Aunque los aumentos históricos y proyectados de CO2 en la atmósfera y su erradamente predicha capacidad de llevar a una catástrofe climática global han sido universalmente aclamadas por los alarmistas como diabó-licamente perjudiciales para la salud humana, los estudios científicos muestran con toda claridad que eso no es verdad. A lo largo de todo el curso de la Revolución Industrial, durante el cual el contenido de CO2 de la atmósfera creció en un 35% y la temperatura cercana a la superficie en unos 0,6º C, no se han registrado ni detectado impactos negativos para la salud o la longevidad humana. De hecho, el período de vida humana ha experimentado un incremento casi increíble que no muestra señales de nivelarse o siquiera desacelerarse.
Más todavía, el calentamiento ha demostrado tener un impacto muy positi-vo para la salud humana, mientras que el enriquecimiento de CO2 en la atmósfera ha demostrado realzar las propiedades promotoras de salud de los alimentos que ingerimos, como también la estimulación de una mayor producción de ellos. Además, se ha demostrado que los elevados niveles del CO2 de la atmósfera han contribuido a aumentar la cantidad y efectivi-dad de las sustancias que combaten enfermedades halladas en las plantas, que protegen y combaten varias formas de cáncer, enfermedades cardio-vasculares y respiratorias.
Quizás lo mejor conocido del dióxido de carbono CO2, es que es un “gas de invernadero” que posee propiedades que le confieren el potencial de realzar al “efecto invernadero” de la atmósfera a medida de que aumenta su concentración. Una consecuencia altamente publicitada es que este fenómeno es el “calentamiento global”, que está típicamente caracterizado como indeseable por un grupo de “alarmistas del clima”. Sin embargo, tanto las premisas de un calentamiento global catastrófico inducido por el CO2 y su conjunto de males aparejados es insostenible, como continuaremos demostrando en esta segunda parte de nuestras series de grandes informes sobre el tema.
En nuestro primer informe (Idso et al, 2003), evaluamos –y hemos hallado deficiente – a la afirmación de los alarmistas del clima de que el calentamiento global inducido por un aumento del CO2 llevará a una extinción masiva de varias especies de plantas y animales que se asevera que no podrán migrar hacia los Polos o hacia alturas mayores, con la rapidez necesaria para mantener una presencia dentro de los cambiantes regímenes climáticos a los cuales están actualmente adaptados, a medida de que le planeta se vaya calentando a un ritmo que ha sido declarado “sin precedentes”. Aquí, evaluamos una segunda historia de miedo contada por los alarmistas del clima: la afirmación de que el calentamiento inducido por el CO2 tendrá numerosos efectos adversos sobre la salud humana.
La idea de que el alentamiento causado por el CO2 es responsable del aumento de una cantidad de enfermedades humanas se ha enraizado en la cultura popular. Es difícil que pase un ola de calor, por ejemplo, sin que los alarmistas se apresuren en culpar al calentamiento global por cualquier exceso en las muertes que podrían estar asociadas con ella. Se acusa a los eventos de altas temperaturas de aumentar la cantidad de muertes relacionadas con las enfermedades cardiovasculares, o conducentes a un aumento de los problemas respiratorios, y de promover la diseminación más rápida y extendida de una serie de enfermedades contagiosas, tales como la malaria, el dengue y la fiebre amarilla. Si se contase la verdad, sin embargo, como intentamos hacerlo en este informe, el calentamiento global haría exactamente lo opuesto y reduciría en realidad la cantidad de vidas perdidas a condiciones de tiempo extremas, dado que muchas más gente muere a causa de las bajas temperaturas que de las elevadas.
También describiremos y evaluaremos una cantidad de efectos no-climáticos del enriquecimiento atmosférico de CO2 que impacta sobre la salud humana. Estos son fenómenos que los alarmistas del clima hablan muy poco, porque producen efectos positivos que tienden a realzar la calidad de vida de la gente. Por último, reisaremos la historia de la longevidad humana y la manera en que ha cambiado durante los dos últimos siglos, en el tiempo en que las concentraciones de CO2 y la temperatura estuvieron aumentando sustancialmente y deberían, por consiguiente, de acuerdo al pensamiento de los alarmistas, haber traídos una multitud de calamidades sobre la gente.
II. Mortalidad Inducida por la Temperatura
¿Quié es más mortal? ¿El calor o el frío? ¿Las temperaturas que aumentan o las que descienden? Los alarmistas del clima dicen que es el calentamiento al que se debe evitar a toda costa. Los datos del mundo real, sin embargo, sugieren que es los contrario.
Los efectos positivos del calor sobre la salud han sido muy bien documentados durante los últimos 25 años. Los primeros estudios de Bull (1979) y Bull y Morton (1975ª) en Inglaterra y Gales, por ejemplo, demostraron que hasta los cambios normales de temperatura están típicamente asociados con cambios inversos en las tasas de muertes, especialmente en los ancianos. Esto es, cuando las temperaturas ascienden, las muertes disminuyen, y cuando las temperaturas disminuyen, la tasa de muertes crece. Bull y Morton (1979) también informan que “existe una estrecha relación entre la temperature y las tasas de muerte de casi todas las enfermedades a todas las temperaturas.” y dicen que “es muy posible que el cambio en las temperaturas externas causen cambios en los índices de mortalidad.
otro hallazgo interesante del estudio de Bull y Morton (1987) se relaciona con los extremos de frío y calor. Ellos informan que en el extremo más bajo del rango de temperturam “hay más muertes mientras más larga sea la 'corrida de días fríos,' mientras que en el extremo más alto del rango de temperatura ocurre lo opuesto, es decir, “mientras más largo sea 'la corrida de días cálidos' menos son las muertes,” sugiriendo que la gente se adapta con mayor facilidad al calor extremo que al frío extremo. Entre las muchas enfermedades que exhiben estas relaciones, ellos notan en particular a las enfermedades ateroescleróticas (infartos, isquemias cardíacas, hipertensión y diabetes)” y “enfermedades respiratorias” que consideraremos con mayor profundidad en ese mismo orden.
A. Enfermedades Cardiovasculares
Un buen lugar para comenzar una revisión de la mortalidad relacionada con la temperatura es un locación fría como Siberia. Por ello comenzamos con el estudio de Feigin et al., (2000), quienes examinaron la relación ente la ocurrencia de infartos cardíacos y los parámetros del tiempo en la ciudad Rusa de Novosibirsk, que tiene una de las incidencias más elevadas de infartos en el mundo entero.
Analizando los registros médicos de 2208 pacientes con una distribución de sexo y edad similar al del resto de Rusia, durante el período 1982-1993, Feigin et al., encontraron una asociación estadísticamente significativa entre la ocurrencia de infartos y las bajas temperaturas ambientes. Para los infartos isquémicos, que tomaban cuenta del 87% de todos los infartos registrados, ellos informan que “el riesgo de ocurrencia de infartos isquémicos en días con baja temperatura ambiente es 32% más alto que en días con una temperatura ambiente elevada.” Por ello, sugieren la implementación de “medidas preventivas, tales como evitar las temperaturas bajas.”
Hong et al. (2003) observaron la misma cosa en Incheon, Korea, durante el período Enero 1998 a diciembre 2000, informando que “las bajas temperaturas ambientes estaban asociadas con el riesgo de infarto isquémico agudo,” con el efecto más fuerte observado al día siguiente de la exposición al tiempo frío, notando además que “hasta una moderada reducción de la temperatura puede incrementar el riesgo del infarto isquémico.” Además, ellos notan que “los riesgos asociados con el descenso de la temperatura son mucho mayores durante el invierno que en el verano,” lo que sugiere, en sus palabras, que “las temperaturas bajas, como los cambios de las temperaturas están asociados con el desarrollo del infarto isquémico.”
Nafstad et al, (2001) estudiaron otro sitio frío: Oslo, Noruega. Gracias a la ley Noruega, que exige el examen de todas las muertes por parte de un médico que diagnosticará la causa y la informará en un certificado de muerte, ellos pudieron examinar los efectos de la temperatura en la mortalidad debidos a todas las formas de enfermedades cardiovasculares de los ciudadanos de la capital del país durante el período 1990 a 1995. Su análisis mostró que ”la cantidad promedio de muertes por problemas cardiovasculares era un 15% más elevado durante los meses de invierno (Octubre-Marzo) que durante los moeses de verano (Abril-Septiembre), llevándlos a la conclusión que “el clima más moderado llevaría a una reducción sustancial del número promedio de muertes.”
Para ver si estas relaciones ente temperaturas bajas y mortalidad cardiovascular están precedidas por una relación aún mayor entre salud-temperatura, Hajat y Haines (2002) se propusieron determinar si las simples “visitas médicas” por problemas cardíacos en los ancianos tenían una relación similar a las bajas temperaturas. Basados en la información obtenida por pacientes registrados de edades de 65 años en adelante, de muchos doctores de Londres entre enero 1992 y septiembre 1995, ellos encontraron que el promedio de consultas médicas por esos motivos eran mayores durante los meses inviernales (octubre a marzo) que en la estación cálida (abril a septiembre) ”para todas las enfermedades cardiovasculares. Por supuesto, uno podría decir que tales hallazgos son esperables sólo en climas fríos. ¿Qué hay de los climas cálidos, donde las temperaturas máximas veraniegas son a menudo extremas, pero las mínimas veraniegas son generalmente moderadas?
Una investigación realizada en Israel por Green et al, (1994) reveló que entre 1976 y 1985, “la mortalidad por enfermedades cardíacas era un 50% más alta a mediados del invierno que a mediados del verano, tanto en hombres como en mujeres y en diferentes grupos de edades,” a pesar de que las temperaturas en el Negev, donde la mayor parte del trabajo fue hecho, a menudo excedían los 30º C, mientras que las temperaturas invernales típicamente no descienden por debajo de los 10º C. Estos descubrimientos están también sustanciados por otros estudios Israelíes que fueron revisado por Behar (2000), quien declara que “la mayor parte de los estudios en este tópico llegan a la conclusión que un pico de muertes súbitas por ataques cardíacos, infartos agudos de miocardio y otras condiciones cardiovasculares, se observan durante el tiempo de bajas temperaturas invernales.”
