INDIOS DEL XINGÚ

Los xinguanos reviven en sus ceremonias algunas de sus leyendas. Si gran mito, sobre el que se basan casi todos los ritos de la Creación, tuvo por escenario la confluencia de los formadores del Xingú, lugar que todos los indios llaman Morená. Es la tierra sagrada de los Xinguanos. Allí residía su gran héroe MAIVUTSININ, autor de la madre del sol y de la luna, los gemelos legendarios. Pero Maivutsinin también hizo a la gente. Los hizo a todos, a los buenos y a los malos. Los buenos son ellos, los dueños de la leyenda; los malos son los enemigos, teniendo al frente a los Je-Botocudos.

Los Txucarramaes son los malos de la leyenda. Sin agricultura ni casas, los Txucarramaes - cazadores y recolectores - cubrían distancias enormes de la planicie espesa de la Amazonia. Cunado las selvas comenzaron a sr invadidas por los hombres de la industria extractiva, el choque se tornó inevitable. En los seringales y los castañales, los llaman "Caiapó". Son terribles, dicen los hombres del seringal. Se pintan de negro, se arrastran por la selva, desaparecen en el follaje y surgen de repente en frente de sus víctimas. El grito "Caiapó!" electriza los castañales. La noticia de que alguien ha visto a un "Labio-de-palo" es motivo de alarma. La fama les viene de lejos. El etnólogo Von den Steinen, al referirse a ellos, escribió: "hordas terribles de indios inferiores".

Mujer Txucarramae, ataviada para la ceremonia del Javarí

Qué engaño! Lucharon, y aún luchan, es verdad, en defensa de aquello que constituye su único bien - la tierra.

Cuántas historias se cuentan! Tal ves sean los Je, dicen los antropólogos, la primera camada pobladora de América. Son los dolicocéfalos de Lagoa Santa. Cuando los encontramos, traíamos de los indios Karib la advertencia - "Aveotó" - hombres sin arco. Fueron los Juruna, sus enemigos eternos, los que nos dijeron: Txucarramae, significando también, "hombres sin arco".

Fue en la margen alta, allá abajo, cerca de la Cachoeira de Von Martius, donde tuvimos el primer contacto con estos indios. Eran al principo unos 40 que, inquietos y curiosos, se agolpaban en la barranca. No vimos mujeres, ni niños. Sin duda se trataba de un grupo de caza. Tenían ellos sus labios inferiores deformados exageradamente por enormes discos de madera. Traían las orejas rasgadas y los cabellos afeitados por encima de la frente, y hacia atrás creciendo libremente.

Estaban casi todos ennegrecidos con jenipapo (pintura negra vegetal) Más tarde vimos a las mujeres. Eran altas y fuertes, de habla suave y, casi todas, traían una criatura colgando de una faja de fibras vegetales.

De su alimentación, nos llamó la atención un tipo de fruto recogido del "bananero bravo". No es propia-mente un cacho, sino una penca de un fruto de cáscara muy dura, con una remota forma de banana, que ellos asaban, rompían con piedras y comían sus semillas.

Los Txucarramaes son hoy nuestros grandes amigos, aunque en el pasado, durante nuestra marcha de acercamiento, fuimos aprisionados por ellos y empujados selva adentro hasta una aldea distante. Allí fuimos tirados cerca de un fuego y rodeados por ellos. En esa noche, oscura y amenazadora, ellos estaban pintados de negro, portando pesados garrotes, visiblemente enojados.

Eso ya quedó atrás. Hoy ellos son dóciles, y siem-pre que llegamos allá, nos reciben llorando - un saludo lacrimoso.

El descanso del guerrero. Indio Txucarrame fuma una pipa durante un alto en la partida de caza. Sobre su brazo derecho descansa la "borduna" o "macana", terrible arma medio espada, medio garrote, hecha de la durísima madera "Pau Roxo".

Los Juruna, en nuestro primer encuentro, nos mantuvieron a distancia con sus arcos tensados. A nuestros llamados, la vieja Jacuí, de 70 años y más de 100 kilos de peso (según nos enteramos después), respondía bajito: "aunque", - NO.

