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El Protocolo de Kioto:
Un Rasputín Diplomático
 
por Eduardo Ferreyra
Presidente de FAEC



Como un Rasputín de la diplomacia, después de haber sido declarado muerto varias veces, el Protocolo de Kioto regresa al escenario político mundial paseando su tétrica figura en grandes titulares y editoriales de los diarios, y noticiarios de la televisión. Como el Rasputín original, correrá el riesgo de tener su tumba definitiva en Moscú, en las heladas aguas del Volga, cuando la Duma decida si Rusia ratifica o no al monje negro de la climatología.

Hay posibilidades de que la Duma decida finalmente ingresar al selecto grupo de creyentes en las supersticiones que abundan en el clima. En poco tiempo más podremos ver cuáles son las concesiones políticas, económicas, y financieras que los diputados en la Duma le arrancarán a la Comunidad Europea como un chantaje ecológico - un rescate para entregar al rehén de la ratificación y hacer que el Tratado siga caminando como Rasputín, el Zombi que se niega a morir.

Sin embargo, es prudente recordar que el influyente Presidente Putin ha calificado al Tratado como científicamente defectuoso, y que la Academia de Ciencias de Rusia definió al Protocolo como totalmente carente de bases científicas, en su reunión plenaria del 14 de mayo de 2004. Pero si la Duma aprueba el ingreso de Rusia al tratado lo hará por razones puramente económicas y no porque los Rusos estén convencidos de que exista alguna necesidad de controlar un calentamiento ilusorio mediante la reducción en el uso de los combustibles mal llamados fósiles. Los Rusos demostrarán una vez más por qué ha sido siempre casi imposible negociar con ellos cualquier cosa, especialmente si ven que tienen algo que ganar porque la otra parte tiene serias debilidades.

De manera que la motivación no es el altruista deseo de salvar al planeta de la catástrofe climática, sino un frío y sagaz cálculo de beneficios económicos y políticos, con objetivos a muy corto plazo. Porque una vez que Rusia lo firme, el Tratado será obligatorio para todos los demás países que cometieron el error de ratificarlo sin haber estudiado su validez científica. Un gobernante prudente tiene la obligación de saber si el compromiso al que condena a su país obedece a una amenaza real o se trata de alguna hábil trampa de otras potencias interesadas en controlar sus economías y sus políticas de desarrollo. De manera muy clara, los asesores científicos de los países firmantes, o desconocen todo lo relacionado con la ciencia, o están en el turbio negocio del calentamiento. El fantasma de la mordida levanta su horrible cabeza.

Se culpa exclusivamente al actual presidente de los Estados Unidos, George W. Bush por la negativa de ratificar al tratado, olvidando diría que voluntariamente que fue el Congreso de los Estados Unidos quien se opuso a que se firmara ningún tratado que pusiera en peligro el desarrollo económico del país. En una histórica votación, el congreso votó 95 a cero por no ratificar el Tratado de Kioto cuando Clinton intentó sondear el clima que había para una futura ratificación. Después del fracaso, ni Clinton ni su vicepresidente Al Gore se atrevieron a enviar el tratado al Congreso para su ratificación definitiva sabiendo que recibiría un rechazo masivo. No es culpa de Bush es culpa del pueblo entero de los Estados Unidos, que no es poca cosa.

Una vez ratificado el tratado por parte de la Duma, Rusia comenzará a vender a los europeos sus créditos de emisión sin usar, tal como lo permite el ingenuo sistema ideado por los Cráneos de Kioto. Son muchas y serias las concesiones que Rusia podría exigir de la Comunidad Europea, como reclamar mayores créditos por la absorción de dióxido de carbono de sus enormes bosques en Siberia, o una posición privilegiada en la OECD, el GATT y otros organismos del comercio internacional. También podría exigir que se garantice un mínimo de compras de créditos por parte de Europa. Y no debería haber ninguna duda de que lo hará.

El Negocio Ruso y el Colapso Europeo

Pero, básicamente, Rusia irá en busca de unos 5.000 millones de dólares anuales por esta espectacular trampa en que han caído los mismos países europeos que la diseñaron. Con la absurda excusa de salvar al clima global y al planeta, el tratado fue diseñado en realidad para reducir la capacidad industrial de los Estados Unidos, y conseguir que las economías socialistas de Europa, con sus magros rendimientos y altas tasas de desempleo, pudiesen competir a un mejor nivel con el exitoso monstruo de América.

Creyeron los europeos que su quinta columna en Estados Unidos Al Gore y sus alegres muchachos del calentamiento global y el ozono distribuidos en la enorme cantidad de ONGs ecologistas y fundaciones norteamericanas convencerían al pueblo americano de que metiese la cabeza en la boca del león. No ocurrió así, porque en ese país hay una enorme e influyente cantidad de científicos que se ocuparon de desenmascarar al mito y demostrar que se trata además de un fraude científico de proporciones descomunales. Creyeron los europeos que los norteamericanos eran más estúpidos de lo que parecen. Pero diputados y senadores escucharon la voz de la ciencia escéptica, como también la voz de la Ciencia Oficial, y pudieron determinar dónde estaba la verdad. De allí la negativa a firmar ningún tratado de locos.