También se ha notado evidencia de una variación estacional en la mortalidad relacionada con problemas cardíacos en el moderado clima del sur de California, en los Estados Unidos. En un estudio de 222.265 certificados de muerte emitidos en en condado de Los Angeles para muertes causadas por enfermedades de las arterias coronarias desde 1985 hasta 1996, Kloner et al. (1999), encuentran que ”los índices de muerte en diciembre y enero eran 33% más elevados que los observados en el período junio a septiembre.. Del mismo modo, basado en un estudio de la región de Hunter de la Nueva Gales del Sur, Australia, cubriendo el período desde Julio 1, 1985 a junio 30, 1990, Enquselassie et al (1993) determinaron que “el total de eventos coronarios infartos de miocardio no fatales eran un 20-40% más comunes durante el invierno y primavera que en otros momentos del año “, mientras que con respecto a los efectos de las temperaturas diarias, hallaron que “la relación entre los índices de muertes coronarias era significativamente más alta para las temperaturas bajas”, notando que ”las muertes por causas coronarias tenían una probabilidad de ocurrencia un 40% más altas en los días fríos que durante las temperaturas moderadas.”
En un studio de ciudades “cálidas” y “frías” en los Estados Unidos –donde Atlanta, Georgia; Birmingham, Alabama; y Houston, Texas, comprendían el grupo de las “calientes”, y Canton, Ohio; Chicago, Illinois; Colorado Springs, Colorado; Detroit, Michigan; Minneapolis-St. Paul, Minnesota; New Haven, Connecticut; Pittsburgh, Pennsylvania; and Seattle and Spokane, Washington el grupo de las ciudades “frías” – Braga et al (2002) determinaron los efectos del retardo de la influencia de la temperatura en las muertes relacionadas con el corazón. La investigación reveló que en las ciudades calientes, ni las temperaturas frías o cálidas tenían mucho impacto sorbe la mortalidad relacionadas con enfermedades cardiovasculares (ECV). E las ciudades frías, por el otro lado, ellos informan que tanto las altas como las bajas temperaturas estaban asociadas con un aumento en las muertes por ECV, con el efecto de las temperaturas frías persistiendo durante días, pero el efecto de las temperaturas altas restringidas al día de la muerte o al día anterior.
De particular interés fue el hallazgo de que para todas las muertes por ECV, el efecto de las temperaturas altas fue cinco veces más pequeño que el de las temperaturas frías. . Además, el efecto del “día caliente” incluyó alguna “cosecha” donde los autores observaron un déficit de muertes unos pocos días después, lo que no pudieron observar para el efecto de los días fríos.
Finalmente, en un estudio realizado en San Pablo, Brasil, basado en información recogida durante el período 1991-1994, Gouveia et al (2003) determinaron que el número de muertes relacionadas con las ECV en adultos (15-64 años) aumentaban 2,6% por cada 1º C en la disminución de la temperatura por debajo de los 20º C, ”mientras que no había evidencia por ninguna muerte inducidas por el calor, causadas por un aumento de la temperatura por encima de los 20º C.
En las personas mayores (65 años y más) sin embargo, un calentamiento de 1º C por encima de los 20º C llevó a un aumento del 2% en las muertes, pero que un descenso de 1º C por debajo de los 20º C llevó a un aumento del 6,3% de las muertes, o más de tres veces más muertes por ECV relacionadas con el frío que con el calor en las personas mayores.
Los resultados de estos muchos estudios muestran claramente que el calentamiento global es en realidad beneficioso para la humanidad, en que reduce la incidencia de enfermedades cardiovasculares relacionadas con las bajas temperaturas y las condiciones invernales, en un grado mucho mayor que el aumento de la incidencia de ECV asociadas con las altas temperaturas del verano y las olas de calor.
B. Enfermedades Respiratorias
Como con la mortalidad relacionada con las ECV, las muertes relacionadas con problemas respiratorios también están más asociadas con las condiciones frías en ls países fríos, que los calroes en los países cálidos. Por ejemplo, en el estudio de Oslo donde Nafstad et al (2001) hallaron que las muertes en invierno relacionadas por ECV eran 15% más altas que las muertes por razones similares en el verano. Determinaron que las muertes debidas a problemas respiratorios eran 47% más numerosas durante el invierno que durante el verano.
Del mismo modo, el estudio de Londres de Hajat y Haines (2002) reveló que el número de visitas médicas a los ancianos, para todas las enfermedades respiratorias, era también más alto durante la estación fría que en los meses cálidos del verano,.A las temperaturas medias por debajo de los 5º C, de hecho, la relación entre las consultas por enfermedades respiratorias y la temperatura era lineal, y más fuerte en un retraso del tiempo de 6 a 15 días, de tal manera que una disminución de 1º C en la temperatura media por debajo de 5º C estaba asociado con un aumento de 10.5% en todas las consultas médicas por problemas respiratorios.
Más aún, Gouveia et al (2003) hallaron que las tasas de muerte en San Pablo, Brasil, debidas a un enfriamiento de 1º C eran el doble de altas que las tasas de muertes relacionadas con un aumento de 1º C en adultos, y 2,8% más latas en los ancianos.
Las muertes relacionadas con problemas respiratorios fueron también investigadas en los Estados Unidos en el estudio de ciudades frías y calientes de Braga et al (2002), quienes hallaron que un aumento de la variabilidad de la temperatura era el aspecto más relevantes del cambio de clima con respecto a esta categoría de enfermedades en esta parte del mundo. ¿Por qué es importante este descubrimiento? Porque Robeson (2002) ha demostrado claramente, a partir de un estudio de temperaturas diarias de 50 años en más de 1000 estaciones meteorológicas de los EEUU, que la variabilidad de la temperatura declina con el calentamiento, y a una tasa muy sustancial, de manera que ”la reducida variabilidad de la temperatura en un mundo más cálido llevaría a una reducción de las muertes relacionadas con la temperatura, tanto en los extremos altos y bajos del espectro de temperaturas en todo momento del año.”
Como en el caso de la salud cardiovascular, por consiguiente, estos muchos estudios muestran muy claramente que un mundo más cálido impactaría positivamente sobre la salud respiratoria de los ciudadanos del mundo.
C. Enfermedades Transmitidas por Vectores
En un artículo en Science, titulado “La propagación mundial de la malaria en un futuro mundo más cálido,“ Rogers y Randolph (2000) notan que ”las predicciones de un cambio climático global han estimulado pronósticos de que las enfermedades transmitidas por vectores se extenderán a regiones que en el presente son demasiadas frías para su persistencia,” predicciones que forman parte de las grandes historias de miedo del calentamiento global en el mundo de los alarmistas del clima. Sin embargo, hay muchos problemas asociados con este escenario.
De acuerdo con Teiter (2000), las afirmaciones de que un resurgir de la malaria es producto del calentamiento inducido por el CO2, ignoran otros importantes factores y desconocen hechos comprobados. Por ejemplo, de un análisis histórico de las tendencias de la malaria, revela que esta enfermedad era una importante causa de muerte en Inglaterra durante el período más frío que las actuales temperaturas que se conoce como la “Pequeña Edad de Hielo.” Más todavía, su transmisión recién comenzó a declinar sólo en el Siglo 19, durante la fase de calentamiento cuando, de acuerdo con Reiter, las temperaturas eran mucho más altas que en la Pequeña Edad de Hielo.
Nos podríamos preguntar, por consiguiente, por qué la malaria era tan común en Europa durante algunos de los siglos más fríos del pasado milenio, y por qué hemos presenciado la declinación de la malaria en un tiempo en que las temperaturas estuvieron declinando. Claramente, tiene que haber otros factores operando que son más importantes que la temperatura para la propagación de la malaria. ¡Y los hay! –factores como la calidad de los servicios públicos de salud, actividades agrícolas e irrigación, prácticas del uso del suelo, guerras civiles, desastres naturales, cambios ecológicos, cambios poblacionales, el uso de insecticidas y el movimiento de pueblos, como también otros factores climáticos (Reiter, 2000, 2001; Hay et al 2002).
Estos mismos sentimientos son expresados por Kuhn et al (2003), quienes analizan los determinantes de tendencias temporales de las muertes por malaria dentro de Inglaterra y Gales desde 1840 a 1910. Con respecto a los cambios de la temperatura durante el período del estudio, ellos informan de hallazgos de que “un aumento o disminución de 1º C era responsable de un aumento en las muertes por malaria de 8,3%, o una disminución del 6,5%, respectivamente,” que ellos dicen que explica “la epidemia de malaria en los 'desusadamente cálidos' veranos de 1848 y 1859”. Sin embargo, durante el período de estudio hubo una tendencia declinante de largo plazo, casi lineal, en las muertes por malaria, que ellos dicen que “fue probablemente inducida por factores no-climáticos.” Al frente de todos los factores que ellos citan al respecto, están el aumento de las poblaciones de ganado vacuno (que tienden a alejar a las picaduras de mosquitos de los humanos), disminución del área de pantanos y humedales, (donde crecen los mosquitos), como también “una mejora en alojamientos, mejor acceso a los cuidados médicos y medicación, y una mejora en la nutrición, sanidad e higiene,”
Kuhn et al notaron también que el número de casos secundarios de malaria que surgían de cada caso primario importado “es actualmente minúsculo,” como lo demuestra la ausencia de cualquier caso de malaria secundaria en Gran Bretaña desde 1953. En consecuencia, su conclusión es que aunque el aumento de la temperatura predicha para Gran Bretaña para el año 2050 es probable que cause un aumento de 8-14% en el potencial de la transmisión de la malaria, “el aumento proyectado en riesgo proporcional es claramente insuficiente para llevar a la reinstalación de la endemia.”
Expandiendo esta declaración, ellos hacen notar que “el sistema nacional de salud asegura que los casos importantes de malarias sean detectados u tratados efectivamente, y que los gametocitos sean limpiados de la sangre en menos de una semana.” En consecuencia, ellos concluyen que, para la Gran Bretaña habría del siglo 19 hubiese sido importante un aumento del 15% del riesgo, pero que tal aumento del riesgo hoy es improbable que lleve a la reinstalación de la malaria local,” ya que “los cambios socioeconómicos y agrícolas,” han alterado de gran manera la relación causa-efecto del pasado.
