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La Anti-Ciencia de Science
Por Eduardo Ferreyra
Presidente de FAEC

El editor de la revista Science (irónicamente: Ciencia) en su última edición (Vol. 309, No. 5739, 26, agosto, 2005), escribe un editorial titulado La Estación Tonta en la Colina, refiriéndose a la actividad de los congresistas en la Colina de la Capital (o Capitol Hill, lugar donde está el edificio del Congreso), relacionado con el pedido de in-formación que hizo recientemente el Comité de Energía y Comercio a varios científicos y organizaciones sobre todo lo concerniente al famoso, infausto y malogrado estudio científico conocido como El Palo de Hockey, y enarbolado por el IPCC como la prueba irrefutable de que el calenta-miento global observado en el siglo 20 no tiene preceden-tes y que ha ido causado por las actividades humanas y será catastrófico.


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Escribe el editor Science, Donald Kennedy, en la última edición de la revista Science, y los párrafos con una llamada en rojo serán comentados al final:

“¿Qué diablos está pasando hoy en Congreso de los Estados Unidos” En los “viejos días” de los años 70 los miembros del Congreso no tenían mucho interés personal en la ciencia. [1] DE manea ocasional, algún experto en algún campo era elegido y jugaba un rol útil en las políticas científicas, como el astronauta geólogo y ex se-nador Harrison Schmitt. Que mantuvo su ojo sobre temas de la exploración del espacio. Pero la mayoría demostraron su interés donando a los Institutos Naciona-les de Salud más dinero que lo anualmente solicitado por la administración, aún añadiéndole algunas instalaciones especiales para su escuela estatal de medicina. Puede haber sido dinero malgastado en cerdos, pero al menos era útil. (Frase con sentido figurado no traducible al Castellano: “It may have been pork, but at least it was kosher”.)

Pero ahora, en la tonta sesión de agosto, parece que casi todo el mundo en Capitol Hill está hundido hasta las rodillas en ciencia! Súbitamente, los miembros saben cómo evaluar subsidios individuales, y aún quitarles los fondos a aquellos que tocan a asuntos delicados.[2]
. . .
El comité se ha mantenido deliberadamente dentro de su jurisdicción y misión, y la comunidad científica debería estar agradecida por su mejorado y sustantivo liderazgo.

Pero un comité del congreso se ha vuelto tan entusiasta acerca de la ciencia que ha vagado fuera de su reservación y se ha internado en territorio no reclamado. El Presidente [del Comité] Joseph Barton (R-Tx) del Comité del Senado sobre Energía y Comercio ha enviado cartas de solicitud [de información] a una cantidad de per-sonas: al Dr. Rajendra Pachauri, presidente del IPCC,; al Dr. Arden Bement, jr., director de la Fundación Nacional de Ciencias (NSF); y a los investigadores profe-sores Dr. Michael E. Mann, Malcolm K. Hughes, y Raymond S. Bradley, quienes co-laboraron en análisis recientes de datos proxys de temperatura global. El texto de cada carta comienza con un breve resumen de las conclusiones del IPCC en rela-ción con la influencia humana sobre el reciente calentamiento global. Luego, des-pués de recitar algunas razones para ser escépticos acerca de esas conclusiones y el rol del Dr. Mann en ellas, presenta una agobiante lista de demandas.

Estas incluyen la divulgación de todas las fuentes de financiación, acuerdos rela-cionados con ese apoyo financiero, códigos de computación exactos, ubicación de los archivos de datos usados, respuestas a críticas referenciadas sobre el trabajo, y los resultados de todas las reconstrucciones de la temperatura. Eso es sólo el comienzo. [3]

La carta al Dr. Mann contiene pedidos altamente específicos que comprenden 8 párrafos y 19 subpárrafos. La carta al Dr. Bement demanda exhaustivas listas de todas las políticas de la agencia, todos los subvenciones relacionadas con la in-vestigación del clima, políticas relacionadas con las revisiones del IPCC, informa-ción en relación con solicitudes de acceso a registros de investigación, y más. Es claro que lo que está sucediendo aquí es hostigamiento: un intento de intimida-ción, conducido bajo una jurisdicción tan elástica que cualquier futuro presidente de comité puede intentar jugar este juego so está instruido por el adecuado grupo de escépticos sin educación científica.[4]