Por lo tanto, cuando Estados Unidos y Australia se negaron de plano a firmar el tratado, los europeos se quedaron colgados del pincel. Habían diseñado una trampa en la que ellos mis-mos encuentran hoy que han caído y de la que será muy difícil de salir. Los interesantes ingresos que lograría Rusia por la firma del tratado provendrán de los contribuyentes europeos hogares e industrias que consumen electricidad además de los crecientes eco-impuestos y cada vez mayores subsidios para energías sustentables y renovables como la eólica y otras cosas inútiles.

La deliciosa ironía en todo este asunto es que no habrá ningún tipo de beneficio para la atmósfera o el clima. En tanto y en cuanto Europa y Japón (los únicos interesados) compren los suficientes créditos de emisión de los países que pueden venderlos, las emisiones de CO2 continuarán sin modificación alguna! Si Europa y Japón no compran los créditos y reducen sus emisiones, sus economías se reducirán y quedarán indefensas ante las industrias americanas, australianas, rusas, chinas, del sudeste asiático y, por qué no, las argentinas y brasileras tam-bién. Sus economías se desplomarán, y no intenten pensar en los problemas que se avecinan para gobernantes tan ingenuos y tan poco capaces.

Negocio de Tramposos

Pero las preguntas que se hará cualquiera que tenga dos dedos de frente son: ¿Alguien cum-plirá realmente con el Tratado? y ¿Cómo diablos harán para medir las emisiones, tanto del pasado y las del futuro, para saber quién trampea? ¿Cuáles son las penas para quienes no cumplen?

El Protocolo de Kioto agrupa a las naciones en aquellas del Anexo I y las del No-Anexo I. El Anexo 1 es una lista de países dentro del la OCED (Organización de Cooperación Económica y Desarrollo) y la ex Unión Soviética, que se comprometen a reducir sus niveles de emisiones de gases de invernadero, aunque nadie sepa con precisión ni cuánto producía cada uno ni cómo se hará para determinarlo en el futuro. Como las determinaciones se hacen por medios estadísticos, y las estadísticas son la manera más elegante y segura de mentir, el tema se hace realmente complicado y comienza a pudrirse por la cabeza.

El grupo de países del Anexo 1 se comprometieron colectivamente a una reducción del 5,2% de las emisiones del año 1990. Las naciones NO-Anexo no tienen ninguna obligación entre ellas China, la India, y los Tigres Asiáticos. Aunque hay una motivación sociopolítica para esta división en Anexos, no tiene mucho sentido en términos de objetivos de emisiones totales del Tratado.

El protocolo no define la manera en que se obligarán a cumplir los límites de emisión, como tampoco cuál será la autoridad que controle o que aplique las penas, ni la que aprobará las compras y ventas de créditos. Todo lo que el encuentro de Bonn estipuló fue que el país que no cumpla sus metas en un año será obligado a reducir sus emisiones en un 30% adicional el año próximo. Sin embargo, no hay determinadas penas financieras, ni embargos ni bloqueos económicos como el de Cuba, por ejemplo.

En términos de cambio climático, los efectos relativos de cualquier gas sobre el clima es virtualmente imposible de determinar, como lo han podido comprobar los científicos. De manera que estamos frente a una curiosa situación: debido al insoluble problema que la turbulencia introduce en los modelos climáticos (entre muchas otras variables físicas imposibles de modelar ni de cuantificar), el efecto de los gases de invernadero sobre el clima son imposibles de cuantificar de manera física significativa, pero a pesar de ello son el fundamento que impulsan a las políticas que quieren reducir gases de invernadero que no se sabe ni cuánto ni cómo afectan al clima!

Pasemos por alto el asunto que el protocolo cubre emisiones cuantificadas por modelos compu-tarizados que usan coeficientes que nadie sabe cómo calcular. Los problemas recién están comenzando y son serios.

Los que han estudiado las políticas internacionales definen a un acuerdo estable al que todas las partes que intervienen tienen un incentivo unilateral para mantener el acuerdo, más que en desertar una vez que está en vigencia. En los acuerdos de libre comercio, por ejemplo, los países tienen un incentivo egoísta para seguir adheridos a ellos, aún si algunos aspectos posteriores se muestran desfavorables.

Aunque los países implementen completamente a Kioto, habrá muy poco cambio en el desarrollo proyectado del calentamiento, y hasta puede haber un enfriamiento como el que se observa desde el año 2001. Eventualmente la gente caerá en cuenta de que no existe ningún beneficio neto en términos del cambio climático, y que las políticas a las que están atadas en virtud del insano Tratado de Kioto están causando un descalabro económico tremendo, que surgirá en el pueblo y sus gobernantes el lógico deseo de desertar del Tratado. Las deserciones comenzarán a producirse de hecho ya se han producido, como en el caso de Australia, a pesar de que obtuvo todas las concesiones que pidió.