¿Por qué predicen, entonces, los alarmistas aumentos extendidos de la malaria en respuesta al calentamiento global? Lo hace porque casi todos los estudios que ellos citan ignoran estos factores no-climáticos y además usan una o cuando más dos variables para caracterizar a la actual distribución de la enfermedad cuando desarrollan modelos para predecir su futura distribución. En contraste, Rogers y Randolph (2000) desarrollaron un modelo predictivo que emplea un total de cinco variables climáticas y obtuvieron resultados muy diferentes: un mero aumento de 0,84% en la potencial exposición a la malaria bajo lo que ellos llaman el “escenario medio-alto” del calentamiento global, y una disminución del 0,92% bajo el escenario “alto”. Así ellos notan acertadamente que su modelo “contradice las prevalecientes predicciones de una expansión global de la malaria,” y que “destaca el uso [nosotros diríamos superioridad] de las restricciones de las multivariables sobre la univariable en las estadísticas, en tales aplicaciones.”
Usando un enfrentamiento similar, Hay et al (2002) investigaron las tendencias a largo plazo en la información meteorológica de cuatro estaciones de las tierras altas del África oriental, que experimentaron significativos aumentos de casos de malaria durante las últimas dos décadas, informando que “la temperatura, la lluvia, la presión del vapor y el número de meses adecuados para la transmisión del Plasmodium falciparum no han cambiado de manera significativa durante el siglo pasado, o durante el período reportado de resurgencia de la malaria.” En consecuencia, estos factores n pudieron ser los responsables del aumento observado en los casos de malaria notados recientemente en estos sitios. Del mismo modo, Shanks et al (2000) examinaron tendencias en las temperaturas, precipitaciones e índices de malaria en el oeste de Kenia durante el período 1965-1007. sin hallar tampoco relación entre las variables.
De tal modo parece ser que los modelos usados por los alarmistas del clima para predecir la propagación de la malaria en respuesta al calentamiento global son demasiado simplistas para revelar su verdadera dependencia climática. Además, la posibilidad de que la expansión de la malaria pudiese ocurrir como consecuencia del aumento de la temperatura está severamente debilitada por el potencial de una efectiva intervención humana. en las palabras de Dye y Reiter (2000), “dado un financiamiento adecuado, tecnología y, sobre todo, compromiso, la campaña para “Vencer a la malaria” encabezada por la organización Mundial de la Salud (OMS) tendrá la mitad de muertes relacionadas con la malaria para el 2100,” de modo que “para el 2050, el mapa de la distribución de la malaria tendrá poco parecido con el trazado por Rogers y Randolph”. De hecho, si todo va bien, quizás no haya tal mapa!
Casi lo mismo se puede decir del dengue y la fiebre amarilla; y de hecho, “ya se ha dicho.” Reiter (2000), por ejemplo, nota que la historia natural de estas enfermedades transmitidas por vectores es altamente compleja; y que la interacción de la ecología climática, la biología de los vectores y una cantidad de otros factores desafía la definición por el análisis simplista utilizado por los modelos que los alarmistas del clima usan para generar predicciones de aumentos futuros de la propagación de estas enfermedades bajo varios escenarios de calentamiento global.
Hubo varios informes de una reciente resurgencia de enfermedades transmitidas por mosquitos en ciertas partes del mundo pero, como lo declara Reiter, “es fácil atribuir esta resurgencia al cambio climático.” En verdad, él presenta un análisis caso-por-caso demostrando que los factores asociados con política, economía, y la actividad humana -pero no el cambio de clima - son los determinantes principales de la propagación de estas enfermedades. Concluyendo en que es “inapropiado usar modelos basados en el clima para predecir las prevalencias futuras.”
También hubo cierta preocupación últimamente con respecto a una posible conexión entre el cólera y el clima. Pascual et al (2002), por ejemplo, informan que análisis de datos recientes apoyan una asociación temporal entre El Niño/ENSO y la variabilidad interanual del cólera en ciertas partes del mundo, como también el rol del aumento de las temperaturas del agua en el realce y supervivencia del patógeno responsable de la enfermedad, aunque dicen que “no es posible todavía evaluar la fuerza de algunos impulsores climáticos en particular.”a Además, ellos informa que variaciones en el volumen del agua “pueden tener efectos dramáticos sobre la dinámica de las enfermedades, quizás más pronunciadas que aquellos delos factores que afectan el crecimiento y supervivencia del patógeno.”
Aunque los factores climáticos están sin duda involucrados en la dinámica del cólera, no están bien definidos y, aun cuando finalmente se comprendan, la importancia de los factores socio-económicos para el desarrollo y propagación del cólera los sobrepasarán porque, como lo describe Pascual et al., es “la enfermedad de la pobreza”. Como los investigadores describen esta situación, “la importancia de las condiciones sanitarias son claramente indiscutibles,” y en apoyo de esa declaración ellos citan al hecho que “una infraestructura que provee de agua potable y tratamiento cloacal en las naciones industrializadas hizo que la transmisión sostenida del cólera sea extremadamente difícil.” Por consiguiente parecería que las mejores medidas preventivas de largo plazo contra le cólera serían las que realzan la riqueza de las naciones y de sus ciudadanos.
Otra de las enfermedades transmitidas por insectos es la encefalitis propagada por la garrapata (TBE, por Tick-borne encephalitis), que de acuerdo a Randolph y Rogers (2000) es “la enfermedad de transmisión por insectos más significativa en Europa y Eurasia,” teniendo ”una tasa de morbilidad de 10-30% y una tasa de mortalidad del 1 a 2%, pero hasta un 24% en el lejano Oriente.” El flavovirus causante de la TBE se mantiene en ciclos naturales de roedores-garrapatasd, y los humanos pueden ser infectados si son picados por una garrapata infrectada, o por beber leche no pasteurizada de ovejas y cabras infectadas.
Los primeros escritos sobre la relación entre esta enfermedad y el calentamiento global predecían que la TBE (como muchas otras enfermedades por insectos) se expandiría y se volvería una amenaza para los humanos en un mundo más cálido. Sin embargo, Randolph y Rogers nos llevan nuestra atención hacia el hecho que “muchos ciclos patógenos transmitidos por vectores que dependen de la interacción de tantos agentes bióticos ente ellos y con su ambiente abiótico, los ciclos enzoóticos de TBEV tienen una inherente fragilidad,” de manera que ”su continua expansión y supervivencia no se pueden predecir a partir de simples correlaciones univariables.” Por consiguiente los dos investigadores decidieron investigar el asunto con mucho mayor detalle, como nunca antes se había hecho.
Confinando su análisis a Europa, Randolph y Rogers cotejaron primero la actual distribución del TBEV con la actual distribución de cinco variables climáticas: promedios de las temperaturas media mensual, máximas y mínimas, más lluvias y presión de saturación del vapor, “para proveer una descripción multivariable de las actuales áreas de riesgo de la enfermedad.” Aplicaron luego este entendimiento a los resultados de un modelo de circulación generadle la atmósfera que predecía la manera en que estas cinco variables climáticas podrían cambiar en el futuro.
Los resultados de este esfuerzo indicaron que la distribución del TBEV podría expandirse al norte y al oeste de Estocolmo, Suecia, en un mundo más cálido. En cualquier otra parte, sin embargo, los autores dicen que “los temores de un aumento de la distribución del TBEV causado por el calentamiento global parecen ser infundados.” De hecho, Ellos hace notar que ”se predice que las condiciones precisas requeridas por los ciclos enzoóticos del TBVE serán perturbadas” en respuesta al calentamiento global, mientras que el nuevo estado del clima ”parece ser letal para el TBEV.”
Este análisis, en las palabras de Randolph y Rogers “da un mentís a la común percepción de que un mundo más cálido será un mundo bajo mayores amenazas de enfermedades transmitidas por vectores.” En el caso del TBEV, de hecho, ellos notan que el cambio predicho ”parece ser a nuestro favor.”
Una conclusión similar fue extraída por Estrada-Peña (2003), quienes estudiaron los efectos de varios factores abióticos de lo favorable del hábitat de cuatro especies de garrapatas que son grandes vectores de patógenos del ganado vacuno en África del Sur. Este trabajo llevó al desarrollo de modelos especie-específicos de la idoneidad (o lo favorable) del hábitat de las garrapatas, que indicaron que ”las variaciones año a año en la predicha idoneidad del hábitat durante el período 1983-2000 muestra una clara disminución en la disponibilidad del hábitat, lo que se atribuye primariamente al aumento de temperatura en la región durante este período.” Además, cuando se proyectaron las variables climáticas al año 2015, se determinó que ”las simulaciones muestran una tendencia hacia la destrucción de los hábitat favorables de las cuatro especies de garrapatas.”
Comentando sobre este hallazgo, Estrada-Peña nota que ”se sugiere a menudo que una de las consecuencias sociales más importantes del cambio climático podría ser un aumento de la distribución geográfica y la intensidad de transmisión de las enfermedades por insectos.” Empero, en el caso de las cuatro enfermedades por garrapatas de Sudáfrica descritas en este estudio, lo observado es exactamente lo opuesto.
Al considerer los muchos descubrimientos descritos en esta sección, queda claro que las enfermedades transmitidas por los insectos es muy poco probable que se vean afectadas de manera importante por la continuidad del más reciente –y posiblemente aún en marcha- golpe de calentamiento global que ha traído la bienvenida retirada de la Pequeña Edad de Hielo, y nos ha guiado hasta el productiv o y próspero Período Cálido Moderno.
D. Todas las Enfermedades
En un estudio de mortalidad en general, Keatinge y Donaldson (2001) analizaron los efectos de la temperatura, lluvia, viento, humedad y luz solar durante los días de elevada polución en el área del Gran Londres durante el período 1976-1995 para determinar cuáles factores del tiempo y/o de polución tienen la mayor influencia sobre la mortalidad humana. Su hallazgo más prominente fue que los simples “ploteos” de tasas de mortalidad versus temperatura diaria revelaban un crecimiento lineal en las muertes a medida de que las temperaturas disminuían de 15º C a cerca de 0º C. Las tasas de mortalidad a temperaturas por encima de 15º Ceran, de acuerdo a las palabras de los investigadores, ”fuertemente alineales”. no mostrando ninguna tendencia. Los días con elevadas consternaciones de polución eran más fríos que el promedio, pero un análisis de regresión múltiple reveló que no había contaminantes asociados con un significativo aumento en la mortalidad entre la gente mayor de 50 años, En verdad, sólo las bajas temperaturas demostraron tener un efecto significativo sobre las tasas de mortalidad inmediatas (1 día después de la perturbación de la temperatura) y del largo plazo (hasta 24 días después).
