Christopher Horner, investigador del Competitive Enterprise Institute, uno de los princi-pales institutos de estudios en los Estados Unidos, es un auténtico experto en el tratado de Kyoto. Es miembro de la Cooler Heads Coalition, que aglutina los esfuerzos de varias co-rrientes de la sociedad y de los dos partidos mayoritarios estadounidenses en contra del tratado de Kyoto. Es abogado y ha trabajado para el senador demócrata Joe Lieberman, así como para el partido republicano. Lideró el equipo de abogados republicano en el conflicto judicial sobre el recuento de votos de Florida en las elecciones de 2000. Christopher Hor-ner es director de Estudios del European Enterprise Institute.
Recientemente ha participado en el seminario Kyoto y la Economía Española, organizado por el Instituto Juan de Mariana. Christopher Horner ha hablado con Libertad Digital sobre el protocolo de Kyoto y sobre la política exterior española, en relación con los Estados Unidos.
¿Porqué cree que hay que decir que no al Protocolo de Kyoto?
Yo creo que la pregunta asume un montón de cosas. La pregunta debería más bien ser: “¿Porqué decir que sí a Kyoto?”. Puedes dirigirte al frente científico. El método científico ha sido abandonado en gran medida. De hecho no se puede cuestionar la teoría catastrófica de que el hombre está causando el calentamiento global. Simplemente hay que aceptarla.
Nosotros, en los Estados Unidos, no la aceptamos sin más y quizás sea porque nos gastamos en ello más que la Unión Europea y Japón juntos. Por lo que nos lo tomamos un poco más en serio. Seguimos el método científico, que consiste en formular una hipótesis y contras-tarla con los datos.
No obstante, está reconocido ampliamente que hay una politización de la ciencia en este asunto. Pero hay que dejar claro que el consenso no tiene nada de científico y sí de compo-nenda política. Nosotros vemos que hay una discrepancia entre lo que los modelos predicen y lo que los datos que observamos demuestran. Si nos atuviéramos a lo que dicen los mo-delos, la temperatura de la tierra sería ahora mucho más alta de lo que es en realidad. ¿A quién vas a creer, a mi modelo o a lo que puedes comprobar sin más que ir a los datos? Creo que, con la base de un modelo falso, no es el momento de poner siquiera a una persona o a una familia en el riesgo de quedarse sin empleo. Todo ello por una teoría que año a año se muestra más y más inexacta.
Por lo que se refiere al frente económico, Europa está demostrando la veracidad de nues-tros argumentos una y otra vez. Europa no está cumpliendo con el protocolo de Kyoto, lo que imagino que será noticia aquí. Pero, al parecer, lo que resulta importante no es cumplir con un protocolo que se supone evitará el cambio climático, responsabilidad del hombre, y que de no adoptarse se alcanzaría un desastre para la humanidad; no, lo que parece impor-tar es decir que se está cumpliendo mientras que, por supuesto, no lo estás cumpliendo en absoluto. Esto reduce drásticamente la seriedad con la que podemos aceptar las declaracio-nes europeas sobre el calentamiento global.
Europa continúa atacando retóricamente a los Estados Unidos. No obstante, varios de los 15 países europeos incumplen con el tratado de Kyoto más que los Estados Unidos, en términos porcentuales. Lo que, por supuesto, debería ser un engorro; algo para esconder bajo la alfombra. Europa se ha comprometido a reducir sus emisiones en un 8%. Dentro de eso, la UE asigna a cada país coeficientes de reducción, o incluso de aumento, según sus características. Pero en caso de que la Unión Europea no cumpla con esa reducción del 8% en 2012, cada uno de los países estará forzado a obtener ese 8% de reducción, como míni-mo, y no el que le había asignado internamente la UE. La Unión Europea se ha comprome-tido a alcanzar esa reducción, y es claro que no lo hará.
Grecia ha reconocido que emitirá un 51% por encima de sus compromisos adquiridos con Kyoto. España prevé un incremento del 61%, lo que por supuesto es un incumplimiento muy superior al de los Estados Unidos. Irlanda se quedará un 41% por encima, Portugal un 77% por encima, Francia 19%, etc, etc. Toda Europa contaba con que el Reino Unido cam-biara sus fuentes de carbón a gas, lo que por cierto solo se puede hacer de una vez. Esto llevaría a que el conjunto de la Unión Europea cumpliera con la reducción del 8%, lo que permitiría al resto de los países no hacer ningún cambio real. Ahora es evidente que Europa ha incumplido la reducción del 8% como promesa no a Bruselas, sino al resto del mundo. Y en este momento se comprobarán los serios daños económicos a los que se forzaría a la economía europea si se realizan los ajustes necesarios para alcanzar la prometida reducción, si es que se quiere poner el dinero donde se ha puesto la palabra. Pero no lo hará. No lo hará, pero seguirá atacando a los Estados Unidos.