Hay maneras de evitar el hostigamiento y el precedente. El Presidente Boehlert podría encargarse del asunto porque este debate pertenece al verdadero Comité de Ciencias.[5] Si son necesarias audiencias ellas se pueden llevar a cabo. Si es necesaria información independiente y objetiva, el Servicio de Investigación del Congreso puede ayudar. Mejor aún es la manera probada por el tiempo de alcan-zar conclusiones científicas serias: el experimento científico, análisis, debate y revisión. Una carta del editor de Science, la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, al presidente Barton, destaca eso en una prosa más diplomática y elegante que la que puedo yo manejar. En cuanto a mi, yo soy nada más que el editor en jefe –y estoy indignado por este episodio en donde la ciencia se con-vierte en política por otros medios.”[5]

Comentarios de FAEC

El comentario inicial, antes de analizar las referencias en rojo, es que realmente resulta indig-nante cuando alguien “sacude el bote” del pretendido “consenso científico” y saca los trapitos al sol sobre los problemas en la investigación científica (y los fondos que fluyen como ríos), y las inmensas ignorancias y desconocimientos que hay todavía en las ciencias del clima. Esta acción investigadora de un comité de congreso arruina las actuales y prevalecientes bases de visón política y acciones que se aconsejan para “combatir el cambio climático.” Vano intento que revela una gigantesca soberbia y una creencia irracional en que el hombre puede hacer algo para variar el curso de acción de fenómenos geológicos que ni siquiera se conocen sus causa.

Sin embargo, a despecho del “consenso” de algunos políticos y científicos, la Apertura, Crítica, y Escepticismo siguen siendo los valores más preciados en la Ciencia –pero evidentemente no lo son en la revista Science. Esta revista es muy respetada por su nivel científico en asuntos sin demasiada importancia política, pero tiene un muy largo historial de haber apoyado toda clase de ciencia fraudulenta cuando la política así lo ha exigido. La historia nos recuerda su ardiente apoyo a la prohibición del DDT (en contra de todas las evidencias científicas y recomen-daciones de innumerables y respetadísimas organizaciones científicas del mundo); su indiscrimi-nado apoyo al fraude de la destrucción del ozono y la prohibición de los CFC, y ahora al gigantesco engaño que es la hipótesis del “catastrófico calentamiento global causado por el hombre”.

Cuando una verdadera y al parecer muy seria investigación se abre en el tema del fraude empu-jado por políticos y corporaciones amenaza con “patear el tablero,” las corporaciones del esta-blishment científico-político ven en peligro el éxito de sus planes y salen a presentar batalla en el campo político y la publicidad en los medios masivos de difusión. No pueden hacerlo en el campo científico porque las evidencias científicas juegan en el equipo de los escépticos.

Pero hay que dejar bien en claro una cosa: el escepticismo no se relaciona con la comprobación de que la atmósfera de la Tierra se ha calentado 0,8º C desde 1860 (nadie lo niega) sino que se refiere a:

1) Que ha sido causado totalmente por las actividades del hombre, y
2) Que tendrá consecuencias catastróficas para la humanidad y el ambiente.

Comentarios de las referencias:

[1] “En los “viejos días” de los años 70 los miembros del Congreso no tenían mucho interés personal en la ciencia.” Sucede que en los “viejos días” el dinero que se dedicaba a la investigación del clima estaba muy lejos de los 4 mil millones dólares que el gobierno de los estados Unidos invierte en investigación climatológica. Es una descomunal cifra de dinero, que ninguno de los países firmantes de Kyoto invierten –ni todos ellos juntos- en la investigación relacionada con el calentamiento global.