En un estudio estrechamente relacionado, Keatinge et al (2000) examinaron la mortalidad relacionada con el calor o el frío en el norte y en el sur de Finlandia, sudoeste de Alemania, Holanda, el Gran Londres, el norte de Italia, y Atenas, Grecia, en personas de edades entre 65 y 74 años. Para cada una de estas regiones, ellos determinaron el ”intervalo de temperatura de menor mortalidad y luego evaluaron las desviaciones en mortalidad de ese nivel de base a medida que las temperaturas aumentaban y caían en incrementos de 0,1º C." El resultado, de acuerdo a los investigadores, fue que "todas las regiones mostraron una mortalidad mayor relacionada con el frío que la relacionada con el calor.” De hecho, en las siete regiones estudiadas, las muertes relacionadas con el frío son diez veces más numerosas que las relacionadas con el calor. Los científicos también hacen notar que el muy exitosos ajuste de las diferentes poblaciones estudiadas, a las ampliamente diferentes temperaturas del verano, “da pie para confiar que ellas se ajustarían exitosamente, con muy poco aumento de la mortalidad por calor, a un calentamiento global de alrededor de 2º C que se predice ocurrirá en el próximo medio siglo.” Realmente, ellos dicen que sus datos sugieren que ”cualquier aumento en la mortalidad debido al aumento de temperatura sería contrarrestado con mucho por la mucho mayor declinación en las tasas de mortalidad a corto plazo causadas por el frío.” En consecuencia, para la población de Europa, un aumento de las temperaturas parecería ser un cambio climático favorable.
Couveia et al (2003) condujeron un estudio similar en San Pablo, Brasil,donde tabularon los números de muertes diarias por todas las causas (excepto muertes violentas y muertes de bebés de hasta un mes de vida), que obtuvieron del sistema de información de mortalidad de la ciudad para el período 1991-1994. Luego analizaron estos datos para niños (menores de 15 años), adultos (entre 15-64 años) y los ancianos (65 años y más) con respecto al impacto del calentamiento y enfriamientos. Por cada 1º C de aumento por encima de la temperatura mínima de muerte de 20º C, para un día dado y temperatura media del día previo, había un aumento del 2,6% en las muertes por todas las causas en niños, un 1,5% de aumento en todas las causas en adultos, y un 2,5% de aumento en los ancianos.
Por cada 1º C de disminución por debajo de los 20º C de la temperatura mínima de muerte, sin embargo, el efecto del fío fue ayor, con un aumento en las muertes por todas las causas en niños, adultos y ancianos registrando 4,0%, 2,6% y 5,5% respectivamente, con lo que las tasas de muerte inducidas por el frío son 54%, 73% y 120% más altas que las inducidas por el calor..
En otro estudio similar conducido en Shanghai, China, desde el 1º de junio 2000 al 31 diciembre de 2001, Kan et al (2003) hallaron una relación en forma de V entre la mortalidad total y la temperatura que tenía un riesgo mínimo de mortalidad a 26º C- Por encima de esta temperatura, ellos notan que la mortalidad aumenta en 0,73% por cada grado Celsius de aumento, mientras que para las temperaturas por debajo del valor óptimo la mortalidad decrecía en 1,21% por cada grado Celsius de aumento. En consecuencia, se puede apreciar que el efecto neto de un calentamiento del clima en Shanghai sería una reducción de la mortalidad en el orden del 0,5% por cada grado Celsius de aumento del calor, o quizás más todavía, a la luz del hecho que el calentamiento en las últimas décadas se han debido al aumento de las temperaturas mínimas diarias.
En los Estados Unidos, Goklany y Straja (2000) estudiaron las muertes debidas a todas las causas durante el período 1979-97, hallando que no habían tendencias debidas a ningún extremo en temperaturas, ya fuesen altas o bajas, en toda la población, o todavía más notable, en los grupos de mayor edad más susceptibles, aquellos de edades de mas de 65 años, más de 75, y más de 85. Sin embargo, las muertes debidas al frío extremo excedían a las debidas por el calor extremo en un 80 a 120% Con respecto a la ausencia de tendencias en las muertes en los Estados Unidos atribuibles ya sea al frío o al calor extremos, Goklany y Straja dicen que estas observaciones “sugieren que la adaptación y cambios tecnológicos pueden ser determinantes tan importantes para esas tendencias que los más obvios factores meteorológicos y demográficos.”
Donaldson et al (2003) sugieren casi la misma cosa. Para tres áreas del mundo, Carolina del Norte, EEUU, Sur de Finlandia y el sudeste de Inglaterra, ellos determinaron las bandas de temperaturas medias diarias de mayo-agosto, en donde la muerte de personas de más de 55 años era un mínimo. Luego compararon las muertes relacionadas con el frío y el calor que ocurrieron por encima y por debajo de este intervalo de temperatura óptima para cada región, después de lo cual determinaron la manera en que las muertes relacionadas con la temperatura en las tres regiones cambiaron entre 1971 y 1997 en respuesta a: 1) El 1.0º C de aumento de temperatura experimentado en Carolina del Norte durante este período (de una temperatura inicial de 23.5º C), 2) Los 2,1º C de aumento de la temperatura experimentada en el sudeste de Inglaterra (de una temperatura inicial de 14.9º C), y 3) Los 13,5º C sin cambios del sur de Finlandia.
Primero, se determinó que la banda de temperatura de 3º C en la cual la mortalidad estaba en su mínimo local era más baja para la región más fría (sur de Finlandia), la más alta para la región más cálida (Carolina del Norte), e intermendia para la región de temperaturas intermedias (sudeste de Inglaterra). Este hallazgo sugiere que las poblaciones de las tres regiones estaban aclimatadas a sus respectivos regímenes térmicos. Segundo, para cada una de las tres regiones se determinó que las muertes relacionadas con el frío (expresadas en mortalidad en exceso a temperaturas por debajo del óptimo de la región), era mayor que las muertes relacionadas con el calor (expresadas en mortalidad en exceso a temperaturas por encima del óptimo de la región).
En cuanto al tercer aspecto del estudio, es decir, los cambios en la mortalidad relacionada con el calor desde 1971 hasta 1997, se determinó que en la más fría de las tres regiones (sur de Finlandia, donde no hubo cambios en la temperatura), las muertes relacionadas con el calor, por millón de habitantes en el grupo de 55 años o más declinaron de 382 a 99. En la región un poco más cálida de Inglaterra,sin embargo, donde se había calentado en un sorprendente 2,1º C durante el período de estudio, las muertes relacionadas con el calor, por millón de habitantes del grupo de riesgo declinaron también, aunque sólo de 111 a 108. Por último, en la más cálida de las tres regiones (Carolina del Norte), donde la temperatura media diaria mayo-agosto creció 1.0º C durante el período del estudio), las correspondientes muertes relacionadas con el calor también cayeron, y esta vez de 228 a un mísero 16 por millón.
A partir de todas estas muchas observaciones aprendemos que la mayor parte de la gente se puede adaptar a los climas, tanto cálidos como fríos, y que las tendencias frías causan muchas muertes que las cálidas, sin relación con el régimen de inicial de la temperatura. En cuanto a la razón por detrás de la tercera observación (la gran declinación de muertes en Carolina del Norte) Donaldson et al (2003) la atribuyen al aumento en la disponibilidad de acondicionadores de aire en la región Sud Atlántica de los Estados Unidos, donde ellos notan que el porcentaje de los hogares con algún tipo de refrigeración creció de 57% en 1978 a 72% en 1997. con respecto a la declinación en las muertes relacionadas con el calor en las otras dos áreas, ellos dicen ”la explicación probablemente resida en el hecho de que ambas regiones compartían con Carolina del Norte un aumento en la prosperidad, lo que podría esperarse que aumente las oportunidades de evitar el estrés por calor.”
Otra investigación reveladora sobre los peligros comparativos de calores y fríos desusados fue conducida por Huynen et al (2001), quienes analizaron las tasas de mortalidad en toda la población de Holanda. Para el período de 19 años que va del 1º de enero de 1979 hasta el 31 de diciembre de 1997, el grupo de cinco científicos comparó la cantidad de muertes en personas de todas las edades que ocurrieron durante bien definidas olas de calor y golpes de frío. Los hallazgos finales indicaron que había un exceso total de mortalidad de 39.8 muertes por día durante las olas de calor y 46.6 muertes diarias durante las olas de frío.
Estas cifras indican que un típico “golpe de frío” mata a una tasa que es 17% más alta que las típicas olas de calor en los Países Bajos. Además los investigadores notan que las olas de calor que ellos estudiaron variaron entre 6 y 13 días de duración, mientras que los golpes de frío duraban entre 9 y 17 días, haciendo que el golpe de frío promedio sea 37% largo que la ola de calor promedio. Ajustando por este diferencial de duración hace que el número de muertes por golpes de frío en Holanda un 60% más grande que el número de muertes por olas de calor.
Más aún, el exceso de mortalidad continúa durante todo el mes después de los golpes de frío, llevando a más muertes todavía; mientras que en el caso de las olas de calor en realidad parecía haber déficit de mortalidad en el mes siguiente, lo que sugiere, en palabras de los autores, “que algo del aumento de la mortalidad inducida por olas de calor puede ser atribuido a aquellos cuya salud estaba ya comprometida,” o “ que habrían uerto en el corto plazo de todas maneras.” Esta misma conclusión ha sido asimismo alcanzada por otros estudios (Kunst et al., 1993; Alberdi et al., 1998; Eng and Mercer, 1998; Rooney et al., 1998). Es altamente posible, por consiguiente, que el 60% de mayor cantidad de muertes ocurridas durante los golpes de frío en Holanda, comparadas con las olas de calor en Holanda es una enorme subestimación del verdadero diferencial en potencia matadora de estos dos extremos de fenómenos climáticos.