Y en el campo político, hace tiempo que se asentó la inmoralidad de imponer sacrificios a las generaciones presentes para conseguir un beneficio, (en este caso un retraso temporal sobre las previsiones de calentamiento global previstos, y en una medida muy escasa, y todo ello según una amenaza hipotética), para las generaciones futuras. Cuando además la historia muestra que estas futuras generaciones serán más ricas y en consecuencia más capaces de adaptarse a cualquier amenaza a que tengan que enfrentarse.
En suma. ¿Porqué decir no a Kyoto? Porque tenemos la opción. ¿Podemos hacer al mundo más pobre con tal de intentar influir en el clima basándonos en una teoría? Por supuesto que no. Y de hecho Europa lo está demostrando, al negarse a cumplir el protocolo de Kyoto.
Oímos hablar de que la ciencia está manipulada para sostener la pretensión de que Kyoto es necesario. ¿Es esto cierto? De ser así, ¿cuáles son los mecanismos de dicha manipulación?
Si se nos dice que los científicos están todos de acuerdo en algo, se nos debería encender una luz roja, porque en realidad no hay muchas cosas en las que los científicos hayan llegado a un acuerdo. En segundo lugar, si de verdad estuvieran de acuerdo en algo, debes estar preparado para que salga un Galileo y haga estallar el pretendido consenso. Bien, se pronuncia la palabra 'consenso' y se dice que 2.000 de los principales climatólogos del mundo están de acuerdo en el análisis científico tras el protocolo de Kyoto.
Para empezar, el IPCC de las Naciones Unidas simplemente no cuenta con 2.000 climató-logos del mayor prestigio. La estrategia de las Naciones Unidas ha sido elegir dos climató-logos de Micronesia, dos de Papua Nueva Guinea, dos de aquí, dos de allá... Proceden mu-chos de ellos de países que no tienen presupuesto para la investigación sobre el clima, no tienen infraestructura tecnológica y no tienen climatólogos que pudieran entrar en la lista de los 10.000 primeros del mundo. En la medida en que incluyen a científicos de todos los países, parece buscarse más un esfuerzo global que un esfuerzo certero.
Además, de forma creciente, se ha ido acumulando información sobre la forma en la que el IPCC elabora los informes científicos. Y es tal y como le voy a contar. Para empezar, pese a lo que le he dicho, el trabajo científico del IPCC no está mal elaborado. Es creíble y por lo general es correcto. No obstante nadie lee, en realidad, la parte científica de los informes del IPCC. Lo que la gente lee no es lo que han escrito los científicos, sino lo escrito por buró-cratas y por representantes de ONGs: el resumen elaborado para políticos. Este resumen no está escrito por las personas que han realizado el trabajo real. Es un documento político, elaborado por representantes políticos y por representantes de grupos de presión. Ocurre siempre que este resumen no coincide, no está armonizado, con el contenido científico. Y entonces el proceso es tal que se pide a los científicos que cambien el contenido de lo que han elaborado, para que acabe diciendo algo así como “por un lado... pero por otro...”. Nuestro Presidente Harry Truman dijo que quería un economista manco, porque siempre decían “en esta mano tenemos... pero en esta otra...”, pero él sólo quería que le dijeran lo que era la verdad. Lo mismo ocurre con este tipo de trabajos. Este es el proceso que se está siguiendo.
Pero hay mucho más. Como ha explicado David Henderson, el anterior jefe de estadística de la OCDE, los estadísticos no se basan en la marcha de las industrias, sino en proyeccio-nes teóricas a largo plazo de cómo evolucionarán las economías de los distintos países. Y en sus conclusiones prevén que Argelia, Corea del Norte, Argentina y otros países alcanzarán una riqueza per cápita superior a la de los Estados Unidos.
¿En serio?
Sí. Y es lo que necesitan hacer, no utilizan la paridad en el poder de compra sino que hacen el ajuste según los tipos de cambio, algo que los estadísticos no harían jamás. Y concluyen que en dólares reales la gente que viva en Pyongyang será más rica que la que viva en los Estados Unidos. En dólares reales. Esto es la convergencia absolutamente enloquecida. Se puede esperar una convergencia de las naciones pobres. Europa estuvo convergiendo con los Estados Unidos hasta finales de los 60', quizás hasta 1970. Luego el crecimiento de los impuestos en Europa lo truncó, pero hay muchas experiencias de convergencia. Las pre-dicciones hechas por el ICCP no se parecen a ninguna convergencia real en la historia; sen-cillamente no tendrán lugar. Incluso los regímenes más resistentes, como Corea del Norte, se supone que van a ser más ricos que los Estados Unidos.
