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¿Ciencia o Payasada?

Por Olavo Carvalho, en Washington, DC.
http://www.dcomercio.com.br/noticias_online/815858.htm

Marcos D'Paula/AE/12/05/2007

Al Gore y Xuxa anunciaron el Live Earth en Rio, show de protesta contra el calentamiento global.

“Verdaderamente inconveniente”, por definición, es algún asunto cuya divulgación hiere los intereses de un elite dominante y por eso termina siendo boicoteada y suprimida. Cuando por el contrario, quien sale alardeando una verdad semejante son grupos político-económicos más poderosos del universo –propietarios de casi la totalidad de los medios de prensa y comunicación en Europa y los Estados Unidos– lo mínimo que recomienda la prudencia es sospechar que la público se le está presentado servida en banquete una farsa monstruosa calculada para usurpar, en beneficio de los mismos dueños del poder, el prestigio cultural de la marginalidad y la independencia.

El detalle que el apoyo en Brasil a este emprendimiento proviene del mayor banco nacional y de la red de TV más grande del país, ya basta para alertar que no se trata de ninguna verdad renegada buscando abrirse paso entre las barreras del silencio erigidas por la clase dominante. Acaso ¿han visto ustedes que alguna verdad inconveniente salga en la portada del New York Times, ganar un Oscar, ser anunciada por la Red Globo y abrillantada por el “charm” y la belleza (ya un poquitín pasada, es verdad) de Xuxa Meneghel en persona?

La sabiduría popular Brasileña ya emitió su opinión al respecto, concurriendo de a millones para aplaudir al Papa Benedicto XVI e ignorando solemnemente al show millonario del Sr. Al Gore, lo mismo que sus gesticulaciones histéricas con que nuestros legisladores procuraban, en esa misma semana, movilizar a las masas contra los supuestos horrores de la “homofobia.”

“Gore” quiere decir en inglés, “herir,” “derramar sangre” Nomen est omen, “el nombre es profecía,” decían los romanos.

La carrera del referido Gore, una larga sucesión de gentilezas a algunas de las fuerzas políticas más sanguinarias del planeta, incluyendo a Fidel Castro y las FARC, sólo fue posible por el dinero con que la dictadura soviética engordó a su padre, Albert Gore, por intermedio del megapirata Armand Hammer, quien con toda razón decía tener al entonces senador “en el bolsillo del chaleco”. (la historia completa de Hammer está en el lbro de Edgard Jay Epstein, “Dossier: The Secret History of Armand Hammer”, Carroll & Graff Publshers, New York, 1999). De ese bolsillo surgió la figura bisoña de Gore junior, en cuya candidatura presidencial otro príncipe de de la piratería internacional, George Soros, apostó cantidades incalculables en las elecciones de 2000.

Con la misma cara de piedra con que negó durante años al genocidio estalinista en Ucrania, y proclamó a Fidel Castro como un campeón de la democracia en el Caribe, el New York Times nos presenta ahora al ex candidato crónico a la presidencia americana como un hombre bienaventurado, a quien el fracaso electoral lo liberó de las redes del oficialismo, dándole la oportunidad de hablar en su propio nombre, ser sincero, decir aquello en lo que cree y ser reconocido finalmente como un profeta.

Esta mudanza de casta, de realeza a sacerdocio, es una farsa total. Si Gore creyese en nada más que una palabra de todo lo que dice, no gastaría más combustible fósil en su mansión de Belle Meade, Tennessee, que el que gasta varias centenas de familias americanas juntas. (v. http://tinyurl.com/2dq3rr) Y el status de profeta se consigue sólo cuando quienes durante largo tiempo negaron nuestras previsiones terminan por estar de acuerdo con ellas a contrapelo. En el caso de Gore, eso jamás ocurrió. Quienes le aplauden hoy son los mimos que lo hicieron siempre: el NYT, el CFR (Consejo de Relaciones Extranjeras), George Soros, la ONU, Hollywood y las fundaciones multimillonarias. No consta que ningún miembro de la abominable derecha conservadora haya dado aplaudido las revelaciones ecoilógicas de Al Gore.