En la aldea Suiá entramos de súbito. Reaccionaron a la aproximación. Agitados al comienzo, nos amenazaban con sus arcos. Hubo corridas, gritos y fugas. Algunas mujeres estaban vestidas con faldas de corteza de árbol. Huían para la selva.

"Tahahá tahahá, caraí itahahá" - (bueno, blanco bueno). Nuestros gritos no surtieron efecto alguno. Recordamos, entonces, lo que nos había enseñado el viejo Caratsipá, Tupí: "Takará, takará (nombre de un viejo jefe suiá, desparecido hace mucho),. De la confusión, un indio volvió. Se golpeaba el pecho diciendo: "Yo soy Takará!". Era el abuelo que regresaba con el nieto. Todo se arregló. No abrazamos con los Suiá.

Los Kaiabí vinieron de la distancia. Vinieron siguiendo nuestras huellas de la marcha sobre el Tapajós. Nos hicimos amigos. Allí, en el Paranatinga, el Teles Pires o el Sao Manuel. Nos miraron con desconfianza desde la otra orilla del río, algunas veces gritando "Tapui Tsí, Tapuin Tsí", queriendo decir "extranjeros blancos".

Indios Txucarramae ataviados para una de sus tantas fistas y ceremonias rituales.

Se acercaron lentamente. Vinieron a través de la selva, de árbol en árbol, mirándonos desde lejos. La tarde era caliente. La hamaca se balanceaba atrás, adelante, atrás, adelante.

De súbito, cerca de nosotros, recostado contra un tronco, un indio nos observaba. Saltamos de las hamacas. Él era pacífico. Parecía haber una actitud de humor confidente en el indio. Le preguntamos: "Maití nererá?" (¿Cuál es tu nombre?). Nos respondió "Poretaí". Oh! Era Tupí.

Cuando regresamos al Xingú, los Kaiabí del Río Sao Manoel vinieron con nosotros.

Un guerrero Suiá, con el enorme "batoque" de madera que deforma su labio inferior de manera exagerada. Para ellos es el sumum de la belleza.

El indio ha alcanzado un total equilibrio con la naturaleza. Por ello es fácil comprender porque no se extasía delante de una exuberante cachoeira o del empuje de las aguas de una corredera, a aún frente a la belleza de una flor, de los colores de una mariposa, o del colorido de las plumas de un tucán o de una "arara". Tampoco se detiene en la selva para escuchar el canto del Uirapurú-corneta, como no se espanta del rugido de los jaguares o el sordo roncar de los jacumins. Esa naturaleza es de él, y él es parte de ella.

Nota de Eduardo Ferreyra: este concepto de equilibrio con la naturaleza, es decir adaptación a su medio, ha sido tomado por muchos como de "armonía" con el medio. Equilibrio no es armonía. Para comprender mejor esta diferencia lea ( haga click en el link) el Capítulo 10, Amazonas, de "Ecología. Mitos y Fraudes" en este mismo sitio de la web.

Pintado con urucúm (pintura roja) y tabatinga (barro gris), el indio aguarda su hora de participar en la ceremonia del Javarí
Cuando alguna cosa lo atrae, él simplemente la transfiere para sí. El rojo chillón de las plumas del "arara" (o papagayo) lo transfirió al "urucum" con que colorea su cuerpo. Delante de una flor no se detiene y dice:"Qué linda flor!". Dice: "Es roja". El indio no se extasía ante nada en su mundo. Es el dueño absoluto de sus cosas. Es un rasgo de su cultura, y lo mismo prevalece para los niños. Por ejemplo, un niño toma un pajarito o un pichoncito recién salido del cascarón, y lo agarra con fuerza. Si alguien le advierte que el pajarito podría morir, un adulto responde: "Es suyo, hace con él lo que quiere..."

Equilibrado en su ambiente, el comportamiento del indio dentro de la vida tribal es, en esencia, el de una perosna completamente libre en el seno de una comunidad que se da el lujo de vivir sin jefes, donde nadie da órdenes a nadie. No existe autoridad física pues el jefe de la aldea es sólo un hilo de ligazón, hilo que lo cotidiano al mundo sobrenatural, a la comunidad a los "pajés". Su función es puramente social. No tiene poder deliberativo, poder de comando; él es un equilibrador.