Viene entonces el asunto de que según el protocolo, los países se controlan y se auditan a sí mismos en sus emisiones y en sus sumideros! Estas cosas son muy difíciles de medir, aún cuando se hacen de manera concienzuda, y encima Kioto provee de una recompensa no muy sutil para las naciones que subestiman sus emisiones netas. Por ejemplo, supongamos que el país X informa emisiones netas de 5 millones de toneladas por debajo de la meta de ese año, y ofrece créditos en venta en el mercado de los permisos de emisión. Otros países pueden dudar de los informes de emisión del país X, pero cualquier auditoría tiene que usar los datos de emisión provistos por el país X!

Y si muchos países encuentran dificultad para cumplir con las metas fijadas por Kioto, dependerán de la compra de créditos, de modo que tendrán pocos incentivos para demostrar que los informes de X son falsos porque perderían los créditos que necesitan comprarle al país X para no caer en el colapso económico provocado por la reducción obligada de su actividad industrial.

No se deberían subestimar los incentivos que hay para hacer trampa, sobre todo en los acuerdos internacionales sobre el ambiente. El gobierno de China ha enfrentado acusaciones de que re-cientemente ha exagerado los informes de sus reducciones de emisiones de CO2 a la atmósfera. En enero de 2001, el IPCC realizó conferencias de prensa en Beijing donde, entre otras cosas, alabó el espectacular progreso de China en la reducción de sus emisiones 14% en cuatro años supuestamente para probarle a los Estados Unidos que el asunto de la reducción de emisiones puede hacerse con facilidad. Realmente se hizo con mucha más facilidad de lo que se cree. En agosto del 2001, un proyecto de investigación del Banco Mundial descubrió que las emisiones de CO2 de China no se habían reducido para nada, y afirmaron que las cifras oficiales eran falsas. (1) Y esto sucedió sin que hubiese ningún incentivo financiero para exagerar la reducción de las emisiones. Imaginen qué pasará cuando hay algunos miles de millones de dólares anuales para meter en la bolsa!

Vamos a reiterar algunas pocas cosas que está erradas en el Tratado de Kioto - sin entrar a analizar la ausencia absoluta de bases científicas que lo respalden:

  1. Es un tratado que cubre cantidades que no se pueden definir físicamente o no pueden ser medidas.

  2. Es inherentemente inestable y no puede ser controlado ni forzado a cumplir.

  3. Si las partes comienzan a hacer trampas, es virtualmente imposible controlarlas y auditarlas, sin mencionar que es imposible hacer que dejen de hacerlo.
Todo esto, sin embargo, no tiene ninguna importancia para el clima, el cambio climático, o el pla-neta. Es necesario recordar que aunque el Protocolo fuese puntillosamente cumplido por todos, sin trampas ni intercambio de créditos, si todo el mundo reduce de verdad sus emisiones, y si se consigue realmente reducir las emisiones en un 5,2% de los niveles de 1990, el efecto sobre la temperatura que han calculado los científicos será de apenas 0,05º C para el año 2050, y de nada más que 0,02º C si los Estados Unidos no lo ratifica. Estos efectos son tan insignificantes, que ni siquiera son detectables!

No resulta sorprendente entonces (aunque esto sí es comprendido por los grupos ecologistas, pero no lo publican por razones obvias) que Kioto no es nada más que el primer paso. Será necesaria la reducción de entre el 60% y el 80% por debajo de los niveles de 1990, por parte de todas las naciones del mundo, desarrolladas o no, para estabilizar el contenido de dióxido de carbono de la atmósfera. Los planes para esta notable extensión del Tratado de Kioto serán discutidos en la 10ª Conferencia de las Partes en Buenos, en diciembre de 2004. Habrá "canilla libre" de champagne (Dom Perignon, Veuve Cliquot, etc), y blinis de caviar. La concurrencia está garantizada.

Si cumplir con el 5.2% de reducción se calcula que provocará algo cercano al caos económico en las naciones industrializadas, es fácil imaginar el efecto que tendría una disminución del 80% de las emisiones en todos los países del mundo. Quien no pueda imaginarlo, sería mejor que comience a estudiar seriamente este aspecto del futuro porque, sin exagerar, de ello puede depender su vida y la de sus seres queridos de esta, nadie se salvará, porque si fueron los gobiernos quienes nos metieron en ese increíble y estúpido problema, no espere que sean ellos quienes nos saquen del mismo.

Eduardo Ferreyra
Presidente de FAEC
Fundación Argentina de Ecología Científica.



Referencias:

1) Washington Post, "Investigación Echa Dudas Sobre la Reducción de la Polución en China," Agisto 15, 2001, pág. A16.

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