En el debate del cambio climático, las compañías en el lado “ambiental” son las que tienen más para ganar. Primer artículo de una serie llamada “Lucradores del Clima”.
Todos conocemos que las apuestas son enormes en el debate del calentamiento global –muchas compañías petroleras, de carbón y generación de electricidad están en riesgo si el dióxido de carbono y otros es fuertemente regulado y sus emisiones cargadas con elevadísimos impuestos. Las pérdidas potenciales de Exxon o Shell son migajas, sin embargo, comparadas con las fortu-nas para hacer por medio de esas mismas regulaciones.
La industria del cambio climático –científicos, abogados, consultores, lobbystas y, más impor-tante, las multinacionales que trabajan detrás de la escena para hacer dinero con las riquezas disponibles- ha emergido como la industria más grande del mundo. Virtualmente todos los resi-dentes en el mundo desarrollado siente la mordida de esta industria, a menudo sin saberlo, a través de los recargos escondidos en sus cuentas de alimentos, gas, electricidad, sus compras de gasolina, sus automóviles, la recolección de su basura, sus seguros, sus compras de compu-tadoras, hoteles, sus compras de casi cualquier cosa y servicios, de hecho, y finalmente sus impuestos a todos los niveles.
Estas exacciones no suceden por accidente. Cada centavo que sale de las manos de los consu-midores lo hace por diseño, el paso final de la elaborada y a menudo brillante orquestación de las políticas públicas, mucho más brillante porque el público en general no sabe quien está lu-crando con el cambio climático, o quiénes están ayudando y apoyando a los lucradores.
Algunos de los lucradores del cambio climático son corporaciones relativamente desconocidas; otras son nombres caseros con sólo su rol desconocido detrás de la escena en la industria del cambio climático. En las próximas semanas, en una extensa serie periodística, usted se familia-rizará con algunos de estos lucradores y sus maquinaciones. Esta serie comienza con Enron, una pionera en la industria del cambio climático.
Casi dos décadas antes de que Barack Obama hiciera al término “cap-&-trade” para la emisio-nes de dióxido carbono un término casero, una oscura compañía llamada Enron –una compañía de gasoductos que se había convertido en un gran mercader en commodities de energía- hubie-se descubierto la manera de hacer millones en un programa de cap-&-trade para las emisiones de dióxidos de azufre, gracias a los cambios del gobierno en el Acta del Aire Limpio. Para delicia de los accionistas, el precio de las acciones de Enron creció rápidamente a medida de que se convirtió en el principal operador del mercado de $20 mil millones anuales del gobierno america-no en commodities de emisiones.
El presidente de Enron, Kenneth Lay, ansioso de repetir su éxito, vio su oportunidad cuando Bill Clinton y Al Gore fueron electos presidente y vicepresidente en 1993. Para capitalizar el interés de Al Gore en el calentamiento global, Enron se embarcó de inmediato en un masivo esfuerzo de lobby para desarrollar un sistema de intercambio para el dióxido de carbono, trabajando con la administración Clinton y el Congreso. Las contribuciones monetarias políticas y los análisis finan-ciados por Enron fluyeron libremente, todos diseñados para demostrar una inminente catástrofe global si no se limitaban las emisiones de dióxido de carbono. Mientras tanto, un estudio que la Enron había financiado desestimando la noción de que una calamidad vendría a causa del calen-tamiento global fue calladamente enterrado.
Para magnificar el apalancamiento de su lobby político, Enron también trabajó a los grupos ecologistas. Entre 1994 y 1996 la Fundación Enron donó $1 millón a Nature Conservancy y su Proyecto Cambio Climático, una principal fuerza para la reforma por el calentamiento global, mientras Lay y otras personas asociadas con Enron donaron $1,5 millones a grupos ecologistas que procuraban controles internacionales del dióxido de carbono.
El intenso lobby rindió sus frutos. Lay se convirtió miembro del Consejo en Desarrollo Sustenta-ble de Clinton, como también su amigo y asesor. En el verano de 1997, previo a las reuniones sobre calentamiento global en Kioto, Japón, Clinton solicitó el consejo de Lay en las discusiones en la Casa Blanca. Los frutos de los esfuerzos de Enron llegaron poco después, con la firma del Protocolo de Kioto.
Un memo interno de Enron, enviado desde Kioto por John Palmisano, un ex regulador de la EPA que se había transformado en el principal lobbysta de Enron como directo senior para Política Ambiental y Cumplimiento, describe el histórico logro corporativo que fue Kioto.
“Si se implementa, este acuerdo hará más para promocionar los negocios de Enron que cual-quier otra que harían otras iniciativas reguladoras a excepción de una reestructuración de las industrias de energía y gas natural en Europa y los Estados Unidos,” comenzó diciendo Palmi-sano. “El potencial del añadir ventas de gas en incremento, y demanda adicional para tecnolo-gías renovables es enrome.”