Los holandeses bien podrían preguntarse, en consecuencia, “Reducirá el cambio climático el estrés térmico en Holanda?” … Que es exactamente lo que el mayor y segundo autor del estudio de Huynen et al hicieron en una carta dirigida al editor de Epidemiology y que llevaba ese título (Martens y Hynen, 2001). Basados en las predicciones de nueve diferentes modelos de circulación general (MCG) para una concentración de 550 ppm en el año 2050 – que implica un aumento del 50% en las olas de calor en Holanda y una reducción del 67% de los golpes de fríos holandeses.. ellos calcularon una disminución total de la mortalidad en Holanda de unas 1100 personas anuales, en ese punto del tiempo.
Sí, calentamiento global –si continúa, y por la razón que sea – dará por resultado, no más pérdidas de vidas sino en más vidas salvadas. Y no son sólo los Holandeses los que serán así bendecidos; la información de todas parrtes del mundo cuentan la misma historia.
Tome Alemania, por ejemplo. Laschewski y Jendritzky (2002) analizaron las tasas diarias de mortalidad de la población de Baden-Wurttemberg (10.5 millones de habitantes) durante el período de 30 años desde 1958 a 1997, para determinar la sensibilidad de la gente que vive en esta moderada zona climática del sudoeste de Alemania., a los episodios de corto y largo plazo de calor y frío. Con respecto a las condiciones de largo plazo, ellos notaron que los datos de la mortalidad ”muestran un patrón marcadamente estacional con un mínimoi en el verano y un máximo en el invierno.”
Con respecto a las condiciones de corto plazo, informan que ”los golpes de frío conducen al exceso de mortalidad a un grado relativamente pequeño, que dura por semanas,” y que “el aumento de la mortalidad durante las olas de calor es más pronunciado, pero está seguido por valores menores que la media en semanas subsiguientes.” Estos científicos también dicen que esta última observación sugiere que la gente que murió de exposiciones de corto plazo al calor, es muy probable que hubiese muerto de todas maneras al poco tiempo.”
Con respecto a este desplazamiento de la mortalidad de corto plazo en el caso de las muertes relacionadas con calor, notamos que los datos de los autores demuestran precisamente eso, es decir, meramente un desplazamiento de las muertes y no un aumento generalizado. Ellos descubrieron, por ejemplo, que la duración media de la mortalidad por encima de los normal para los 51 episodios de calor que ocurrieron entre 1968 y 1997 fue de 10 días, con un aumento medio de mortalidad de 3,9%, después de lo cual había una disminución en la mortalidad de 2.3% para 19 días. Por ello, el efecto neto de las dos perturbaciones era esencialmente nulo (en realidad una disminución total de la mortalidad calculada de 0,2% durante el período completo de 29 días.)
A la luz del conocimiento Ganado a partir de estos muchos estudios de los efectos de la temperatura sobre la mortalidad humana debido a todos los problemas de salud, se puede apreciar con toda claridad que es el frío quien mata más, no el calentamiento. Por consiguiente, quienes afirman estar preocupados por los efectos de salud del cambio climático están siendo deshonestos, tanto con ellos mismos, como con los demáscuando dicen que el calentamiento global inducido por el aumento del CO2 está matando gente. En realidad, el calentamiento observado hasta ahora está permitiendo que la población de la Tierra tenga vidas más largas y productivas.
III. Efectos No-Climáticos del Elevado CO2
Aunque el enriquecimiento atmosférico con CO2 causare un significante calentamiento global (lo que es muy poco probable), y aun cuando el calentamiento global causare un aumento en las tasas de muerte humanas (que claramente no lo hace) , sería todavía necesario considerar otros potenciales efectos del aumento del CO2 sobre la salud que no están relacionados con el clima, para poder determinar el efecto neto de los elevados niveles atmosféricos de CO2 sobre la salud humana y la longevidad. Por consiguiente, exploramos varios aspectos de este tema en las secciones que siguen.
A. EFECTOS DIRECTOS en la SALUD de ELEVADOS NIVELES de CO2
Casi todos los elementos y compuestos presentes en minúsculas cantidades en el ambiente, aún los beneficiosos, son venenosos si se ingieren o se inhalan en concentraciones lo suficientemente grandes. Entonces, ¿qué hay del CO2? ¿Tenemos que preocuparnos por algún efecto adverso a medida de que sus niveles aumenten?
Inhalar enormes y desproporcionadas cantidades de CO2 atmosférico ùeden inducir un estado de hipercapnia /excesos de anhídrido carbónico en la sangre) (Nahas et al, 1968; Brackett et al., 1969; van Ypersele de Stihou, 1974). Esta condición, caracterizada por una excesiva cantidad de CO2 en la sangre, resulta típicamente en una acidosis, que está acompañada por dolores de cabeza, náusea, perturbaciones visuales, y algunas veces resulta fatal (Poyant y nahas, 1968; Turino et al., 1974). Muchos estudios han demostrado, empero, que estos problemas no impactan seriamente la salud humana hasta que las concentraciones respiradas alcanzan aproximadamente 15.000 ppm (Luft et al., 1974; Schaefer, 1982), que es aproximadamente 40 veces más que la actrual concentración de CO2 en la atmósfera.
De manera clara, por consiguiente, no tenemos que preocuparnos de que haya algún efecto adverso para la salud asociados con el aumento del CO2 en el aire, aun si fuese a aumentar en factor X10, que es probablemente todo lo que podría ser alcanzado si se quemase toda la existencia de combustibles fósiles que existen en la corteza terrestre. De hecho, las actuales concentraciones de CO2 en muchos hogares y edificios es a menudo dos y tres veces mayores que las halladas en el exterior (Idso, 1997), que en las ciudades ya son elevadas de por sí, y varias decenas por ciento más alts que las que existen en las zonas rurales (Idso, et al., 1998, 2002).
B. EFECTOS INDIRECTOS de ELEVADOS NIVELES DE CO2
El viejo dicho “usted es lo que come” sugiere que los efectos del enriquecimiento de CO2 en la producción de alimentos también tiene que ser considerado en cualquier evaluación de los efectos sobre la salud del aumento histórico y el actual del CO2 en la atmósfera. Por ello comenzamos nuestra investigación sobre este tema con una breve revisión del bien conocido efecto de fertilización aérea del aumento del CO2 atmosférico y la manera en que impacta sobre el asunto de la salud humana.
1. Cantidad de Alimentos
Primero que nada, la gente debe tener la comida suficiente, simplemente para sobrevivir; y el aumento del CO2 en la atmósfera ocurrido desde el comienzo de la Revolución Industrial (un aumento de aproximadamente 100 ppm) ha producido maravillas para la humanidad con respecto a la producción de alimentos.
a. El pasado
En un revelador estudio sobre el impacto benéfico de las emisiones históricas de CO2 sobre la producción mundial de alimentos, Mayeus et al., (1997) cultivaron dos parcelas de trigo comercial en un contenedlo de 38 metros de largo cubierto por una especie de túnel de polietileno dentro del cual se creó un gradiente de CO2 que variaba desde 350 ppm en un extremo del túnel, hasta 2000 ppm en el otro extremo. Ambos cultivos de trigo fueron irrigados semanalmente durante la primera parte de los 100 días de la estación de crecimiento, de modo de mantener el contenido de humedad del suelo cerca del óptimo. Durante la última mitad de la estación, sin embargo, este régimen se mantuvo en sólo la mitad de los cultivos, para crear dos tratamientos de agua: uno con falta de ella y otro con buena irrigación.
A la conclusión del experimento, los científicos determinaron que la respuesta de crecimiento del trigo era una función lineal de las concentraciones del CO2 atmosférico en ambas parcelas, en ambas situaciones de humedad. Basado en las ecuaciones de regresión lineal que ellos desarrollaron para el rendimiento del trigo en estas situaciones, calculamos que el aumento de 100 ppm de aumento ocurrido durante los últimos 150 años debería haber incrementado el rendimiento promedio de los granos de las dos parcelas de trigo en un 72% bajo buenas condiciones de irrigación y 48% bajo condiciones de irrigación pobre, para obtener un aumento promedio de 60% en todos los rangos de condiciones de humedad que hayan existido en el mundo real.
Es también importante notar que este incremento del rendimiento inducido por el CO2 no se ha restringido únicamente al trigo. Basado en la voluminosa cantidad de información resumida por Idso e Idso (2000) para los principales cultivos del mundo, los cálculos que hemos hecho para el trigo se pueden escalar para determinar el efecto que tuvo el aumento de 150 años de CO2 sobre la productividad de otras variedades agrícolas. Al hacerlo, descubrimos que la inundación de CO2 en el aire que hizo la Revolución Industrial dio por resultado un aumento en el rendimiento de los cultivos del orden del 70% para otros cereales C3, 28% para los cereales C4, 33% para frutas u melones, 36% para leguminosas, 67% para tubérculos, y 51% para las verduras.
b. El Futuro
Claramente, el aumento histórico del contenido de CO2 en el aire experimentado hasta la fecha ha beneficiado vastamente a la humanidad y le ha permitido crecer de manera considerable. De hecho, la misma existencia de muchas personas que leen estas palabras bien podrían ser atribuidas a ese fenómeno. Pero, ¿qué hay del futuro? La explosión poblacional de nuestra especie no se ha reducido todavía, y existe una real preocupación sobre nuestra capacidad para alimentar a la proyectada población del mundo a apenas 50 años de distancia.
Tilman et al., enfrentan este problema en un análisis de los impactos globales de la expansión de la agricultura que podría ocurrir en los próximos 50 años. Basado en los aumentos proyectados de la población y teniendo en cuenta los consiguientes avances tecnológicos, ellos concluyen en la tarea de abastecer a la esperada demanda de alimentos para el año 2050, causará una pesada carga ambiental y producirá grandes impactos societarios.
¿Cuáles son los problemas específicos? Tilman y sus colegas reportan que “los humanos actualmente usan más del tercio de la producción de los ecosistemas terrestres y alrededor de la mitad del agua dulce usable,” notando que esta usurpación de recursos naturales aumentará todavía más en el futuro. En términos de la cantidad de tierra dedicada a la agricultura, ellos calculan un 18 de aumento sobre el actual para el año 2050, pero a causa de que se espera que los países desarrollados retiren de la agricultura grandes áreas de tierra en los próximos 50 años, la pérdida neta de ecosistemas naturales a favor a tierras de cultivo y pasturas en el mundo en desarrollo se remontará a cerca de la mitad de toda la tierra potencialmente adecuada que resta, lo que ”representaría la pérdida mundial de ecosistemas naturales más grandes que los Estados Unidos.”
