Un experimento sugiere que estamos errados acerca del cambio climáticopor Nigel Calder
Nigel Calder, ex editor del New Scientist, dice que
la ortodoxia del clima tiene que ser desafiada.Cuando los políticos y periodistas dicen que la ciencia del calentamiento global ya está definida, muestran una lamentable ignorancia acerca de la manera en que opera la ciencia. Recientemente se nos aplicó otra dosis de ello cuando los expertos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático emitieron el Resumen para Hacedores de Políticas que pone el sesgo político de un dossier climático sin terminar, a ser publicado en algunos meses más –con suerte. Ellos declaran que la elevación de las temperaturas desde mediados del siglo 20 es muy probablemente debida a los gases de origen humano.
La letra pequeña explica que “muy probablemente” significa que los expertos que hicieron la evaluación se sintieron que estaban 90% seguros de ello. Los lectores más viejos quizás recuerden una conferencia de prensa en Harwell, en 1958, cuando sir John Cockcroft, el más encumbrado científico nuclear de la Gran Bretaña, dijo estar 90% seguro de que sus muchachos habían lograd controlar a la fusión nuclear. Resultó que estaba equivocado. Más positivamente, un 10% de incertidumbre en una teoría es una amplia abertura para que un Galileo o Einstein de los últimos días irrumpa con alguna nueva idea. Esa es la manera en que ciencia realmente funciona.
Hace 20 años, la investigación del clima se politizó a favor de una hipótesis en particular, que definió al sujeto como el estudio del efecto de los gases de invernadero. Como resultado, los espíritus rebeldes esenciales para la ciencia innovadora y confiable son recibidos con impedimentos para sus carreras como investigadores. Y aunque el periodismo encuentra a los intrépidos rebeldes por lo menos entretenidos, en este caso ellos imaginan que cualquiera que duda de la hipótesis del calentamiento causado por el hombre está en la nómina de pago de las compañías petroleras. Como resultado, algunos descubrimientos claves en la investigación del clima pasan casi sin ser informadas.
El entusiasmo por el terror del calentamiento global asegura que las olas de calor hagan buenos titulares, mientras que los síntomas contrarios, como las pérdidas multimillonarias de las cosechas de California por inusuales heladas, son relegadas a las páginas de economía y negocios. La llegada temprana de las aves migratorias provee una colorida evidencia de un reciente calentamiento en las tierras del norte. Pero, ¿alguien le dijo a usted que los pingüinos Adeliz en la Antártida oriental y los petreles del Cabo están llegando a sus sitios de anidación alrededor de nueve días más tarde que hace 50 años? Mientras que los hielos marinos han disminuido en el Ártico desde 1978, han crecido 8% en los mares Australes.
De modo que una pregunta molesta que usted puede hacer, cuando le están aplicando esos impuestos extras por el cambio climático, es “¿Por qué la Antártida Oriental se está enfriando?” Eso no tiene ningún sentido –si es que el dióxido de carbono está empujando al calentamiento. Mientras está en ello, podría también preguntar si Gordon Brown le dará un reembolso si se confirma que el calentamiento global se ha detenido. Las mejores mediciones de la temperatura del aire vienen de los satélites norteamericanos, y ellos muestran ondulaciones pero ningún cambio general desde 1999.
Esa nivelación es justamente lo que espera la principal hipótesis rival, que dice que el Sol es quine maneja a los cambios del clima más enfáticamente que los gases de invernadero. Después de hacerse más activo durante el siglo 20, el Sol está ahora en un alto pero estable nivel de actividad. Los físicos solares advierten de un posible enfriamiento global, en caso de que el Sol retorne al modo perezoso en que estaba durante la Pequeña Edad de Hielo de hace 300 años.
La historia del clima y la arqueología relacionada prestan un sólido respaldo a las hipótesis solares. El episodio del siglo 20, o Calentamiento Moderno, fue simplemente el último en una larga cadena de eventos similares producidos por Sol hiperactivo, el último de los cuales fue el Calentamiento Medieval.
La población de China se duplicó entonces, mientras que en Europa los vikingos y los constructores de catedrales prosperaron. Fascinantes reliquias de episodios anteriores viene de los Alpes Suizos, con el redescubrimiento en 2003 de un antiguo paso olvidado, usado de manera intermitente cada vez que el mundo se hacía más caliente.
¿Qué hace el IPCC con tan enfática evidencia de una alternancia de períodos cálidos y fríos, ligados a la actividad solar y durando tanto tiempo antes de que la industria humana fuese un factor posible? Menos que nada. El Resumen 2007 para Hacedores de Políticas se jacta de cortar a la mitad una muy pequeña contribu-ción del Sol al cambio de clima concedido en el Informe de 2001.
El desprecio por el Sol va de la mano con el fracaso de los auto-nombrados “expertos” en gases de inverna-dero para enfrentar los inconvenientes descubrimientos sobre la manera en que las variaciones solares controlan al clima. Pero ya han pasado más de 10 años desde que Henrik Svensmark en Copenhague apun-tó primero a un mecanismo mucho más poderoso.
Él vio a partir de compilaciones de datos de los satélites meteorológicos que la nubosidad varía de acuerdo a la cantidad de partículas atómicas que llegan desde las explosiones de estrellas. Más rayos cósmicos, más nubes. El campo magnético del Sol barre con los rayos cósmicos, y su intensificación durante el siglo 20 significa menos rayos cósmicos, menos nubes, y un mundo más cálido. Por otra parte, la Pequeña Edad de hielo fue helada porque el Sol perezoso dejó entrar más rayos cósmicos, dejando al mundo más cubierto de nubes, plomizo y sombrío.
El único problema con la idea de Svensmark –aparte de ser políticamente incorrecta- era que los meteoró-logos negaban que los rayos cósmicos pudiesen estar involucrados en la formación de nubes. Después de muchas demoras para conseguir reunir los fondos para un experimento, Svensmark y su pequeño equipo del Centro Nacional del Espacio de Dinamarca sacaron el premio gordo en 2005.
En una caja de aire en el sótano, ellos fueron capaces de demostrar que los electrones liberados por los rayos cósmicos que ingresaban a través del techo engarzaban juntas a pequeñas gotitas de ácido sulfúrico y agua. Esos son los bloques básicos para la condensación de las nubes. Pero una revista tras otra se rehusaron a publicar su estudio; el descubrimiento apareció finalmente publicado en los Procedimientos de la Real Sociedad a fines del año pasado.
Gracias a haber escrito “El Sol Maníaco” un libro sobre los descubrimientos iniciales de Svensmark en 1997, yo tuve el privilegio de estar del lado de dentro de la curva para publicar sus luchas y éxitos desde enton-ces. El resultado es un segundo libro, “Las Estrellas Congelantes,” en colaboración conmigo, y a ser publi-cado la semana próxima por Icon Books. Creemos no estar exagerando cuando lo subtitulamos “Una nueva teoría para el cambio climático.”
¿En dónde deja esto al impacto de los gases de invernadero? Es probable que sus efectos sean mucho menor que lo publicitado, pero nadie puede decirlo hasta que las implicancias de la nueva teoría del cambio de clima estén más desarrolladas.
Las reevaluaciones comienzan con la Antártida, donde esas contradictorias tendencias de la temperatura sean predichas por el escenario de Svensmark, porque la nieve es más blanca que la parte superior de las nubes. Mientras tanto, la humildad frente a las maravillas de la Naturaleza parece ser más apropiada que las arrogantes afirmaciones de que podemos predecir y aún controlar un clima gobernado por el Sol y las estrellas.
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