Para compensar, la movilización mundial para darle aires de verdad científica final a la imposible teoría del origen humano del calentamiento global adquiere cada días más fuerza, alimentada por la santa alianza de la medios chic, los organismos internacionales, la militancia izquierdista organizada, y por las grandes fortunas –los cuatro pilares de la estupidez contemporánea. La efusión de sapiencia más reciente de esas criaturas es el manifiesto “Defender a la Ciencia,” firmado por 128 profesores universitarios que, por motivos insondables, creen hablar en nombre de una entidad mítica llamada, “la ciencia.”

La referida ciencia, según los distinguidos profesores, está sufriendo en manos de la administración Bush horrores sólo comparables a los sufridos por los primeros mártires del saber científico en los calabozos de la Santa Inquisición. Se procurará en vano en las columnas del Index Librorum Prohibitorum un solo título de Descartes, de Kepler, de Newton, de Leibnitz o cualquier otra obra fundamental para el adveni-miento de las ciencias modernas: pero una vez consagrada la leyenda de la persecución inquisitorial sofocó a la naciente ciencia, se pueden fabricar nuevas leyendas a partir de esam tomada como premisa tremen-damente científica.

Bebiendo en esa fuente, el manifiesto acusa al gobierno norteamericano de “bloquear el progreso cientí-fico, mina la educación de los científicos y sacrificar a la integridad misma del proceso científico, todo en procura de implementar su propia agenda política particular… aliada a una agenda ideológica extremista defendida por fuerzas religiosas poderosas y fundamentalistas conocidas como la Derecha Religiosa. Es frecuente en la actual administración que el gobierno niegue subsidios, censurar estudios científicos, manipular, retorcer o suprimir descubrimientos científicos que él encuentra objetables.”

Bajo ese calamitoso estado de persecución y censura, la ciencia silenciada gime y se debate en el fondo de la exclusión social, pidiendo socorro (y dinero, evidentemente) a la opinión pública. Pero nada más que un completo tarado o un cerebro intoxicado por la macoña intelectual izquierdista puede creer en esa imbe-cilidad.

“El gobierno” no rechaza informe científico alguno. Quienes lo hacen son científicos profesionales -tan científicos como los firmantes del manifiesto- que ejercen su derecho de no darle la oportunidad oficial a teorías que les parecen dudosas o simplemente interesadas (el hecho de que por ejemplo, el señor Gore tenga actualmente casi toda su fortuna invertida en “fuentes de energía alternativas) muestra que lo que está en juego para él no es tanto la supervivencia de la humanidad como la integridad de su propio trasero.

En segundo lugar, George W. Bush no es el “gobierno americano,” sino una parte de él. El congreso está dominado por los fanáticos de Al Gore; si ellos tuviesen en sus manos la prueba de sólo una supresión intencional de datos científicos vitales para la seguridad nacional, ya habría comisiones investigadoras mordiendo los tobillos del presidente como hacen a toda hora por los motivos más fútiles (como por ejemplo, las historias de Valerie Plame).

En tercer lugar, el gobierno americano, considerado como una máquina de divulgación, es literalmente nada, una caquita de mosca, en comparación al conjuntos de los grandes medios que apoya masivamente al alarmismo goreano. Como la historia del millonario portugués que instaló una ventana con vidrio ahumado en la sala de su casa para que los vecinos no espiasen las orgías homéricas que allí promovía, pero por equivocación colocó el al vidrio del lado errado, si el gobierno de Bush quisiese ocultar alguna “verdad inconveniente” sobre el calentamiento global, sólo conseguiría ocultarlo a sí mismo dejándolo a la vista de la opinión pública.

Pero ¿han visto ustedes algún diario o canal de TV hacer alarde de las conquistas espectaculares de la ayuda americana a Irak, de la recuperación de la economía iraquí, la prosperidad general de la población iraquí, la reconstrucción de todas las escuelas y hospitales del país en tiempo récord? Ya ha leído los titulares a ocho columnas que hablan sobre que, en comparación con todas las guerras de los últimos 100 años, la de Irak fue la que menos alcanzó a la población civil? El gobierno vive divulgando esas cosas, pero esas cosas realmente son verdades inconvenientes. El establishment mediático las suprime tan completamente que hablar de ellas es pasar por loco.

El manifiesto de los 128 iluminados, exactamente como el mismo título del libro-film de Al Gore, condensa la exacta inversión del estado real de las cosas.

