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Buscando Tormentas

por Eduardo Ferreyra

Con el invierno a punto de terminar en el hemisferio Sur y después que el huracán Katrina ha dejado material para que se renueven los clamores sobre el aumento de huracanes y tormentas que causaría el mentado calentamiento global. ¿que mejor tiempo para exami-nar la manera en que un mundo calentado por los gases de invernadero podría alterar a las tormentas y huracanes? Las severas tormentas de invierno tienen verdaderos impactos económicos y sociales, ¿Serán más intensos y frecuentes los huracanes (o menos) a medida de que aumenten las concentraciones de gases de invernadero? La respuesta no es tan simple ni inmediata.

En el Hemisferio Norte, donde ocurren los famosos huracanes, tornados, y tifones, las tormentas de invierno derivan su energía de la “corriente de chorro”, (o "Jet Stream") de la estratosfera del Polo Norte.  Con modelos climáticos que proyectan un patrón donde los polos se calentarán mucho más que los trópicos, una corriente chorro de invierno más débil se convierte en un precursor de cambio de clima y el resultado son tormentas más débiles.

Pero investigaciones publicadas por Oliver Frauenfeld y Robert Davis en 2003 muestran una respuesta consistente de la atmósfera superior al calentamiento que acentúa a la circu-lación aérea de la atmósfera superior en algunas regiones. Además, una atmósfera más húmeda tiende a involucrar mayor ascenso de aire. Esto sólo podría producir tormentas más frecuentas o más fuertes. Un reciente estudio de Lars Barring y Hans von Storch en el Geophysical Research Letters contribuyen a este debate.

Barring y Von Storch examinan las tendencias y variabilidad de las tormentas invernales de Escandinavia. Su trabajo se construye a partir del análisis de Barring de un raro conjun-to de datos climáticos: observaciones instrumentales fácticas de la presión atmosférica des-de principios del Siglo 19. Evangelista Torricelli inventó el barómetro como un instrumento para medir la presión del aire a mediados del Siglo 17. Aunque se pueden hallar registros de observaciones de la presión en el Siglo 18, de manera típica estos registros son esporádicos.

Pero Barring descubrió dos conjuntos de datos (de Lund y Estocolmo, Suecia) que son de una desusada alta calidad, y contienen lecturas consistentes que se remontan hasta fines del Siglo 18. En Lund, las lecturas de la presión fueron tomadas por lo menos tres veces por día desde 1780. El registro de Estocolmo comienza en 1820. Barring examinó ambos regis-tros en busca de potenciales sesgos y falta de homogeneidad, y publicó sus hallazgos en anteriores publicaciones. El resumen es este: Él tiene una larga y creíble serie de tiempos de presiones atmosféricas de ambos sitios.

En su estudio más reciente, Barring y Von Storch se fijan en tres variables: el número de tormentas anuales (indicadas por la presión en la estación inferiores a los 980 milibares), el número anual de las caídas de presión de más de 16 milibares en el curso de 12 horas, y los extremos en la distribución “dentro del año” de tales cambios de presión en 12 horas. Se examina cada variable durante todo el período del registro en un esfuerzo de hallar eviden-cia de un cambio climático. La figura 1 muestra el registro de largo plazo para cada una de las variables. Los registros están caracterizados por una notable tendencia hacia lo plano.

Se introducen líneas suavizadas a lo largo del registro para indicar mejor las variaciones de largo plazo. Ellas revelan ondulaciones menores, pero hay muy poca evidencia de un cambio de largo plazo en la variabilidad, mucho menos alguna tendencia. Los autores corrieron treinta y dos análisis de tendencias (cuatro variables para dos estaciones usando dos ensayos estadísticos diferentes) y descubren sólo cinco significativas tendencias en los treinta y dos intentos.


Figura 2. Mediciones históricas de “tempestuosidad” derivadas de observaciones a largo plazo en dos estaciones Suecas de medición de presión en la superficie, luna (en azul) y Estocolmo (rojo). El panel superior representa la cantidad anual de observaciones en donde la presión cayó por debajo de 980 mb. El segundo panel registra el número de eventos en donde la presión cae más de 16 mb en menos de 12 horas. Los dos paneles inferiores describen dos mediciones de los extremos (los porcentuales 95º y 98º) en diferencias de presiones entre dos períodos consecu-tivos de observaciones (de Barring y von Storch

Las concentraciones de gases de invernadero aumentaron a lo largo de todo el período, aunque lo hicieron muy lentamente en 1780.