Un jefe tiene que ser un grand orador, una perosna sumamente buena, comprensivo y consejero. Puede dar consejos, pero no órdenes. Quien rige el equilibrio de la comunidad es lo sobrenatural, la presencia de lo sobrenatural que está, en todo momento, en la voz de los "pajés".

La importancia del hombre está siempre ligada a mayor responsa-bilidad; cuanto más importante, más responsable. El hombre no se beneficia con el poder; el poder se diluye en los intereses de la comunidad. Es muy rara una pelea en la aldea; nunca presenciamos una. Hay un gran respeto mutuo. El desentendimiento rompe el equilibrio tribal. Equilibrio que es regido por su mundo mítico y mágico. Mundo ese, dl presente y del pasado, ritmo de la vida, de la naturaleza, de la propia aldea, y la explicación de ser.

Niño iaualapití sentado sobre un banco de madera tallada y decorada en forma de ave. Todos los objetos tienen que ser decorados para tener significado.

Un niño pide consejo, el padre conversa con su hijo sin la preocupación de enseñar. La armonía nace una relación estrecha entre padre e hijo. El niñi alcanza la madurez adulta muy temprano. Con 11 o 12 años, ya tiene el cono-cimiento de un adulto. A esa edad ya sabe lo que será, y sigue su tendencia: pescador, constructor de casas, tocador de flauta, (menos pajé, porque esa función es una revelación que exige una larga iniciación). No necesita de una escuala ni de alguien que venga a enseñarle. La escuela es el padre, pero el padre no es maestro. No enseña; apenas hace y el hijo aprende viéndolo, ercogiendo la experiencia del padre. Padre e hijo conversan como dos adultos. Si, por un lado, el padre no castiga al hijo, por su parte el hijo no da motivos para contrariar a su padre.

El niño es el soberano de la aldea. Si por acaso, un niño incendia una casa, no hay que reprenderlo, ni tampoco observar el descuido de sus padres, aunque se sepa que el incendio de una casa implica una aldea quemada. Pasado el susto, ríen. Se tiene la impresión de que la Providencia así lo dispuso, porque con el desastre se con-fraterniza la comunidad en un esfuerzo común para la construcción de una nueva aldea. Y no se debe pensar que se trata de una tarea rápida. Cuatro, seis u ocho malocas de 30 metros de largo, llevan uno o dos años de trabajo. No es que sea pesado el trabajo, ni tampoco que el material requerido sea inmenso, sobre todo el volumen del "sapé" [material para el techo] arrancado en la fecha justa, tamaño apropiado, y cantidad elevada, a veces varios cientenares.

Los bienes del indio son de cada uno. Todo lo que posee es enterrado con él. No acumula herencia, no acumula riquezas, no hay necesidad. El indio no tiene pespectiva remota del futuro. El futuro, para el indio, es cosa inmediata. No tiene sentido preparar una vida mejor para su hijo. Lo que le da al hijo es la enseñanza, la expe-riencia. Es la mejor herencia que puede transmitir a sus descendientes.

Maloca xinguana, en una aldea Mehinaku, de 30 a 40 metros de largo, 16 de ancho y 9 de altura: la intrincada armazón de las viviendas está construida con maderas flexibles llamada "pindaíba", se proyecta hacia arriba, formando una cúpula oval cubierta con fajas secas de "sapé". Obra maestra de arquitectura, con un sistema de ventilación perfecto que depende de un sobretecho, es deliciosamente fresca en verano, y agradablemente cálida en las noches frías de invierno.

Estructura de la maloca, vista desde su interior, durante la construcción.