La organización que promueve al emprendimiento es, además, bien característica de la red de entidades activistas por donde circula el dinero de los millonarios apóstoles del Nuevo Orden Mundial. El sitio web http://www.defendscience.org tiene como principal financista al Institute for the Study of Natural and Cultural Resources. El director de este instituto, Lee Swanson, comenzó su carrera en la militancia anti-americana en los años 60, yendo heroicamente a la cárcel para huir del servicio militar. Después ayudó a crear a una serie de entidades militantes de ls Nueva Izquierda, entre las cuales el Institute for the Study of Non-Violence, junto con la cantora Joan Baez. El Institute for the Study of Natural and Cultural Resources es apeas la última de la serie. Una notable carrera científica, como se ve.

Pero o todo en el Manifiesto es palabrería barata. Hay en ella una subcorriente de argumentos que vienen del fondo de los siglos, alimentando a uno de los errores más trágicos que haya cometido la humanidad.

La paradoja más chocante de la ideología científica actual es su capacidad de fundir, a veces en un solo párrafo, al prestigio intelectual de las precauciones metodológicas popperianas que afirman la inexistencia de verdades científicas definitivas, con la apelación a la prosternación general ante la autoridad incuestio-nable de esas mismas verdades. Desde el punto de vista sociológico., se trata de mezclar en una sola masa confusa a los tres tipos de autoridades señalados por Max Webberm los que normalmente deberían per-manecer extraños e independientes entre sí: la autoridad racional de la ciencia; la autoridad tradicional de la religión establecida; y la autoridad carismática de los profetas.

Como lo expliqué en anteriores artículos, la condición básica de la investigación científica es la renuncia al don de proferir verdades definitivas, de convertirlas en leyes y de reivindicar la condena de los disidentes. La propia naturaleza crítica y analítica del proceso científico exige esa renuncia, como también la apertura permanente e ilimitada a las objeciones y críticas, que son el alma misma de la racionalidad científica. Esa renuncia, que le dio a la clase científica el prestigio incalculable-mente valioso de la modestia racional está irreconciliablemente enfrentada a las pretensiones dogmáticas del clero religioso que se disuelven a ella mismas en el momento que las conclusiones provisorias de tal o cual conjunto de investigaciones son proclamadas como verdades definitivas, y la tentativa de discutirlas es criminalizada como un acto de lesa majestad.

Después de haber atribuido ese tipo de autoridad a la teoría de la evolución, el activismo científico procura arrogársela ahora a otra doctrina aún más incierta y problemática; la del origen humano del calentamien-to global. Y al mismo tiempo que emplea todos los recursos económicos y políticos a su disposición para sofocar las voces disonantes, ese activismo se muestra como perseguido y silenciado. La voz que se queja de ser sofocada y suprimida hace eco en todos los canales de TV del mundo, denunciando su propia farsa de la manera más patente y apostando, en última instancia, a la incapacidad del público de darse cuenta de la paradoja.

Esa apelación a la autoridad dogmática por parte de aquellos que continúan nombrándose como represen-tantes del pensamiento crítico, está complementado maravillosamente por la glamorización de Al Gore como Profeta –el profeta que clama en el desierto intelectual de Hollywood, ante las cámaras, holofontes y micrófonos. El carácter de parodia de la empresa en su conjunto no escapa al observador atento, pero acaso escape a las multitudes distraídas. Es con esa posibilidad con la que cuentan los 128 autores del mani-fiesto.

Si quieren usted ver una genuina “verdad inconveniente”, vean la documental “La Gran Estafa del Calentamiento Global,” [The Great Global Warming Swindle], una respuesta arrasadora a los esfuerzos publicitarios del Sr. Gore. No fue hecha con subsidios multimillonarios ni recibió de los medios y la “gente linda” el respaldo generosamente dado a la autopromoción de ese individuo. Las declaraciones presenta-das allí son de científicos profesionales, algunos de ellos de fama mundial, que no tienen por qué ser ex-cluidos a priori de la condición de representantes legítimos de su clase, en donde ocupan posiciones por lo menos de igual nivel que la de los sumo sacerdotes del culto Goreano.

Vean la documental y escriban en seguida a las organizaciones involucradas en la promoción de la visita del Al Gore, preguntando por qué se niegan a ofrecer al público ambos lados de la cuestión; por qué publicitan a uno solo y aún proclaman, cono cinismo intolerable, que se una verdad sofocada por el establishment, cuando obviamente ellas son el establishment y la única verdad sofocada es la que ellas mismas sofocan.


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