Los científicos siguen diciendo que este fenómeno “podía llevar a la pérdida de un tercio de los restantes bosques tropicales y templados, sabanas, y praderas.” Lo que es peor, en una preocupante reflexión sobre las consecuencias de esos cambios en el uso de tierras para las plantas y los animales, nos recuerdan ellos que la extinción de especies sigue rápidamente a la destrucción del hábitat.” finalmente, en otro reconocimiento de lo serio que es la situación, Tilman y sus asociados informan que ”aún las mejores tecnologías disponibles, totalmente desplegadas, no pueden impedir muchos de los problemas pronosticados..”
Entonces, ¿qué podría hacerse para evitar esta caída de la futura producción de alimentos y sus devastadoras consecuencias que ”aún las mejroe tecnologías disponibles, totalmente desplegadas,” no pueden prevenir? Esta es la cuestión que fue enfrentada por Idso e Idso (2000) en su tratado titulado, “Pronosticando Abastecimientos Mundiales de Alimentos: El Impacto del aumento en las concentraciones de CO2”, y su conclusión fue que -- después de todo lo que el hombre puede hacer, -- el efecto de la fertilización aérea como consecuencia del aumento del CO2 en la atmósera que se espera que ocurra para el año 2050, sería apenas suficiente , en promedio, para asegurar la productividad agrícola requerida para impedir las hambrunas masivas en muchas partes del mundo sin tener que usurpar lo poco del mundo natural que habría en esos momentos.
En vista de estas observaciones, no sólo el actual aumento del CO2 en la atmósfera esencial para el futuro bienestar de la humanidad, sino que es esencial para el futuro bienestar de la entera biosfera.
De manera clara, la cantidad de alimento es la preocupación Número Uno de la humanidad cuando se habla de supervivencia, pero después de que la supervivencia ha sido asegurada, la calidad de los alimentos pasa al frente de las prioridades. ¿Cuál rol juega aquí el actual crecimiento del CO2 en la atmósfera?
2. Calidad de loa Alimentos
a. Contenido de Proteínas
En una revisión de la literatura científica relacionada con los efectos del aumento del CO2 en la atmósfera. Sobre los constituyentes de las plantas de importancia para la salud humana, Idso e Idso (2001) citan a una cantidad de estudios que indican que los elevados niveles de CO2 en el aire pueden, en ocasiones, aumentar o disminuir, o no tener efecto sobre el contenido de proteínas en diversos alimentos.
En el caso del trigo –que de acuerdo a Wittwer (1995) es ”la planta más cultivada del mundo en la actualidad,” contribuyendo ”con más calorías y proteínas a la dieta humana que cualquier otro alimento,” -Pleijel et al., (1999) fueron capaces de traer un poco de orden a esta situación confusa analizando los resultados de experimentos en 16 cámaras de tope abierto que habían sido llevados a cabo con trigo de primavera en Dinamarca, Finlandia, Suecia y Suiza, entre 1986 y 1996. Además del enriquecimiento de CO2 del aire, estos ensayos incluyeron aumentos y disminuciones de ozono atmosférico (O3); y Pleijel et al., hallaron que cuando el aumento de la polución de O3 redujo el rendimiento del grano de trigo, simultáneamente aumentó la concentración de proteínas del grano.
También descubrieron ellos que cuando el O3 era retirado de aire y el rendimiento del grano aumentaba, la concentración de proteína del gran disminuía.” Además, esta misma relación describía el grado al que el contenido de proteína era reducido cuando el aumento del CO2 en el aire aumentaba el rendimiento del grano. Por consiguiente, se hizo claro que cuado el rendimiento del grano de trigo era cambiado –por el CO2 o por el estrés de agua, que también era una variable en los experimentos- la concentración de proteína en los granos crecía o disminuía en una relación lineal y a una dirección opuesta al cambio de rendimiento producido por el CO2 o el tratamiento de agua estresante.
En un anterior estudio de CO2 y O3 sobre el rendimiento del grano de trigo y su calidad, Rudorff et al., (1996) obtuvieron esencialmente los mismos resultados. Observaron, por ejemplo, que el contenido de proteína de la harina aumentaba por la exposición al O3 y se reducía por el elevado CO2, pero que el efecto combinado de estos gases era mínimo. Por ello, su conclusión fue que ”el concomitante aumento de CO2 y O3 en la troposfera no tendrá impactos significativos sobre la calidad del grano de trigo.”
Antes aún, Evans (1993) había encontrado la existencia de relaciones similares para otros cultivos, observando además que eran fuertemente afectados por la disponibilidad del nitrógeno del suelo. Por consiguiente es altamente posible que la diferente disponibilidad de nitrógeno del suelo podría haber sido el responsable de algunas de las diferencias en los resultados observados en muchos otros estudios revisados por Idos e idso (2001) y, de hecho, eso es lo que precisamente sugiere el estudio de Rogers et al., (1996). Aunque estos últimos investigadores observaron reducciones inducidas por el CO2 en la concentración de proteínas, esas reducciones no fueron evidentes cuando el contenido de nitrógeno del suelo se elevaba a una tasa mayor de aplicación. En consecuencia, Pleijel et al concluyen que el a menudo observado impacto negativo del CO2 atmosférico sobre la concentración de proteína del grano podría ser aliviado por mayores aplicaciones de fertilizantes de nitrógeno, y los estudios de Kimball et al., (2001) cnfirmaron esta hipótesis.
Kimball et al., estudiaron los efectos de un aumento del 50% en la concentración de CO2 atmosférico en la concentración de nitrógeno en el grano de trigo, y las propiedades panificadoras de la harina derivada de ese grano, a través de cuatro años de experimentación en aire libre de enriquecimiento de CO2. En los dos primeros años del estudio, el contenido del agua del suelo era una variable adicional, y en los dos últimos años, el contenido de nitrógeno del suelo era una variable. El factor más influyente en la reducción de la concentración del nitrógeno en el grano se determinó que era el suelo con baja proporción de nitrógeno; y bajo estas condiciones, el contenido adicional de CO2 en el aire reducía aún más el nitrógeno del grano y la concentración de proteína, aunque el cambio era mucho menor al causado por el bajo contenido de nitrógeno del suelo. Cuando el nitrógeno del suelo no era una limitación, sin embargo, el aumento del CO2 del aire no afectaron las concentraciones de nitrógeno y proteínas de los granos; ni tampoco redujo las propiedades panificadoras de la harina derivada de este grano. Por consiguiente, parecería que dada la suficiente cantidad de agua y nitrógeno, el aumento de CO2 del aire puede aumentar de manera significativa el rendimiento del grano de trigo sin sacrificar las proteínas del grano en el proceso.
Sin embargo, en algunas situaciones el aumento del CO2 atmosférico podría aumentar el contenido de proteína del trigo. Agrawal et al., (2003), por ejemplo, cultivaron dos parcelas de trigo (Triticum aestivum) L. cv. Malviva 234 y HP1209) en cámaras abiertas en la parte superior, con una atmósfera mantenida a 350 y 600 ppm solas y en combinación con 60 ppb de SO2 para estudiar los efectos interactivos del elevado CO2 y de este importante contaminante sobre el crecimiento de los cultivos. Descubrieron que la exposición a elevados niveles de SO2 causaba una disminución promedio de 13% en la proteían foliar en ambas parcelas. Sin embargo, cuñado las plantas fueron subsiguientemente expuestas a concentraciones atmosféricas de 600 ppm de CO2, los niveles de proteína de las hojas decrecieron solamente 3% en HP1209, mientras que aumentaron un 4% en Malviva 234
En el caso del arroz –que de acuerdo con Wittwer (1995) es “el alimento básico para más de la mitad del mundo,” suministrando “más energía dietaria que cualquier otro alimento individualmente,” Jablonski et al., (2002) condujeron una amplia revisión de la literatura científica, encontrando que también parecía sufrir ninguna reducción en el nitrógeno del grano (proteína) en respuesta al aumento del CO2 en el aire. Del mismo modo, no hallaron ninguna reducción que fuese inducida por el CO2 en la concentración de nitrógeno en la semilla de legumbres en los estudios que ellos revisaron. Este descubrimiento es alentador ya que según Wittwer (1995), las legumbres ”aon una fuente directa de alimento que provee 20% de la proteína en el consumo humano,” como también ”dos tercios del concentrado de proteínas para el alimento del ganado .” Más todavía, Jablonski et al,descubrieron que la biomasa del trigo y las legumbres fueron significativamente incrementados por el enriquecimiento atmosférico con CO2. Por ello es que muy probablemente habrá un gran aumento de la cantidad total de proteína que podrá estar disponible para la humanidad en un mundo futuro enriquecido con CO2, directamente a través de cultivos de alimentos e indirectamente a través del ganado.
Con respecto a la legumbre específica de las sojas, Thomas et al., (2003) notan que ”el aceite y la proteína comprenden ~20 y 40%, respectivamente, del peso seco de la semilla de soja,” cuya ”única composición química,”en sus palabras, ”la han convertido en una de los cultivos agronómicos más valiosos en todo el mundo.”. Además, dicen ellos que ”el valor intrínseco de la semilla de soja está en su provisión de ácidos grasos y aminoácidos esenciales en el aceite y las proteínas, respectivamente,” y a este respecto ellos informan que Heagle et al., (1999) ”observaron un significativo efecto positivo del enriquecimiento del CO2 sobre el aceite de la semilla de soja y las concentraciones de ácido oleico.,” aunque ellos no pudieron hallar ese efecto en su estudio.
b. Contenido de Antioxidantes
Los antioxidantes tienen también una gran importancia en la salud humana; y uno de los productos más prominentes de las plantas en ese sentido es el ácido ascórbico, o vitamina C. En los primeros estudios de Barbale (1979) y Madsen (1971, 1975), una triplicación de la concentración de CO2 produjo un modesto aumento (7%) de este antioxidante en el fruto del tomate. Kimball y Mitcell (1981), sin embargo, no pudieron hallar un efecto causado por un aumento similar de CO2 en la misma especie, aunque el CO2 extra de su estudio estimuló la producción de vitamina A. Por el otro lado, en los brotes de frijoles una duplicación de sólo una hora diaria del contenido de CO2 de la atmósfera efectivamente duplicó el contenido de vitamina C de la planta durante un período de 7 días (Tajiri, 1985).