Nota de Eduardo Ferreyra: El libro de los hermanos Vilas-Boas fue escrito y publicado en 1979, cuando todavía los indios del Xingú se hallaban bajo la protección de los Vilas-Boas y de la Fuerza Aérea de Brasil. Las coasa han cambiado mucho desde entonces, cuando las organiza-ciones ecologistas, en especial Survival International y el WWF comenzaron sus campaña "Salven las Selvas Lluviosas". Las consecuencias fueron varias:

Los hermanos Vilas-Boas fueron expulsados del Parque Nacional del Xingú por el gobierno, sin darles las gracias por los servicios prestados. El cantante de Rock Sting hizo famoso al cacique Raoni, lo llevó a Europa, lo pre-sentó a la sociedad civilizada para juntar fondos destina-dos a "salvar" las selvas del Amazonas. Raoni regresó al Xingú provisto de una carísima videocámara HI-8 y todas las "mañas" aprendidas de sus "amigos" los Europeos. La corrupción se extendió, se crearon "internas" dentro del movimiento indigenista y terminó con el desencanto de Sting por la causa. De allí en adelante se olvidó de las selvas lluviosas y se dedicó al Rock, cosa que jamás debió dejar para incursionar en terrenos desconocidos.

La creación del Parque Nacional Yanomami, en la frontera entre Brasil y Venezuela es un buen ejemplo de lo que traman las organizaciones inglesas. Se trata de una región de 17,8 Millones de hectáreas de selva amazónica para "preservar" allí al grupo indíge-na Yanomami (lo correcto sería decir Yanoama) uno de los grupos humanos más primitivos de la Tierra. El proyecto firmado en 1991 por los gobiernos de ambos países concedió, de esa manera, unas 9.000 hectáreas a cada indio que vive en esas regiones. En Brasil, se habían establecido ya 250 reservas indígenas y otras 256 estaban por definirse, reservando para 300.000 indios (el 0,2% de la población) el 10,5% del territorio de Brasil.

Como lo prueban todos los documentos relacionados con el caso, la idea de la reserva Yanomami ha sido impulsado de manera personal por la familia real Británica desde hace 30 años. En 1969 se fundó Survival International -la sección dedicada a los "humanos" del WWF- y en 1990 y 1991 viajaron al Brasil los príncipes Carlos y Felipe promoviendo al plan, en 1990 enviaron a Lady Lynda Chalker, ministra británica de Fomento Ultramar (antiguamente llamada La Oficina Colonial), y en 1991 el WWF dirigió una vasta campaña publicitaria y de presión política apoyando al plan. Otras piezas del rompecabezas se componen del anuncio de sir Walter Bodmer, presidente de la organización Genoma Humano, afirmando que los yanomami serían la primera tribu cuyos genes se congelarían para archivarse en el Museo de Genética Humana de Londres, como parte de la "biblioteca de genes de pueblos en extinción".

Curiosamente, los dos presidentes que firmaron la puesta en marcha de este plan de la Corona Británica - Fernando Collor de Melo y Carlos Andrés Pérez- fueron expulsados de manera ignominiosa por corruptos. Los gobiernos que les sucedieron se han negado a dar el paso exigido por Inglaterra: la abdicación de su soberanía en la región. ¿Edén Verde o Ghetto?

El indigenismo - para decirlo de una vez - es concepción que el ecologismo del WWF tiene para impe-dir que los pueblos "indios" de América se "civilicen" para poder agruparlos en "reservas indígenas" que estarán fuera del control y soberanía de los países Latinoamericanos, dejando esas funciones para ONGs que, por supuesto dependen de la central ecologista del WWF. El objetivo es doble: como la mayoría de las reservas propuestas tienen grandes riquezas minerales, petrolíferas y boscosas, esos recursos quedan fuera de la explotación de los países a quienes lógicamente les pertenecen. El otro objetivo es la atomización (o balcanización) de los estados para lograr una paulatina y efectiva perdída de la soberanía de esos países sobre sus recursos naturales, tal como ha venido sucediendo en el continente Africano desde la época colonial.

Desde que nace hasta que muere, el indio no usa más de 80 a 100 objetos. Se pueden contar como obejtos dife-rentes las diversas claes de bancos, flechas y adornos plumarios. En este particular, el contraste con la socie-dad "civilizada" es inconmensurable. Hay quienes dicen que la cultura de nuestros indígenas es estacionaria. No se puede negar que hay gran parte de la verdad de ello. El arco que hace hoy, sus antepasados lo hacían con la misma madera, el mismo gesto, y el mismo proceso. No procuró mejorar la técnica, variar la madera, o la cuerda. El indio es observador, pero no es investigador. No hay ninguna duda que, en ese aspecto, se detuvo en el tiempo y el espacio. En otros aspectos, nos da profundas enseñanzas, sobre todo en lo que se refiere al compor-tamiento de los niños dentro de la .

