucero organizado por Nation en 2001. Me hizo notar que mientras que él compartía muchas de las posiciones editoriales del Nation, aprobaba mis reservas sobre el tema de las presuntas contri-buciones humanas al calentamiento global, como lo mostraba yo en mis columnas de esos tiempos. Hertzberg fue meteorólogo en la marina de los EEUU durante tres años, una ocupación que le dejó una desconfianza de por vida acerca de los modelos del clima. Recibido en química y física, fue un investigador científicos en combustión la mayor parte de su vida, y está hoy retirado en Copper Mountain, Colorado, aún haciendo consultorías de tiempo en tiempo.
No hace mucho, Hertzberg me envió algunos de sus estudios más recientes sobre la hipótesis del calentamiento global, una fabricación que hoy es aceptada por muchos “progres” como algo tan infalible como las bulas Papales sobre materia dogmática de la fe o doctrinal. Entre ellos estaba el gráfico descrito más arriba que es tan devastador para la hipótesis.
Como lo admite Hertzberg sin problemas, el contenido de dióxido de carbono de la atmósfera au-mentó un 21% durante el siglo pasado. El mundo también se hizo un poco más caliente. La informa-ción –no muy confiable- sobre la temperatura media global (que omite la mayor parte de los océa-nos y las regiones remotas, mientras que sobre-representa a las áreas urbanas), muestran un aumento de 0,5º C en la temperatura media desde 1880 hasta 1980, y sigue subiendo, de manera más pronunciada en la región Ártica que en otras partes.
Pero ¿está el CO2, a 380 ppm en el aire (o 0,00380%), jugando un rol significativo en la retención del 94% de la radiación solar absorbida por la atmósfera, o lo está haciendo el vapor de agua, un absorbedor de calor mucho más potente que el CO2, y que está presente en la atmósfera en concen-traciones de hasta 2%, el equivalente a 20.000 ppm? Como dice Hertzberg, el agua en forma de océanos, nubes, nieve, cobertura de hielo, y vapor “es abrumadora en el balance del forzamiento radiativo y energía entre la Tierra y el Sol. El dióxido de carbono y los demás gases de invernadero son, en comparación, el equivalente a unos pocos pedos en un huracán.” Y el agua es exactamente ese componente del balance de la Tierra que los modelos por computadora no han podido (o queri-do) modelar.
Es un inconveniente notorio para los “invernadores” que la información científica también muestra a las concentraciones de dióxido de carbono en el período Eoceno, 20 millones de años antes de que Henry Ford sacara su primer modelo-T del taller, 300 a 400% más altas que las actuales concen-traciones. Los “invernadores” se enfrentan con otras dificultades como las temperaturas más altas que las actuales del Período Cálido Medieval y las enfrentan con ladinas jugarretas, representando falsamente la información de los anillos de árboles (de por sí, una guía muy poco confiable), y afir-mando que el calor era un pequeño y localizado asunto Europeo.
Hace ahora más calor, porque el mundo de hoy está en el derretimiento que sigue a la última Pequeña Edad de Hielo. Las edades de helo se correlacionan con los cambios en el calor solar que recibimos, todo ellos in cambios predecibles en la órbita elíptica de la tierra alrededor del Sol y de la inclinación del eje de la Tierra. Como lo explica Hertzberg, los efectos cíclicos de calentamiento de estas variables fueron determinadas con gran precisión por Milutin Milankovitch, uno de los gigan-tes de la astrofísica del Siglo 20. En los pasados ciclos posglaciales, como el actual, la órbita de la Tierra y su inclinación nos da días de verano cada vez más largos entre los equinoccios.
El agua cubre el 71% de la superficie del planeta. Comparado con la atmósfera, hay cuando menos cien veces más CO2 disuelto en los carbonatos de los océanos. A medida de que el derretimiento posglacial avanza, los océanos se calientan y algo de del CO2 disuelto es emitido a la atmósfera de la misma forma en que el CO2 surge de las gaseosas al abrir la tapa. El agua más caliente puede contener menos CO2 disuelto que las aguas frías. “De manera que la teoría del calentamiento global está tiene la cola al revés,” dice Hertzberg. Recientemente tuvo la vívida confirmación de esa conclusión. Muchos nuevos estudios muestran que durante los últimos 750 mil años los cambios del CO2 siempre han sido la consecuencia (y no la causa) del aumento de la temperatura, y el retraso de esos cambios es del orden de entre 800 y 2600 años.
Parece como que Poseidón debería salir a cazar bonos de carbono. El problema es que la huella de carbono humana tiene consecuencias CERO entre todas las gigantescas fuerzas y volúmenes que intervienen, y sin tener que mencionar el rol del gigantesco reactor debajo de nuestros pies: la materia derretida cada vez más caliente del núcleo de la Tierra.
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