Es lógico que cuando alguien que tiene conocimientos sobre algunos aspectos de la ciencia –no se llega a presidente de un comité de Ciencias y Comercio por ser un ignorante en temas científicos- se da cuenta de que hay algo que “no cierra” en el asunto del clima, que parece que hay algo “podrido en Dinamarca,” decida iniciar una investigación seria sobre el asunto. Esto es peligroso. Cualquier investigación es siempre peligrosa para quienes no están haciendo las cosas como es debido.

[2] “…, los miembros saben cómo evaluar subsidios individuales, y aún quitarles los fondos a aquellos que tocan a asuntos delicados”. Para eso están los miembros de los Comités especiales en cualquier congreso del mundo. Cuando existen sospechas de que el dinero aportado por los contribuyentes de impuestos se está despilfarrando en investigaciones que no tienen la seriedad que es necesario que exista en cualquier campo de la ciencia, es deber de los comités especiales intervenir y solicitar las informaciones y aclaraciones que sean necesarias. Si alguien se indigna y protesta por ser investigado, es clara señal de que algo tiene para esconder o que hay algo que se hizo de una manera poco correcta.

El asunto “delicado” a que se refiere el editor de la revista Science es nada menos que la posibili-dad de que las conclusiones de los estudios que se investigan –el Palo de Hockey, de Mann et al- lleven a la adopción de medidas restrictivas para el desarrollo de las actividades industriales, el aumento de precio de la generación eléctrica, y las calamitosas consecuencias que eso traerá para las economías de todo el mundo. Si las economías de los países ricos se contraen, las consecuen-cias las pagan siempre los países pobres que dependen de las importaciones de los países para subsistir. Si las exportaciones a los países ricos se reducen, los países pobres estarán soportando la carga de la crisis mundial de la economía.

No asombre entonces que se “quiten fondos” a investigaciones defectuosas (para no decir “frau-dulentas”) que pueden tener efectos indeseables para la mandad entera.

[3] No tiene que sorprender ni escandalizar que se requiera toda la información que sea necesa-ria para determinar si las investigaciones científicas no han sido “amañadas”, manipuladas de alguna manera, y usadas para intentar convencer a los demás políticos (que no saben nada sobre ciencia climática -por ello confían en comités especiales de investigación) para que apoyen políti-cas inspiradas en las sugerencias del Club de Roma sobre “límites al progreso.”

[4] “Es claro que lo que está sucediendo aquí es hostigamiento”. No hay tal. Esa es el clásico argumento usado por los delincuentes cuando son arrestados por la policía: “brutalidad policíaca, hostigamiento, etc. “, y la ubicación en una postura de "víctima de poderosos intereses" de cor-poraciones (por lo general del petróleo) que pagan a corruptos científicos para que se muestren escépticos sobre el “calentamiento global catastrófico provocado por el hombre.” No caen en cuenta (o por lo menos no se lo dicen a la gente) que,

1) No es necesario ser pagado por nadie para darse cuenta de que el olor a podrido hace mucho tiempo que emana de la teoría del “Calentamiento Antropogénico Catastrófico”. No hace falta ser un genio científico para darse cuenta de los gruesos errores que plagan la teoría, y la ausencia de verdaderas evidencias de que el calentamiento será perjudicial para el ambiente y la humanidad.

2) A la industria del petróleo le preocupa muy poco si el tratado de Kyoto se implementa o no. El cartel petrolero de las Seis Hermanas le pone a su petróleo el precio que más le conviene en ese momento. El ejemplo lo estamos viendo en estos precisos momentos, donde el barril ronda los 65 dólares. Si Kioto impone una restricción al uso del petróleo, los petroleros subirán el precio hasta volver a obtener las ganancias de siempre. Los países podrán ser obligados a reducir el uso del petróleo, pero jamás dejarán de usarlo –aunque tengan que pagarlo dos o tres veces más.

Los Rockefeller (Exxon, etc), y las Reinas de Inglaterra y Holanda (British Petroleum, Shell), no pierden ni un segundo de su sueño por la perspectiva de usar menos petróleo. Al contrario: usar menos petróleo, pero a un precio mayor, les asegura que el producto durará más tiempo y segui-rá reportando beneficios a sus herederos durante varias generaciones más.