Probablemente la investigación más completa de los efectos del CO2 sobre la producción de Vitamina C en las plantas –un cultivo arbóreo (naranja amarga) – fue conducido por Idso et al,. (2001). En un experimento de atmósfera enriquecida por CO2 comenzado en 1987 y aún hoy en ejecución, se observó que un aumento del 75$ del CO2 de la atmósfera causó un aumento de la vitamina C del jugo de la naranja amarga en un 5% en años normales cuando el total de la fruta producida fue típicamente realzada en un 80%. En años aberrantes, cuando el aumento inducido por el CO2 en la producción de fruta fue mucho mayor, el aumento de la concentración de Vitamina C de la fruta fue también mayor, elevándose a un aumento del 15% inducido por el CO2 cuando la producción de fruta en los árboles del experimento era 3,6 veces más grande que la de los árboles sin tratamiento de CO2.
Estos hallazgos toman un gran significado cuando se toma en cuenta que el escorbuto –enfermedad inducida por la baja ingesta de vitamina C- podría estar resurgiendo en países industriales. Especialmente entre los niños (Ramar et al., 1993; Gomez-Carrasco et al., 1994), y que los síntomas del escorbito subclínico están aumentando entre los adultos (Dickinson et al 1994). Además, Hampl et al., 1999) encontraron que el 12-20% de niñes escolares entre 12 a 18 años en los Estados Unidos, sub-consumen drásticamente alimentos que proveen Vitamina C,” mientras que Johnston et al., (1998)determinaron que el 12-16% de los estudiantes de Collage de EEUU tienen marginales concentraciones de Vitamina C en el plasma.” Por ello, dado que la ingesta de Vitamina C se correlaciona fuertemente con el consumo de jugo de citrus (Dennison et al, 1998), y dado que el único jugo de alto contenido de Vitamina C consumido por los niños es el de naranja (Hampli aet al., (1999), el modesto rol jugado por el actual aumento del CO2 de la atmósfera y su efecto en el aumento de la Vitamina C en las naranjas, podría tener una considerable importancia para la salud pública en los Estados Unidos y en otras partes.
Otro estudio importante para evaluar el impacto de los elevados niveles de CO2 en la atmósfera sobre la producción de antioxidantes en las plantas fue el de Wang et al., (2003), quienes evaluaron los efectos de la alta concentración de CO2 sobre la actividad antioxidante y el contenido de flavonoides en las frutillas en parcelas del US Department of Agriculture, en el Centro de Investigación Agrícola de Beltsville, Maryland, donde cultivaron plantas de frutilla (Fragaria x ananassa) Duchesne cv Noneoye) en seis cámaras abiertas de acrílico transparente, dos de las cuales fueropn mantenidas a la concentración atmosférica ambiente de CO2, otras dos a niveles del ambiente + 300 ppm de CO2, y las dos restantes a niveles del ambiente + 600 ppm de CO2 durante un período de 28 meses (desde principios de primavera de 1998 hasta junio 2000). Los científicos cosecharon las frutillas, en sus palabras ”en la etapa de madurez comercial,” tanto en 1999 como en 2000, después de lo cual las analizaron para determinar una cantidad de diferentes propiedades de antioxidantes y contenido de flovonoides.
Antes de informar sus resultados, Wang et al proporcionan ciertos antecedentes al notar que ”las frutillas son buenas fuentes de antioxidantes naturales (Wang et al, 1996, Heinonen et al., 1998)”. Más adelante informan que ”además de los usuales nutrientes, tales como vitaminas y minerales, las frutillas son también ricas en antocianinas, flavonoides, y ácidos fenólicos,” y que ”las frutillas han demostrado una notablemente alta actividad barredora de radicales generados químicamente, haciéndolas así efectivas en inhibir la oxidación de las lipoproteínas humanas de baja densidad”. (Heinonen et al., 1998). A este respecto, ellos notan que estudios previos (Wang y Jiao, 2000; Wang y Lin, 2000) “han mostrado que las frutillas tienen una alta actividad de absorción de radicales de oxígeno contra los radicales peroxiles, radicales superoxidantes, peróxido de hidrógeo, radicales hidroxilos y oxígenos simples.” En su experimento, por consecuencia, estaba esencialmente buscando ver si el CO2 atmosférico podría hacer qe una cosa buena fuese mejor todavía.
¿Qué descubrieron los científicos del Servicio de Investigación Agrícola? Primero que nada, ellos determinaron que las frutillas tenían una concentración más alta de ácido ascórbico (AAs) y glutatione (GSH)” cuando eran cultivadas “en ambientes con alto contenido de CO2.” Al pasar del ambiente normal al de otro con ambiente con agregado de +300 ppm y al con +600 ppm, por ejemplo, la concentración de AAs aumentó por 10 y 13% respectivamente, mientras que lasconcentraciones de GSH aumentaron por 3 y 17% respectivamente.
También determinaron que ”el ambiente enriquecido con CO2 dio por resultado un aumento en ácido fenólico, flavonol, y antocianina en la fruta. “ Para nueve distintos flavonoides, por ejemplo, hubo un aumento de la concentración de 55 ± 23% al ir del ambiente normal al de +300 ppm de CO2, y un aumento promedio de la concentración de 112 u 35% al pasar al de 600 ppm. Además, ellos informan que ”el alto contenido de flavonoides estaba asociado con alta actividad antioxidante.” En cuanto a la importancia de estos hallazgos, Wang et al notan que ”se ha informado que las antocianinas ayudan a reducir el daño causado por la actividad de los radicales libres, tales como la oxidación de las lipoproteínas de baja densidad, acumulación de plaquetas, y vasodilaación de arterias dependientes del endotelio” (Heinonen et al., 1998) Rice-Evans y Millar, 1996).
Resumiendo sus hallazgos, Wang et al., dicen que ”las frutillas contienen flavonoides con potentes propiedades antioxidantes, y bajo condiciones de CO2 elevado, aumentó la concentración de sus AAs, GSH, ácido fenólico, flavonol, y antocianina,” destacando además que ”las plantas cultivadas en condiciones de elevados niveles de CO” también tenían una actividad absorbente de muchos tipos de radicales libres presentes en la fruta.” Por lo tanto, ellos determinaron que el aumento del CO” atmosférico en verdad hacía una cosa buena mucho mejor.
Hacemos notar, adicionalmente, a este respecto, que los niveles elevados de CO2 en la atmósfera también hacen más de la cosa buena. Deng y Woodward (1998), por ejemplo, reportan que después de cultivar frutillas en aire con un contenido adicional de 170 ppm, el peso total fresco de la fruta eran 42 y 17% más grande que lo pesos demostrados por las plantas de control cultivadas con altos y bajos niveles de nitrógeno en el suelo, respectivamente; mientras que Bushway y Pritts (2002) informan de un aumento de dos a tres veces en el contenido de CO2 en el aire incrementó el rendimiento del producto en un 62%. Además, Campbell y Young (1986), Keutgen et al., (1997), y Bunce (/2001) informan respuestas positivas fotosintéticas de las frutillas a un exra de +300 ppm de CO2 que variaba de 9% a 197% (media de 76% 15%); y Desjardins et al., (1987) reportan un aumentoi del 118% en la respuesta fotosintética al aumento de 600 ppm en el contenido de CO2 del ambiente.
3. Componentes Medicinales de las Plantas
Los primitivos registros médicos indican que extractos de muchas especies de plantas han sido usados para tratar una variedad de problemas de salud en los humanos, por lo menos durante los últimos 3500 años (Machain 1992; Petit et al., 1993; 1995). En tiempos modernos la práctica ha continuado, con numerosos agentes quimioterapeuticos identificados y aislados. (Gabrielsen et al., 1992a). Hasta recientemente, sin embargo, ningún estudio había investigado los efectos del aumento del CO2 de la atmósfera sobre específicos compuestos en las plantas que tienen un valor medicinal directo.
La situación cambió cuando Stuhlfauth et al (1987) estudió los efectos individuales y combinados del CO” atmosféricos y el estrés de agua en la producción de metabolitos secundarios en la dedalera lanuda (Digitales lanata EHRH), que produce al glicósido cardíaco digoxina usado en el tratamiento de la insuficiencia cardiaca. Bajo condiciones de agua muy bien controladas en un fitotron, una casi trplicación del CO2 del aire aumentó la producción del peso seco de esta planta medicinal en un 63%, mientras que en condiciones de estrés de agua el aumento de peso seco inducido por el CO2 fue de 83%. Además, la concentración de digoxina en la masa seca de la planta aumetó 11% en condiciones de buen riego y en 14% en condiciones de bajo riego.
En un subsiguiente experimento ede campo de estación completa, Stuhlfauth y Fock (1990) obtuvieron resultados similares. Una casi triplicación del contenido de CO” del ambiente llevó a un 75% de aumento en la producción del peso seco de la planta por unidad de área de tierra y a un aumento del 15% en el rendimiento de dogixina por hectárea de de tierra cultivada.
Igualmente impresionante fue el estudio de Idso et al., (2002), quienes evaluaron la respuesta de la “lirio araña tropical” (Hymenocallis littoralis) Jacq Salís) a elevados niveles de CO2 en la atmósfera durante cuatro estaciones de crecimiento. Esta planta es conocida desde tiempos antiguos por tener actividad antitumoral, y en tiempos modernos se ha demostrado que contienen constituyentes que son efectivos contra la leucemia linfocítica y el sarcoma de ovario (Pettit et al 1986). También se ha probado que estos mismos constituyentes de la planta son efectivos contra el panel de las 60 líneas de cáncer humano del US National Cancer Institute, demostrando su mayor efectividad contra el melanoma, y los cánceres de cerebro, colon, pulmón y renal (Pettit et al, 1993). Además, exhibe fuerte actividad antiviral contra la encefalitis japonesa, fiebre amarilla, dengue, Punta Tora y la fiebre del Valle del Rift (Gabrielsen et al., 1992a,b)
Idso et al, determinaron que un aumento del 75% del contenido de CO2 en el aire produjo una aumento del 56% en la biomasa del bulbo subterráneo del “lirio araña”, en donde se encuentran las sustancias que combaten las enfermedades. Además, para estas sustancias específicas, ellos observaron un aumento del 6% en la concentración de una mezcla de dos constituyentes (1:1) de 7-desoxianrciclasina y 7-desoxi-trans-dihidronarciclasina, un 8% de aumento en pancratistatina, un 8% en trans-dihidronarciclasina, y un aumento de 28% en narciclasina. Promediado todo y combinado con el 56% de aumento de la biomasa del bulbo, estos porcentajes resultaron en un aumento medio del ingrediente activo del 75% para las plantas cultivadas con aire que contenían 75% más CO2 que lo normal.
