Por William Kininmonth (*)
Septiembre 12, 2006
Los militantes del calentamiento global no saben de lo que están hablando
El cambio climático está dando material para hacer titulares catastróficos a medida que la gente queda fascinada por las relaciones públicas de la película de ex vicepresidente norteamericano Al Gore, “Una Verdad Inconveniente”. Para críticos y comentaristas por igual, la película es una prueba más –en su imaginación- de que nos dirigimos a una catástrofe climática. Sin embargo, lo que está ausente del debate es un análisis sobrio y racional de algunos hechos científicos.
El cambio climático atrae la atención porque los extremos del tiempo y el clima toman cuenta del 70 por ciento de los desastres naturales. También, la evidencia histórica es que el clima varía en ciclos que van de benéficos a destructivos para las civilizaciones.
Los períodos del Imperio romano, la Europa medieval y los últimos 200 años son todos de una notable calidez. La Edad Oscura del primer milenio y la Pequeña Edad de Hielo del segundo estu-vieron caracterizados por el frío, por glaciares en avance y por turbulencias sociales.
Durante los últimos 1000 años, la Tierra estuvo cerca del pico de calor en una montaña rusa que ha sido la característica del último millón de años. Sin embargo, hace apenas 20.000 que años enormes capas de hielo cubrían gran parte de Norteamérica y Europa; los glaciares permanentes estaban presentes en el sur de Australia y Tasmania. El nivel del mar era 130 metros más bajo que hoy, y puentes de tierra conectaban a Nueva Guinea y Tasmania con la tierra firme de Australia. La Gran barrera de Arrecifes de Corla no era más que acantilados de piedra de cal que bordeaban al Mar de Coral.
El ex vicepresidente de los EEUU y sus amigos viajeros querrían que creyésemos que las acciones de nuestra civilización nos llevan a un peligroso cambio de clima. Como si el clima no fuese inhe-rentemente peligroso. Hay muchas “verdades inconvenientes” acerca de nuestro clima que están siendo ignoradas en la campaña para asustar a la gente –que ha sido emprendida con una fiera determinación por parte de algunas secciones de nuestra comunidad.
Comencemos con el dióxido de carbono. Como gas de invernadero, es una fuerza agotada para el cambio climático; su actual concentración es ligeramente menor a las 400 partes por millón. Los cálcuos muestran que el 66 por ciento del efecto invernadero del CO2 está causado por las pri-meras 50 partes por millón (ppm). Con cada duplicación de la concentración (de 50 a 100, luego a 200, y a 400 ppm), el avance del incremento del efecto invernadero se reduce exponencialmente.
Para un posterior aumento de la concentración hasta 8000 ppm, como está proyectado para el 2100 en el caso del sostenido uso y quema de combustibles sólidos, el aumento del efecto inver-nadero será apenas del 10 por ciento de presente componente atribuible al CO”. En total, el CO2 es un relativamente menor contribuyente al efecto invernadero, que está dominado y controlado por el vapor de agua y las nubes en la atmósfera.
Un aumento ulterior de las concentraciones de CO2 tendrá un efecto adicional muy pequeño.
La evaporación del vapor de agua inhibirá y limitará el aumento de la temperatura e impedirá un efecto invernadero desbocado. La radiación de retorno de la atmósfera causada por los gases de invernadero (vapor de agua, CO2, metano, etc), nubes y aerosoles, elevan la temperatura de la superficie. Pero las temperaturas de la superficie están también limitadas por la evaporación del agua de plantas, suelos húmedos y los mares. Los océanos tropicales no exceden normalmente los 30º C y es solamente sobre las partes internas y áridas de los continentes que las temperaturas exceden los 40º C. Cualquier aumento en la radiación de retorno causada por un aumento del CO2 será compensada largamente por una evaporación adicional que evitará la elevación de las temperaturas de superficie.
Los océanos son los volantes impulsores del sistema climático. Los cálidos océanos tropicales son apenas un delgado lente de unos 100 metros de espesor que cubre a un frío abismo que se ex-tiende hasta profundidades promedio de 5 kilómetros. Estamos familiarizados con los eventos El Niño, cuando el flujo ascendente de aguas frías en el mar modifica la captura del agua fría de la sub-superficie por la capa superficial cálida del Océano Pacífico Ecuatorial. Como nos hace notar el climatólogo norteamericano Michael Glantz, los patrones cambiados de temperatura superficial modifican a la circulación atmosférica y da origen a desastres naturales como inundaciones, sequías y tormentas en todo el mundo.
El calentamiento global está limitado por la necesidad de tener que calentar primero a los océa-nos. Las capas de hielos polares de la Antártida y Groenlandia son fundamentalmente estables. Los cilindros de hielos recuperados allí confirman que las capas de hielo han sobrevivido a muchos períodos interglaciales previos y han existido por lo menos durante un millón de años. La altura de las capas de hielo es de más de 3 kilómetros por encima del nivel del mar a lo largo de la mayor parte de sus extensas mesetas, y las temperaturas permanecen por debajo de los 10º C bajo cero durante el breve verano. Es sólo en las alturas más bajas, en los bordes de las costas, donde las temperaturas se elevan por encima del punto de congelamiento durante pocos meses, y la fuerte radiación solar causa que el hielo se derrita.
El colapso de las capas de hielo polares y un aumento de varios metros del nivel del mar es un escenario altamente improbable.
Hay predicciones, basadas en modelos computados, de que las lluvias en Australia disminuirán a medida de que las concentraciones de CO2 se eleven. Según datos publicados por la Oficina de Meteorología, Australia (con excepción de la esquina sudoeste), fue más húmeda durante la se-gunda parte del siglo 20 que durante la primera parte. En contra de las predicciones, a medida de que el CO2 aumentó, hubo un aumento de las lluvias en todo el continente. Estas tendencias es muy probable que sean nada más que coincidencias en los ciclos naturales de la variabilidad climática.
El sistema climático de la Tierra es extremadamente complejo y tenemos un conocimiento muy limitado de muchos de sus aspectos. La colaboración internacional está desentrañando lentamen-te algunos de los secretos y proveyendo las bases para la preparación y la adaptación al cambio de clima.
La constante incapacidad de los científicos de predecir el clima con confianza y con antelación de una estación, debería ser causa de duda cuando se hacen proyecciones y predicciones para déca-das o siglos de antelación. Los modelos computados no son la realidad, y las predicciones alar-mistas carecen de toda base científica y validez.
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