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¿Apoya la historia de la actividad glacial de América del Norte la afirmación alarmista de que las emisiones de CO2 de origen humano han llevado a las temperaturas de la Tierra a nuevos niveles sin precedentes hacia el final del siglo 20? Hemos revisado algunos estudios de glaciares de América del Norte que hablan sobre este tema.
Dowdeswell et al. (1997) analizaron las historias de balance de masas de los 18 glaciares del Ártico que tienen los registros de observaciones más extensos, encontrando que un poco más del 80% de ellos han desarrollado balances de masa negativos durante la última mitad del siglo 20. Sin embargo, hacen notar que ”los registros de perforaciones en el hielo de las islas canadienses del alto Ártico indican que el balance de masas generalmente negativo obser-vado en los últimos 50 años han sido probablemente típicos de los glaciares del Ártico desde el final de la Pequeña Edad de Hielo.” También, ellos declaran de manera enfática que ”no hay ninguna evidencia convincente de condiciones de balance de masas negativo que podrí-an ser a priori esperadas a partir de un calentamiento global.” Muy por el contrario, ellos in-forman que ”casi el 80% de las series temporales del balance de masas tienen también una tendencia positiva en dirección a un menor balance negativo.” En consecuencia, aunque la mayor parte de estos glaciares continúan perdiendo masa, como lo han estado haciendo desde finales de la Pequeña Edad de Hielo, en promedio ellos están perdiendo cantidades más pe-queñas cada año, que no es lo que se podría esperar frente al rápido ascenso de las concentra-ciones de CO2 atmosférico si es que esas concentraciones realmente estuviesen impulsando al calentamiento de la manera que afirman los alarmistas.
El Canadá
Informando también desde Canadá, Clague et al. (2004) documentaron cambios en glaciares y en la vegetación a mayores elevaciones en la bacía del alto Río Bowser en las Montañas Cos-teras del Norte de la Columbia Británica, basados en estudios de la distribución de las morenas glaciales y líneas de recorte, datos de anillos de árboles, cilindros extraídos de perforaciones en dos pequeños lagos que fueron ensayados con una serie de análisis (susceptibilidad magnética, polen, diatomeas, quironomidas, contenido de carbono y nitrógeno, 210Pb, 137Cs, 14C), análi-sis similares de materiales obtenidos de turberas y perforaciones de un pantano cercano, y fe-chado por medio de la espectrometría del carbono por acelerador de masa de fósiles de plan-tas, incluyendo fragmentos de madera, corteza de árboles, ramitas y agujas y piñas de conífe-ras. Toda esta evidencia sugiere un avance glacial que comenzó hace 3000 años y podría haber seguido durante cientos de años, lo que podría ubicarlo dentro del período frío sin nom-bre que precedió al Período Cálido Romano. También hubo evidencia de una segunda fase menor de actividad dentro del Período de la Edad Oscura. Finalmente, el tercer y más exten-so intervalo Neoglacial comenzó poco después del año 1200 DC, a continuación del Período Cálido Medieval, y terminó hacia finales del siglo 19, que fue, por supuesto, la pequeña Edad de Hielo, durante la cual Clague et al dicen que ”los glaciares alcanzaron su máxima exten-sión en los últimos 3000 años, probablemente en los últimos 10.000 años.”
Esta información describe con toda claridad que la alternancia multi-secular regular entre pe-ríodos de fríos no inducido por el CO2 y de calor es la marca de la oscilación a escala milenaria del clima que reverbera a través de los períodos glaciales e interglaciales. No resulta para nada desusado la presencia de un significativo –pero para nada sin precedentes- calentamien-to siga a la más reciente de las fases frías de este ciclo, dado que en particular la Pequeña Edad de Hielo fue con toda probabilidad el período más frío de los últimos 10.000 años. El signifi-cativo calentamiento del siglo 20 habría ocurrido dentro edel mismo marco de tiempo y habría sido igualmente fuerte aún si la concentración de CO2 en loa atmósfera hubiese permanecido constante a niveles pre-industriales. Simplemente era la próxima fase programada de esta eterna y recurrente oscilación climática natural.