¿Por qué lo hacen?
Lo hacen para poder predecir suficientes necesidades de producción de energía, con las co-rrespondientes emisiones de gases a la atmósfera. Y ello bajo, adivina qué: la tecnología de hoy, pero dentro de cincuenta años. Todo para producir una predicción alocada de emisión de gases, con modelos que de todos modos no funcionan y no son capaces de predecir la temperatura global de hoy mismo.
Esto me recuerda un artículo científico de 1906 en el que los ecologistas demandaban la in-troducción masiva de la utilización del automóvil porque, dijeron, de aquí a cien años, dadas las tecnologías de transporte de entonces (iban a caballo) y las tendencias de crecimiento económico y de la población, esperaban unos niveles de polución, producida por los excre-mentos de los caballos, ciertamente fabulosos. Esto es exactamente lo que está haciendo el IPCC. Están asumiendo que estaremos montando en lo que sería el caballo de hoy, pero dentro de cincuenta años. Por supuesto que no será así. De modo que sus cálculos no son creíbles.
Según eso las predicciones no son creíbles. Pero sigue habiendo una producción científica que se incorpora al tratado.
Sí. Pero si bien es cierto que hay algo de producción científica, cada vez está menos respal-dada por los científicos. A ellos no les gusta el modo en que están escritos los resúmenes para políticos de los informes del IPCC. Se les pide a los científicos que cambien sus conclu-siones por otras con las que no están de acuerdo. Esto es penoso, porque quienes les piden que cambien son burócratas y grupos de presión.
En segundo lugar, ese resumen para políticos se hace aún pero cuando los científicos se han ido ya a sus casas. De este resumen se eliminan todas las dudas y precauciones que los científicos han insistido en mantener y que todavía se pueden consultar en la parte científi-ca. Al final, allí donde los científicos han podido insistir en que no se realicen cambios, el IPCC los ha acabado haciendo de todos modos. Eliminando las precauciones y dudas. Como resultado lo que obtienes son estas informaciones sin aristas de la CNN, diciendo que 'los científicos están de acuerdo con que la temperatura de la tierra se calentará diez grados' y demás.
Y Richard Lindzen, del MIT, lo ha puesto de manifiesto. A ningún científico que haya parti-cipado en este proceso se le ha preguntado si está de acuerdo o no con el capítulo en el que él ha colaborado y que viene firmado con su nombre. No digamos ya con el conjunto de los informes del IPCC. O, por supuesto, con el resumen para políticos, que como sabemos no es representativo del trabajo científico. De hecho, lo único con lo que se le pide que esté de acuerdo es con la página o dos páginas que él mismo ha elaborado. Luego, en otras pala-bras, el IPCC es una pérdida del dinero de nuestros impuestos hasta que no se reformen las estadísticas, los supuestos, los modelos climatológicos y el proceso de elaboración del resu-men para políticos. Hasta entonces, vamos a seguir viendo cómo los científicos huyen del IPCC, como Lindzen o Christopher Landsea que dicen “basta ya; no quiero que me asocien con esto”. Un documento creíble permitiría que se incluyeran los cambios y las objeciones. El IPCC no hará eso porque tiene que ser alarmista.
¿Cómo llegó a interesarse por estas cuestiones?
Cuando llegué a Washington, como hacen varios de los abogados que llegan a esa ciudad, trabajé para un senador. En concreto para el senador Liebermann, en el Comité de Medio Ambiente. Liebermann es una de las voces más razonables de su partido, aunque en temas medioambientales tiende a ser provocador. Después trabajé para despachos de abogados y para una compañía de energía, Enron.
Descubrí que Enron estaba detrás del esfuerzo de los Estados Unidos de llevar a cabo lo que luego sería el protocolo de Kyoto.
¿Cómo es eso?
Enron, como cualquier otra gran empresa que apoya Kyoto, tiene intereses económicos específicos que le mueven. No es un caso que se comente mucho, el de Enron, pero lo voy a explicar. Yo me dedicaba a la abogacía en Washington cuando Enron me ofreció un trabajo, sin entrevista previa, para ser el director de las relaciones con el Gobierno Federal. Esto fue en 1997, antes del protocolo de Kyoto. Y el primer o segundo día de trabajo me dijeron que el objetivo número uno era obtener un tratado internacional que impusiera recortes en las emisiones de dióxido de carbono, pero que permitiera al mismo tiempo comerciar con derechos de emisión.