El indio no es ambicioso. No es ocioso, no quiere acumu-lar más de lo que tiene. Una aparente simplicidad escon-de una sociedad extemadamente compleja en su organi-zación. Él es libre. Tan libre que se decidirá pasar el día gritando en el medio de la aldea y nadie podrá decirle nada. A lo sumo, dirán "Pucha! Cómo le gusta gritar!". Si el sol nace, sube y llega a mediodía, y el indio no quiere levantarse de su hamaca, nadie podrá llamarle la aten-ción, observando: "Levante, levante hombre , vamos a pescar, cazar, danzar o luchar". No. Nadie puede hacer eso; ni la mujer ni los hijos y ni siquiera los padres. Lo llaman "ipitú" - perezoso- sólo en broma. Nadie tiene el derecho a juzgar a nadie.

El instrumento musical más importante entre los indios es la "maraca" rellena de semillas.

El principal cantor Krahó al mismo tiempo compositior y director del coro de jóvenes, mujeres y hombres, indica mediante el ruido de las semillas el ritmo a seguir.

Otro rasgo de la cultura tribal consiste en que ningún hombre puede permanecer soltero. Nadie lo prohíbe, pero la comunidad no lo tolera. No hay imposiciones para casarse, pero el hmbre no dirá que no. El indio se casa en el momento adecuado. La aldea necesita crecer. En una sociedad indígena nadie podrá depender de nadie. No podrá sobrevivir nadie que no tenga la capacidad de hacerlo por cuenta propia. Si una criatura nace con algún defecto físico que le impedirá subsistir por cuenta propia, es eliminado por algún pariente próximo, generalmente por un tío. La comunidad no se responsabiliza por nadie. Lo mismo para los viejos, cuando comienzan a sentir que le están faltando las fuerzas para sobrevivir, provoca la muerte para no depender de nadie. Lo presenciamos con el viejo Caratsipá.

EL ARTE INDÍGENA

El arte es inherente al indio. Se manifiesta en todo lo que hace, ya sea en un simple arco o en un elaborado "kanitar" de plumas, o sino en la cerámica zoomórfica caprichosamente pintada. En el alto Xingú, la cerámica es completamente utilitaria. Aunque sea utilitaria, una olla sólo es olla si está totalmente decorada; si no está pintada, no es una olla. La pintura es lenta, sus ingredientes son secretos, y todo desaparece rápidamente cuando se coloca sobre el fuego, encima de tres piedras.

Los indios Mekrangnotire (Txucarramae) recubern la empuñadura de su "tacape" [garrote o borduna] con tallos estrechos de la palmera burití, ingeniosamente entrelazados con otros de color negro de la cáscara del "cipó imbé". Una vez lista la borduna, salen a la cacería de pecaríes, antas y otros animales. Cuando alguien le comenta "¿Para qué tanto trabajo, tanto capricho para matar pecaríes? ¿Por qué no matarlo con un pedazo de palo?" La respuesta es inmediata: "El indio no es un bicho. No mata con palo. Mata con arma. El arma precisa estar bien hecha." En resumen, la borduna, para ser borduna, tiene que ser lisa o estriada con un diente de "paca", y un tercio, por lo menos, recubierto del trenzado, con la punta más gruesa que la empuñadura.

Los collares de caracolillos -"urapeí"- y los de conchillas -"uruca"- hechos por los indios del grupo Karib, son piezas de arte que exigen una técnica refinada, paciencia y gusto. la paciencia es el requisito principal. Puede afirmarse que el tiempo no existe para el indio. ¿Qué puede interesarle a un indio llevar la cuenta del tiempo? Nada, absolutamente para nada. Para el "civilizado" el tiempo es una cosa marcada, contada minuto a minuto. Para el indio no existen días, semanas, meses o años. Existe, eso sí, el fluir silencioso de las horas. Integrado al medio, el indio vive el presente.


En las páginas siguientes se continúa el relato de las ceremonias y ritos xinguano