Alaska
En un estudio basado en Alaska, Calkin et al. (2001) revisaron la más actualizada y completa investigación sobre la glaciación del Holoceno a lo largo de la porción más al norte del Golfo de Alaska entre la Península Kendai y la Bahía Yakutat, donde se notaron varios períodos de avance y retroceso glacial guante los últimos 7.000 años. En la parte final de este registro se observa un retroceso glacial generalizado durante el Período Cálido Medieval que duró por algunos siglos antes del año 1200 DC, después del cual hubo tres grandes intervalos de fuertes avances glaciales en la Pequeña Edad de Hielo: principios del siglo 15, mediados del siglo 17, y la última mitad del siglo 19. Durante estos últimos períodos de tiempo, la altura de las líneas de equilibrio de los glaciares se redujeron de 150 a 200 metros por debajo de los actuales valores a medida de que los glaciares de Alaska también ”alcanzaron sus máximas extensio-nes del Holoceno.” Por consiguiente, sólo se puede esperar que las temperaturas de Alaska asciendan significativamente y que sus glaciares pierdan masa a una tasa significativa durante la natural recuperación del planeta del ”perído más frío del actual interglacial.”
En otro estudio, también de Alaska, derivaron un compuesto Índice de Expansión de Glaciares (IEG) para el estado basados en ”fechas derivadas por medios dendrocronológicos de bos-ques arrollados por el hielo en avance y estimaciones de la edad de morenas, usando anillos de árboles y líquenes.” para tres regiones climáticamente diferentes: El Árctic Brook Range, el interior de transición del sur, montado a horcajadas por las áreas de las montañas Wrangell y las St. Elias, y las áreas costeras Chugach y St. Elias –contra las que compararon esta historia de actividad glacial con ”el registro de 14C preservado en los anillos de árboles, corregidos para compensar efectos de reservorio marinos y terrestres, como un proxy para la varia-bilidad solar”, y también con la historia de la Oscilación Decadal del Pacífico (ODP) derivada por Cook (2202).
Como resultado de sus esfuerzos, Wiles et al descubrieron que Alaska muestra expansiones del hielo cada 200 años, compatible con un modo de variabilidad solar,” específicamente, el ciclo solar “de Vries” de 208 años, y por la mezcla de este ciclo con el comportamiento cíclico del ODP, ellos obtuvieron una función de forzamiento de doble parámetro que estaba todavía mejor correlacionada con el IEG (índice expansión glaciares), con grandes avances de glaciares claramente asociados con los mínimos solares Spörer, Maunder y Dalton.
Al describir las bases racionales de su estudio, Wiles et al dijeron que ”el aumento de la com-prensión de la variabilidad solar y su impacto climático es crítico para separar al forza-miento antropogénico del natural y para la predicción de los cambios de temperaturas anticipados para los próximos siglos.” A este respecto, es sumamente interesante que ellos no mencionaran al calentamiento inducido por CO2 en la discusión de sus resultados, pre-suntamente porque no había necesidad de hacer tal cosa.” La actividad glacial de Alaska, que en sus palabras, ”ha sido demostrado que es primariamente un registro de cambio de la temperatura de los veranos (Barclay et al 1999),” parece estar lo suficientemente bien des-crito en el contexto de la variabilidad centenaria (solar) y decadal (ODP) sobrepuesta en la variabilidad a escala milenaria (sin forzamiento de CO2) que produce las condiciones de mayor duración del perído Cálido medieval y de la pequeña Edad de Hielo.