Me expusieron entonces las siguientes razones por las que a la compañía le convenía obte-ner eso, una vez que yo mostré mi inicial objeción: Enron tiene la mayor producción de Gas Natural después de Gazprom en Rusia. Es cierto que Enron estaba haciendo mucho dinero comerciando con carbón, en aquél entonces, pero calcularon que los beneficios que perdie-ran en el carbón serían más que compensados por los beneficios derivados de su posición privilegiada en otras áreas. Enron también había comprado la mayor compañía del mundo en energía eólica, la que ahora es GE Wind, de General Electric. Tenían, asimismo, la mayor compañía de energía solar del mundo, con Amoco [otra petrolera], que ahora es BP [British Petroleum, la petrolera estatal de Gran Bretaña]. Me fui de ahí porque soy lo que se conoce como un liberal clásico partidario del libre mercado, y ellos no. Ellos no eran una empresa favorable al libre mercado. Eran favorables a Enron y estaban dispues-tas a hacer lo que fuese necesario con tal de conseguir que se implantara un protocolo como el de Kyoto.
De hecho hay unos informes muy conocidos en los Estados Unidos, pero que al parecer no han llegado a Europa. Estos informes revelan que Enron había conseguido en Kyoto todo por lo que había estado haciendo lobby, y entre tres signos de exclamación que el protocolo sería bueno para la cotización de las acciones de Enron. Hubo una reunión, el cuatro de agosto de 1997, en el Despacho Oval, también con representantes de BP. Y estaban en el Despacho Oval no sólo con Al Gore, sino también con Bill Clinton. Como revela el informe de esta reunión, pidieron que el dióxido de carbono fuera tratado con gran dureza, y que se le diera un respiro al etano. Y el informe dice que se le pidió al Presidente que los Estados Unidos deberían unirse al protocolo de Kyoto
Y fue así, Estados Unidos firmó Kyoto, en un principio
Los Estados Unidos aceptaron firmar Kyoto, pese a que el Senado había votado unánime-mente en contra, con 95 votos negativos y cinco abstenciones. Recuerdo que la Constitu-ción, en su artículo 2, sección 2 indica que se requiere “el consejo y el consentimiento” del Senado. Bien, pues Bill Clinton no pidió el consejo del Senado. No obstante, el Senado en julio de 1997 le dio su voto negativo de forma unánime. Los Estados Unidos firmaron el tratado en noviembre de 1998. No obstante no lo ratificó porque Clinton se negó a ratifi-carlo.
George W. Bush nunca se ha retirado del tratado de Kyoto. Él se retiró del tratado sobre el tribunal penal internacional. Tiene ese poder. Pero los Estados Unidos no se han retirado de Kyoto. Puede comprobarlo sin más que ir a la página web del tratado. Pero sobre esto se ha informado muy mal en Europa.
Lo que hicieron los Estados Unidos fue, en marzo de 2001, en esencia, sumarse a la posición de Bill Clinton de no ratificar el tratado. Y en ese momento, Europa decidió que la lucha por Kyoto estaba en Washington, cuando previamente, como muestran los documentos, todo este asunto fracasó en La Haya en noviembre de 2000. Cuando se estaba haciendo el re-cuento de votos en Florida, entonces estaba como todo el mundo viendo las noticias sobre el proceso (todo esto justo antes de ser llamado para dirigir el equipo de abogados para el partido republicano en este asunto).
Entonces, la Unión Europea forzó a los Estados Unidos a irse. Es importante tener en cuen-ta que, en principio, la Unión Europea estaba de acuerdo en incluir árboles y otros mecanis-mos (sumideros de CO2, cuya inclusión beneficiaría a los Estados Unidos) en el tratado de Kyoto. Entonces, en La Haya, los representantes europeos pensaron que los Estados Uni-dos tenían un equipo negociador en una situación desesperada, al estar la campaña presi-dencial de Al Gore en los tribunales.
Pues, ¿sabe qué? Se acabó concediendo el cálculo de más y más sumideros más tarde, a Canadá y Rusia, a pesar de que, en la Haya dijeron, y esta es una cita textual, que permitir los sumideros 'destruiría la integridad medioambiental del acuerdo'. Así que, según la Unión Europea, la integridad medioambiental del acuerdo de Kyoto está destruida. Bien. De todos modos no hará nada, de hecho no hay nadie que haya dicho que tendrá algún efecto, aun-que sea cierta su influencia negativa en la economía con riesgo para muchos puestos de trabajo que o bien se destruirán o bien irán a otras partes del mundo, que no cuentan con las estrictas legislaciones medioambientales que tenemos nosotros.
Yo estaba en Bruselas en febrero de 2005, cuando el tratado finalmente se puso en mar-cha. Era realmente un lujo observar que la Unión Europea celebraba el comercio de emisiones como un éxito propio, cuando en realidad fue algo impuesto sobre ellos. De este modo, espero una evolución similar en la posición de la UE una vez reconozcan que, en realidad, no están cumpliendo el tratado.
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