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El G8 Asesinó a Kioto

La reunión de los 7 países más industrializados del mundo, más Rusia, han enviado esta vez al Tratado de Kioto a la guillotina. Se ha reemplazado a la reducción de los gases de invernadero por el aumento en la eficiencia y el adelanto tecnológico. Algo que los escépticos del clima venían proponiendo desde el comienzo. Era tiempo que el sentido común se sentara al volante.

Por Eduardo Ferreyra
Presidente de FAEC
Fundación Argentina de Ecología Científica

Leyendo un artículo del Profesor Philip Stott, de la London University sobre la última reunión del G8 en Escocia, podemos sacar algunas conclusiones sobre el futuro del clima, el Protocolo de Kioto y los que podemos esperar acerca de las futuras políticas de desarrollo del Tercer Mundo. Lo que sigue es parte de los comentarios del Prof. Stott y los míos propios, cuando me parecen adecuados.

Desde la Conferencia de Río 92, la “Cumbre de la Tierra”, los verdes y sus corporaciones multinacionales que las impulsan han tratado de emplear la amenaza del “calentamiento global” para inducir una suerte de culpa puritana en todos nosotros para detener el desa-rrollo y el crecimiento de las condiciones que favorecen el aumento de la población. La filosofía maltusiana impulsada por el Club de Roma desde los años 60 transpira a través de todos los poros del alegato anti calentamiento global que implicaba un cambio radical de estilo de vidas, un ataque sobre los automóviles y el uso de los combustibles, un ataque contra los esfuerzos de industrialización de los países subdesarrollados, y convertir a los Estados Unidos en el Satanás del planeta.

Ha llegado el momento apropiado de enfrentar los hechos: no hay ni la más mínima proba-bilidad de que el Tratado de Kioto vaya a conseguir que eso suceda. La gente no quiere renunciar a los adelantos científicos y tecnológicos alcanzados, tampoco quiere reducirlos sino que, por el contrario, quiere más y mejores condiciones de vida que sólo se logran a través del uso generoso de la energía. Las leyes de la termodinámcia son inescapables e inflexibles. Nada se crea de la nada, todo se transforma a partir de algo.

En realidad, sería un verdadero desastre para el mundo en desarrollo – el otro motivo de la reunión del G8 en Gleneagles, Escocia, si Kioto se implementase como se preveía. Sin el aumento de la demanda de los países de norte, no hay manera en que los países pobres del sur puedan salir de su pobreza. El intento de poner un límite al crecimiento, el Sueño Dorado del Club de Roma, a través de la ilusión verde del “calentamiento global” era un pase de magia de un muy torpe prestidigitador. Se le caían los conejos y se le escapaban las palomas. Por suerte, ha resultado claro que la gente no estaba dispuesta a dejarse engañar.

Pero el fracaso de los Verdes no ha sido sólo para con el público. Mientras jugaban su carta en la Cumbre del G8, la declaración final de Gleneagles muestra que los líderes del mundo desarrollado no tienen la intención de sacrificar el crecimiento y el éxito económico de sus países por una ascética religión ecologista. Los países europeos jugaron una virtual partida de póker contra los Estados Unidos, Australia, y otros países, donde las apuestas se hicie-ron muy elevadas, y el dinero invertido llegó a sumas descabelladas, distrayéndolas de otros usos más adecuados y humanitarios.

A la hora de mostrar las cartas, se comprobó que la Unión Europea sólo “bluffeaba”. Sus gobernantes nunca tuvieron la menor intención de ponerse la soga al cuello, aunque ya se había desarrollado un descomunal mercado de “comercio de cuotas de emisión,” basado en la idea con la cual la petrolera Enron había diseñado al fraude de Kioto en la década del 90.

Causas del Retorno a la Realidad

Primero, hubo un claro reconocimiento de que la demanda global de energía se espera que crezca en un 60 por ciento en los próximos 25 años, especialmente en China, la India, y dos o tres países Latinoamericanos, y que esto exige que se desarrollen y se mantengan “segu-ras y confiables fuentes de energía,” que son fundamentales para la estabilidad económica y el desarrollo, porque “las crecientes demandas de energía imponen un reto a la seguri-dad energética vista su incrementada dependencia de los mercados globales de energía.” La declaración de Gleneagles también reconoce con acierto que unas 2 mil millones de per-sonas carecen de modernos servicios de energía. Como lo declara el documento, “Debemos trabajar con nuestros socios para aumentar el acceso a la energía si queremos apoyar el logro de las metas acordadas en la Cumbre del Milenio de 2000.”

En segundo lugar, la idea de poner topes a las emisiones de “gases de invernadero” ha sido astutamente reemplazada por un énfasis sobre la innovación tecnológica y desarro-llo imaginativo. El protocolo de Kioto ha sido efectivamente asesinado por la espalda –por sus propios creadores, traicionando a las organizaciones ecologistas que usaron durante décadas para promover el fraude. Citando al editor ambiental del diario inglés The Inde-pendent:

“La fracasada agenda de la que Greenpeace, Amigos de la Tierra, el WWF, y otros se estaban quejando –que los Estados Unidos no habían todavía aceptado dismi-nuir sus emisiones- era la propia agenda de los grupos verdes, y no la del gobier-no Inglés. Tony Blair jamás, ni remotamente vio a esta reunión como una ocasión donde George Bush se uniría al Protocolo de Kioto.”

El nuevo énfasis es por ello “promover la innovación, la eficiencia energética, la conser-vación, mejorar los marcos de trabajo de políticas, regulaciones y finanzas; acelerar el establecimiento de tecnologías más limpias, en particular las que reducen las emisiones, trabajando con “países en desarrollo para realzar las inversiones privadas y transferencia de tecnologías, tomando en cuenta sus propias necesidades de energía y prioridades.”

En verdad, todo el clima de la declaración de Gleneagles es alentador. Su verdadero foco, muy acertado en mi opinión, es sobre la energía más que sobre el cambio climático, y el documento hasta termina diciendo, “Damos la bienvenida a la decisión de Rusia de hacer foco sobre la energía durante su presidencia del G8 en el 2006, y en el programa de reuniones que Rusia planea mantener.” Parecería que ni el público ni sus líderes fueron capturados por la histeria del calentamiento global. No habrá topes al crecimiento dinámico en aras de desencaminadas metas ecologistas. En vez de ello, habrá una revalorización de la energía nuclear y del carbón limpio, esta última tecnología, una genuina contribución de Canadá.

En cuanto a la ciencia del cambio climático, la cuestión más fundamental permanece siendo: “¿Pueden los seres humanos manipular al clima de manera predecible?”, O más científicamente, “¿Puede una marginal reducción de dióxido de carbono cambiar al clima de manera lineal y predecible?" La respuesta es “NO”. En un sistema tan complejo, caótico, no lineal como el clima, no hacer nada marginal es tan impredecible como hacer cualquier cosa. Esto es ciencia cautelosa. El resto es dogma.

Afortunadamente, el Dogma Verde ha fracasado, la ciencia está haciendo escuchar su voz razonada, y el sentido común económico está comenzando a prevalecer. Quizás, y de mane-ra inesperada, la Cumbre de Gleneagles puede resultar ser un punto de inflexión. Como lo demostró la reunión del G8 en Escocia, no existe un consenso sobre la manera de combatir hoy o mañana al calentamiento global, pero las campanas están ahora tañendo el responso para una década de ilusión.

Eduardo Ferreyra
Córdoba, Julio, 2005



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