4. Otros Componentes de las Plantas
Una cantidad de otros componentes de las plantas cumplen funciones importantes en el mantenimiento de la salud humana, incluyendo azúcares, lípidos, aceites y ácidos grasos, como también macro y micro nutrientes, Aunque se han enunciado preocupaciones sobre la disponibilidd de ciertos de los últimos elementos en plantas que crecen en ambientes ricos en CO2 (Loladze, 2002), el jurado no se ha pronunciado todavía con respecto a este tema como consecuencia de la escasez de la información pertinente. Literalmente miles de estudios han evaluado el impacto de los niveles elevados de CO2 en el aire sobre la cantidad de biomasa producida por los cultivos agrícolas, pero sólo una minúscula fracción de esos estudios han mirado el asunto de la calidad de los alimentos. De lo que se ha aprendido sobre las proteínas de las plantas, antioxidantes y las pocas sustancias medicinales que han sido investigadas al respecto, no hay razón para creer que estos otros componentes de las plantas pudiesen presentar ninguna concentración menor en un mundo con mayores niveles de CO2 atmosférico, de la que tienen actualmente. De hecho, existe una amplia evidencia sugiriendo que pueden estar presentes en concentraciones significativamente más grandes, y por cierto, en mayores cantidades absolutas.
IV. BREVE HISTORIA DE LA LONGEVIDAD HUMANA
Los últimos 150 a 200 años han visto un significante grado de calentamiento global, a medida de que la Tierra se fue recuperando del frío de la Pequeña Edad de Hielo y entró al Período Cálido Moderno. Simultáneamente, el planeta ha experimentado un aumento en la concentración del CO2 en la atmósfera que los ha llevado a niveles no experimentados en eones. ¿Qué efectos tienen estos “dos mellizos malditos” de la muchedumbre de alarmistas del clima sobre la salud humana? Por lo menos como lo representa quizás la medición integrada de su miríada de posibles influencias, por ejemplo, la longevidad humana.
Obviamente, nadie puede dar una respuesta cuantitativa precisa a esta pregunta. Sin embargo, hay modos de evaluar la importancia relativa de la erradamente presumida influencia negativa sobre la salud. Del calentamiento global y el enriquecimiento de CO2 de la atmósera, considerando la historia de la longevidad humana.
Tuljapurkar et al., (2000), por ejemplo, examinaron la mortalidad durante el período 1950-2994 en países del G7 –Canadá, Francia, Alemania, (excluyendo a la ex Alemania Oriental), Italia, Japón, el Reino Unido, y los Estados Unidos. Los autores encontraron que ”en todos los países durante este período, la mortalidad a cada edad había decrecido de manera exponencial a una tasa casi constante.”
Discutiendo estos hallazgos, Horiuchi (2000) nota que el período de vida promedio de los primitivos humanos era aproximadamente 20 años, pero que en los principales países industrializados es ahora de 80 años, con el grueso de este aumento llegado en los últimos 150 años. Hace notar después que “era ampliamente esperado que a medida que la expectativa de vida se hacía muy alta y se aproximaba al 'límite biológico de la longevidad humana', la rápida 'declinación de la mortalidad' se frenaría y eventualmente se nivelaría,” pero declara el ahora obvio hecho que “tal desaceleración no ha ocurrido.”
”Tales hallazgos hicieron surgir dos cuestiones relacionadas,” dice Horiuchi: (1) “¿Por qué no ha comenzado a frenarse la declinación de la mortalidad?”, y (2) ”¿Seguirá la declinación en el futurio”
Para intentar responder estas preguntas, es necesario notar algunos puntos, como ser: Primero, en palabras de Horiuchi, ”la segunda parte del siglo 19 y la primera mitad del siglo 20 hubo grandes disminuciones en la cantidad de muertes por enfermedades infecciosas y parasi-tarias, y por mala nutrición y desórdenes asociados con el embarazo y la infancia,” que llevó a una gran reducción en la muerte infantil, de los niños y jóvenes adultos. En la segunda parte del siglo 20, sin embargo, ”la mortalidad por enfermedades degenerativas, muy nota-blemente enfermedades cardíacas y apoplejía, comenzaron a descender,” y la reducciónfue más pronunciada entre las personas mayores.
Algunos sospechan que esta última caída en la mortalidad podría haber sido alcanzada ”a través de posponer la muerte de personas seriamente enfermas,”, dice, pero los datos de los Esta-dos Unidos demuestran que ”la salud de los ancianos mejoró grandemente en la década de los 80 y 90, sugiriendo que la extensión de la vida en la vejez es principalmente debida a una mejor salud más que una prolongada supervivencia en las enfermedades.”
Suministrar apoyo adicional para esta conclusión es el estudio de Manton y Gu, (2001). Con la finalización de la última de las cinco Evaluaciones Nacionales de Cuidados a Largo Plazo sobre la incapacidad de ciudadanos de EEUU mayores de 65 años –que comenzaron en 1982 y se extendie-ron hasta 1999 al tiempo de la redacción de su estudio – estos investigadores pudieron discernir dos tendencias muy interesantes: (1) las incapacidades en este grupo erario disminuyeron durante todo el período estudiado, y (2) las discapacidades disminuyeron a tasas que crecieron cada vez más con el paso del tiempo.
Específicamente, durante todo el período de 17 años del registro, hubo una asombrosa declinación relativa del 25% en incapacidades crónicas, a medida que el porcentaje del grupo de incapacitados mayores de 65 años cayó del 26,2% en 1982 al 19,7% en 1999. Más aún, la tasa de declinación del porcentaje de discapacidades para los períodos 1982-1989, 1989-1994, y 1994-1999 fue de 0,26, 0,38 y 0,56% anual, respectivamente. Comentando sobre la naturaleza cada vez más acele-rada de esta declinación de las incapacidades, los autores dicen que ”es sorprendente, dado el bajo nivel de incapacidades en 1994, que la tasa de mejoramiento se aceleró,” durante el más reciente intervalo de cinco años.
Finalmente, Oeppen y Vauple, (2002) informan que ”la expectativa de vida mundial se ha más que duplicado durante los dos últimos siglos, desde unos 25 años ha 65 para los hombres y 70 para las mujeres.” Más todavía, ellos notan que ”durante 160 años, la expectativa de vida a mejor rendimiento se ha incrementado de manera sostenida en un cuarto de año, por cada año,” y enfatizan que esta tendencia fenomenal ”es tan extraordinariamente lineal que puede ser la más notable regularidad de empeño masivo jamás observado.” También informan ellos que no hay indicaciones de que la tendencia a la prolongación de la vida humana se nivele en un futuro cercano.
para resumir este punto, parece que ”en países con economías de mercado altamente desa-rrolladas tales como las naciones del G7, donde la buena atención médica para la salud está disponible con facilidad, se han reducido de manera notable las muertes de inútiles, de niños en edad escolar y jóvenes adultos durante el último siglo, hasta el punto en que la expectativa de vida es ahora grandemente determinada por lo que le sucede a las personas ancianas, y es evidente que bajo estas circunstancias, los ancianos están viviendo más y más con el paso del tiempo.
Es además evidente que este fenómeno –que es una realidad observada empíricamente – se debe con mucha probabilidad a la salud cada vez más mejorada de los ancianos, lo que a su vez es probable que de por resultado un mejoramiento continuado de sus sistemas corporales para la reparación de daños celulares causado por los procesos degenerativos asociados con la edad avanzada.
¿Què es responsable de este fenómeno? Nade lo sabe con seguridad. Pero lo que sí sabemos con seguridad es que estuvo operando sin impedimentos con inquebrantable consistencia desde el comienzo de la Revolución Industrial, concomitante con simultáneos y significantes aumen-tos en la temperatura del aire y los niveles de CO2 atmosféricos. Por consiguiente, podemos con-cluir con confianza que ”los mellizos malditos” de los alarmistas del clima no han tenido ni la más mínima influencia negativa sobre este bienvenido desarrollo. De hecho, su coherencia general en el tiempo con el aumento lineal de 160 años de la expectativa de vida a rendimiento óptimo, casi nos conduce a sospechar que uno o ambos de ellos podrían ser parcialmente responsables por el alargamiento del período de vida de la humanidad.
V. CONCLUSIONES
Aunque los aumentos históricos y proyectados de CO2 en la atmósfera y su erradamente predicha capacidad de llevar a una catástrofe climática global han sido universalmente aclamadas por los alarmistas como diabólicamente dañinos para la salud humana, los estudios científicos muestran con toda claridad que eso no es verdad. A lo largo de todo el curso de la Revolución Industrial, durante el cual el contenido de CO2 de la atmósfera creció en un 35% y la temperatura cercana a la superficie en unos 0,6º C, no se han registrado ni detectado impactos negativos para la salud o la longevidad humana. De hecho, el período de vida humana ha experimentado un aumento casi increíble que no muestra señales de nivelarse o siquiera desacelerarse.
Más todavía, el calentamiento ha demostrado ser un impacto muy positivo para la salud humana, mientras que el enriquecimiento de CO2 en la atmósfera ha demostrado realzar las propiedades promotoras de salud de los alimentos que ingerimos, como también la estimulación de una mayor producción de ellos. Además, se ha demostrado que los elevados niveles del CO2 de la atmósfera han contribuido a aumentar la cantidad y efectividad de las sustancias halladas en las plantas que combaten enfermedades, y que protegen y combaten varias formas de cáncer, y enfermedades cardiovasculares y respiratorias.
A la luz de todas estas bien documentadas observaciones, es muy claro que no tenemos nada que temer por el aumento de las concentraciones de CO” en la atmósfera y del calentamiento global, esos ”mellizos malditos” creados por el movimiento ecologista multinacional. Estos fenómenos parecer ser, en realidad, nuestos amigos, y amigos de toda la biosfera.
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