El Área de los Estados Unidos
Yendo al territorio de los “48 estados contiguos” de los Estados Unidos, Pederson et al, (2004) usaron una reconstrucción de las anomalías de temperaturas de superficie del Océano Pacífico Norte y sequías estivales, basada en anillos de árboles, como proxys para estimar la acumula-ción glacial invernal y la ablación veraniega, respectivamente, para crear una historia de 300 años del Balance Potencial de Masas (BPM) del hielo regional, que compararon con retrocesos y avances históricos de los extensamente estudiados glaciares Jackson y Agassiz, del Glaciar Park. Lo que descubrieron fue muy interesante. Como lo describen ellos, ”el máximo avance glacial de la Pequeña Edad de Hielo coincide con un sostenido período de BPM que comenzó hacia 1770 y fue interrumpido sólo por una breve fase de ablación (~1790) antes de 1830.” después de lo cual ellos informan que ”el retroceso de mediados del siglo 19 de los glaciares Jackson y Agassiz coinciden entonces con un período marcado por un fuerte BMP negati-vo.” Desde 1850 en adelante, por ejemplo, ellos notan que ”Carrara y McGimse (1981) indican un modesto retroceso (~3 a 14 m/año) para ambos glaciares hasta aproximada-mente 1917.” En ese punto, ellos informan que ”el BMP cambia a una extrema fase negativa que persiste por ~25 años,” período en el que los glaciares se retiraron ”a tasas de más de 100 metros/año”
Siguiendo con su historia, Pdereson et al informan que ”desde mediados de los 40s hasta los 70s, las tasas de retroceso se redujeron sustancialmente, y se documentaron varios avan-ces modestos a medida de que el Pacífico Norte hacía una transición a una fase fría [y] también prevalecieron condiciones relativamente suaves del verano.” Después de ello, sin embargo, desde fines de los 1970 hasta los 1990s, ellos dien que ”los registros instrumentales indican un cambio de la ODP de regreso a condiciones más cálidas que dieron por resultado un moderado pero continuo retroceso de los glaciares Jackson y Agassiz.”
El primer aspecto que echa luz sobre esta historia glacial es el retroceso post Pequeña Edad de Hielo de los glaciares Jackson y Agassiz comenzó justo después de 1830, en armonía con el descubrimiento de una cantidad de otros estudios de otras partes del mundo incluyendo todo el Hemisferio Norte , cuyos hallazgos se muestran en nítido contraste con lo que es sugerido por el Palo de Hockey suscripto apoyado por el IPCC, es decir, la historia de temperaturas de-sarrollada por Mann et al. (1998-1999), que no registra ningún calentamiento del Hemis-ferio Norte hasta cerca de 1910.
El segundo aspecto esclarecedor del registro glacial es que la mayor parte del retroceso glacial en el Glacial National Park ocurrió entre 1830 y 1942, tiempo en el cual la concentración de CO2 atmosférico se elevó nada más que 27 ppm, lo que resulta ser menos de la tercera parte del amento total del CO2 experimentado desde el comienzo de la recesión glacial. Luego, desde mediados de los años 40 hasta los 702, cuando las concentraciones de CO2 crecieron otras 27 ppm, Pdereson et al informan que “las tasas de recesión se frenaron sustancialmen-te, y se documentaros varios avances modestos.”
Resulta esclarecedor notar, a este respecto, que el primer aumento de 27 ppm de CO2 atmos-férico coincidió con la más grande preponderancia de retroceso glacial experimentado desde el comienzo del calentamiento que marcó el ”comienzo del fin de la Pequeña Edad de Hielo,” pero que las siguientes 27 ppm de aumento del CO” estuvo acompañada de poco o casi ningún retroceso glacial, cuando, por supuesto, hubo muy poco o casi ningún calentamiento adicional.
Claramente, y al contrario de los estridentes reclamos de los alarmistas climáticos, alguna otra cosa distinta al contenido de CO2 en el aire fue el responsable de la desaparición de campos de hielo del Glaciar National Park. También debería haber quedado claro que todo el comporta-miento histórico de los glaciares de América del Norte no muestran absolutamente ninguna evidencia de un calentamiento global sin precedentes o no natural, inducid por el CO2 en ninguna parte del siglo 20.
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