La concentración de CO2 realmente aumenta a mediados del Siglo 20. Mirando sólo los re-gistros desde la Segunda Guerra Mundial, uno podría creer que las tormentas aumentaron significativamente, primariamente a causa del tormentoso período en la década de los 80. Pero examinando al registro entero de largo plazo, uno puede encontrar un período aún más tormentoso en 1860-1870, un tiempo en el que los gases de invernadero muy difícilmente podrían haber sido un factor. En cualquier caso, desde 1990, las lecturas de presión parecen haber regresado a valores cercanos a sus valores de promedio a largo plazo.

Los registros del Atlántico Norte tiene que ser examinados siempre relativos a la Oscilación del Atlántico Norte, o OAN. La OAN refiere a la diferencia de presión entre la Baja de Is-landia y la Alta de las Azores. Cuando ambos de estos rasgos semi permanentes de la pre-sión son fuertes, la OAN es altamente positiva. Los vientos del oeste a lo largo del Atlántico se hace fuertes, las tormentas tienden a ir más hacia el sur que lo normal, y los europeos gozan de inviernos templados. Pero, más importante, la OAN está correlacionada con las temperaturas invernales del Hemisferio Norte.

Puede esperarse que una Baja de Islandia más fuerte que lo normal y su asociada rotación antihoraria, generen vientos del norte (fríos) más fuertes que lo normal, en su flanco occi-dental sobre Groenlandia y el este  de Canadá. Esto hace a la ecuación relativamente sim-ple: calentamiento global equivale a enfriamiento regional. Así es que la OAN es invocada cada vez que alguien hace notar en el contexto del “calentamien-to global” que un enfriamiento a largo plazo ha ocurrido en Groenlandia o el noreste de Norteamérica.

¿Apoyan los registros Escandinavos de presión atmosférica esta teoría basada en la OAN? De manera sorprendente, NO. La correlación entre la OAN y los índices de la ‘tormen-tosidad’ es baja y nada estadísticamente significativa. En la introducción a los hallazgos de su investigación, Barring y Von Storch enfrentan esta disparidad entre la percepción públi-ca y la realidad climática:

“La gente y los ecosistemas en áreas proclives a tormentas… están bien adapta-dos al continuo pasaje de tormentas de viento. Sin embargo, de vez en cuando, extremas tormentas causan daños severos. Junto a la perspectiva del cambio climático antropogénico, tales eventos extremos crean la percepción de que el clima de tormenta podría cambiar; que las tormentas se han vuelto últimamente más violentas y que esa tendencia podría continuar en el futuro. La cuestión es, por supuesto, si esta percepción está causada esencialmente por nociones culturales profundamente enraizadas acerca de la relación entre el hombre y la naturaleza, o si esos cambios son reales.”

Que es lo que estamos viendo en las noticias después del huracán Katrina que se abatió sobre Nueva Orléans el 27 de agosto pasado. ¿Cuáles son, entonces, las conclusiones primarias de este estudio en relación con el cambio climático?

  1. No existen “significativas y robustas tendencias a largo plazo.”

  2. “El conspicuo aumento en [ la frecuencia de grandes caídas de presión en 12 horas] en Estocolmo en la década de 1980 es evidente pero mucho menos pronunciada que otros índices de Estocolmo.”

  3. “Los 1860-70s fue un período cuando los índices de ‘tormentosidad’ mostra-ron en general valores más altos de magnitud comparable con los de 1980-90. Sin embargo… también es claro que los índices han retornado a cerca de su promedio de largo plazo.”

  4. “Las series de tiempo son notablemente estacionarias en su promedio, con pequeñas variaciones en escalas de tiempo de más de una o dos décadas.”

En conclusión, escriben los autores, “…[L]os proxys apoyan la noción de una tormentosidad ampliada en los años 80s, pero no muestran ningún indicio de un robusto cambio a largo plazo en dirección a un clima tormentoso más vigoroso.”

Todos los registros, y en particular aquellos anteriores al Siglo 20, deberían ser vistos con una saludable dosis de escepticismo. Sin embargo, estas historias de la presión en Escandinavia parecen cuestionar la extensión en que existe una consistente historia para contar sobre el calentamiento global, las tormentas, y la OAN están relacionadas en el Atlántico Norte.

Hasta que los climatólogos puedan pintar una imagen internamente consistente usando la evidencia disponible, es muy posible que tanto el aumento como la disminución en la in-tensidad y cantidad de huracanes seguirá siendo vista como evidencia que apoye o que contradiga la noción de los impactos del aumento de los gases de invernadero.

Referencias

  1. Barring, L., and H. von Storch, 2004. “Scandinavian storminess since about 1800,” Geophysical Research Letters, Vol. 31, L20202, doi:10.1029/2004GL020441, 2004.
    Frauenfeld, O.W., and R.E. Davis, 2003. “Northern Hemisphere circumpolar vortex trends and climate change implications,” Journal of Geophysical Research, 108, doi:10.1029/2002JD002958.



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