[5] “–y estoy indignado por este episodio en donde la ciencia se convierte en política por otros medios.” Como hipócrita, el Sr. Kennedy representa un excelente papel. Quienes primero han convertido a la ciencia en una herramienta política han sido precisamente los grupos a quienes la revista Science le es funcional. La historia ya demostró sin lugar a la más mínima duda que la ciencia que apoyó (y apoya aún) a la prohibición del DDT, los CFC, los PCB, y la imposición de numerosas e irracionales regulaciones ambientales, estaba y lo sigue estando, basada en distor-sión de los hechos, amplia publicidad y ausencia de evidencias científicas sólidas.

Y lo que se pretende discutir ahora, con el inicio de esta investigación del Congreso de los Estados Unidos, es un peligro mortal para las aspiraciones de los grupos y organizaciones que han poli-tizado a la ciencia para convertirla en una herramienta de coacción para las poblaciones que todavía dudan de los riesgos y peligros (imaginarios) que se les presenta, y se les exige que para poder evitarlos es imperioso que abandonen sus estilos de vida, sus niveles de progreso, sus con-diciones de salud y de educación. Pero, sobre todo, se les exige que abandonen para siempre sus sueños de progresar y llegar algún día a tener los niveles de vida de los mismos países que les presentan las alarmas y fomentan los miedos.

La honestidad de la Revista Science

Desgraciadamente, el asunto de la honestidad científica –o la falta de ella- no es un tema nuevo. La literatura científica contiene numerosos y esclarecedores ejemplos sobre la manera en que científicos y periodistas poco escrupulosos han hecho su aporte al respecto. Desde el fraude del “Hombre de Piltdown,” pasando por el del homeopático Dr. Benveniste, los ejemplos se siguen acumulando, aunque existen algunos miles más que no resultan tan fáciles de probar. A menos de que algún “soplón” dentro del equipo científico abra su boca, es prácticamente imposible que el fraude se demuestre como tal, y apenas termine siendo achacado a “impericia” o a un error del investigador. Es una manera que tiene el “establishment” científico de cuidar sus polluelos – y sus espaldas.

Pero la colaboración que los científicos poco honestos o escrupulosos –para ponerlo de una mane-ra menos ácida y no decir los piratas de la ciencia– reciben de muchos medios de prensa es algo que la gente tiene que darse cuenta de que representa casi el 50% del éxito del fraude científico. Hoy se ha puesto de moda la perniciosa práctica de la “ciencia por parte de prensa,” donde los editores de publicaciones científicas especializadas envían a las agencias de noticias “partes de prensa” detallando los resultados y conclusiones de los estudios que aparecen publicados en la edición que acaba de salir de las prensas.

También recurren a esta práctica algunas organizaciones gubernamentales como la NASA, o el NOAA/GISS, o el IPCC, o las Academias de Ciencias. Esto se debe a que el grueso del público no está suscrito a las revistas científicas especializadas, de modo que no hay otra manera de lograr que la gente se entere de las próximas catástrofes que hacer este tipo de “ciencia por parte de prensa”. Se envía la información a los periodistas de las grandes agencias y diarios, con los deta-lles convenientemente preparados y listos para que los periodistas profesionales “estiren” la información a artículos de 500 o 1000 palabras, transformando un simple y banal hallazgo en una profecía apocalíptica que la humanidad debe evitar siguiendo los consejos de los “científicos”.

En el campo de la ecología, hemos estado expuestos durante más de treinta años a las falsas afirmaciones de la Revista Audubon, de las publicaciones del Sierra Club, Natural Wildlife, y muchas otras revistas ecologistas. Muchos medios de prensa encontraron difícil disentir con grupos tan ricos e influyentes, de modo que su propaganda fue repetida en diarios y revistas, y en informes de radio y televisión. Se hizo sumamente difícil informar a la gente sobre la verdad en asuntos tna importantes como por ejemplo, el DDT y su peligrosidad, o la destrucción del ozono, o ahora con el “calentamiento global.”