El memo, titulado “Implicaciones del Acuerdo del Cambio Climático en Kioto y qué transpira,” resumía los logros que Enron había conseguido. “Creo que no es posible sobreestimar la impor-tancia de este año en dar forma a todos los aspectos de este acuerdo,” escribió, citando tres asuntos de importancia específica para Enron que podrían convertirse, como bien lo saben aho-ra quienes siguen el debate del cambio climático en detalle, las jugadas de dinero más grandes: las reglas que gobiernan el intercambio de emisiones, las reglas que gobiernan las transferencias de derechos de reducción de emisiones entre países, y las reglas que regulan un gigantesco fondo de energía limpias.
El memo de Palmesano expresaba una satisfacción que bordeaba el asombro por el éxito de En-ron. Las reglas que gobiernan las transferencias de derechos de emisión, “es exactamente para lo que yo estuve haciendo lobby y parece que hemos ganado. El fondo de desarrollo limpio será un mecanismo para financiar proyectos renovables. Nuevamente ganamos … El respaldo al co-mercio de las emisiones fue otra victoria para nosotros.”
El duro trabajo de Palmisan había dado frutos gracias a los muchos aliados que Enron había reclutado. Merece un énfasis especial la comunidad ecologista, cuyo respaldo fue crucial para los logros de Enron en Kioto.
“Enron tiene ahora excelentes credenciales con muchos intereses 'verdes' incluyendo a Green-peace, WWF[World Wilife Fund], NRCD [Natural Resources Defense Council], German WAtch, la U.S. Climate ACtion Network, la European Climate Action Network, Ozone Action, WRI [World Resources Institute y Worldwatch. Esta posición debe ser cultiva y capitalizada [monetaria-mente],” explicó Polisano.
Con esta compañía, Enron había sido impulsada a una posición líder en Kioto. A Palmisano se le dieron no menos de tres oportunidades para hacer sus discursos, incluyendo uno sobre el rol de los negocios en la promoción de las energías limpias, y había recibido un premio en nombre de Enron. El Climate Institute honró a Kenneth Lay y Enron por su trabajo promoviendo a las solu-ciones en energía limpia para el cambio climático –los otros receptores de honores fueron el ministro Danés de Energía y Ambiente, y el ex ministro del ambiente de Gran Bretaña. Palimsano hizo notar que “Emparentado a esto, yo escuché muchas veces que la gente se refería a En-ron en términos brillantes. Tales elogios eran como esto: 'Otras compañías debería ser como Enron, buscando las oportunidades de negocios para el Siglo 21,' o 'Compañías progresistas como Enron son …', 'Prueba de la viabilidad de los programas ambientales y de energía basa-dos en el mercado es el éxito de Enron en el comercio de energía e intercambio de SO2'”.
El memo de tres páginas de Palmisano, que sugería que el Protocolo de Kioto podría trabajar aún mejor de lo que él había esperado, enfatizaba la necesidad de una urgencia para capitalizar las oportunidades que estarían ahora en oferta: “Ahora yo predigo la ratificación en tres años. Predigo oportunidades de mercado en 18 meses. Predigo que este acuerdo tendrá influencias muy significativas en el sector de la energía dentro de la OECD y las economías en transición, y acelerará a los mercados de las renovables en los países en desarrollo. Este acuerdo será bueno para las acciones de Enron en la bolsa de valores!!”
Los cimientos han sido bien hechos, no sólo por entrar en relación con científicos que, Enron esperaba, impulsarían más su causa (James Hansen, el científico que es más que nadie respon-sable de llevar la posibilidad de una catástrofe climática al público, estaba ente los científicos comisionados por Enron). También muy astutamente Enron vio la importancia y necesidad de silenciar a los científicos que no aceptaban el alarmismo que había llevado al Protocolo de Kioto. En una carta de 1998, el CEO de Enron Ken Lay, entre otros, le pidió al presidente Clinton nom-brar una “Comisión Cinta Azul” bipartidista diseñada para pronunciarse sobre la ciencia y, en efecto, marginar a los escépticos.
La comisión que Lay había demandado no se formó finalmente, pero la marginación general de los científicos si ocurrió, y sigue ocurriendo hasta el día de hoy, con gran éxito. Los científicos que cuestionan al Protocolo de Kioto se encuentran de manera invariable sujeto al ridículo y al escarnio público; con demasiada frecuencia se encuentran con que son incapaces de obtener fondos para su investigación, o aún que su empleo ha sido terminado.
Más que nada, los escépticos so tratados con sospechas, y acusados de haber estado en la nómina de pago de la industria de la energía. El público ha aceptado en gran parte estas acu-saciones, con la suposición subyacente de que la industria de los combustibles fósiles es la que más tiene para perder con las políticas del cambio climático. Pero si el público debe ser escép-tico de la influencia que el dinero grande tiene la ciencia del calentamiento global, tendía que volver a tomar la temperatura al enfermo, y reconocer que el interés monetario más grande de todos en el debate del cambio climático está entre aquellos que están listos y dispuestos a volverse millonarios con las políticas del cambio climático de Kioto y sus sucesores.
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