Ben Bradley, el editor del Washigton Post declaró en una conferencia dada en el Pen Club: “No estoy más interesado en las noticias. Me interesan las causas, nosotros no pre-tendemos imprimir la verdad. Imprimimos lo que la gente nos dice. Es el público el que debe decidir lo que es verdad”. Sin embargo, ellos repetían sólo lo que sus fuentes favorecidas les decían, y la gente, en vez de ser informada era sometida a un lavado de cerebros.

Charles Alexander afirmó: “Como editor de ciencias de Time, puedo admitir libre-mente que, en materia ecología hemos cruzado la frontera entre información periodística y la apología”.

Stephem Schneider, ahora profesor en la Universidad de Stanford, escribió en Discover, Octubre 1987: “Debemos ofrecer escenarios atemorizantes, hacer declaraciones dramáti-cas, y no mencionar nuestras dudas. Cada uno de nosotros debe decidir cuál es el punto de equilibrio entre ser efectivos y ser honestos.” Obviamente, él decidió que ser honesto no es muy práctico o resulta muy poco redituable.

Un clarísimo ejemplo de la manera en que la revista Science colaboró en esta campaña de desin-formación científica, la vemos en su participación durante y después de la prohibición del DDT. Science había publicado un artículo de Bitman et al sobre el efecto del DDT en las cáscaras de las aves que fue severamente criticado por otros muchos expertos en química y biología. Ese estudio estaba sido usado por el comité examinador del DDT y era una prueba "muy contundente" que sugería que la prohibición del DDT era aconsejable. Pero el caso fue llevado a la justicia quien ordenó a Bitman et al que repitiese el experimento, pero esta vez observando las dosis adecuadas de calcio en la dieta de las aves en experimentación.

Bitman repitió sus experimentos y esta vez añadió las dosis adecuadas de calcio en la dieta. Las aves alimentadas con DDT y DDE no produjeron cáscaras delgadas. El estudio fue presen-tado nuevamente a Science para su publicación y para la información pública. Por desgracia, el editor de Science siempre se rehusó a publicar artículos que fueran favorables al DDT, de modo que esta vez rechazó el artículo de Bitman. En su lugar, el artículo fue publicado en Poultry Science, y la industria de las aves y los científicos honestos aplaudieron los verdaderos resultados. Por cierto, la circulación de esa revista no era tan grande como la de Science, de modo que muy pocos científicos tuvieron la oportunidad de oír acerca de la marcha atrás en las acusaciones de que el DDT y el DDE provocaban las cáscaras delgadas.

¿Por qué Science rechazó tales estudios? El editor Philip Abelson había informado previamente al Dr. Thomas Jukes que Science jamás publicaría ningún artículo que no fuese con-trario a dicho insecticida. Hasta se rehusó a considerar un manuscrito de la Organización Mundial de la Salud (OMS) favorable al DDT. Como consecuencia de ello, los artículos sobre DDT de Science eran escritos casi siempre por la misma cofradía, y el “peer review” de la revista Science se convirtió en una vergüenza. Los autores anti DDT se citaban unos a otros y apoyaban sus declaraciones entre ellos mismos. No se aceptaba ningún otro punto de vista. Sin el refugio de Science, el caso del DDT se habría archivado muy rápidamente!

Lo mismo se puede decir de los demás fraudes científicos que tenían importancia política, como el ozono y los CFC, los PCB y sus supuestos efectos cancerígenos humanos, y ahora la cobertura que lleva adelante sobre el calentamiento global catastrófico. Mientras que el tratamiento que hace la revista sobre la investigación médica, en biología, la ingeniería genética, las nuevas medicinas, etc, parece mantener un nivel científico adecuado, el “peer review” que hace de los temas políticos es desastrosamente grotesco, y es hoy motivo de sorna y desconfianza por parte de los científicos serios y callados que ven con tristeza que la revista Science hace tiempo que está en caída libre en cuanto a la seriedad de su información se refiere.

Eduardo Ferreyra
Presidente de FAEC

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